Fuente: https://www.sinpermiso.info/textos/antimilitarismo-imprescindible Dolors Sabater Puig 04/04/2020
Hay que compartir reflexiones antimilitaristas para cerrar el paso a los autoritarismos que se pirran por ganar terreno.
Y aquí, al antimilitarismo le toca desacomplejarse y no dejarse intimidar. Porque el poder fáctico militarista no tiene justificación, es una traba para el progreso social democrático y una traba para la revolución hacia sociedades igualitarias que procuren la seguridad humana en toda su dimensión de salvaguarda y cuidado de la vida, que incluye la salvaguarda de los derechos humanos. Una traba a combatir con el mismo cambio de paradigma con que se combate al patriarcado, al capitalismo y al colonialismo. Como ya hace años que demuestran las tesis ecofeministas, todo forma parte del mismo mal. Y no podemos consentir que se confunda a la población en momentos tan dramáticos y claves como los que vivimos y viviremos en los tiempos que vienen. Hoy, más que nunca, hay que compartir datos y reflexiones antimilitaristas para cerrar el paso a los autoritarismos que se pirran por ganar terreno y persisten en imponer un sistema fracasado que se resiste a desaparecer. No sólo en el estado español, cierto, pero aquí, el contexto y la historia militar pasada y reciente nos obligan a estar mucho más alerta.
La pandemia del Covid19 que recorre el planeta no sólo provocará una numerosa y dolorosa manifestación de víctimas en los cinco continentes. No sólo ensanchará el abismo de las desigualdades. Lo que provocará sobre todo es una desnudez del sistema imperante, y una mirada comunitaria y universal ante el espejo, dejando al descubierto las debilidades y desaciertos del sistema político, económico y social con el que nos regimos. Y nos obligará a cambiarlo radicalmente. La pandemia se suma así a las lecciones que ya nos daba el cambio climático, pero ahora con mucha más prisa, crudeza y contundencia. Y uno de los principales errores de estos tiempos nuestros en el siglo XXI, que el Covid19 desenmascara descarnadamente, y que se tendrá que revertir con valentía, es el enfoque de la seguridad.
Gran error haber mantenido vigente y haber seguido alimentando con recursos y poder un sistema de seguridad obsoleto y perverso, heredado de antaño, al servicio del poder y no de la vida, en lugar de implementar el sistema de salvaguarda de la seguridad humana como eje principal y razón de estado. Naciones Unidas lo reclama desde 1994, para superar las crecientes crisis humanitarias por guerras, persecuciones, hambre, catástrofes climáticas, migraciones y refugio no seguro… El estado español no se ha esforzado para nada, sólo hay que mirar qué priorizan los presupuestos, con casa real incluida.
Así pues hemos cometido la negligencia de seguir dejando la seguridad en manos del poder patriarcal y bajo un modelo militarista que no tiene el objetivo de salvaguardar la vida, el cuidado de la vida ni su sostenimiento, sino que está al servicio de otros propósitos. En el estado español, además, el ejército mantiene vivo el hilo que lo une con el alzamiento golpista de 1936, la dictadura franquista y su herencia borbónica. Que este sistema caduco y belicista fagocite millones de recursos que se escatiman a las estructuras que sí que están al servicio de la vida, lo tendrá que poner ahora más que nunca en el punto de mira, en el foco del descontento social. Porque estamos ante una prueba evidente y dolorosa del error que comporta apostar por este modelo de seguridad nacional militarista en lugar de un modelo que ponga la defensa de la vida en el centro de toda política e inversión.
Es evidente que de nada sirve la carrera armamentista ni invertir para proveerse de portaaviones y para llenar los almacenes de fusiles y pólvora cuando lo que necesitamos son UCIs i respiradores, y que sería mucho más útil tener miles de personas formadas sanitariamente que no tanto personal entrenado para la guerra. Un buen sistema sanitario público, bien provisto para las contingencias y un buen sistema para el cuidado de las personas dependientes, no precarizado, sería ahora mucho más aplaudido que no tantas tanquetas y barcos esperando una guerra. El virus era una clara amenaza, hubo tiempo de prevenir y proveer. Y no se hizo nada. Y no se acabaría la lista de ejemplos contrapuestos por los recursos malgastados en un falso sistema de seguridad que, cuando las cosas van mal, cuando llega la hora de la verdad, no tiene ninguna respuesta para salvar vidas. Porque no nos engañemos, para ir a desinfectar espacios hace falta brazos, herramientas y material adecuado, y ya tenemos profesionales y empresas de limpieza que saben hacerlo. Que el ejército ahora se pueda sumar es una buena cosa, pero en ningún caso justifica su existencia ni su dotación presupuestaria multimillonaria y exenta de recortes.
Por eso es de una obscenidad intolerable la exhibición y exaltación del cuerpo militar que se está llevando a cabo en medio de esta crisis sanitaria, social y económica de la Covid 19, con la connivencia de todos los políticos del gobierno del estado. Del PSOE ya se podía esperar. Pero Teresa Rodríguez, cuando se constituyó el nuevo gobierno PSOE-Unidas Podemos, avisó: “habrá que tragar sapos”, pero “por favor, no digamos nunca que los sapos están buenos.” Y se tiene que decir que, estos días, se encuentran a faltar voces que digan que hay “sapos muy malos.” Sobran los discursos que avalen e intenten justificar la constante presencia del ejército y el lenguaje bélico. El militarismo representa todo lo contrario del modelo que defiende este espacio político y no se entiende que no cuestione la maniobra militar de estos días en todo el estado español y, en especial, en los territorios que se identifican con la lucha por tener derecho a la soberanía territorial, dentro de la plurinacionalidad, donde se suma una clara voluntad de ocupación y de imposición.
Pedro Sánchez mostró las cartas desde el primer día con la recentralización, el menosprecio del ‘govern’ catalán y de la comunidad científica catalana, y llevando a cabo una errática gestión de la pandemia bajo objetivos más políticos que sanitarios y bajo criterios más militares que científicos. Poner atriles a los altos jefes militares e imponer lenguaje bélico no es una broma. Es un peligro. Un peligro real. Y faltan voces que lo denuncien. Por eso apelo a los políticos y referentes a mostrar más valentía en el discurso y un posicionamiento más adecuado con su ideología y con el espíritu y voluntad pacifista y antimilitarista que ha demostrado siempre nuestro país. Toca recuperar los argumentos tan vigentes de las campañas ‘PELIGRO EJÉRCITO’, cuando reclamaban que los presupuestos militares fueran para gastos sociales, culturales y educativos, y alertaban de qué significa militarizar la sociedad. Toca hablar sin miedo, dar voz al movimiento por la paz y antimilitarista que tanto apoyo tiene en la sociedad catalana, que no ha dejado nunca de trabajar y profundizar en la cultura de paz y las alternativas necesarias. Y, sobre todo, se tiene que desterrar de la agenda pública cualquier referencia a la exaltación del ejército y al lenguaje bélico, y trabajar abiertamente para construir la alternativa que haga posible, en el imaginario y en la realidad, el futuro sin ejércitos y la consolidación de un sistema de seguridad humana, al servicio de la vida.
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Traducción:Josep M. Gil