África. ¿Por qué no morder la mano?

 

Imagen vía tfppwire.com

Cuando Donald Trump anunció una congelación radical de la financiación del gobierno estadounidense, incluida la ayuda exterior, muchos lo vieron como un anticipo de lo que ocurriría en los próximos cuatro años . La medida, presentada como una revisión burocrática del gasto federal, detuvo abruptamente la asistencia humanitaria y de desarrollo crucial en toda África, lo que interrumpió los programas de atención sanitaria, el apoyo a los refugiados y los proyectos económicos.

La hostilidad de Trump hacia la ayuda exterior no es nueva. Durante su primer mandato, intentó en repetidas ocasiones recortar el financiamiento de iniciativas como el Plan de Emergencia Presidencial para el Alivio del Sida (PEPFAR) , un programa al que se atribuye haber salvado millones de vidas en toda África. Si bien la resistencia del Congreso evitó los peores recortes, la postura ideológica de Trump sigue siendo clara: la ayuda exterior es una carga inútil en lugar de una herramienta de compromiso global.

La ironía de la situación es casi demasiado obvia. Durante décadas, Estados Unidos se ha posicionado como la fuerza indispensable para el desarrollo africano, al brindar ayuda y al mismo tiempo reforzar las estructuras económicas que hacen que los países africanos dependan de él. Ahora, Trump llega y le da un tirón de orejas, no como parte de un gran despertar antiimperialista, sino porque considera que la ayuda extranjera es una afrenta a su estilo de estafa nacionalista.

Sus partidarios, siempre deseosos de convertir la hipocresía en un tema de discusión, preguntan: ¿por qué quienes se proclaman antiimperialistas entran en pánico cuando se recorta la ayuda estadounidense? Pero ésta es una pregunta capciosa. El problema no es sólo la pérdida de ayuda; es que África se vio obligada a estar en una situación en la que esa ayuda era necesaria desde el principio. Décadas de programas de ajuste estructural del FMI, extracción de recursos por parte de multinacionales occidentales y políticas comerciales sesgadas para beneficiar al Norte Global han hecho que las economías africanas sigan dependiendo precariamente de la financiación externa. Si la ayuda desaparece de la noche a la mañana, no es porque África haya fracasado, es porque el juego estuvo amañado desde el principio.

Luego vino la confusión sobre Gaza, un momento que resume perfectamente la cruel indiferencia del poder estadounidense. En un intento por justificar su congelamiento de fondos, Trump y su administración afirmaron que Estados Unidos había estado desperdiciando 50 millones de dólares en la distribución de condones para Hamás en Gaza. ¿El problema? En realidad, los fondos se habían asignado a la prevención del VIH en la provincia de Gaza, en Mozambique, no en el territorio palestino (donde, para colmo, su administración acaba de recortar los fondos al Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas , que proporciona servicios esenciales a los refugiados palestinos). La confusión no fue sólo un simple error burocrático; fue una muestra casi cómica del absoluto descuido con el que los funcionarios estadounidenses manejan la política exterior, en particular cuando se trata del Sur Global.

Así que no, la cuestión no es que África necesite “desprenderse” de la ayuda estadounidense, como si fuera una especie de mala costumbre. La cuestión es que Estados Unidos no debería tener el poder de apagar economías enteras como si se tratara de una bombilla. La congelación de Trump no es una decisión política aislada: es un recordatorio de lo fundamentalmente desequilibrado que sigue siendo el orden económico mundial.

El verdadero desafío no es encontrar nuevos donantes ni apelar al próximo ocupante de la Casa Blanca, sino reestructurar las estructuras económicas para que un presidente estadounidense impulsivo no pueda decidir, por capricho, si millones de personas en África reciben o no medicamentos que les salvan la vida. La crudeza de Trump no hace más que poner de manifiesto lo que siempre ha sido cierto: la ayuda exterior tiene menos que ver con la generosidad que con el control, y esa, más que cualquier congelamiento de fondos, debería ser la verdadera crisis que hay que abordar. ¿Por qué no morder la mano que da de comer?

– Will Shoki, editor

 

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