Fuente: https://literafricas.com/2021/06/28/a-la-busqueda-de-la-belleza-perdida/
Al igual que le ha ocurrido a China según Kakuzo Okakura, muchos nos hemos vuelto viejos, modernos y desencantados. Lo anterior ha ocasionado bien que hayamos olvidado la belleza, bien que directamente la hayamos desterrado de nuestras vidas.
Encima de mi mesa, funcional, aburrida y descolorida, refulgen dos libros, de ámbitos y culturas muy diferentes, pero que convergen de manera complementaria, trazando entre los dos un mapa iniciático de una búsqueda íntima y personal por el sendero de lo sutil y de la delicadeza. Llevan semanas ahí, mientras trato de encontrar las palabras para expresar porqué en mi cabeza se unen una y otra vez.
Estos últimos días grises, paso a menudo la mano por encima de su cubierta esperando que lo que contienen me inunde y me rescate. Es una esperanza en la que pongo todas mis fuerzas, pero no tengo claro si estas serán suficientes para lograrlo. Uno está escrito por un japonés Kakuzo Okakura en 1906, el otro está escrito por un congoleño Alain Mabanckou en 2009.
El libro del té, un clásico, nos sumerge en la filosofía que nace desde esta hierba, una religión que ha surgido de un país, Japón, aislado del resto del mundo e introspectivo por esta razón. Okakura alerta de la visión de occidente sobre el país asiático, lamenta la limitada mirada que se dedica a esta tierra, llenándola de afirmaciones y fantasías que se han creado alrededor de ellos. A pesar de la mutua desinformación entre ambos mundos, “por extraño que parezca la humanidad se ha acabado encontrando en una taza de té”. Aunque el occidental, concluye, no verá en la ceremonia del té más que una rareza, un exotismo.
Black Bazar tiene el tono irónico de aquel que está de vuelta. A través de un dandi congoleño que viste ropa de diseño, Mabanckou nos introduce en un modo de vivir, el de los sapeurs, que aspira a vencer la dureza de lo real-cotidiano a cambio de buenas dosis de color y estilismo. También por sus páginas destila la queja amarga de los encasillamientos a los que les han llevado las narrativas de los blancos escritas entre expediciones coloniales. Aquella que les encorseta en chozas de barro, usando magia negra africana, en un corazón de las tinieblas que tanto sorprendía a los propios africanos, algunos de los cuales no habían divisado en su vida un elefante o un gorila.
Okakura va escribiendo y ante nosotros los hilos de sus frases, trazados de caligrafía en el agua, nos susurran la grandeza implícita encontrada en los acontecimientos más pequeños. El teísmo es un culto fundado en la admiración de lo bello a pesar de la sórdida realidad de la existencia diaria. “Es el arte de esconder la belleza que, entonces, puede llegar a ser descubierta: de sugerir aspectos que uno no se atreve a revelar”.
El sapeur de Mabanckou nos enseña también un modo de vivir, una filosofía de vida. Una manera de superar un alrededor desolador y sin esperanza. Elevando la vestimenta a un modo de ser y mostrarse, con la corbata, los Weston, los trajes de lujo. Fascinan los colores y el empeño en adquirir ropa cara a pesar de vivir rodeados de fatalidad o de tener que compartir un estrecho cuartucho. La elegancia en el altar. El mundo de la SAPE —la Sociedad de Ambientadores y Personas Elegantes- enraizado en la resistencia, la vivacidad y el impacto demoledor de nuestros estrechos prejuicios.
En Japón, en los dos Congos, la estética se torna en vía, modo y camino. En ambos libros encontramos motivos para poder sobrevolar el árido día a día, ya esté cuajado de insoportable podredumbre o de infinito tedio. Huyendo de lo vulgar, en pos de la excelencia, entre ambas lecturas encontramos motivos y estímulos para zambullirnos en la vida de otra forma diferente. El culto al té y el culto a la vestimenta son maneras de rescatarse pero son también motivo de admiración. Okakura y Mabanckou lo saben y nos lo muestran.
Black bazar (2009) Alain Mabanckou. Editorial Alpha Decay, 2010. Traducción Mireia Porta Arnau.
El libro del té (1906) Kakuzo Okakura. Editorial del zorro rojo.Traducción José Pazó. Ilus.: Isidro Ferrer