Israel sabía que, si podía impedir que los corresponsales extranjeros informaran directamente desde Gaza , esos periodistas acabarían cubriendo los acontecimientos de maneras mucho más acordes con su gusto.
Cada informe sobre una nueva atrocidad israelí, si es que llegaban a cubrirlo, lo cubrirían con un “afirmaciones de Hamás” o “denuncias de miembros de la familia de Gaza”. Todo se presentaría en términos de relatos contradictorios en lugar de hechos comprobados. El público se sentiría inseguro, vacilante, distante.
Israel podría envolver su matanza en una niebla de confusión y disputas. La repulsión natural que suscita un genocidio se vería atenuada y atenuada.