
La verdadera «autodefensa afectiva» es colectiva, accesible y está enraizada en la comunidad. No basta de escapar de la opresión, hay que encontrar la energía para vivir con ella y combatirla al mismo tiempo. Hay que construir redes de apoyo, crear espacios seguros para no ser vulnerables y para celebrar la nuestra alegría, que la tenemos. Y eso es exactamente lo que vemos hoy. Cuando los colectivos creamos servicios de atención psicológica con profesionales de la comunidad, estamos recuperando el sentido radical del autocuidado. No vendemos un producto, ofrecemos un recurso vital para sanar las heridas que el propio racismo inflige. Cada clase de baile, cada mercado comunitario, cada encuentro, es una forma de cuidado colectivo que nos hace más fuertes.