Fuente: La Jornada/Ilán Semo 22.02.2020
En rigor, el mayor reto empezaría en la contienda directa contra Trump. La extrema derecha estadunidense parece sentirse cómoda con un adversario como Sanders. Al parecer, está convencida que su insistencia en el socialismo democrático, así como su proyecto de un New Deal (para el siglo XXI), ahuyentarán al centro del mainstream y acabarán por reducir su campaña a la de un candidato testimonial.
Y, sin embargo, nada está escrito. Cuando Trump comenzó en 2015 su inverosímil rally, anclado en la retórica anti-mexicana, su rating era prácticamente nulo. Lo mismo sucedió con la campaña por el Brexit en Inglaterra. Nadie mejor que esa derecha sabe que, en la actualidad, mientras más excéntrico (léase: fuera del centro) sea el candidato, mayores son sus probabilidades de triunfo. La razón es sencilla. El paso por las instituciones parece impregnar a los políticos con una creciente carga de desconfianza, incertidumbre y arbitrariedad. Trump no va a escapar a esta sombra. Sanders, por su lado, cuenta con el aura del efecto contrario. En principio, ha ocupado todos los cargos de elección imaginables en el mainstream, sin dejar nunca de extraer su legitimidad de causas y movimientos sociales enfrentados precisamente a ese mainstream. Un caso único en la política estadunidense, sobre todo por su orientación de izquierda.
¿Y qué sucedería si llegara a ganar las elecciones presidenciales? Imposible saber. Falta lo más importante: la campaña misma. Ahí se definen alianzas, compromisos y límites que pueden fijar las coordenadas de una presidencia durante años.
Y, sin embargo, es posible advertir dos tendencias que pueden hacer de su candidatura un auténtico movimiento de ruptura en la historia de Estados Unidos. La primera es muy evidente. Por su electorado, por el discurso del socialismo democrático, por su propio tesón de no abandonar las causas sociales y la defensa de los derechos de género y de los migrantes, en Estados Unidos una fuerza de izquierda podría, por primera vez, definir la política nacional. La otra tendencia, mucho menos visible, es la que podría darle el triunfo. El carácter híperprivado de la educación, los servicios de salud, la prevención social, etcétera, impiden a la industria estadunidense competir hoy con economías como la de China, Japón o Alemania. Sus precios de producción resultan simplemente demasiado elevados. Si el Estado asumiera parte de estos costos (en vez de amamantar a una banca cada vez más parasitaria), probablemente la industria volvería a los laureles pasados. Bernie puede hoy dividir al bloque histórico que emergió con el reaganismo. La pregunta reside en si es capaz de lograrlo.
¿Qué pasaría en el ámbito de las relaciones con México? Tampoco lo sabemos. Sanders no es partidario del T-MEC (al menos en su versión actual) ni de ofrecer facilidades a la migración. Por otro lado, representa la única opción para que el mainstream abandone su racismo de Estado actual y Washington intervenga contra las exportaciones masivas de armas ligeras. Sólo así se debilitarían sus lazos con el crimen organizado en México –al cual, de facto, promueve–. En nuestro país se abrirían las opciones reales para una reforma social que deje atrás la época neoliberal, siempre y cuando exista una fuerza local que tome esta labor en sus manos.
Hay un aspecto de su campaña sobre el cual habría que hacer énfasis. Hace algunos días, la cadena CNN divulgó una encuesta que contenía dos preguntas: 1) ¿Estaría de acuerdo con un presidente socialista en la Casa Blanca? Y 2) ¿Por quién piensa votar en las elecciones presidenciales? Cuando Sanders se presentó al programa, el conductor le preguntó su opinión sobre el pobre resultado de la primera pregunta (sólo 27 por ciento de acuerdo). A lo cual Sanders reviró, preguntando por el resultado de la segunda interrogante. El mismo conductor se sorprendió de descubrir que, en la encuesta, Sanders ganaba la elección por un amplio margen.
La gente hoy, en la época de la posverdad, ya no confía en las ideas ni en los partidos. Entonces sólo quedan los hombres-idea y las mujeres-idea, lo cual no son las mejores nuevas. Pero así es. Sanders tendrá que elaborar su propia versión del socialismo, una muy distinta a la que nos legó el siglo XX. No le será fácil, aunque la sociedad estadunidense sería capaz de mucho por preservar su aura hegemónica. No hay que olvidar que Roma acabó adoptando la religión de sus adversarios, el cristianismo, con tal de preservar el imperio.
Sea como sea, nos espera una apasionante y edificante crisis entre los vecinos del norte.