Vox: Comprender la estrategia de la reacción. Dossier

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/vox-comprender-la-estrategia-de-la-reaccion-dossier                                                                      Àngel Ferrero                                                                                                                Gerardo Muñoz                                                                                                      06/03/2020

Es un error pensar que Vox no tiene una estrategia, que es una pura fuerza de reacción

Àngel Ferrero

Permítaseme comenzar con una pequeña confesión: no me invitan a muchos actos y declino asistir a algunos de los actos a los que me invitan, por diferentes motivos que no es necesario explicar ahora mismo. No es evidentemente éste el caso. Hace muchos años, en 2007, leí un artículo muy bien documentado de nuestro autor, Miguel Urbán, en Sin Permiso sobre la extrema derecha en España que antes se había publicado en Viento Sur. Repito: en 2007. ¿Qué quiero decir con esto? Que nos encontramos ante un libro de urgencia, pero no escrito con urgencia. Que detrás suyo hay años de estudio del fenómeno. Tampoco es un libro oportunista, como tantos otros que han ido saliendo estos últimos años con motivo del ascenso de toda una serie de partidos situados a la derecha de los conservadores en toda Europa.

Es éste un libro que presenta el árbol genealógico de VOX, lo encuadra en su contexto histórico y político internacional, analiza su ideología y su programa económico y explica los motivos de su irrupción. No entraré en detalle. Ya lo hará, imagino, su autor, y en cualquier caso, para eso mismo está ya el libro. No se insistirá nunca lo suficiente en la importancia de esta tarea, porque de todo eso depende su definición exacta, sin abusar, como alerta Urbán, del término fascista. No se puede combatir un fenómeno si no se lo diagnostica correctamente.

Mussolini dijo en una ocasión que el fascismo no es una mercancía de exportación, pero como es sabido, otros lo imitaron y adaptaron a las condiciones de sus países en un contexto europeo caracterizado por la crisis y la pauperación de las clases medias y trabajadoras. Una cosa parecida ocurre con el fenómeno actual. Permitidme una cita: “Un largo pasado autoritario y nacionalista actúa en el presente como una vacuna contra los partidos de extrema derecha”. Esto lo decía una especialista del Real Instituto Elcano en 2017. Según el medio que se hizo eco, que era el Huffington Post, en España “no hay caldo de cultivo” para la ultraderecha “por la cercanía en el tiempo de la dictadura franquista, con la que se asocian todos los movimientos ultraderechistas y fascistas que puedan surgir, así como los símbolos que emplean”. Opiniones como ésta eran muy frecuentes hasta hace unos pocos años, como también lo eran los comentarios en redes sociales riéndose de la escasa asistencia a los actos de VOX o de las fotografías y vídeos de Santiago Abascal corriendo por una carretera o montando a caballo en Andalucía. De eso, hoy, no bromea ya casi nadie.

Es un error pensar que VOX no tiene una estrategia, que es una pura fuerza de reacción anclada en el pasado. Lo demuestra, por ejemplo, su astucia a la hora de alinearse internacionalmente, entrando en el Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos en el Parlamento Europeo. Eso les ha servido para estrechar vínculos con el ultraconservador Ley y Justicia (PiS) de Polonia, pero también para escapar del veto que existe contra Identidad y Democracia (ID), del que son miembros partidos más conocidos para el público catalán, como Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen, la Liga de Matteo Salvini o el Partido de la Libertad de Geert Wilders. Lo demuestra también su discurso, simple pero efectivo, o incluso efectivo por simple, que se salta la etapa del fascismo en el poder para retornar a sus raíces ideológicas de los años veinte y treinta. Si en Alemania y Austria se trata de la revolución conservadora, en España Abascal evita la iconografía franquista y sus asociaciones y se deja fotografiar con un libro de Ramiro de Maeztu o cita en televisión a Ramiro Ledesma Ramos, el fundador de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS), discípulo de José Ortega y Gasset –de quienes toma la expresión “hemiplejía moral” de La rebelión de las masas–, defenestrado por José Antonio Primo de Rivera en su disputa por el control de Falange Española.

En el aspecto comunicativo dispone, por ejemplo, de una telaraña de medios de comunicación afines, fundaciones, organizaciones y cuentas en todo tipo de redes sociales con las cuales busca ampliar su influencia. Todas ellas aparecen y se analizan en este libro, pero volvámoslos a citar: la Fundación para la Defensa de la Nación Española (DENAES), el Grupo de Estudios Estratégicosn (Gees), el Grupo Intereconomía, Libertad Digital, Burbuja, Caso Aislado, ForoCoches, EsDiario, OKDiario, Mediterráneo Digital.

Otra cuestión a destacar, especialmente aquí, en Cataluña: la cuestión nacional. Cómo el anticatalanismo se convierte periódicamente, como escribe el historiador Ferran Gallego –no por casualidad citado en el libro– en un coagulante para la derecha española. Que el crecimiento de VOX se dispare después de 2017 y los hechos en Cataluña no es ninguna coincidencia, como tampoco lo es el desproporcionado espacio que ocupa en su discurso este asunto, y que les permite esquivar tener que dar explicaciones sobre su programa de reformas sociales, o mejor dicho, antisociales.

Dejo los interrogantes sobre cuáles son las maneras más eficaces para combatir a estos partidos para el debate, aunque en cualquier caso se enumeran en el libro, con sus ventajas e inconvenientes. Sí que me sumo a la precaución de su autor a la hora de sobreestimar su eficacia. Antes he dicho que hay que ser escéptico ante las explicaciones fáciles. De la misma manera, hay que desconfiar de las soluciones fáciles. Personalmente, una de las que más me llama la atención es la influencia sobredimensionada que se otorga a los medios de comunicación, para pedir a continuación un «cordón sanitario». Una medida que se ha cuestionado por volverse en contra de sus promotores si esos mismos medios, con argumentos democráticos, imponen un «cordón sanitario» a partidos de izquierdas. Pero también porque se basa en una teoría de la comunicación de los años veinte obsoleta, la llamada teoría de la aguja hipodérmica, que considera al público como una especie de envase vacío en el que se puede inyectar el mensaje, como si el receptor viviese en un vacío social y no tuviese criterio. Un discurso político no echa raíces si las condiciones no son favorables. En este sentido, cabe recordar que en las pasadas elecciones en EE UU, Hillary Clinton recibió el apoyo de 500 medios de comunicación y Donald Trump el de 28, una cifra inferior a la de los medios de comunicación que pidieron no votarlo, que fueron 30. Muchos de los partidos euroescépticos, nacional-populistas y de ultraderecha que han incrementado su apoyo en las elecciones tenían a los medios establecidos en contra, lo que, gracias a la erosión de la credibilidad de estos propios medios, les favorecía más que no perjudicaba.

También querría recuperar la advertencia de un pensador hoy más bien olvidado. Georg Lukács en 1933 advertía del chantaje al que podrían someternos “aquellos ‘políticos’ que quieren volver a rescatar la ‘democracia’ para oponer a las formas aún no desarrolladas de fascismo sus formas más desarrolladas”. En términos parecidos se expresó Antonio Gramsci en los Cuadernos de la prisión en su reflexión sobre la elección del mal menor, que obliga a las fuerzas de progreso “a capitular progresivamente, poco a poco, y no de golpe”. No es ésta una cuestión menor, porque algunos de los teóricos de la nueva derecha son conscientes. Pienso sobre todo en el italiano Diego Fusaro, que sostiene la tesis de que la izquierda presenta un combate contra un fascismo inexistente para renunciar a luchar contra el capitalismo y justificar su adaptación a él. Un argumento cínico porque se avanza a la crítica que he señalado antes y la hace suya.

Otra cuestión, relacionada con esta última, que se apunta en el libro y que me gustaría plantear aquí es la conveniencia de centrar la atención en un solo partido. En los medios alemanes se comentaba la semana pasada el caso austríaco: el movimiento antifascista –que en Austria va desde el partido socialdemócrata a la izquierda extraparlamentaria– se centró en el FPÖ. Después de las elecciones, el Partido Popular Austríaco (ÖVP), que hasta entonces gobernaba con el FPÖ, cerró una coalición con Los Verdes. El ÖVP hizo suya buena aprte de la política de inmigración del FPÖ, que ahora continúa con Los Verdes. Ahora el movimiento antifascista ha de replantear su estrategia, entre otras cosas porque un partido con quien compartía algunas plataformas, Los Verdes, ahora se encuentra en el ejecutivo y es, en consecuencia, corresponsable de estas políticas.

Y finalmente hay la cuestión espinosa, y muy debatida, del apoyo obrero a VOX. Sabemos que el grueso del trasvase de votos procede del Partido Popular y de Ciudadanos, y que el mapa electoral revela apoyos en los barrios de rentas más elevadas y una base social con una importante presencia de militares y miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Ahora bien, Urbán llama la atención sobre la edad del electorado: más de la mitad de los que siguen a VOX tienen menos de 44 años, más de las tres cuartas partes no han cumplido todavía los 55 y sólo el 12% son jubilados. VOX también es el partido que más ha crecido en Instagram y YouTube, las redes preferidas por el público más joven, y recientemente ha abierto una cuenta en Tik Tok, una red que utilizan muchos adolescentes.

Sin conciencia de clase –que se crea a través de un tejido asociativo y organizaciones en las cuales los trabajadores participan y se sienten representados–, el voto obrero puede ser movilizado con factores culturales, llamadas a la seguridad ciudadana y falsas promesas de mejoras laborales. De todo ello existen numerosos precedentes aquí y en otros países europeos. En el caso de VOX no convendría bajar la guardia. En las elecciones andaluzas de 2018 Abascal habló de VOX no como “un partido de extrema derecha, sino de extrema necesidad”, una expresión tomada del fundador del Sindicato de Obreros del Campo (SOC), Diamantino García. En las últimas elecciones generales, VOX creció en lugares donde hasta ahora no lo había hecho. En Fuenlabrada, por ejemplo, fue segunda fuerza con un 19,96% de los votos, detrás del PSOE, con un 33,48%, pero muy por delante de Unidas Podemos, con un 15%. En Vallecas, un ejemplo clásico, ganó el PSOE con un 30,93%, UP fue segunda fuerza con un 17’76%, seguida del PP con un 16’26% y VOX con un 15’18%.

Aquí mismo, en Barcelona, VOX obtuvo buenos resultados en Pedralbes (12%) o Sant Gervasi-La Bonanova (8’7%), pero también resultados destacables en barrios como Torre Baró (12’9%), Baró Viver (12%), Ciutat Meridiana (10%), Vallbona (9’8%), Besòs i el Maresme (9’7%), La Marina (9’3%), Les Roquetes (9’1%), Trinitat Nova (8’6%), Verdun (8’2%) La Teixonera (7’9%) o el Carmel (7’5%). Seguramente se trate de un voto con techo por las especifidades del caso catalán, como el hecho nacional o la raigambre de las organizaciones políticas de izquierdas en el extrarradio. Seguramente se trate de un voto motivado por la presencia de inmigrantes en estos barrios, en los que se realiza aquella competición por unos trabajos y servicios públicos cada vez más escasos de la que habla Urbán en su libro. Seguramente una parte significativa de este electorado se movilizó en un sentido cultural y nacionalista español. De todos modos, los porcentajes conseguidos en estos barrios, donde el PSC gana cómodamente y En Comú Podem obtiene buenos resultados, algunos del 10 y el 12%, llaman la atención sobre la posibilidad de una implantación duradera.

Por citar otras ciudades de los Países Catalanes: en Tarragona consiguió un 10’16%, en Palma fue tercera fuerza con un 19’18%, también lo fue en Alicante (18’46%), Castellón (18’33%) y Valencia (16’76%). Conviene matizar, evidentemente, que el voto de la derecha ha quedado fraccionado en tres fuerzas, siendo Ciudadanos la que ha salido más perjudicada, víctima de su propia estrategia basada en la crispación por la cuestión nacional y la línea dura en materia de política de inmigración. También que el PSOE quizá ya incluyó esta posibilidad en su estrategia de campaña, siguiendo el modelo de polarización y de Frente Republicano en Francia. Sea como fuere, se tendría que analizar caso por caso para conocer los motivos que han llevado a este crecimiento, y para detenerlo. Este libro es un primer paso en esa tarea.

(Texto de la intervención del autor en la presentación de La emergencia de Vox (Sylone y viento sur , 2020) de Miguel Urbán el 28/02/2020 en Barcelona)

https://vientosur.info/spip.php?article15669

Vox en Nueva York: ¿una estrategia hispánica para los Estados Unidos?

Gerardo Muñoz

Después de dos cancelaciones, el mitin de Vox en Nueva York terminó reducido a un cenáculo de fieles  En las conversaciones se trataban temas que aparecerían en las intervenciones de Espinosa de los Monteros y de Abascal: el fenómeno Sanders y la cuestión de un patriotismo español.

Hace exactamente cinco años atrás asistí a un mitin de Pablo Iglesias en el Centro Español de Queens en Astoria. En aquel encuentro multitudinario, Iglesias dio un discurso verdaderamente electrizante, exponiendo el brillo de su liderazgo político. Obviamente, era el momento álgido de Podemos en el tablero político. Cinco años más tarde, el mismo Centro Español cancela un evento previsto con los dos líderes de Vox. ¿El pretexto? “Que no tiene sentido un acto de Vox en un barrio como Queens”, afirmó un coordinador del espacio. Extraña justificación, puesto que Queens, con excepciones, es uno de los barrios más conservadores de la ciudad de Nueva York.

Hoy resulta preocupante la manera en que el liberalismo norteamericano busca silenciar, en una escalada auto-inmunizante, visiones políticas que estima “peligrosas”. Es una iniciativa de tal torpeza que solo puede llevar a bandazos propios de reflejos ideológicos. Por supuesto, una institución autofinanciada como el Centro Español está en su derecho en invitar o declinar a quien desee. El problema radica en la naturalización de una cultura anclada en la proscripción que, casi siempre, termina por producir efectos opuestos a los que aspira. Es una estrategia fútil y contraproducente, como ha explicado el filósofo Jon Elster. La tragedia del liberalismo norteamericano se recoge en este síntoma que pone en evidencia su carencia de principio de realidad y temor al disenso político. No se estará en condiciones de sobrepasar la política reaccionaria de Vox sin antes hacer el esfuerzo por entender su cosmos mental, su retórica incendiaria, y su visión de alcance atlántico.

Después de las dos cancelaciones en Centro Español y el 3 West Club de Manhattan, el mitin de Vox terminó reducido a un cenáculo de fieles.  La dirección se dio a conocer apenas una hora antes del evento. Recibí en mi correo a las seis y media: “El lugar es el restaurante El Floridita, en Harlem”. Desde el punto de vista demográfico, lo primero que me llamó la atención al llegar fue la alta presencia de mujeres y jóvenes, quienes ya se encontraban colgando banderas españolas en las paredes del recinto. Algunos jóvenes hablaban de la personalidad “fuerte” de Abascal, mientras que dos señoras intercambiaban sobre la importancia del castellano en los Estados Unidos. Le pregunto a una de ellas qué pensaba del ascenso de Vox en el último año. Me dice: “Pues me parece que representan el espíritu de lo mejor de nuestra patria”. No le devolví respuesta. En la barra del bar, un señor muy bien vestido le comentaba a otro: ¿Has visto a ese Bernie Sanders? Deberíamos mandarlo una temporada a Cuba”. Por su acento era muy fácil saber que era un cubanoamericano. Ya en las conversaciones del pre-show se trataban temas que luego aparecerían en las intervenciones de Espinosa de los Monteros y de Abascal: el fenómeno Sanders y la cuestión de un patriotismo español. Una larga bandera española había sido colocada en el centro del salón.

El primero en hablar fue Iván Espinosa de los Monteros, quien agradeció al dueño del restaurante por ser “un buen cubano, porque conoce la realidad del desastre del comunismo en Cuba”. Una afirmación que hacia guiños al sentimiento anti-Sanders que en los últimos meses ha querido vincular al senador de Vermont a Castro por sus declaraciones en el programa 60 minutes. Como si quedaran dudas, el propio Espinosa de los Monteros lo hizo explícito: “Me parece increíble que un candidato comunista como Bernie Sanders pueda llegar a la presidencia de los Estados Unidos”. Fue curioso que durante toda la noche el nombre de Donald J. Trump no haya circulado. Pero la filiación era tan clara que tan solo había que tematizarla en negativo. Para Espinosa de los Monteros hay dos enemigos del patriotismo español: ‘los progres’ y los nacionalistas. Los primeros porque poseen una ideología “destructiva” (el comunismo) y los segundos, porque representan el mayor atentado contra el orden constitucional de la democracia española (Cataluña). Monteros dibujaba una especie de “triángulo del mal” (Cuba-Venezuela-Gobierno de coalición en España), al cual había que frenar para contener una nueva “guerra civil”. Del otro lado, seguía, está la “España gloriosa”. Pensé inmediatamente que en ese momento se decantaría por las tesis neo-imperiales y ‘American-friendly’ de Elvira Roca Barea, cuyo Imperiofobia (2016) patentiza el proyecto nacionalista de Vox. Pero no fue así. En efecto, las palabras “imperio” y “catolicismo” no fueron pronunciadas.

Me llamó la atención el contenido que Espinosa de los Monteros usó para colorear esa “gloriosa España”: sanidad pública, índices de longevidad, y modernización democrática. No deja de ser llamativo un cierto residuo welfarista en una derecha de espíritu patrimonial. Un miembro del Republican Party no se hubiera reconocido en esa extraña mezcla de elementos. Tal vez hubiera entronizado con cierto giro neo-tomista de la derecha norteamericana que ahora quiere dejar atrás el espacio libertario para situarse en una zona anclada en el “bien común” y la “defensa ecuménica de la familia”. Es lo que ha defendido el Senador Marco Rubio en el más reciente número de American Affairs. Este no tan nueva proyección de un “capitalismo propiamente hispano” – proyecto de Ramiro de Maeztu de El sentido reverencial del dinero (1957) – como ha mostrado  José Luis Villacañas en su Imperiofilia (2019) alienta el proyecto a largo plazo de establecer un tutelaje ante el incremento poblacional de los hispanoamericanos en los Estados Unidos. Aunque el nacionalismo Vox tiene un corte antieuropeo (lo contábamos hace algunas semanas), el otro elemento ciertamente pasa por diseñar una geopolítica hispánica.

La intervención de Santiago Abascal fue relativamente breve, de tono ecuánime y templado. Abascal ensayó una cierta intimidad con el público; un público al que dotó del rótulo de “patriotas elegidos”. La prudencia de Abascal proyectó seguridad e incluso “moderación”. No hablo del contenido de su discurso, sino de la mera fenomenología del tono. Y aunque puso el énfasis en el auge del independentismo catalán, la retórica incendiaria contra los presos políticos, la aplicación del 155, la guerra contra las autonomías, o el imaginario “golpista” fue omitida. Al contrario, prefirió buscar refugió en la moral, derivando hacia la cuestión del aborto y la familia, dos temas “calientes” del debate nacional estadounidense de cara a las elecciones. El mitin transcurrió sin sobresaltos. Desde luego, hay que mencionar que los presentes (habían alrededor de unas 50 personas en el acto) era una élite metropolitana. El mismo Espinosa de los Monteros lo explicitó en un momento de su intervención. Los “exiliados presentes” eran “españoles de bien”, que se encontraban en los Estados Unidos por razones laborales, de familia, o de estudios. No había por qué hacer alusión a la juventud precarizada tras la crisis económica, ni mucho menos aludir a los inmigrantes latinoamericanos cuyo “trabajo en la sombra” constituye una franja importante de la economía de servicios en la propia ciudad.

El silencio sobre la inmigración latinoamericana fue tal vez el aspecto más llamativo de los discursos de Espinosa de los Monteros y de Abascal. Un silencio que ponía en evidencia la flexibilidad con que esta nueva derecha se mueve entre un espacio antieuropeísta, y un proyecto neo-imperial atlántico que busca incidir en la transformación demográfica de los Estados Unidos. De concretarse una estrategia de este tipo, estaríamos ante un desvío irónico respecto a las tesis del último Samuel Huntington en Who are We? (2004), libro en cual desplegaba un proyecto nativista para hacer frente a la crisis identitaria americana.

Afrontar el tema de la migración de cara a la reelección de Donald J. Trump era poco prudente. Esto pudiera explicar el silencio de Abascal y Espinosa de los Monteros sobre el rema. Queda por ver si Vox representa una estrategia católica-hispánica con el propósito de incidir en la transformación demográfica, o si, por el contrario, buscará acentuar un nacionalismo en alianza con los otros países euroescépticos (Polonia, Hungría, el lepenismo francés). Por supuesto, una estrategia atlántica de tal envergadura requiere un enorme presupuesto y trabajo territorial, tal y como hacen los grupos evangélicos con apoyo del NRA y del “dinero oscuro”. Vox está lejos de organizar una estrategia de este estilo. Esta vez en su paso por Nueva York, Vox optó por la prudencia calculada y la divisa reaccionaria de que lo importante es fomentar el miedo ante “el espectro comunista”.

https://www.cuartopoder.es/espana/2020/03/06/vox-en-nueva-york-una-estra…

es miembro del comité de redacción de Sin Permiso
Politólogo, profesor en la Universidad de Lehigh, autor de Lamar Schweyer: ensayos (Bokeh, 2018) y Por una política posthegemónica (Doblæ editores, 2020).

Fuente:

Varias

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