Análisis político | Beirut
Exclusivo – Movimiento Masar Badil, Ruta Revolucionaria Alternativa Palestina
La próxima visita del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, a Beirut suscita numerosas interrogantes sobre el momento y sus verdaderos objetivos, especialmente en un contexto de intensificación de la agresión sionista contra Gaza y Cisjordania, y de creciente movilización popular palestina en la diáspora. Esto ocurre al mismo tiempo que aumenta la presión sobre la resistencia en la región, particularmente en el Líbano, país que alberga a cientos de miles de refugiados palestinos.
Mientras se supone que la «liderazgo palestino» debería defender los derechos de su pueblo, esta visita se enmarca en un escenario opuesto: parece ser parte de un esfuerzo frenético por revivir el proyecto de Oslo y afianzar el control sobre los campos de refugiados, especialmente tras el fracaso de la Autoridad Palestina en desarmar a la resistencia en el norte de Cisjordania y su creciente pérdida de legitimidad nacional y popular. Así, su papel funcional dentro del sistema árabe oficial —liderado por Arabia Saudita, cuyo único interés es complacer a Washington y desarmar a la resistencia— queda al descubierto.
No puede analizarse esta visita sin recordar una verdad fundamental: Mahmud Abbas carece de toda legitimidad constitucional o nacional. Nadie lo ha elegido (¡ni siquiera en las instituciones de la Autoridad en Ramala!), mucho menos nuestro pueblo en Cisjordania, Gaza, Jerusalén o la diáspora. Su «mandato» oficial terminó en 2009, pero sigue gobernando mediante decretos unipersonales, monopolizando los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, ignorando por completo la voluntad popular palestina. Mientras tanto, los aparatos de la Autoridad persiguen a la resistencia y al movimiento de prisioneros, y confiscan los derechos de las familias de los mártires y los presos. Todo esto ocurre en medio de una corrupción generalizada en las instituciones de la Autoridad y sus embajadas en el extranjero.
Abbas ha convertido a la «Organización para la Liberación de Palestina» (OLP) de un marco representativo inclusivo en una estructura vacía sometida a sus decisiones, excluyendo a todas las fuerzas nacionales que se oponen a su línea. Las instituciones de la «Organización» se han reducido a herramientas en manos de una élite financiera y de seguridad vinculada a la ocupación, que busca garantizar sus privilegios de clase y perpetuarse en el poder el mayor tiempo posible.
Si bien este enfoque corrupto precede incluso a la muerte de Yasser Arafat y al ascenso de Abbas en 2005, y aunque el colapso y la monopolización del proceso de toma de decisiones en la OLP se remontan a casi 50 años —llegando a su punto álgido con la anulación de la Carta Nacional Palestina—, bajo el liderazgo de Abbas se ha llevado a cabo la mayor operación de corrupción y vaciamiento de las instituciones y la causa palestina. Esto incluye la participación de la «Organización» en la imposición de sanciones contra Gaza y la represión de las fuerzas de resistencia, ya sean movimientos formalmente afiliados a la OLP, excluidos de ella o independientes. Así, la «OLP» se ha convertido en una suerte de empresa privada, lejos de ser un frente nacional que encarne su lema oficial: «Unidad nacional, movilización popular, liberación».
Esta visita no puede desvincularse del contexto regional e internacional de presión, donde actores árabes y occidentales buscan reposicionar a la Autoridad Palestina como el «único representante legítimo» en un intento por marginar al pueblo palestino y revivir el ilusorio y liquidacionista «solución de dos Estados», un eslogan que el «liderazgo palestino» venera, apelando a la llamada «Iniciativa Árabe» (en realidad, saudí), ¡que hasta sus promotores parecen haber olvidado!
La visita de Abbas al Líbano busca reforzar su presencia simbólica en la diáspora, no para defender el derecho al retorno o apoyar a los refugiados y sus derechos confiscados (¡Dios nos libre!), sino para imponer su dominio sobre los campos y evitar cualquier movilización popular palestina fuera del paraguas de Oslo. Para ello, recurre a los mismos fantasmas de siempre: «desarme» y «respeto a las leyes libanesas» —que, por cierto, no respetan los derechos de los refugiados palestinos en el Líbano—.
Filtraciones indican que la Autoridad presionará para fortalecer la «coordinación de seguridad con el Estado libanés» bajo el pretexto de «evitar el caos», «combatir el terrorismo» y «desarmar» a la resistencia, el mismo lenguaje utilizado por la entidad sionista para justificar sus crímenes. Nadie crea que los palestinos en el Líbano se oponen a la regulación de las armas en los campos; el caos no lo genera la resistencia, sino facciones y bandas al margen de la lucha nacional. Hablar de «seguridad en los campos» es una verdad a medias que esconde un objetivo claro: convertir al refugiado palestino —y a su existencia misma— en un «expediente de seguridad».
La visita ocurre en un momento en que los refugiados palestinos en el Líbano (entre 470.000 y 480.000 personas en 12 campos) enfrentan condiciones económicas y sociales extremadamente duras, agravadas por leyes discriminatorias que les impiden poseer propiedades o trabajar en decenas de profesiones. Privados de sus derechos civiles y humanos más básicos, viven en condiciones habitacionales y sanitarias deplorables, en campos superpoblados y abandonados.
El recorte de servicios de UNRWA, la falta de apoyo árabe, la debilidad de las facciones palestinas y la fragmentación de las instituciones nacionales han exacerbado las crisis, convirtiendo los campos en caldo de cultivo para la pobreza, el desempleo, la miseria y —también— las drogas. En lugar de ser una oportunidad para unir esfuerzos contra estas políticas injustas, la visita busca consolidar el control sobre los campos, ignorando el sufrimiento de sus habitantes y sus demandas de dignidad, derechos civiles y servicios sociales, y —sobre todo— su legítimo derecho a continuar la lucha por la liberación y el retorno.
El ambiente popular en los campos libaneses no da la bienvenida a esta visita. Sus habitantes, que han pagado un alto precio en sangre y derechos, sufren diariamente y saben que Mahmud Abbas no lleva consigo un proyecto nacional unificador, sino que busca revalidar su liderazgo desacreditado a través del Líbano, quizá como preparación para una etapa «post-Gaza» donde intentará monopolizar la representación palestina en cualquier futuro acuerdo.
En los últimos meses, especialmente tras el 7 de octubre de 2023, ha crecido notablemente la actividad política, popular y militar en la diáspora, demostrando que el control del equipo de Abbas sobre la decisión palestina ya no es absoluto. Una nueva generación, criada en el exilio, se identifica fuertemente con la batalla «Diluvio de Al-Aqsa» y las causas de su pueblo, y —ante los crímenes sionistas diarios— está aprendiendo a rechazar y resistir.
En resumen:
La visita de Mahmud Abbas al Líbano no es un mero protocolo, sino un paso calculado dentro de un proyecto para contener y domesticar políticamente a la diáspora palestina. Es parte de una estrategia para revivir una autoridad colapsada y deslegitimada, apelando a apoyos regionales e internacionales, nunca a un proyecto nacional genuino de rescate y unidad.
Las fuerzas y figuras nacionales palestinas en el Líbano y fuera, junto a los movimientos juveniles, estudiantiles y feministas en la diáspora, deben alzar la voz, rechazar esta visita, exponer sus objetivos y proponer una alternativa nacional que devuelva la palabra definitiva al pueblo. Participar en el recibimiento del «presidente palestino» significa legitimar a una autoridad subordinada a la economía y los aparatos del enemigo sionista, que rechaza soluciones nacionales y negocia los derechos del pueblo palestino.