Visibilidad sin voz

 

Desde que tengo memoria me han repetido una frase como si fuera mantra, consejo o condena: “Si trabajas duro, todo se puede”. Lo escuché de maestros, de políticos, de motivadores de YouTube y hasta de jefes con oficina alfombrada. Y claro, suena bonito. Hasta que una empieza a preguntarse: ¿Todo se puede… para quién?

Porque hay un pequeño detalle que casi siempre olvidan mencionar: el esfuerzo no cambia el color de piel. No borra tus rasgos, no alisa tu historia, no te devuelve el privilegio que nunca tuviste. Puedes estudiar, ser puntual, disciplinada, tener tres títulos y hablar dos idiomas, pero si eres negra y naciste en el norte de México, te toca remar más hondo. Y, a veces, con el remo roto.

A mí me ha pasado de todo. He estado en mesas donde se habla de inclusión, pero soy la única persona afromexicana. Me han dicho “no pareces de aquí” como si fuera un halago. Me han pedido bajar el tono cuando hablo fuerte, pero celebran cuando un hombre blanco levanta la voz. Me han ofrecido “visibilidad” sin voz, “representación” sin decisión. Y claro, todo con una sonrisa, porque el racismo moderno ya no grita: susurra.

El problema no es solo que nos pidan el triple para llegar a donde otros nacen. El problema es que, cuando lo logramos, nos exigen gratitud eterna. Como si el espacio que ocupamos nos lo prestaran por buena conducta. Como si no fuera fruto de una lucha personal y colectiva. Como si no fuera nuestro por derecho propio.

Y luego vienen las frases que quieren sonar profundas: “el talento no tiene color”, “lo importante es lo que llevas dentro”, “todos somos iguales”. Qué fácil es decir eso cuando tu color nunca ha sido un obstáculo. Qué fácil es hablar de igualdad cuando nunca te han seguido en una tienda, dudado de tu cargo o corregido tu manera de hablar “porque no parece profesional”.

Yo no quiero un trato especial. Quiero un trato justo. Quiero que se valore lo que hago sin tener que justificar mi existencia. Quiero que las niñas afromexicanas que crecen en Chihuahua sepan que no tienen que cambiar su cabello, su voz, su historia ni su acento para tener un lugar. Porque no, la piel no se blanquea con esfuerzo. Y tampoco debería hacerlo el currículum.

Lo que sí cambia con el esfuerzo —con el verdadero— es la estructura. Cambia cuando incomodamos. Cuando ocupamos espacios con dignidad. Cuando denunciamos. Cuando tejemos redes entre nosotras. Cuando dejamos de agradecer migajas y empezamos a exigir banquetes. Porque sí, merecemos estar, pero también merecemos decidir. Hay quienes aún creen que hablar de racismo es exagerar, victimizarse, dividir. A ellos les digo: el silencio también divide. Y el racismo no necesita gritos para funcionar, le basta el silencio de los que lo permiten. Nosotras ya no estamos para callar.

A mí me costó entender que no tenía que demostrar nada. Que ser yo, negra, afromexicana, del norte y orgullosa, ya era suficiente. Que no vine a encajar en moldes ajenos, sino a romperlos. Y que mi historia no es una excepción: es una realidad compartida por miles.

Así que no, el esfuerzo no blanquea la piel. Pero la piel no necesita blanquearse. Lo que necesita es respeto. Lo que necesita es justicia. Y eso, aunque les incomode, también se exige.

Ángeles Gómez

Fundadora en 2014 de Ángeles Voluntarios Jrz A.C. dedicada al desarrollo de habilidades para la vida en la niñez y juventud del sur oriente de la ciudad. Impulsora del Movimiento Afromexicano, promoviendo la visibilización y sensibilización sobre la historia y los derechos de las personas afrodescendientes en Juárez


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *