Miles de años de batallas sangrientas, de disputas ideológicas y debates filosóficos, le han costado a la civilización humana hasta alcanzar la comprensión material de su propia existencia, de su propia capacidad de transformar el mundo: Humanizarlo.

Durante al menos dos mil años resultó una herejía inaceptable cuestionar los modelos elitistas-aristotélicos. Alcanzar la comprensión suficiente que permitió dar con la teoría del valor-trabajo, erigirse sobre las apariencias para desentrañar la enajenación reificante que reina despóticamente sobre la producción general de bienes y mercancías, y sobre la voluntad individual.

Pero ahora que las contradicciones se expresan como crisis genético-estructural del sistema de producción, resultado de la apropiación privada de la riqueza socialmente producida, y de la naturaleza, cuando las fuerzas productivas (los hombres sometidos al mecanismo maquinístico-gran industrial y los medios de producción) y el régimen de propiedad encuentran su límite objetivo en las relaciones de producción, lo que tenemos frente a nosotros es un horizonte inhumanista.

La respuesta de las oligarquías tecnofascistas no solo es transhumanista sino una «nueva» respuesta burocrático-oligárquico-tecnofascista, radicalmente contrarrevolucionaria, no solo irracionalista, sino amoral-militarista. Una nueva clase de «intelecto general» suprahumano. Tratamos con  un «animal» de otra naturaleza. No es el programa eugenésico-superhumano, sino su consumación no-humana.

El único horizonte tecnocrático capaz de salvar al capitalismo (o eso cree la burguesía mundial) es el apocalipsis humano. Esta es la pregunta más importante de nuestra era. La guerra «post» humana, no es solo una variable de ajuste, es el continuum inevitable, porque ¿qué es el trabajo humano frente al polifacético trabajador no-humano?

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