Editorial de la Unión Palestina de América Latina – UPAL
El reciente informe publicado por Al-Bawaba Al-Masriyya sobre “la presencia cristiana en Jerusalén”, con las declaraciones de Dimitri Dlianni, presidente del Movimiento Nacional Cristiano en Tierra Santa, no sólo documenta una realidad dolorosa, sino que denuncia una política sistemática de desarraigo y sustitución cultural. Jerusalén, la ciudad del espíritu y la promesa, vive hoy bajo un asedio que no distingue entre la cruz y la media luna, porque el objetivo final de la ocupación israelí es borrar todo lo que huela a Palestina.
El pueblo palestino cristiano no es un grupo religioso ajeno al entorno, sino el guardián más antiguo de la fe en la tierra donde nació Cristo. Desde las primeras comunidades de creyentes hasta los actuales habitantes de los barrios cristianos de la Ciudad Vieja, su presencia ha sido parte esencial de la identidad de Jerusalén. Cada piedra de sus monasterios, cada calle de sus antiguos mercados y cada iglesia levantada sobre siglos de oración, son testimonio de un cristianismo profundamente árabe y palestino, inseparable de la historia del lugar.
Porque en esa misma tierra, hace más de dos mil años, Jesucristo —palestino por nacimiento y espíritu— fue el primer mártir en defender la dignidad y los derechos humanos del pueblo oprimido. Su mensaje de justicia, igualdad y amor por los humildes continúa siendo una denuncia viva contra toda forma de ocupación, opresión y racismo. La cruz que cargó no fue sólo símbolo de sacrificio, sino de resistencia frente a la injusticia.
Pero hoy ese legado se encuentra bajo un cerco continuo. Las agresiones contra templos y monasterios, la profanación de tumbas, los ataques a clérigos y peregrinos, y la falta de justicia ante estos crímenes, revelan un intento deliberado de vaciar Jerusalén de su alma plural. A esto se suma la presión económica impuesta por las autoridades israelíes: impuestos abusivos, negación de permisos, restricciones a la movilidad y un ambiente de asfixia que obliga a muchas familias cristianas palestinas a emigrar. Cada familia que se va es una herida abierta en la memoria de la ciudad.
El desplazamiento forzado, el silencioso éxodo de los cristianos palestinos, no es un fenómeno casual: es el resultado directo de una política de ocupación que busca sustituir la historia con un relato artificial. Así, la Jerusalén de Jesús y de los profetas, la ciudad de las tres religiones, es empujada hacia una homogeneidad impuesta que contradice su esencia sagrada y universal.
La defensa del cristianismo palestino no es sólo un deber religioso, sino un acto de fidelidad a la verdad histórica. Proteger a los cristianos de Palestina es proteger a Jerusalén misma, su identidad humana, su diversidad y su alma. Es también una responsabilidad árabe y universal, pues el ataque a las iglesias y a sus fieles es un ataque a la humanidad entera y a la memoria compartida de los pueblos.
La cruz y la media luna, símbolos de fe y resistencia, se alzan hoy unidas frente a un mismo enemigo: la ocupación que pretende borrar la raíz palestina de Jerusalén.
Y esa unión —espiritual, moral y humana— es la que mantiene viva la esperanza de que la ciudad vuelva a ser lo que siempre fue: un hogar para todos los hijos de Palestina, sin exclusión ni sometimiento.
Unión Palestina de América Latina – UPAL
Por la defensa integral de la identidad palestina, en todas sus raíces y creencias.
13 de noviembre de 2025