Una fábrica de enfermedades: la industria alimentaria y farmacéutica

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Las grandes empresas farmacéuticas, las alimentarias, los médicos, los principales medios de comunicación y los gobiernos colaboran para enfermar a la población. Hacen falta más enfermos y, sobre todo, enfermos de larga duración, crónicos, como los diabéticos.

La obesidad en Estados Unidos es otro ejemplo. Era inexistente en los años cincuenta y ahora ha pasado a ser un problema para la mitad de la población. No es un fenómeno natural, sino fabricado. Es una destrucción sistemática de la salud porque está catalogada como una enfermedad, lo que conduce a la necesidad de tomar algún medicamento para adelgazar.

El niño medio de hoy en día come 100 veces más azúcar al día que hace cien años y se esconde en los alimentos procesados. El azúcar es más adictivo que la cocaína, por lo que se añade a la comida basura.

Por el contrario, la fibra ayuda a mantener un peso saludable y a reducir el riesgo de diabetes, enfermedades cardiacas y ciertos tipos de cáncer. Por eso ha desaparecido casi por completo de muchos de los alimentos que se compran en los supermercados. Según el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, sólo el 5 por cien de las personas consumen la cantidad recomendada de fibra al día.

Muchos alimentos procesados se deshacen inmediatamente en la boca. No tienen proteínas. No contienen agua. No hay fibra que los frene. Las papilas gustativas se ven afectadas y los centros de recompensa y motivación del cerebro se activan inmediatamente. Luego se produce un efecto secundario de dopamina cuando el cuerpo lo absorbe.

Han encontrado la forma de condicionar el cerebro para aumentar las ventas y las empresas alimentarias se han convertido en laboratorios de drogas.

El sistema sanitario interviene luego para tratar esas enfermedades y también obtiene enormes beneficios en el proceso. No se centra en la salud ni en la prevención. Sólo gana dinero cuando la gente enferma.

Un canal de televisión ha emitido un reportaje sobre la obesidad y todos los médicos que aparecen entrevistados reciben dinero de Novo Nordisk, el fabricante de los medicamentos que se anuncian en el programa. Ninguno de los médicos mencionó los graves efectos secundarios asociados a esos fármacos.

Las empresas farmacéuticas no sólo presiona a los espectadores sino también a las aseguradoras para que las pólizas cubran los medicamentos para adelgazar.

Por su parte, la industria alimentaria gana miles de millones de dólares vendiendo alimentos que se sabe que son tóxicos y venenosos, lo que hace que millones de personas enfermen y les receten más medicamentos.

Ni a la medicina moderna ni a nadie le interesa tratar las causas de ninguna enfermedad; sólo se ocupan de las consecuencias, de que haya una pócima milagrosa que la cure de una manera simple.

En Estados Unidos la mayor parte de las prestaciones del Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria, comúnmente conocido como “cupones para alimentos”, subvenciona la compra de comida basura, que es la más barata.

La publicidad del tabaco está prohibida, mientras que la de los alimentos procesados está omnipresente en todas las cadenas de televisión, dia y noche. Si en los paquetes de tabaco pone “El tabaco mata”, deberían hacer lo mismo con los donuts y las chuches.

En estas condiciones es difícil saber de qué hablan algunos cuando defienden la “salud pública”. Es posible que sólo quieran que la atención médica y farmacéutica sea gratuita. Pero además de eso, la salud pública es una política sanitaria diferente de la actual, no volcada en la enfermedad, sino en su prevención.

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