Fuente: https://kaleidoskopiodegabalaui.com/2020/03/22/una-bofetada-de-realidad/
A las crisis no les gustan las florituras. Hacen visible lo superfluo y resaltan lo imprescindible. La actual pandemia del COVID-19 convierte las reivindicaciones neoliberales en simple cháchara, alejada de la realidad y del bien común, y desvela lo que era evidente. En una situación de crisis sanitaria lo único importante es que el sistema sanitario esté preparado para abordarla. Esto implica que uno no aborda las crisis sino que se prepara previamente para este abordaje. La OMS ha advertido de la posibilidad de epidemias mundiales desde hace décadas pero las tesis neoliberales, basadas en el recorte de costes y el aumento de beneficios, han ido erosionando la capacidad de los servicios públicos en los países occidentales para enfrentarse a situaciones de riesgo sanitario. En el mundo feliz occidental estas epidemias eran cosa de otros países y nuestra mayor preocupación estaba en las cotizaciones de la bolsa.
Es muy probable que a nivel personal la vivencia de una situación tan crítica, que ha dado la vuelta a nuestras rutinas y modo de vida, nos haga más conscientes sobre el riesgo real de sufrir epidemias [y añadiría otras catástrofes naturales relacionadas con el cambio climático], y nos obligue, al igual que al sistema sanitario, a adoptar medidas de prevención y prepararnos para el futuro. Pero, desgraciadamente, dudo que esto nos sirva como sociedad para que reflexionemos, cuestionemos y modifiquemos un sistema económico que, hace tiempo, nos transformó en consumidores o clientes. Me baso en que la excepcionalidad que vivimos es exclusivamente propia de los países occidentales. En aquellos países que han vivido epidemias nada cambió excepto que están mejor preparados para afrontarlas. Hong Kong sufrió el síndrome respiratorio agudo severo (SARS) en el año 2002, con cuarentenas, confinamientos y medidas de prevención extremas, y posteriormente siguió siendo la megalópolis ultracapitalista que era.
En los países occidentales nos habíamos olvidado de la letalidad de las epidemias. El COVID-19 es una bofetada de realidad. Nos obliga a salir del mundo ficticio acomodado y mirar de frente a la posibilidad de morir casi sin darnos cuenta. La sensación de irrealidad que se vive en ciudades como Madrid nos acerca mínimamente a las distopías que devoramos en las series de las plataformas de entretenimiento. Una ciudad vacía y silenciosa donde las sombras que se mueven solitarias se convierten en amenazas. Miles de personas recluidas en sus casas. Miles de confinadas en sus habitaciones. Miles de ingresadas. Miles de muertas. Una realidad que nos enseña que lo que poseemos se escapa entre los dedos de las manos. Una realidad que nos desvela que nos han cambiado las prioridades de tal manera que las mayores perjudicadas somos nosotras. Deberíamos dinamitar el sistema pero nos quedaremos con las críticas partidistas, cínicas e intempestivas que estamos acostumbradas a hacer.
El sistema sanitario público tiene que fortalecerse y prepararse para las próximas crisis que vamos a sufrir. Y para eso no estaría de más que los países occidentales aprendieran de los países asiáticos. Se debe aprender de aquellos que tienen más experiencia. Así las mascarillas llegan para quedarse. Dejarán de ser un elemento exótico de las turistas asiáticas y formarán parte de nuestro vestuario. La naturaleza ha llamado a las puertas de la Unión Europea y nos ha hecho conscientes de cómo un virus [u otras catástrofes venideras] puede cambiar nuestra vida en cuestión de días. En otros países, arrasados por los desastres, son conscientes de ello desde hace décadas. Lo han sufrido con mucho coste. Lo que pensábamos que no nos afectaba, de repente, se nos ha aparecido como un problema del que nadie puede escapar y, paradójicamente, los países que se consideran menos desarrollados, según los criterios mercantilistas occidentales, serán los que mejor estén preparados.