Fuente: La Jornada/Eric Nepomuceno 05.04.2020
Es que afirmé que el ultraderechista brasileño Jair Bolsonaro era el único mandatario del planeta que desoía y despreciaba las orientaciones de la Organización Mundial de Salud, de científicos, investigadores, especialistas, de toda y cualquier lógica y raciocino, y no es verdad.
Alexander Lukashenko, dictador de Bielorrusia, dice que no hay que cambiar nada de lo cotidiano, y por eso determinó que todo siga igual. Combatir el coronavirus es sencillo, explicó: basta con hacer sauna y beber vodka.
Ya Gurbanguly Berdimuhamedow, mandatario de Turkmenistán, adoptó una decisión bastante más radical: prohibió expresamente que se pronuncie o escriba la palabra coronavirus.
Bolsonaro, por tanto, no está totalmente aislado en el mundo. Para hacer coro a sus dos colegas, en la noche del jueves pidió a los 210 millones de brasileños que celebren un día de ayuno absoluto, invocando la altísima protección del dios santísimo.
Fue la menos nociva de todas sus manifestaciones relacionadas con la pandemia, que se expande por Brasil a velocidad vertiginosa.
El pasado viernes se informó oficialmente que en una semana el número de muertes creció 290 por ciento. Y también se reiteró que el número oficial de contaminados, 9 mil 56, debe ser encarado con cautela: faltan los resultados de otras 32 mil pruebas realizadas.
Lo que más asombra y preocupa en Brasil es la conducta errática e irresponsable de Bolsonaro en las pasadas dos semanas, precisamente el periodo en que la pandemia avanzó con fuerza. Como si nada de extraordinario estuviese ocurriendo (en la noche del viernes el número oficial de víctimas fatales llegó a 359, con la advertencia de que había un gran número de pruebas en espera de resultado), Bolsonaro se mantiene firme en su posición de abrir guerra contra todo y todos que defienden lo que determinan los médicos, o sea, el aislamiento social y la suspensión de una amplísima serie de actividades.
Sigue estimulando a la población a salir a las calles y dijo tener listo un decreto determinando la suspensión de la cuarentena en todo el territorio nacional. Y dejó entredicho que evalúa la posibilidad de llevar tropas a las calles
si tal decreto no es respetado.
La única consecuencia de esa conducta sin otra explicación que la profundísima ignorancia del tosco mandatario, sumada al evidente cuadro de total desequilibrio emocional (para decir lo mínimo) de que siempre padeció, es que Bolsonaro logró aislarse dentro de su mismo gobierno.
Luiz Henrique Mandetta, ministro de Salud, se mantiene en su puesto, pese a haber sido contrariado y criticado públicamente por el presidente (un médico no abandona a su paciente
, justificó). Y cumple con rigor el protocolo recomendado por la Organización Mundial de Salud, y aplicado por todo el mundo (con las dos excepciones aberrantes mencionadas al principio de este texto).
Dos estrellas del gobierno, Paulo Guedes, el ex funcionario de Augusto Pinochet que ocupa el Ministerio de Economía para imponer su neoliberalismo ultrafundamentalista, y el de Justicia, Sergio Moro, el ex juez totalmente manipulador y parcial que condenó a Lula da Silva sin prueba alguna a la cárcel y propició la elección de Bolsonaro, respaldan a su colega de Salud.
Ya antes los presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado se habían manifestado ampliamente en favor al ministro Mandetta. Hasta el vicepresidente, el general retirado Hamilton Mourão, defiende aislamiento y cuarentena.
El presidente está cercado de militares retirados y en activo, cada uno más reaccionario que otro. Son, en todo caso, lúcidos y se dieron cuenta del absurdo que ocupa la presidencia.
Como quedó evidente que nadie es capaz de solamente con consejos y advertencias pararle la mano a un desvariado Bolsonaro, decidieron que Walter Braga Netto, el general en activo que (vaya paradoja típica de ese gobierno) ocupa la Casa Civil de la presidencia, pase a ser el coordinador de las acciones de combate al coronavirus.
En términos reales, eso significa estar a la cabeza de las decisiones que deben tomarse, relegando Bolsonaro a sus explosiones de desequilibrio.
Aislado en su laberinto, el patético presidente cuenta con el sólido respaldo del trío de hijos que actúan en la política. Uno de ellos, Carlos, es concejal municipal en Río pero ocupa despacho en el palacio presidencial. Del trío, es el más hidrófobo. Cariñosamente, el papá presidente lo llama por “ mi pitbull”. Es quien comanda el gabinete del odio que orienta al padre.
Lo que nadie sabe es cuándo ese esperpento dejará su laberinto rumbo al callejón sin salida de un autogolpe, o alguien adoptará la única decisión sensata posible: catapultarlo de una vez y para siempre del sillón presidencial.