Un gesto viral contra un mal vírico

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/un-gesto-viral-contra-un-mal-virico                                                                                                           Eduardo Vega                                                                                                          20/03/2020

Fotografía: Esperanza Escribano

Hablando con algunos conocidos vía RRSS -algo que estamos haciendo mucho más en los últimos días-, criticaban una especie de hipocresía social generalizada con los aplausos desde balcones, ventanas y patios en las ciudades españolas, en estos días de cuarentena. Defendían, no sin cierta razón, que no se podía votar por partidos políticos que defienden en sus programas la privatización de la sanidad pública -en cualquiera de sus fórmulas-, y luego salir a aplaudir la labor que los y las profesionales de la sanidad están realizando estos días con valentía y determinación. En el reverso de esta idea, sin embargo, se esconde algo ciertamente perverso: sólo los votantes de partidos progresistas son los verdaderamente capacitados para aplaudir; los otros aplausos tienen menos valor al ser moralmente ambiguos.

Este razonamiento, prematuro y visceral, tiene algo de cierto. Es una contradicción evidente de la masa de votantes que arrastran estos partidos a las urnas, pero la realidad es un poco más compleja y sostengo que es muy importante salir a aplaudir a la calle, quizás el gesto colectivo más amable que estamos viendo estos días por su calado y significación en lo que a los cuidados a gran escala supone, y también aglutinante de reivindicaciones menos masivas pero no por ello faltas de legitimidad, como la cacerolada al Borbón coincidiendo con su discurso del pasado miércoles 18. Además, no debemos olvidarnos de otros gestos a pequeña escala, desde cantarle el cumpleaños feliz a una anciana sola, hacer un bingo con los vecinos desde el balcón, saturar el sistema de donación de sangre, el programa de voluntariado de la Comunidad de Madrid o prestar todo tipo de servicios profesionales de manera gratuita durante estos días de excepcionalidad.

Pero ¿por qué es tan importante este gesto? Para la Generación del Milenio -Generación Y- a la que pertenezco (o, al menos, para las generaciones que se han criado en un mundo posterior a la caída del Muro de Berlín), existen ya tres acontecimientos históricos que han marcado nuestras vidas de manera irremediable. Los atentados terroristas del 11 de Septiembre de 2001, la Crisis Económica Mundial de 2008 y, ahora, la Crisis provocada por el virus “COVID 19” (entiendo que, a día de hoy, todavía haya gente que albergue dudas sobre la dimensión de este acontecimiento, pero según van pasando los días se va viendo el hondo calado de las consecuencias sociales, políticas y económicas del mismo. Confinamiento de al menos 15 días, despidos, ERTE’s…en definitiva, la vida en suspenso).

Estos tres acontecimientos tienen dos características comunes en un contexto muy concreto. En primer lugar, y quizás el más importante, destaca su invisibilidad. Es bastante sintomático que, la generación que se ha criado en la Sociedad del Todo Visible (video vigilancia, redes sociales, realidad virtual, realidad aumentada, smartphones, tecnología GPS, drones civiles y militares, escándalos de vigilancia masiva por países fuera de la ley…), haya sufrido sus shocks traumáticos de mayor calado a partir de acontecimientos que se gestaron desde la incapacidad de ser vistos, en “un gran fuera” del campo visual, en la oscuridad. El 11/S fue un atentado preparado en la esfera social y territorial de lo que conocemos como “Occidente desarrollado”. Los terroristas no sólo estuvieron camuflados entre “nosotros/as”, sino que aplicaron una serie de lógicas espectatoriales que demuestran un exhaustivo conocimiento del patrón visual de nuestro tiempo. Por su parte, la Crisis Económica de 2008, fue el resultado y desbordamiento de años de sobrecrecimiento y potenciación de una economía irreal, ficticia y profundamente especulativa. Y, por último, la Crisis del Covid 19, que se ha propagado hasta el carácter de pandemia mundial por todo el planeta, recordando la naturaleza silenciosa e invisible de los virus. Una amenaza microscópica, que no puede ser vista y que anida en el cuerpo, siendo conscientes de ella más por sus síntomas que por la posibilidad de mirar al virus.

En segundo lugar, la otra característica de estos acontecimientos es la espectacularización de los mismos. Quizás el 11/S y la Crisis del COVID 19 sean los ejemplos más evidentes. El 11/S fue un atentado pensado y ejecutado para ser espectacular. Causar el mayor número de muertes, sí, pero con cobertura televisiva mundial y en directo. El posterior derrumbe de las torres del World Trade Center ayudó a lo uno y a lo otro. El COVID 19 nos está dejando imágenes espectaculares como calles, plazas y grandes avenidas totalmente vacías. Como si la profecía de la película más apocalíptica se hubiera cumplido. Nadie pasea por Venecia, Florencia o Milán; Wuhan, con 11 millones de habitantes confinados en sus casas gritando casi al unísono “Vamos Wuhan”. La Crisis Económica de 2008 dejó en nuestra retina imágenes totalmente opuestas a las que vemos estos días; millones de personas echándose a las calles en protesta del nuevo marco político y económico impuesto aprovechando el shock provocado por el desplome bursátil a nivel mundial o el quiebre de empresas como Lehman Brothers.

En definitiva, tres asesinos invisibles (terrorismo internacional, especulación económica y viralidad), que terminan deviniendo en visibles a través de acontecimientos espectaculares y sus repercusiones alteran nuestro modo de vida. El 11/S supuso una pérdida de derechos y libertades civiles, así como de privacidad y la progresiva implantación de un modelo securitario de gestión de la vida.

El momento de excepcionalidad al que nos abocaron y abocan estos asesinos invisibles, suelen estar acompañados por estados de paranoia colectiva, apocalíptica y conspiranoica. En realidad, esta reacción tiene todo el sentido si se contempla en la ya mencionada Sociedad del Todo Visible. De un lado, la pulsión del querer siempre ver más allá -de lo que se nos cuenta, de lo que nos cuentan los medios oficiales-; y, como consecuencia de este, su reverso: la pulsión de sospecha sobre lo que no es mostrado, sobre lo que no nos dejan ver.

Quizás el hito fundacional de estos sentimientos colectivos sea la Comisión Warren, que investigó el macabro asesinato de John Fitzgerald Kennedy en 1963 y que dio pie a numerosas teorías. Lo cierto es que estas teorías se han ido multiplicando con el paso de los años, algunas son rocambolescas e inofensivas -Reptilianos, Illuminati, canciones de rock que, al sonar al revés se tornan en satánicas y que de manera tan excelente recreó Alex de la Iglesia en “El Día de la Bestia” (1995)-, pero otras son de mayor calado y peligrosidad, desde el negacionismo científico, la Teoría de la Evolución de las Especies defendida por el actual Vicepresidente de los EEUU, Mike Pence; pasando por el Cambio Climático y la ira desatada hacia activistas de cabecera del movimiento como la adolescente Greta Thunberg o el terraplanismo, hasta la fobia de la extrema derecha patria contra George Soros, cara visible de una especie de confabulación mundial por la “dictadura progre” de lo políticamente correcto vía ONG’s y la “ideología de género”.

Este tipo de confabulaciones, como vemos, más o menos extendidas, más o menos peligrosas, tienen un riesgo intrínseco y es que todas, en mayor o menor medida, fomentan la sensación de estar sojuzgados/as por una suerte de fuerzas invisibles que manejan los hilos contra la población y contra las que nada se puede hacer y, en el caso de poder hacerse, se exige la aceptación casi dogmática de un “credo de la paranoia”. Y, precisamente, no hay un generador de fuerzas más atomizante, individualizador y, por lo tanto, reaccionario que el de la conspiración, sea de la naturaleza que sea.

Existe muy poca distancia en el camino entre las estructuras cognitivas del paranoico medio con las del modelo neoliberal que defiende el ‘sálvese quien pueda’. Ambos recorren caminos similares para llegar a la misma conclusión. En el mejor de los casos, el aplauso y demás gestos colectivos, sólo pueden suponer un alejamiento de las tendencias conspiranoicas propias de este tipo de acontecimientos, reforzándonos en el sentimiento de pertenencia a una colectividad, amplia y diversa. En el peor, asumiendo que de manera irremediable vamos a convivir con los miedos paranoicos operando en nuestra realidad, el aplauso será la materialización de que la partida por una salida a la crisis en común, no se ha perdido. En ambos casos, este gesto ejercerá a la vez como dique de contención ante los citados miedos y como fuerza de empuje que haga ganar terreno a lo imposible sobre lo posible.

El reforzamiento de lazos comunitarios se vuelve ahora más importante. Si el resultado del 11/S y de la Crisis de 2008 pueden ser resumidos con un concepto: recortes -de derechos laborales, y calidad de vida, de derechos y libertades civiles-, la del COVID-19 debería resolverse con el fortalecimiento de una de nuestras condiciones humanas más básicas: ser seres sociables. Evidentemente, el aplauso de la tarde y el bingo comunitario son ejemplos potentes de qué poder hacer estos días, pero no los únicos. Hay que seguir empujando para que la salida de esta crisis se resuelva en favor de las mayorías sociales porque no sólo vivimos de gestos, pero es indudable que estos son vitales para dotar de sentido y llenar de contenido nuestra realidad.

es licenciado en Historia y doctorando en Comunicación por la Universidad Carlos IIIº de Madrid

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