Fuente: https://www.telesurtv.net/opinion/Un-agrio-bautismo-para-la-aldea-global-20200403-0041.html?utm_source=planisys&utm_medium=NewsletterEspa%C3%B1ol&utm_campaign=NewsletterEspa%C3%B1ol&utm_content=39 Juan Manuel P. Domínguez 3 abril 2020
El mundo, cada vez más rápido, se definió a través de los ojos de Occidente, como la extensión final y definitiva de la era de la colonización.
Herbert Marshall McLuhan, filósofo y teórico de la comunicación canadiense, desarrolló el término «aldea global» en el transcurso del siglo XX para describir un mundo donde los avances tecnológicos en el transporte y las telecomunicaciones acortan las distancias y acercan a la población, que lo podríamos considerar una aldea, es decir, una comunidad donde todos están interconectados y donde casi no hay espacios desconocidos todavía sin descubrir.
Poco después, el término «globalización» se utilizó para describir un proceso acelerado en el que el predominio de la identidad cultural occidental se cruzaría con el resto de las culturas y los pueblos del mundo. El mundo, cada vez más rápido, se definió a través de los ojos de Occidente, como la extensión final y definitiva de la era de la colonización. Esta «aldea global» «globalizada» parece ser la instancia histórica en la que Covid-19 parece abrir, a través de su letal presencia, una nueva era en nuestra historia.
El Covid-19 llega en un momento de plena hegemonía del neoliberalismo en el mundo. no importa cuánto quieran asustarnos demonizando a Norcorea, a Irán o a la Venezuela revolucionaria. La estructura de poder mundial actual se define por los parámetros neoliberales de un sector de capital concentrado, anónimo y agresivo, que impone su voluntad en estados muy debilitados, ayudados por una red de medios monopólicos que utilizan múltiples dispositivos para disolver todas las formas de construcción de resistencia colectiva. Este capital transnacional y anónimo (o una mezcla de celebridades bizarras y personajes que son reacios para darse a conocer), ha creado una red efectiva de intereses en todo el planeta, sembrando, desde las diferentes redes de creación de significado (redes sociales, TV , radios, grandes redes de iglesias) la idea de la acumulación desigual de capital, la dominación patriarcal y el consumo sin restricciones, como tres factores esenciales para la realización de la vida humana. El negocio del fútbol, un fenómeno que está densamente internalizado en nuestra vida cotidiana, es un fiel exponente de eso. Durante años hemos visto cómo este negocio puede cambiar para siempre la realidad financiera de una persona de bajos ingresos, de una manera que sería imposible de hacer por otros canales dentro del juego capitalista. Los sueldos enormes y un tanto surrealistas de los jugadores de fútbol muestran cómo el sistema, a través de diferentes canales, instaura el concepto de hiper-riqueza y lo regula constantemente.
Por supuesto, estos jugadores de fútbol no son los grupos concentrados de capital capaces de asustar, desestabilizar o incluso derrocar a los gobiernos a través de los medios de comunicación, la acción política, o la acción judicial (porque sabemos que cada día necesitan menos golpes de estado armados). Sin embargo, los jugadores de fútbol, los actores de Hollywood, los presentadores de televisión, funcionan como agentes simbólicos para consolidar el concepto de desigualdad como un elemento esencial de la naturaleza de nuestras sociedades. Por lo tanto, las élites financieras operan ante una mirada global que fue en parte seducida y en parte atada, para no poder boicotear el sistema.
Es en este escenario dominado y amenazado por estas élites que aparece Covid-19. Y es ante esta situación de aniquilación y muerte masiva que no ocultan su desprecio por las vidas de aquellos con quienes conviven en este mundo. Ni por los estados que intentan tomar cartas providenciales en el asunto. En un momento de muerte inminente, el capital muestra de manera abierta su irracionalidad, histeria y egoísmo. Si bien Brasil es el ejemplo más patético de esto (con un presidente que contradice a sus própio ministro de salud y llama al coronavirus de “gripecita”) la situación se repite, en mayor o menor medida, en todas partes del planeta. No parece casualidad que, tres líderes políticos que en el continente americano tenían actitudes similares de desprecio por la gravedad de la situación: Donald Trump, Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera, fueran al mismo tiempo los máximos representantes de la ideología neoliberal en la región.
Quienes poseen la mayor riqueza acumulada están en silencio o pidiendo un gran sacrificio de vidas humanas, para no detener la gran máquina de producir desigualdad. El sistema está desnudo, ya no es posible ocultar su realidad fatal con alienación cultural. Sabemos que en este momento, la máquina neoliberal está inmovilizada por el presencia del coronavirus, lo que nos da, tal vez, más tiempo para analizarla antes de que intente nuevamente practicar una mutación. Es hora de escribir sobre las consecuencias del neoliberalismo, de mostrarlo, desnudo como está, en toda su anatomía. Es hora de inaugurar debates sobre su funcionamiento, sobre sus mecanismos y sub mecanismos más ocultos e insondables. La miseria que ya ha producido está ahí, justo ante nuestros ojos. Solo que ahora, la certeza de que ese capital acumulado podría salvar vidas de inmediato comienza a generar cierto desconforto. En España, ya hay solicitudes viralizadas en Internet para que personas de la clase frívola (jugadores, actores y presentadores) hagan donaciones mínimas a los hospitales que hoy en día no pueden resolver por si solos la situación de tantos infectados que llegan de forma masiva. «¿Cómo reaccionar ante los actores que dedican tantos minutos a dar discursos de buena moral en la entrega de premios y hoy permanecen en silencio ante la desesperación de tanta gente?» Se preguntan algunos españoles.
Las personas no se ven obligadas a ir a trabajar para mejorar sus opciones frente a la realidad manifiesta. Van a trabajar para que el sistema no eleve sus niveles de miseria (ya vergonzoso en sí mismo) hasta el punto de hacerlo intolerable. Vídeos publicados recientemente por usuarios de Twitter muestran a los trabajadores de la ciudad de Nueva York, la ciudad más afectada del mundo, utilizando el metro masivo para realizar su trabajo. En las imágenes, se puede ver que la mayoría de ellos son de ascendencia africana, arriesgando sus vidas para mantener los «servicios esenciales» trabajando en la ciudad donde todavía existe el mayor emporio financiero del mundo, el temible «Wall Street».
Después del HIV, por primera vez en nuestra historia nos enfrentamos a un fenómeno que trasciende todas las fronteras y no dejará un lugar en el mundo para protegerse. Por primera vez, hablamos sobre los sistemas de salud en todo el planeta y la necesidad de cambiar un poco el juego de distribución de ingresos. La diferencia con el HIV (que rápidamente se convirtió en un virus estigmatizante en una sociedad estigmatizadora) es que el coronavirus no nos brinda una ruta de escape segura (como sería el cuidado con la transmisión de líquidos en el caso del HIV). El Covid-19 funciona como una especie de ruleta rusa. Incluso cuando ya sabemos cómo identificar los grupos de riesgo, el patrón de vulnerabilidad inmunológica que haría que la infección sea mortal sigue sin estar claro.
Esto, que sin duda será un fenómeno histórico fundamental de nuestro tiempo, es quizás también el bautismo de una nueva era. Tenemos que descartar el guión de Hollywood para este tipo de catástrofe: ciertamente no culminará en un discurso emotivo del Presidente de los Estados Unidos y con todos nosotros, tomados de la mano, asintiendo y culpándonos por haber perdido la fe en nuestro querido patriarca. No, ese no será el final de esta película. Las voces críticas para este mundo están cada vez más presentes en las redes sociales y los medios alternativos. La esperanza es que la crisis haga de estas voces cada vez más influyentes en los corazones de muchas personas, de muchos cuerpos que hoy no tienen el privilegio de protegerse con precaución dentro de sus hogares. El capitalismo neoliberal finalmente queda inmovilizado por el virus, y no parece estar demasiado preocupado por salvar las vidas de los más marginados, que todavía se sacrifican más que nadie hoy en día para que el sistema no deje de funcionar.
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