Fuente: Umoya num 105 4º trimestre 2021 Gerardo González
Umoya: 30 años de compromiso combativo
El 1 de octubre de 1991 Umoya entró de puntillas en el reducido grupo de las publicaciones en España con temática africana. La fundó el Comité de Solidaridad con el Zaire y África Central, denominado después Comité de Solidaridad con el África Negra. Cuatro meses antes, el 10 de junio, el Comité publicó Tam-Tam, subtitulado Boletín informativo sobre Zaire. Lo hizo con sencillez, pero con la convicción de que no se podían cruzar de brazos ante
la explotación que padecía el África subsahariana, llevada a cabo por las potencias occidentales para mantener su nivel de desarrollo y de consumo desaforado.
Los tres pilares en que se ha basado la trayectoria de la revista son muy claros: tomar conciencia, reflexionar y denunciar. Se adoptaron estos planteamientos porque los comités eran -y son- muy conscientes de que una de las actitudes más perversas sobre lo sucedido en los Grandes Lagos y en la propia República Democrática de Congo ha sido el silencio. Más aún, con este silencio cómplice se pretendió soslayar y eliminar la responsabilidad directa de los grandes grupos financieros en un conflicto, cuyo gran perdedor ha sido el pueblo congoleño.
En su primer número marcó el objetivo de la publicación: “Acercar a nuestra sociedad las realidades, anhelos y exigencias de los pueblos empobrecidos en el África subsahariana. Tratamos de combatir, en lo posible, el olvido y la desatención de los medios de comunicación tradicionales”.
Se quería informar sin componendas y a lo claro sobre el continente africano. Esto implicaba tomar conciencia de las situaciones de empobrecimiento y violación de los derechos humanos, reflexionar sobre las causas que las provocan, denunciar a los ejecutores de tanta barbarie y promover acciones concretas para acabar con tanta injusticia.
Por eso, Umoya denunció reiteradamente el asalto a los recursos congoleños y, sobre todo, el desastre desencadenado a partir del otoño de 1996,cuando Mons. Christophe Munzihirwa, arzobispo de Bukavu, fue asesinado por soldados ruandeses de Paul Kagame. Fue un crimen perpetrado para silenciar la voz de un clarividente e indomable prelado congoleño que había
denunciado ya, incluso ante las cancillerías occidentales, lo que se estaba tramando en el noreste de la República Democrática de Congo. No le hicieron caso, porque ello suponía desmantelar el operativo creado para expoliar los recursos congoleños.
Muy pronto Umoya demostró que las mayores atrocidades que se estaban cometiendo entonces en África se producían en la zona de los Grandes Lagos y especialmente en el noreste de la República Democrática de Congo. Allí se estaba produciendo -y se sigue produciendo- el mayor foco de conflictos del mundo, promovido o azuzado por las potencias occidentales con la mirada
puesta en la explotación del coltán (acrónimo de columbio-tantalio) y los diamantes de la región. Se sirvieron de Uganda y de Ruanda para este nuevo saqueo al Congo. Además de la rapiña de los minerales, las incesantes guerras han dejado más de cuatro millones de muertos -y otros tantos millones de refugiados y desplazados- ante la pasividad de la comunidad internacional. Nunca un conflicto había producido tantos muertos en un país desde la II Guerra Mundial, ni tampoco nunca se había informado
menos sobre una hecatombe humana.
La solidaridad de Umoya en sus tres décadas de existencia con el pueblo congoleño se ha basado desde el número 1 en un compromiso activo. Por eso, apoyó el nacimiento de una sociedad civil combativa, basada en la defensa de los derechos humanos, en la que han participado de una forma valiente y ejemplar las mujeres congoleñas.
El compromiso de los Comités de Solidaridad con el África Negra ha hecho posible que, al cabo de 30 años, se siga publicando una revista trimestral, remozada en su diseño, pero sobre todo con el espíritu primigenio de solidaridad con los pueblos empobrecidos del África subsahariana.
Un valor añadido a este compromiso es que, además de denunciar, se ha impulsado la necesidad de actuar desde la base para transformar un mundo desigual e injusto. En torno a Umoya se ha creado una red de solidaridad y, al mismo tiempo, de personas solidarias, coherentes con sus principios morales y éticos, que son un testimonio creíble en una sociedad varada en el pasotismo, la comodidad y la indiferencia, que propician la afrentosa cultura del descarte. El entusiasmo y el coraje de los hombres y mujeres que forman los distintos comités no ha decrecido con los años. Es una prueba de que la solidaridad y el compromiso tienen una savia sólida, eficaz y gratificante, que seguirá generando frutos abundantes en el futuro.