Ucrania: la táctica y la narrativa por Nahia Sanzo

Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2023/10/21/ucrania-la-tactica-y-la-narrativa-por-nahia-sanzo/       

slavyangrad.es

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En los cuatro meses desde el comienzo de la contraofensiva de verano, principal apuesta occidental para 2023, Ucrania no ha logrado sus principales objetivos militares: avanzar sobre Melitopol y poner en peligro el control de Crimea. Sin embargo, el hecho de que las cosas no hayan salido como Kiev y sus socios esperaban al parecer no es motivo suficiente para modificar la estrategia.

La contraofensiva debía poner a Rusia en una posición de debilidad militar que se convirtiera también en política. Nada de eso ha ocurrido, pero Ucrania no está dispuesta a perder de vista su objetivo real, el mismo por el que los acuerdos de Minsk jamás tuvieron ninguna oportunidad de salir adelante: Kiev no está dispuesta a aceptar la pérdida de parte de lo que considera su territorio. (Por descontado, el otro gran objetivo de la camarilla de corruptos que controla el régimen es no perder el acceso a los fondos occidentales y a los sobornos de las transnacionales).

En la guerra, las nuevas situaciones, los contragolpes enemigos o los obstáculos pueden implicar un cambio de táctica aun manteniendo la estrategia. En términos de discurso, los últimos nueve años y medio han visto todo tipo de cambios políticos y militares, pero no un cambio de objetivos estratégicos de Ucrania, que solo se ha visto obligada a adaptar la táctica en cada momento. Aplicado esa misma idea a la narrativa, el régimen de Zelensky mantiene su discurso de victoria segura y matiza únicamente los tiempos o la forma de conseguirlo.

En el momento en el que fue evidente que la ofensiva de verano no iba a conseguir romper el frente de Zaporozhie para avanzar sobre Melitopol y poner en peligro el control de Crimea, Ucrania se vio obligada a adaptarse y modificar los términos en los que había planteado la operación. Según escribió entonces Mijailo Podolyak, el objetivo de Ucrania no era luchar palmo a palmo por cada localidad de Ucrania hasta llegar a las fronteras de 1991. El asesor de la Oficina del Presidente no mencionaba como motivos las consecuencias que ese tipo de guerra tienen para la población civil, sino que enmarcaba ese mensaje en lo poco práctico de esa táctica.

El discurso chocaba con la realidad, ya que Ucrania se encontraba, como se encuentra ahora, luchando por cada metro del territorio de los frentes de Zaporozhie, Artyomovsk, Jersón y Kupyansk. Sin embargo, las palabras de Podolyak no carecían de lógica, ya que a lo largo de este verano se ha podido observar con total claridad que Kiev pretende dar a entender que su táctica no es romper el frente y capturar militarmente la costa del mar de Azov sino destruir al ejército ruso para hacer imposible que continúe luchando.

De ahí que Kirilo Budanov, uno de los protagonistas de este verano, haya insistido en que todo marcha según el plan, aunque los tiempos se han retrasado. Budanov, cuyas fuerzas especiales formadas por algunos de los grupos más ultraderechistas del panorama nacionalista de Ucrania continúan haciendo redadas, generalmente puramente propagandísticas, en la retaguardia rusa en el Donbass, ha afirmado que existen razones objetivas para esos retrasos.

Como se ha repetido en numerosas ocasiones, ya que ha sido evidente desde el inicio de la guerra en 2014, el discurso ucraniano cuenta con la inestimable ayuda de la prensa internacional, que en todo este tiempo ha estado dispuesta a contar la guerra exclusivamente desde el punto de vista ucraniano. Esa situación se ha acrecentado aún más con la intervención militar rusa y Ucrania puede permitirse ahora contradecir abiertamente la realidad sin peligro de quedar en evidencia en términos mediáticos.

La prensa ha defendido a Ucrania incluso en aquellos casos en los que unos pocos grandes medios han osado contradecir la versión ucraniana. Así ocurrió con el bombardeo del mercado de Konstantinovka. Ucrania denunció un bombardeo ruso, mientras que Rusia negó haber bombardeado el lugar y culpó a un misil de las defensas aéreas ucranianas. Citando a testigos, a sus propios periodistas y a expertos en la materia, The New York Times dio por válida la versión rusa.

Sin embargo, arguyendo que fue Rusia quien comenzó la guerra -no lo hizo, la guerra rusoucraniana es una de las consecuencias de la guerra de Donbass comenzada por Ucrania en abril de 2014-, el medio culpó a Rusia de la muerte de medio centenar de civiles pese a admitir que no se trataba de un bombardeo ruso. Aun así, el artículo causó el enfado de Kiev, que lo tachó de “teoría de la conspiración” y advirtió de los “mensajes prorrusos” que Rusia estaba “infiltrando en la prensa”.

Al margen de los casos aislados en los que la prensa occidental ha sido crítica con Ucrania, este verano ha mostrado otra vez la facilidad con la que Kiev ha instalado su discurso a nivel internacional. Muestra de ello es que, a pesar de no haber cumplido con ninguno de los objetivos planificados para la ofensiva, el apoyo mediático a Ucrania se mantiene y los llamamientos a la negociación o a la búsqueda de un compromiso con Rusia para finalizar la guerra son escasos y generalmente proceden, no de los ámbitos mediáticos o políticos, sino académicos.

Ni siquiera en estos momentos en que más se duda de la capacidad de Ucrania de romper el frente y poner contra las cuerdas a Rusia, ha sido mayoritaria la opinión de que, quizá, la guerra hasta el final pudiera no ser la vía más razonable para el país. Al igual que Ucrania, que ha matizado su discurso de victoria segura afirmando que únicamente se han ralentizado los tiempos o moviendo la portería y alegando que la recuperación del territorio por la fuerza nunca fue el objetivo, también los socios de Kiev y la prensa occidental han ajustado su narrativa sin perder de vista que el objetivo estratégico sigue siendo el mismo.

Los ataques que se han producido en los últimos días desde la llegada de los misiles de EE.UU. han ayudado a Ucrania a instalar la versión de que la destrucción del ejército ruso siempre fue el objetivo. El momento en el que se produce es también significativo, cuando Ucrania lucha por mantenerse relevante en el tablero geopolítico mundial y Biden busca la forma de obligar a la disidencia Republicana a aceptar el aumento de fondos para Kiev que lleva semanas exigiendo.

Pese a las dudas, los reproches y declaraciones como las de John Kirby (Secretario de Prensa del Departamento de Defensa de EE.UU.), que afirmó que los fondos se acaban y la asistencia estadounidense no durará eternamente, es probable que la cuestión se resuelva en un futuro a corto plazo. La última iniciativa de Biden para hacer imposible que congresistas y senadores Republicanos muestren su rechazo a los fondos para Ucrania es vincularlos, no solo a la asistencia a Israel, sino también a Taiwan y la lucha contra la inmigración, es decir, el muro de la frontera con México.

Ucrania dispondrá de fondos de la misma manera que Biden se ha encargado de que disponga de la oportunidad de mostrar gráficamente que cumple con su cometido: desgastar a Rusia y destruir al máximo posible sus capacidades militares.

Los ATACMS estadounidenses han causado pérdidas a Rusia y le han recordado que ninguna de sus bases militares en el Donbass está segura. Pero, ante todo, las imágenes han ayudado a Kiev y a Washington a justificar su discurso. Kiev ha mostrado que, al margen de sus escasos avances en el frente, sigue siendo de utilidad a sus socios, mientras que Washington enseña al mundo -y a sus disidencias internas- las capacidades de su fuerza proxy, explota las debilidades rusas y se jacta de la potencia de sus armas (que en el 50% de los casos no dieron en el objetivo).

Pero incluso ahí, la realidad matiza el discurso. En una de sus apariciones mediáticas de esta semana, el presidente Putin ha aprovechado uno de los lemas habituales de Kiev y sus socios, el que dice que “Rusia ya ha perdido la guerra” para preguntarse por qué, si es así, EEUU se ve obligado a enviar misiles de crucero a Ucrania. El presidente ruso ha insistido en que los ATACMS no cambiarán la realidad del frente.

Más allá del triunfalismo de las autoridades rusas, los datos avalan, en cierta forma, la versión de Vladimir Putin. Un artículo publicado por Forbes afirma que “hay algo que los misiles ATACMS no pueden hacer: destruir vehículos blindados”. El artículo incide en que las características de estas armas y de su munición de racimo implica que no serán de gran utilidad contra los tanques o blindados rusos en la línea del frente.

Ucrania no ha renunciado, de ninguna manera, a lograr avances territoriales que obliguen a las tropas rusas a retirarse o a utilizar sus reservas estratégicas en ciertas zonas del frente. Los ataques, casi siempre infructuosos y que causan enormes pérdidas humanas y materiales, continúan en Zaporozhie, Avdeevka, el sur de Donetsk o Jersón, donde cada vez son más comunes los intentos de crear cabezas de puente en la margen izquierda del río Dniéper.

Sin embargo, especialmente ante la llegada de la temporada de barro y posteriormente del invierno, el énfasis actualmente está en lograr éxitos en la retaguardia. La destrucción de infraestructuras y equipamiento ruso (aunque limitada) es el mejor escaparate que Ucrania puede tener ahora mismo para lograr mantener el apoyo de sus socios. Para eso, y no para su uso en el frente, donde la artillería y los drones son las armas prioritarias, es para lo que Kiev precisaba de misiles de crucero. Y la posibilidad de mostrar resultados a su población y a sus proveedores hace de esta táctica el mejor argumento de la propaganda.

Es así como Ucrania puede argumentar que su estrategia no ha cambiado y que su táctica nunca fue la del avance territorial sino la destrucción del ejército ruso en la retaguardia. Las imágenes del aeródromo de Berdyansk fueron suficientes para que Mijailo Podolyak sentenciara que ha comenzado “la fase final de la guerra”, una afirmación que no tiene en cuenta que la capacidad rusa de reponer sus pérdidas es muy superior a la de Ucrania, que actualmente carece de industria militar pesada, y que, en términos demográficos, Rusia está mucho mejor situada para mantener una guerra larga. En definitiva, que la estrategia rusa de guerra de desgaste es la que funciona en la realidad.

Pero en la guerra mediática en la que las imágenes fuera de contexto sustituyen al análisis, no es preciso que exista coherencia entre la propaganda y la realidad ni entre los deseos y las posibilidades.

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