Testigos de un crimen social: La realidad de la detención de niños inmigrantes en EEUU

Fuente: https://www.wsws.org/es/articles/2023/05/16/aqfi-m16.html?pk_campaign=newsletter&pk_kwd=wsws                     Eric London                                                                               16.05.23/

Informe exclusivo del WSWS

Cada día, miles de niños inmigrantes se encuentran detenidos en las instalaciones administradas por el Departamento de Salud y Servicios Humanos. Brevemente en 2018, cuando Trump inició su política de separación familiar llamada “tolerancia cero”, los medios corporativos reportaron sobre las condiciones en estas instalaciones.

El momento se extinguió y las cámaras se fueron, pero las condiciones siguen siendo iguales. En 2018, el World Socialist Web Site entrevistó a niños detenidos en Brownsville, Texas. En la actualidad, estas instalaciones se han vuelto a desbordar debido a la decisión del Gobierno de Biden de detener masivamente a los niños inmigrantes. El WSWS está republicando este informe detallado, basado en extensas entrevistas con muchos detenidos.

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En los medios de comunicación corporativos, el establishment político y la ‘izquierda’ de clase media, el sonido de las apelaciones mojigatas a la responsabilidad de Estados Unidos para defender la democracia en Ucrania se ha vuelto ensordecedor. Sin una pizca de pensamiento crítico, el Mighty Wurlitzer de la propaganda de guerra se pone en acción. Se nos dice que un gobierno ucraniano plagado de neonazis es un faro de esperanza democrática, que las bombas estadounidenses se envían para salvar vidas, que las sanciones estadounidenses que ahogan los suministros de alimentos del mundo y arrojan a cientos de millones de personas al camino de la inanición son medidas humanitarias necesarias.

La mayor mentira de todas es que Estados Unidos defiende la libertad y la democracia. Como dijo la vicepresidenta Kamala Harris al comienzo de la guerra, a principios de marzo, ‘Ucrania es un país de Europa. Existe junto a otro país llamado Rusia, un país más grande y poderoso, decidió invadir a un país más pequeño, Ucrania. Así que, básicamente, eso está mal, y va en contra de todo lo que defendemos’.

La historia reciente proporciona una amplia evidencia de lo que el imperialismo estadounidense realmente ‘defiende’, que es la destrucción de la clase obrera internacional en nombre del capital financiero. El espectro del imperialismo estadounidense se cierne sobre las poblaciones de Irak, Libia, Somalia, Afganistán y Serbia como el general conquistador y aspirante a dictador Cayo Marcio en la obra de Shakespeare Coriolano:

Estos son los ujieres de Marcio: delante de él

Lleva el ruido, y detrás de él deja las lágrimas.

La muerte, ese oscuro espíritu, en su nervioso brazo yace,

que avanzando, declina, y entonces los hombres mueren.

El constante bombardeo de propaganda bélica ofrece al mundo la oportunidad de revisar con mayor detalle la relación histórica entre Estados Unidos y sus vecinos más pequeños al sur, en Centroamérica, y el impacto de un siglo de destrucción imperialista que sólo puede llamarse sociocidio.

Las afirmaciones de que se han corregido los peores ‘excesos’ de la política pasada quedan desmentidas por el trato que reciben los inmigrantes centroamericanos, incluidos los niños, que siguen huyendo de estos países como consecuencia de la destrucción provocada por el imperialismo estadounidense.

Durante una breve periodo de semanas en 2018, el tratamiento de los niños inmigrantes en los Estados Unidos fue un tema en las noticias nacionales e internacionales. Cientos de millones de personas en EE.UU. y a nivel internacional se conmocionaron y se horrorizaron por el trato que recibían los niños inmigrantes, muchos de los cuales habían sido arrebatados a sus familias en la frontera. Esto no fue producto de las acciones de los carceleros locales o de los guardias fronterizos errantes, fue la política del gobierno federal de Estados Unidos.

Hoy no se puede hablar de nada de esto. Los medios de comunicación y los políticos demócratas, incluidos los que viajaron a la frontera y fingieron lloar, ignoran los grandes crímenes sociales que sin duda está cometiendo el gobierno estadounidense. En cambio, se centran exclusivamente en los crímenes que supuestamente está cometiendo el gobierno de Rusia.

Este artículo es una contribución a la montaña de pruebas que describen los inmensos crímenes llevados a cabo por el imperialismo estadounidense dentro de sus propias fronteras. Aquí, por primera vez, el WSWS documenta las condiciones en un centro de detención de niños publicando ampliamente las palabras de los propios detenidos.

Este es un relato de las condiciones en un centro de detención de niños inmigrantes en octubre de 2018, que el autor observó como en calidad de abogado. Aunque han pasado tres años y medio desde que las escenas aquí descritas tuvieron lugar, no podrían ser más relevantes para exponer las mentiras en el corazón de la propaganda de guerra de Estados Unidos hoy en día. Ningún gobierno que aplique tales condiciones como política de Estado tiene derecho a presentarse como defensor del humanitarismo. Y aunque Trump estaba en el cargo cuando se produjeron los hechos aquí descritos, las condiciones no han mejorado para los inmigrantes bajo la administración de Joe Biden, quien efectivamente prohibió el derecho de asilo invocando medidas de salud pública.

Las secciones de este artículo que no están en cursiva se basan en las declaraciones de los niños detenidos, en hechos presenciados personalmente por el autor y en informes de prensa contemporáneos. Todas las citas en las secciones sin cursiva son exactas. Las secciones en cursiva del texto contienen relatos ficticios de hechos reales que fueron transmitidos al autor por los niños detenidos. Los detenidos autorizaron al autor a publicar sus relatos bajo seudónimo.

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¡No somos delincuentes, somos trabajadores internacionales!’

El viernes 12 de octubre de 2018, un pequeño grupo de personas se quedó fuera de la estación de autobuses de la Gran Central Metropolitana en San Pedro Sula, Honduras, la ciudad más peligrosa del mundo. Venían de Nicaragua y Honduras y El Salvador y Guatemala, hablaban español, mam, k’iche’ y miskito, y representaban a una clase trabajadora internacional para la que el sistema del Estado-nación es una camisa de fuerza y un peso muerto histórico.

Eran jóvenes solteros y madres con bebés y eran hombres mayores que habían sido despedidos o abandonado sus trabajos. Los grupos de amigos que tomaron la decisión de viajar juntos formaban grupos y reían y arrastraban los pies para hacer sitio a los tímidos y silenciosos viajeros que hacían el viaje por su cuenta.

Venían de pueblos tranquilos y verdes iluminados por la luz de la luna y venían de ciudades que zumban por la noche con el peligroso sonido de las luces fluorescentes parpadeantes. Medio milenio de explotación colonial cala hondo en una sociedad a lo largo de muchas generaciones, pero fue en la memoria viva y reciente que los padres y abuelos y tíos y tías de estas personas fueron fusilados y torturados y violados por soldados entrenados por el gobierno del país donde iban a pedir refugio. Sin pensar en ello, las personas reunidas en la Gran Central Metropolitana intercambiaron sonrisas y asentimientos tímidos y se entendieron.

Barrios marginales en Ciudad de Guatemala, Guatemala (Wikimedia)

Eran en su mayoría jóvenes, los primeros nacidos en el nuevo milenio, representantes de una clase trabajadora cuyas vidas y relaciones personifican su carácter internacional. Mientras se preparaban para partir, enviaban mensajes de texto a sus padres y tíos a 3.000 kilómetros de distancia, en Nueva York y Los Ángeles y Houston y Washington D.C.: Me voy, todo irá bien, no te preocupes. Escribieron mensajes para novios y novias que estaban sentados solos en apartamentos oscuros, muy lejos, cuyos rostros estaban iluminados por el resplandor azul profundo y tranquilo de la pantalla.

A través de pequeñas partículas de cobre y litio y tungsteno extraídas del subsuelo de América Latina, las personas que se reunieron en la Gran Central Metropolitana se conectaron con la totalidad de la existencia humana como ninguna generación anterior. Estaban conectados a un mundo de personas que nunca conocerían, personas que están despiertas, que están dormidas, que están solas, que están acompañadas, que están trabajando, que están descansando, a personas en lugares donde es de noche, donde es de día, donde es de atardecer y de amanecer, donde es de otoño, donde es de primavera, a personas que están en el autobús, que están en la escuela, a personas que están comiendo, o riendo, o hablando, a personas con todo tipo de planes e ideas y metas.

La caravana de migrantes en México, 2018 (Wikimedia)

En este el mundo actual, las personas pueden hablar entre sí y enviar mensajes y enviar paquetes por correo y girar dinero y enviar productos desde Kinshasa y París y Mumbai y Beijing y Dar es Salaam y Londres a cada rincón lejano de la tierra, pero las personas reunidas en la Gran Central Metropolitana en San Pedro Sula pusieron sus teléfonos en sus bolsillos y comenzaron la caminata de 1.400 millas hacia los Estados Unidos.

Las personas salieron de San Pedro Sula por la Colonia La Puerta y siguieron el marrón Río Chamelecón hasta adentrarse en el campo. Cuando salieron de la ciudad se dieron cuenta de que eran más de los que pensaban, tal vez 500 o 1.000. A lo largo del camino parecía que la gente de los pequeños pueblos les estaba esperando. Había gente corriendo detrás de ellos, despidiendo a sus familiares con un beso, echándose las mochilas al hombro. El grupo giró hacia el sur, hacia El Salvador. El 14 de octubre, cuando llegaron a Ocotepeque, cerca de las fronteras salvadoreña y guatemalteca, el grupo había aumentado a 1.500 personas.

En la noche del lunes 15 de octubre, el grupo cruzó las líneas policiales hacia Guatemala y llegó a Esquipulas. A la mañana siguiente, Donald Trump tuiteó que le había dicho al presidente hondureño Juan Orlando Hernández: ‘Si la gran Caravana de personas que se dirigen a los Estados Unidos no es detenida y devuelta a Honduras, no se dará más dinero o ayuda a Honduras, ¡con efecto inmediato!’

Hernández, el corrupto narcotraficante cuyo partido fue instalado por la administración Obama en el golpe de Estado de 2009 de Manuel Zelaya, no pudo hacer nada. El grupo ya estaba en Guatemala, donde la gente de las ciudades y del campo salió de sus chozas y casitas, vio al grupo y también pensó: ‘¿Por qué no?’ Pronto el grupo se convirtió en una masa móvil de 7.000 personas.

Trump solicitó la ayuda del gobierno mexicano, que dejó claro que México, el bastión del asilo del siglo XX, ayudaría a Donald Trump a reforzar las fronteras de Estados Unidos en suelo mexicano. La policía mexicana atacó a la caravana cuando cruzaba la frontera, matando al hondureño Henry Adalid Díaz Reyes, de 26 años. Pero el movimiento de personas persistió, superó a la policía mexicana, y el pueblo los Mexicanos en los pueblos de Chiapas salieron de sus casas y saludó al grupo, llevándoles agua, llevándoles salsa de mole, animándolos a seguir adelante.

El 18 de octubre, con la caravana aún a cientos de kilómetros de distancia, Trump amenazó con desplegar al ejército estadounidense para cerrar la frontera entre Estados Unidos y México.

Calificando al grupo de inmigrantes como una ‘embestida’ y un ‘asalto’, Trump exigió a Honduras, Guatemala y México el uso de la fuerza armada para detener a los inmigrantes, tuiteando:

‘Además de detener todos los pagos a estos países, que parecen no tener casi ningún control sobre su población, debo, en los términos más fuertes, pedir a México que detenga esta embestida. ¡Y si no puede hacerlo, llamaré a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y cerraré nuestra frontera sur!’

Trump visitando la frontera entre México y Estados Unidos en 2019 (Wikimedia)

Esto inspiró a la gente trabajadora de México a saludar a las multitudes que iban hacia el norte con un grado de entusiasmo que sólo enfureció aún más al presidente estadounidense. Los mexicanos esperaban que esta gente trabajadora, pudiera entrar en EE.UU.

Faltaban dos semanas para las elecciones intermedias en Estados Unidos. La administración estaba atizando la temperatura del caldero caliente de las tensiones internas estadounidenses. A principios de 2018, Trump había promulgado una política de ‘tolerancia cero’ que separaba deliberadamente a los niños inmigrantes de sus padres. Las cámaras emitieron flashes durante unas semanas mientras la población observaba horrorizada las imágenes de los niños en las ciudades de tiendas de campaña. Pero las cámaras pronto se desplazaron a otros asuntos, y los demócratas abandonaron en gran medida el tema. Al fin y al cabo, Trump no se equivocó cuando dijo que fue la administración Obama la primera en encerrar a miles de niños. La política de Trump sólo oficialzó lo que Obama había impuesto de facto.

En las semanas previas a las elecciones de mitad de mandato el 6 de noviembre, la administración Trump defendía su política de separación de familias y abogaba por nuevas y brutales políticas contra los inmigrantes, convirtiéndolos en chivos expiatorios de la delincuencia y las dificultades económicas. En una entrevista el 18 de octubre en el programa estadounidenses 60 Minutes, Trump dijo: ‘Cuando se permite que los padres permanezcan juntos, vale, cuando se permite eso, lo que ocurre es que la gente va a entrar a raudales en nuestro país’.

Katie Waldman, portavoz del Departamento de Seguridad Nacional, exigió a los políticos que ‘cierren las lagunas legales de captura y liberación que permitirían a las autoridades detener y expulsar a las unidades familiares de forma segura y expeditiva’. … Sin embargo, la expulsión de unidades familiares reales, o de aquellas que se hacen pasar por unidades familiares, se ha hecho prácticamente imposible por la inacción del Congreso, lo que muy probablemente dará lugar a un número récord de familias que llegarán ilegalmente a Estados Unidos este año’.

El Partido Demócrata instruyó a sus candidatos a ignorar o apoyar públicamente el ataque de Trump a los inmigrantes.

En un discurso ante una multitud en Austin, Texas, la líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, dijo a los candidatos al Congreso en las próximas elecciones que no se centraran en los ataques de Trump a los inmigrantes, explicando que pedir ‘el cierre del ICE [Servicio de Inmigración y Aduanas]’ simplemente ‘sirve al propósito del presidente.’ Pelosi dijo que les dice a los candidatos demócratas que centrarse en el tema sería ‘desperdiciar energía’

En un evento en la Universidad de Harvard esa misma semana, Pelosi proclamó el deseo del Partido Demócrata de ‘encontrar un terreno común’ con Trump, explicando que los demócratas ‘siempre tienen que intentar’ encontrar maneras de trabajar con Trump. Dijo que pensaba que la propuesta de Trump de construir un muro fronterizo entre EEUU y México sería ‘cara’ e ‘ineficaz’ para detener a los inmigrantes.

El 22 de octubre de 2018, la multitud estaba en Tapachula, Chiapas, en el sur de México. Esa mañana, los inmigrantes estaban siendo alimentados con el desayuno por la gente de Chiapas.

Esa misma mañana, yo inicié una inspección a un centro de detención de menores.

DÍA UNO

El edificio donde el gobierno contrata la detención de los niños inmigrantes está en un parque de oficinas sin nombre entre Lowes, Walmart y Target. Está en una zona de la ciudad que resulta familiar a todo el mundo, independientemente de que haya estado alguna vez en Texas. La vista de los grupos de centros comerciales y las vallas publicitarias de corporaciones familiares, el zumbido sordo de la autopista en el fondo.

El edificio es blanco y de fabricación barata. Los que pasan por delante del edificio podrían confundirlo con una de las muchos consultorios de dentista que se ven desde la autopista. Cada día, miles de personas pasan por delante del edificio sin darse cuenta. Algunos de los que viven en el barrio residencial a un tiro de piedra podrían no saber qué hay al lado.

Las ventanas de la fachada del edificio están ennegrecidas para evitar que alguien vea el interior o el exterior. La institución es caracterizada por el gobierno como un ‘centro de cuidado de niños’, pero en realidad es un campo de internamiento. Está gestionado por una ‘organización sin ánimo de lucro’ en la que la dirección se embolsa sueldos de seis cifras con fondos distribuidos por el Departamento de Seguridad Nacional.

Detrás de la fachada de la normalidad suburbana, hay docenas o cientos de niños que han sido detenidos por Aduanas y Protección de Fronteras en los días, meses o, en algunos casos, años anteriores. Este tipo de edificios existen en barrios mucho más allá de la frontera sur, en estados como Pensilvania, Nueva York y Nueva Jersey, y existían antes de que la administración Trump iniciara la política de separación de familias en abril de 2018. Pero en los meses siguientes, la policía fronteriza separó a miles de niños de sus padres por orden del presidente, los metió en jaulas y los trasladó a ciudades de tiendas de campaña, bases militares reutilizadas o edificios como este.

Aparco en el estacionamiento para empleados y me dirijo a la puerta principal, sobre la que el personal ha colocado un cartel que dice ‘Bienvenido’. Me dirijo a la puerta y recibo instrucciones estrictas sobre lo que puedo o no puedo hacer. Tengo cuatro días, de 9 a 17 horas, para hablar con los niños. El tercer día habrá una inspección de dos horas durante la cual el centro estará representado por un abogado del Departamento de Justicia. Debo dejar mi teléfono móvil en el coche. Si me pillan con un teléfono, me expulsarán.

El personal ha esperado la visita durante meses. Todos han recibido instrucciones claras de ser corteses. La joven de la recepción sonríe, habla despacio y en voz alta para que pueda oír mejor su cortesía, y me llama ‘señor’. Se han colocado adornos para Halloween, con palabras como ‘BOO’ y ‘SCARY’ en los pasillos por los que pasan los niños. Los niños me explican que no se ha colocado ninguna decoración antes, que se trata de un intento de hacer que el centro parezca adecuado para los niños. El efecto es espeluznante.

Me conducen a un cubículo estrecho, apenas más grande que un armario de escobas, con una ventana que da a un pasillo por el que pasan el personal y los grupos de niños. En esta pequeña sala realizaré las entrevistas. Me dan un papel con una lista de los nombres de los niños actualmente detenidos. En cuatro días sólo será posible entrevistar a una pequeña fracción de los cientos de niños detenidos aquí.

Selecciono el nombre de un niño al azar y espero a que me lo traigan. Los miembros del personal que pasan por allí me lanzan miradas cortas y sospechosas, que da la impresión tanto de que han sido advertidos sobre mí como de que temen el contacto visual, porque saben lo que están haciendo.

Chano

Traen al primer niño a mi despacho. Se llama Chano, tiene 15 años, dice, y es de Guatemala. Sus ojos marrones van apuntan del suelo a la mesa y sus manos se agitan en la fría mesa que hay entre nosotros. No confía en mí y no quiere hablar.

Le pregunto qué pasó cuando fue detenido por los agentes de inmigración. Su silencio defensivo acaba por romperse y empieza a hablar.

‘Me llevaron a un centro de detención donde me mantuvieron inicialmente’, dice. ‘Hacía mucho frío allí y lo único que nos dieron fue una pequeña manta de aluminio. Cuando me detuvieron los agentes dijeron que iban a soltar un perro para que nos atacara’.

Jóvenes menores de edad yacen dentro de una cápsula en el centro de detención del Departamento de Seguridad Nacional de Donna, el principal centro de detención para niños no acompañados en el Valle del Río Grande administrado por la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP), en Donna, Texas, el 30 de marzo de 2021. (AP Photo/Dario Lopez-Mills, Pool)

El espíritu de Guantánamo se ha colado en todas las comisarías de Estados Unidos. En la prisión de Guantánamo el preso más joven tenía 16 años.

Chano consigue 10 minutos, dos veces por semana, para llamar a su madre. Me contó cómo eran las llamadas telefónicas.

*** Un empleado con un corte de zumbido lleva a Chano a una sala con una serie de teléfonos fijos. Alfombras sucias, luz fluorescente, ventanas ennegrecidas.

‘Tienes 10 minutos’, le dice el empleado a Chano después de marcar el número.

En algún lugar de Alabama, una mujer de unos 30 años, probablemente trabajadora agrícola o del servicio doméstico, oye sonar su móvil y se lanza al teléfono. Dos veces por semana puede hablar con su hijo durante 10 minutos. Al final de las llamadas puede oír a su hijo suplicando a las autoridades que le concedan unos minutos más, y la petición siempre es denegada. Lo único que quiere es abrazar a su hijo; ¿cuánto pagaría por abrazarlo? ¿Por qué tenían que atraparlo? ¿Se equivocó al dejarle ir solo? ¿Qué otra cosa podía hacer? Tenía que salir. Primero fue la sequía que empeoraba, pero pensaron que pasaría. Luego fue lo suficientemente grande como para que los mareros [pandillas] se fijaran en él, y fue entonces cuando tuvo que irse.

‘¿Bueno? ¿Chano, hijo?’

‘Sí, hola mamá’, dice Chano. Unos segundos de aire muerto y luego empieza a sollozar. ‘Mamá, mamá, tienes que venir a buscarme’.

Su madre de Alabama asiente y cierra los ojos. ‘Cariño, hay un proceso. Lo sabes’.

‘Lo sé, pero por favor, por favor, ven a buscarme. Es muy duro esperar, no puedo esperar’, dice Chano.

No hay forma de saber cuánto tiempo tardará el gobierno en procesar las huellas dactilares y entregarlo a la custodia de su madre, quizás meses. Se ha hablado de una inspección del domicilio, pero ni Chano ni su madre tienen claro si se producirá o cuándo.

La conversación se prolonga durante otros ocho minutos con frases cortas y declarativas. No es fácil ser sincero. La madre de Chano desearía poder decirle a su hijo lo furiosa que está, que rellenó los papeles con prontitud y que sólo actuó con respeto hacia la trabajadora social, que fue imposible obtener una respuesta clara sobre cualquier cosa. En lugar de eso, tranquilizó a su hijo diciéndole que todo estaba bajo control, que pronto estarían juntos, que todo iría bien. Y cuando habían pasado 10 minutos, la madre de Chano se guardó el teléfono en el bolsillo trasero y salió por la puerta para ir a trabajar. ***

Por las mañanas, Chano y los demás niños son obligados a jurar su lealtad a los Estados Unidos. Esto se hace en español para que lo entiendan. Luego, en un aula llena de niños que son ciudadanos de Guatemala, Nicaragua, Honduras y El Salvador, se les dice que declaren, en un inglés quebrantado:

‘Prometo lealtad a la bandera de los Estados Unidos de América y a la república que representa, una nación, bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos’.

Chano dice que hay consecuencias para los que no dicen el juramento de lealtad:

‘Te castigan si no lo haces. Si te denuncian, se retrasa tu salida en libertad. El personal nos dice habitualmente que nuestro caso se retrasará por las denuncias que recibamos’.

Qué informes, pregunto.

Chano se inclina sobre la mesa, me mira a los ojos y dice: ‘Lo denuncian todo, lo observan todo. Uno quiere explotar. Una vez me castigaron durante todo un mes porque pregunté a un funcionario: ‘¿Qué pasa si un niño se escapa?’ Sólo preguntaba por curiosidad, pero me castigaron igualmente poniéndome en observación durante un mes. Me dan ganas de llorar todo el tiempo’.

¿Y te pueden denunciar por no decir la promesa de lealtad? ¿Retrasan tu liberación?

‘Sí’, dice.

Los directores del centro han establecido todo un sistema de castigos a los internos por diversas infracciones menores. Los niños no entienden muy bien cómo funciona, pero se les pueden dar ‘puntos’ o se les puede ‘denunciar’, y cuando se toman estas medidas, no se le da al niño ningún medio formal para explicarse o defenderse antes de que se tome el castigo, un requisito del debido proceso en el sistema escolar público. Y la sanción en este caso no es la mera suspensión de la clase, sino la prolongación de su condena, la prolongación forzosa de su separación de la familia. Esto no es simplemente la política personal de los guardias errantes, es la política de todo el centro.

*** ‘¿Qué te pasa, tu estúpido culo quiere meter a todos en problemas?’, dice el chico de 14 años una vez que los chicos están de vuelta en su habitación. Colgaron sus toallas y se metieron en sus literas.

‘Eh, tío, cállate’, responde el de 16 años. Hay 10 en la litera, de 12 a 17 años. Es una gran diferencia de edad y hace que el ambiente social sea complejo.

El de 14 años ha vivido con sus abuelos durante toda su vida consciente y ya lleva cuatro meses en el centro, esperando a coger el autobús para ir a un lugar llamado Michoagan donde hace frío la mitad del año. El joven de 16 años, cuyo abuelo fue torturado hasta la muerte por el régimen del presidente Efraín Ríos Montt [de Guatemala] y cuya abuela acaba de morir, llegó hace sólo dos días en camino ver a su padre en Houston.

El niño de 14 años dice: ‘Sólo di las palabras, qué diferencia hay. Puedes ser un idiota todo lo que quieras cuando sólo te afecta a ti, pero esto nos afecta a todos. No te arriesgues por nosotros. Deja de quejarte de una vez’.

El chico de 16 años dice: ‘Acabo de pasar cuatro días en La Hielera [‘la nevera’] con perros ladrando en mi cara. No voy a repetir esa mierda. Me han quitado el celular’.

El joven de 14 años responde: ‘¿Crees que eres el único que quiere tu celular? Si no lo dices hacen un escándalo. Qué más da, dilo’. Un par de los otros chicos, desde sus literas: ‘Tiene razón, tío. Vete a dormir’.

El chico de 16 años se mete en la cama con el ceño fruncido. No hay puerta y el abrasivo halógeno de la luz del techo del pasillo brilla lo suficiente como para notarlo incluso con los ojos cerrados. ‘Lo que sea. Mi padre me sacará de aquí’, piensa para sí mismo. ‘Estúpido niño hablándome así, sólo un campesino como yo. De qué sirve. Tengo que pasar tiempo con estos chicos, no quiero que todos me odien. Sólo mantenerse callado y terminar con esto. Es cierto, no cambiará nada. Además, qué me importa lo que ese profesor piense de mí. Lo mejor es olvidarlo. De todas formas, hoy he visto a algunas chicas, también nos miraban…’

En el almuerzo, después de la sesión de la mañana, el joven de 16 años se sentó solo. Otro chico de su litera mayor, que lleva más tiempo allí, al que los demás admiran- se sienta a su lado. ‘Oye compa, ponte estas patatas en la camisa y métela por dentro, parecerá holgada con la sudadera y no se notará’, le dice el chico, pasándole las patatas por debajo de la mesa de plástico. Riendo con la boca llena de pan, el niño añade: ‘Si hicieran comer a nuestra maestra lo que nosotros comemos, quizá no parecería como una vaca’.

***

Julio de 2018: Un intento de fuga

¿Puede un niño decidir abandonar un centro de detención de menores? No, no puede. ¿Puede un padre simplemente conducir hasta el centro, tocar el timbre, pasar por debajo del cartel de ‘Bienvenido’ y llevar a su hijo a casa? Tampoco.

En julio de 2018, una niña de 15 años huyó de un centro de detención de inmigrantes en Homestead, Florida, donde había estado detenida durante tres semanas. Ella era de Honduras. Cuando ella tenía aproximadamente 4 años, Barack Obama y la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton apoyaron un golpe de Estado que llevó al poder a elementos del ejército implicados en los crímenes de la contra de la década de 1980.

Niños detenidos (Foto AP)

La niña hizo su intento de escapada cuando la escoltaban fuera del recinto para ir a una cita con el médico. Simplemente empezó a correr, sin ningún plan, y evidentemente trató de encontrar un edificio en el que creía que podían estar otros inmigrantes. Eligió un taller de planchado y pintura que, de hecho, contaba con trabajadores inmigrantes.

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‘Llegó corriendo desde la calle’, dijo Frank González, el dueño de la tienda, al Washington Post. ‘Ella estaba llorando’.

El informe del Post del 28 de julio de 2018 dice: ‘La niña entró corriendo en la tienda [del señor González] y se escondió en un rincón detrás de una gran estantería llena de herramientas. Era una mañana ocupada en el gran taller de automóviles que opera 14 estaciones. Pero se quedó allí, llorando, durante más de una hora el viernes por la mañana, negándose a moverse’.

‘Le dimos agua y algo de comida, pero se quedó en ese rincón todo el tiempo’, dijo al Post Elvis López, un mecánico del taller. ‘Parecía muy asustada. No paraba de decir que no quería volver’.

La instalación de la que la niña intentaba huir albergaba a 1.200 niños inmigrantes en una ciudad de tiendas de campaña cerca de una base de la Fuerza Aérea.

López llamó a su hermana, Bertha, que habló con la niña y luego con el Post: ‘Estaba muy asustada. Dijo que era de Honduras y que no tenía familia. Le dije que estaría a salvo y que intentaríamos ayudarla’.

El Post escribió: ‘Bertha López llamó a Nora Sandigo, directora de una organización local sin ánimo de lucro que ayuda a las familias inmigrantes a navegar por el sistema legal. López le dijo a la niña que le conseguirían un abogado si lo necesitaba. Pero la niña estaba inconsolable. … ‘No se sentía segura de que nadie pudiera ayudarla’, dijo López. Antes de que Sandigo pudiera llegar, las furgonetas de la policía empezaron a rodear el aparcamiento de la tienda’ y los agentes encontraron a la niña.

Bertha López dijo al Post que todavía estaba hablando por teléfono con su hermano cuando la policía llegó para detener a la chica. ‘Podía oírla gritar y llorar y rogar que no volviera’, dijo.

***

‘Hay otras normas que no tienen sentido’, dice Chano. ‘Una vez no detuve de jugar lo suficientemente rápido después de que nos dijeran que parásemos, y me castigaron durante tres días, lo que significaba que no podía ir a la iglesia ni jugar. Fue horrible. Y no se puede hablar con chicas a menos que estén a varios metros de distancia. Podemos meternos en problemas sólo por alinearnos mal. En todo momento se nos sigue con atención. El personal nos prohíbe comer patatas fritas, pero traen bolsas de patatas y se las comen delante de nosotros. Si nos pillan comiéndolas nos denuncian, y algunos empleados nos traen a escondidas algunas patatas fritas, pero no nos pueden pillar comiéndolas. Los niños de aquí bromean sobre el hecho de que aquí todo se escribe en un informe, y que pronto recibiremos informes por el hecho de respirar.

‘El personal nos pilló un día hablando entre nosotros de los Dreamers…’

*** ‘Oye’, le dijo en voz alta el niño de 13 años con un hueco en los dientes a su hermano de 14 en el comedor. ‘Mi madre me ha dicho que cuando salgamos podremos ser dreamers. ¿Has oído hablar de eso?’

‘No, tío, quédate callado’, respondió su hermano de 14 años, avergonzado.

‘Sí tío, he oído hablar de los dreamers, así es como se llaman’, dijo un niño de 13 años más grande cuyo hermano ya vivía en Los Ángeles y que le había contado mucho sobre cómo funcionaban las cosas en Estados Unidos. ‘Los dreamers consiguen quedarse en Estados Unidos porque son niños. Así que ninguno será deportado, eso es lo que dicen’.

‘¡Guau!’, dijo el niño de 13 años, con la cara iluminada por la emoción. ‘¡No puedo creer que nadie nos lo haya dicho!’.

Un tercer chico de contextura pequeña y con un corte de tazón sonó sobresaltado: ‘¿Quieres decir que nos pueden deportar aquí?’. Sus hombros empezaron a temblar y apretó la cara para contener las lágrimas. Respiró profundamente.

‘Cálmate, tío’, dijo otro chico. ‘En el peor de los casos, si te deportan podrás volver a intentarlo’.

Esto no consoló al niño más pequeño, cuyo cuerpo seguía temblando. ‘¿Qué quieres decir con ‘volver a intentarlo’? Si te deportan no puedes hacer nada, eso es todo’.

Uno de los otros chicos señaló con el dedo y comenzó a reírse. ‘¡Cree que ser deportado significa que te mueres! ¡Mira a este chico! ¿Puedes creerlo? ¡Qué estúpido puede ser!’

Los otros chicos empezaron a reírse y causaron un pequeño revuelo. Un joven de 17 años sentado al lado del chico más pequeño que había permanecido en silencio durante toda la discusión se levantó de su asiento: ‘Porque su primo fue asesinado el día que fue deportado a San Pedro Sula’.

Las risas cesaron y sus 15 minutos para comer se acabaron. El siguiente grupo ya estaba en fila, tenían que arrojar lo que quedaba en sus platos, que generalmente era nada.

Más tarde, esa noche, el empleado de pelo largo vino a apagar las luces de la sala de literas. Este empleado es el más simpático, se llama Logan. Es blanco y trata de hablar un poco de español con los internos de su bloque. A veces les trae patatas fritas por la noche, cuando tienen hambre, y les dice que se tranquilicen. Esta noche entra en la sala con un traductor y, antes de apagar las luces por la noche, dice: ‘Eh, chicos, algunas personas han visto lo que ha pasado hoy en el comedor. Si seguís hablando del acto de DREAM, os van a denunciar. Ya sabéis lo que significa, así que tranquilizaos y no lo hagáis, y será más fácil. No tiene sentido hablar de política, nada de eso importa de todos modos’.

***

Le pregunté a Chano si había oído hablar de la caravana. No, no lo había hecho. ¿Qué caravana? Hay miles de trabajadores de Centroamérica marchando a través de México ahora mismo, y están siendo vitoreados y aplaudidos por multitudes de trabajadores mientras se dirigen al norte. Van a llegar a una bifurcación en la ruta, y van a ir a California o a Texas. Si giran a la derecha, marcharán por aquí. Reclaman el derecho a entrar en EE.UU. desafiando las amenazas de Trump de usar la violencia contra ellos.

No, no lo había oído, pero le pareció muy bien. Que él supiera, nadie en las instalaciones se había enterado de eso. Algo así se difundiría, dijo. Él se habría enterado.

***

Los muertos: Felipe Alonzo-Gómez

Algunos de los niños no llegan a los centros de detención.

Minutos antes de la medianoche de la Nochebuena de 2018, en un hospital rural de Nuevo México a 3.000 kilómetros de su casa en Guatemala, un niño de 8 años llamado Felipe Alonzo-Gómez murió bajo la custodia de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP).

Aunque el Departamento de Seguridad Nacional (DHS) emitió un comunicado en el que calificaba la muerte como un ‘incidente desafortunado’, la muerte del niño fue el producto de la crueldad estatal calculada que se inflige cada día a las decenas de miles de inmigrantes atrapados al cruzar la frontera entre México y Estados Unidos.

Seis días antes, el 18 de diciembre, el largo viaje de Felipe hacia el norte llegó a su fin cuando él y su padre fueron capturados en el desierto al oeste de El Paso, Texas. Los llevaron al centro de procesamiento de Paso del Norte, donde los metieron en lo que se conoce como La Hielera, una mazmorra en la que las temperaturas se mantienen deliberadamente cerca del punto de congelación y se mantiene a los prisioneros en jaulas bajo luces halógenas deslumbrantes. La comida estropeada, los guardias abusivos y las paredes cubiertas de excrementos son habituales.

Según la CBP, Felipe permaneció en el centro de procesamiento de Paso del Norte durante un día y medio y luego fue trasladado a otro calabozo, la estación de la Patrulla Fronteriza de El Paso. El 22 de diciembre, la estación de El Paso estaba abarrotada de inmigrantes –muchos de los cuales probablemente estaban enfermos por La Hielera, el viaje hacia el norte y las frías temperaturas del desierto en diciembre–, por lo que Felipe y su padre fueron conducidos 80 millas al norte hasta la estación de la Patrulla Fronteriza de Alamogordo.

Después de seis días de esto, Felipe estaba tosiendo y parecía gravemente enfermo. No está claro en los informes oficiales de la CBP cuándo el niño desarrolló su enfermedad, pero no fue hasta la mañana de su muerte que recibió atención médica.

Felipe fue conducido al Centro Médico Regional Gerald Champion. Tres horas más tarde se le diagnosticó erróneamente que sufría un resfriado común. A media tarde, a pesar de tener 39 grados de fiebre, le dieron el alta, le administraron ibuprofeno y amoxicilina y le condujeron a otro calabozo a un lado de la autopista interestatal.

Esa noche, Felipe empezó a vomitar sin control. No había personal médico en la cárcel de retención, y como el estado de Felipe empeoró, fue trasladado de nuevo al hospital, donde perdió el conocimiento y murió.

Felipe es el segundo niño guatemalteco que muere bajo la custodia de la CBP en un periodo de varias semanas. El cuerpo de Jakelin Caal Maquin, de 7 años, que murió en El Paso el 8 de diciembre, fue enterrado el día de Navidad en su empobrecido pueblo natal de San Antonio Secortez. Su madre, de 27 años, que es maya q’eqchi, estaba demasiado angustiada para asistir.

Felipe era del municipio de Nentón, en el departamento de Huehuetenango, situado cerca de la frontera entre Guatemala y México. La pobreza de Nentón, de la que Felipe y su padre trataron de escapar, es producto de la explotación estadounidense y del saqueo imperialista.

Huehuetenango forma la parte más occidental de lo que ahora se conoce como la Franja Transversal del Norte, una zona rica en recursos en el centro del país que contiene los depósitos de madera, petróleo y minerales del país. A lo largo de la primera mitad del siglo XX, los campesinos pobres de la región protagonizaron algunos de los esfuerzos más feroces para arrebatar las tierras de cultivo bajo control de los terratenientes ricos y de empresas como la United Fruit Company.

Después de que un golpe de estado apoyado por Estados Unidos derrocara al presidente Jacobo Árbenz en 1954, la franja de territorio que incluía a Huehuetenango, se abrió a niveles de explotación sin precedentes por parte de las empresas estadounidenses. Miles de campesinos fueron asesinados para acabar con el movimiento por la tierra. A finales de los años setenta y ochenta, cuando la guerra civil alcanzó su fase más violenta, muchas de las peores atrocidades cometidas por el gobierno guatemalteco y sus escuadrones de la muerte respaldados por la CIA tuvieron lugar en Huehuetenango.

El presidente guatemalteco Jacobo Arbenz, depuesto por un golpe de estado respaldado por Estados Unidos en 1954 (Wikimedia)

Uno de los peores tuvo lugar en el municipio natal de Felipe. En 1999, los investigadores descubrieron una fosa común en la finca de San Francisco, en el municipio de Nentón, que revelaba un horrible ataque del gobierno a la aldea como represalia por la incautación de tierras a los campesinos. Un informe del New York Times de 1999 describe lo sucedido:

En la mañana del 17 de julio de 1982, un convoy de camiones del ejército se dirigió por un camino casi intransitable a esta remota aldea indígena maya y descargó una compañía de tropas. Poco después llegó un helicóptero con los oficiales de la unidad.

Los soldados entrenados por Estados Unidos reunieron a los aldeanos con la promesa de un festín.

Lo que ocurrió a continuación fue una carnicería que dejó a todos los habitantes de la aldea, excepto a cuatro, muertos y todos los edificios arrasados. Según relatos de personas que vivían en comunidades vecinas, a muchas mujeres se les ordenó desvestirse y fueron violadas. Los niños fueron arrancados de los brazos de sus madres y eviscerados con cuchillos o decapitados con machetes. Las tropas arrasadoras mataban a todo lo que encontraban: disparaban a los aldeanos, hacían estallar a otros con granadas, mataban a algunos a machetazos, quemaban a otros o los aplastaban bajo los muros de los edificios que se derrumbaban.

Según los registros públicos, parece que los familiares de Felipe Alonzo-Gómez pueden haber estado entre los torturados y asesinados. Aunque esto es difícil de verificar, una lista de las víctimas de la masacre muestra que 24 miembros de la familia Gómez y tres miembros de la familia Alonzo fueron asesinados. Si el padre de Felipe vivía en Nentón o en sus alrededores en esa época, tendría aproximadamente 11 años.

Ruinas de un edificio en El Mozote, El Salvador, escenario de la Masacre de El Mozote (Wikimedia)

Yency

El decimotercer cumpleaños de Yency tuvo lugar mientras estaba detenida, dijo.

La acompañaron a mi oficina llorando. No podía pesar más de 80 libras. Estaba callada, pero no de la manera en que los niños campesinos jóvenes son callados y tímidos porque son conscientes, incluso a una edad muy temprana, de su falta de educación. Yency era de la ciudad, de San Pedro Sula, Honduras. Su mirada es rápida y no se avergüenza de entrar en la misma habitación que un hombre extraño con corbata y chaqueta. Habla con determinación, golpeando con el dedo índice sobre la mesa para transmitir puntos y abriendo mucho los ojos para enfatizar.

Yency hizo el viaje al norte con un primo, y ambos fueron detenidos en el desierto en el calor de julio. De las tranquilas noches negras del desierto, Yency pasó a los cegadores focos de La Hielera, donde perdió la noción del tiempo.

‘Fui apresada con mi primo alrededor de julio de 2018’, dijo. ‘Cuando inmigración nos aprehendió, nos llevaron a ‘La Hielera’ -la nevera-. Los agentes eran extremadamente estrictos, no nos dejaban dormir durante el día. Había demasiada luz todo el tiempo y hacía mucho frío. Sólo me permitían lavarme una vez al día. Los baños estaban muy sucios y se veía todo, incluso los excrementos, que estaban por todas partes en el baño. Tuvimos que dormir en el suelo con mantas de aluminio que son muy incómodas. Estuve en La Hielera una noche y luego estuve en ‘La Perrera’ -la casa del perro- durante dos días. No podía saber si era de día o de noche porque las luces están encendidas todo el tiempo’.

Niños inmigrantes en un centro de detención en McAllen Texas, junio de 2019 (Oficina del Inspector General) [Photo: Office of the Inspector General]

El padre de Yency vive en Austin, Texas, pero no le han permitido recogerla y llevarla a casa. ‘Ya envió sus huellas dactilares al gobierno, pero no han respondido y hace un mes que las envió’, dice. Habla con su padre y ha visto fotos recientes de él, pero se fue a trabajar a Estados Unidos cuando ella era una niña y hace años que no lo ve. ‘Siempre estamos en comunicación, aunque nunca lo he conocido’, dice.

No hay nada en su tono ni en su discurso que implique una falta de fe en la capacidad de su padre para conseguir su liberación: ‘No sé cuándo podré salir de aquí. La trabajadora social de aquí no me ha dicho nada sobre cuándo puedo esperar que me liberen y el proceso con mi padre para intentar liberarme ha tardado mucho’. Lleva tres meses en el centro.

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‘¿Has hablado con la trabajadora social?’ Le pregunta.

‘Sí, papá. Sigo preguntando por qué tarda tanto. Dicen que así es como funciona’, responde ella. Tiene que usar un taburete para alcanzar el teléfono.

‘Sabes que estoy haciendo todo lo que puedo’, dice.

‘No te preocupes, lo sé. No te preocupes’.

‘¿Te sientes mejor? ¿Estás comiendo?’ Pregunta.

‘Sí. ¿Podemos ir al McDonalds cuando me recojas?’

‘Sí, por supuesto’, dice riendo. ‘Ahora tengo que ir a trabajar, lo siento. Te quiero, lo primero que haremos cuando venga a buscarte será ir a McDonalds’.

En 12 años de vida en Estados Unidos ha alquilado un apartamento con otros tres hombres. Ahora tendrá que conseguir su propia casa, con su hija. Eso significará conseguir otro trabajo. Cada día de paga va a Western Union y envía lo que puede a su mujer y a su hija. Al principio sólo iba a ser por un par de años. Cuando su padre murió no volvió. Pagó el funeral, pero eso fue todo. Intentar cruzar de nuevo no es tan fácil como antes. Todo el mundo lo entendió. Le agradecieron que pagara.

Al principio hablaban de cómo podría volver a casa, pero ese tipo de conversaciones se fueron alejando y luego dejaron de producirse. Ahora su hija está a un día de distancia y no puede traerla a casa. ¿Hizo algo mal? Rellenó el papeleo como dijo la señora. Envió sus huellas dactilares. Se enteró de que podía ser deportado si daba sus datos. Esperaba que no lo deportaran, pero ¿qué podía hacer? Ahora estaba esperando que le permitieran recoger a su hija, su hija de 13 años que era una bebé cuando la vio por última vez. Pasaría de ser efectivamente soltero a ser padre de una adolescente. Se había perdido su vida, había pasado los últimos años trabajando, y para qué. Al final su hija acaba hospitalizada por suicidio y él no puede hacer nada al respecto.

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Yency estaba perdiendo peso.

‘Tanto en La Hielera como en La Perrera la comida era rancia, mala, horrible. Te dan pan duro, comida que no puedes comer. El jamón estaba estropeado. Nos dieron agua, una manzana y patatas fritas durante tres días y nada más. Estaba muy débil físicamente y estaba perdiendo mucho peso. Cuando llegué aquí, el médico no me ayudó en absoluto con mi pérdida de peso. Les dije que necesitaba que me pusieran una dieta para ganar peso, pero me ignoraron’.

‘Aquí nos dan leche con todas las comidas, incluso con la sopa’, dice Yency. ‘Nos dan avena sin azúcar y es incomible. Hacen un informe y retrasan nuestra liberación si no comemos la comida. Nos dan unas tortillas de harina que son horribles, saben raro y creo que están rancias’.

Cuando se dio cuenta de cómo sería en el centro, se desanimó. Pasaban los días y no había ninguna señal clara de que fuera a reunirse con su padre. La trabajadora social dijo que no se podía hacer nada, que si se comportaba y comía y hacía lo que debía, saldría antes. Su ansiedad empeoró. No dejaba de pensar en las luces brillantes de La Hielera. ¿Por qué las luces brillantes?

‘Estar sola así es muy triste’, me dice. ‘Me produce una ansiedad horrible. Tenía muy malos pensamientos y se lo conté a mi consejera. No paraba de llorar e incluso pensaba en suicidarme. Así que me enviaron a un psicólogo que me dijo que tenía que ir al hospital. Esto fue en julio y estuve allí seis días.

‘El supervisor me dijo que me quitarían mis privilegios por ir al hospital. No podía ir al cine ni nada y no podía salir más allá del patio. No es justo. Me dieron cuatro tipos de medicación para la ansiedad, para ayudarme a dormir, y también vitamina D. Pero sigo teniendo ansiedad porque incluso cuando duermo, siempre hay alguien que nos vigila y está justo al otro lado de la puerta, y nos ilumina la cara con la linterna.’

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La enfermera vuelve a casa después de su turno, a ver a sus hijos. Estaban llegando a una edad que ponía a prueba su autoridad. Su marido sabía cuándo no preguntarle por el trabajo.

Se imaginó a la chica en la cama 310. Bloquearon la habitación, por orden de los funcionarios que la llevaron allí, para que no hubiera un segundo paciente en la habitación con ella. Era extraño, pensó. Las otras enfermeras que llevaban más tiempo allí dijeron que esto ocurría de vez en cuando. Traen chicas, a veces con cortes en los brazos. Pero esta vez la pobre chica no quería comer. Estaba perdiendo peso y no le sobraba. Estaba débil y su mente estaba confusa. Deberían haberla traído antes.

La enfermera no hablaba español pero podía ver la mirada de la niña. Era una chica inteligente, eso lo pudo comprobar por la mirada de sus ojos. Su propia hija también tiene ojos brillantes y despiertos. Las niñas tienen más o menos la misma edad.

Conectaron a la niña a una vía intravenosa y empezó a estar más alerta. Dos de sus compañeras de trabajo latinas se interesaron y vinieron a hablar con ella en español. Al tercer día, una de las enfermeras le trajo comida rápida del patio de comidas y le dijo que no dijera nada. ‘Pobre chica’, se decían las enfermeras en la sala de descanso, negando con la cabeza. Son enfermeras y están acostumbradas a ver tragedias, pero ésta impactó en la moral de todo el turno. Esta chica era una prisionera. Siempre estaba vigilada. Había alguien allí con ella, alguien que nos sonreía falsamente cuando entrábamos a cambiarle las sábanas y a vaciar su orinal.

En el camino a casa, había carteles electorales por todas partes. En una semana, las elecciones parciales. Cuánta gente sabe esto, pensó la enfermera. Pisó el acelerador para llegar a casa con su familia un poco más rápido.

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Yency está aburrida.

‘Todo es tan aburrido aquí que es difícil de soportar’, dice. ‘Tenemos que levantarnos a las 6 de la mañana, cuando encienden las luces. El sábado y el domingo nos despiertan a las 7 de la mañana. Luego tenemos colegio, y no nos dan libros de texto ni deberes. Sería estupendo que nos pusieran deberes. La escuela es muy aburrida porque nunca se nos plantean retos. Hemos venido a Estados Unidos para labrarnos un futuro, pero no podemos con una escuela así. He oído que las clases en las escuelas americanas son divertidas y tengo amigos que dicen que les encantaba la escuela en Estados Unidos, pero aquí no nos dan ejercicios divertidos, ni juegos de aprendizaje. Todo es siempre, siempre, siempre lo mismo’.

‘Después del colegio nos vamos a nuestra habitación y escuchamos música. Sólo a veces nos dejan elegir la música. Todo lo que podemos hacer es hablar y se vuelve muy aburrido. Sólo tienen unos cinco tipos de juegos. Luego nos vamos a nuestras habitaciones por la noche pero no podemos leer ni hacer nada porque no tenemos lámparas. Me encantaría que tuviéramos lámparas para poder leer. Tampoco tenemos libros en español, todos los libros están en inglés.

‘Hay muchas reglas que son muy difíciles de seguir y te castigan si las rompes, incluso accidentalmente. No podemos llevar el pelo como queremos. Me denuncian y me meten en problemas si llevo el pelo de ciertas maneras. Ni siquiera podemos llevar el pelo suelto, no está permitido. No nos dan maquinillas de afeitar para afeitarnos, lo cual es difícil para las mujeres, ya que lo necesitamos para nuestra higiene.

‘Ni siquiera nos dan champú. Tenemos que usar jabón líquido de manos en el pelo y por eso todos tenemos caspa. Tenemos que limpiar nuestras propias habitaciones y no nos dejan ni siquiera tener fotos de nuestras familias en nuestras habitaciones’.

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Avergonzadas por su entorno, acomplejadas por su aislamiento, cargando cada una con el peso de su inmenso trauma, las chicas se pelean entre sí y se meten con las más jóvenes, las flacas, las que tienen sobrepeso, las más vulnerables.

Yency me cuenta que ‘las mayores dicen que no valgo nada y que nadie me quiere. Otra chica mayor se burla de mí porque tomo medicamentos para dormir. Decía: ‘Ahí va el bebé a dormir’. Las otras chicas se unen y todas dicen que nadie me quiere. Me siento muy aislada y sola, y estos comentarios me hacen sentir aún peor.

‘El otro día una de las chicas empezó a decirme muchas cosas y reaccioné mal. No le pegué, sólo la agarré por los brazos y le dije que no me hablara así. En cambio, el personal me castigó y me mandó a hablar con un jefe y me dijo que en otra situación me habría denunciado a la policía y me habría hecho arrestar. Estoy muy preocupada por el informe que hizo sobre mí, y por si puede retrasar mi liberación’.

La detengo. Me repite que el funcionario la amenazó con llamar a la policía para que la detuviera por este incidente. Le explico que eso sería ilegal, y Yency se encoge de hombros. El jefe es Hauptführer en alemán.

Le pregunto a Yency por qué cree que las chicas son tan malas con ella. Es pequeña, llora mucho y eso molesta a las chicas, dice. Pero ellas también sufren mucho, explica Yency. No es la única que llora, también pilla a las chicas malas llorando.

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Llora en la cama y no deja dormir a las demás chicas. Un guardia entra y le enciende una luz en la cara, y ella solloza hasta que se queda dormida. Y cuando le dicen que nadie la quiere, a veces se pregunta si es verdad. Su madre la envió sola al norte y su padre no puede venir a buscarla. Ella sabe que hay razones. Sabe que su padre lo intenta, confía en él cuando lo dice. Es su culpa, en realidad. Si no hubiera agarrado el brazo de la chica, no la habrían denunciado. Ahora se retrasará su salida, le dijo el personal. Si lo vuelve a hacer, podría ir a la cárcel. Tiene una amiga del personal que le dice que no escuche a las otras chicas, que intenta consolarla, que le dice que no se preocupe.

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Yency me cuenta que ha preguntado al personal si puede utilizar sus 10 minutos de teléfono para llamar a su madre y a su padre durante cinco minutos a cada uno. ‘Me han dicho que no’, explica.

‘Lo que me asusta también es que desde hace dos semanas las llamadas telefónicas no funcionan a mi madre en Honduras. Nadie contesta en casa. A veces parece que el teléfono ha sido hackeado porque hay voces en la otra línea que dicen cosas malas y no sé quiénes son’.

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Yency describe algunas de las actividades en el centro.

‘Una vez, durante la actividad de Zumba, le contesté al personal cuando me reprendieron por hablar con alguien’, dice. ‘El personal me gritó y me dijo que me callara’.

A veces se les permite ver películas el fin de semana. ‘El personal siempre quiere ver poner películas en inglés, y ninguno de nosotros puede entenderlas’.

En muy raras ocasiones, un grupo de niños es recompensado por su buen comportamiento con una excursión a un cine cercano.

‘En los tres meses que llevo aquí he ido al cine una vez. No nos compran ningún bocadillo cuando estamos allí. En el cine hay mucha seguridad por parte del personal. Hay personal al final de cada fila y en el centro y también delante y detrás de nosotros. A veces otras chicas dicen que las películas son en inglés y que nadie las entiende. Tampoco te dejan hablar con nadie en el cine. Una vez una mujer intentaba ser amable conmigo y me preguntó ‘¿cómo estás?’. Pero el personal me llamó y dijo que no podía responder’.

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Su ciudad volvió a ser noticia. Había oído hablar de las instalaciones, de pasada, a veces una breve noticia local, un artículo en el periódico, pero durante unas semanas estaba en todas partes. La amiga de su primo trabajó en las instalaciones durante unas semanas, necesitaban personas que hablaran español y pagaban 14,50 dólares la hora. Lo dejó y consiguió un trabajo en Walmart por 11 dólares.

Nadie hablaba de ello. Aparentemente los niños estaban bien cuidados, era triste, sus padres no los querían. No es culpa de los niños, pero los padres deberían saberlo. No deberían poner a sus propios hijos en peligro de esa manera. Otro primo que trabaja en el departamento de policía dijo que la mayoría eran chicos de 17 años que en realidad son adultos, miembros de bandas. Fue triste, pero algunos de ellos eran miembros de pandillas. La mayoría de ellos, probablemente. Deberías escuchar lo que decían de sus tatuajes. No van a conocer a sus padres en los EE.UU., serán recogidos por otros miembros de la pandilla.

Eso es lo que decían algunos. Ella no estaba segura de qué creer. Sabía que los medios de comunicación nacionales estaban aquí de nuevo, vio los reportajes en la televisión y mostraron fotos de niños en jaulas. Oyó que esas fotos eran de hace unos años, que las fotos eran de Obama. O tal vez eran fotos diferentes. No estaba segura de si las fotos eran recientes, pero en cualquier caso, había informes de que miles de niños habían sido arrebatados de a sus padres y eso era algo diferente. No podía creer que eso estuviera ocurriendo. Siempre se tomaba las noticias con pinzas. Nunca se puede estar seguro de lo que realmente están haciendo, pensó para sí misma. Las noticias probablemente lo exageran para vender tiempo comercial. Todo es cuestión de dinero.

Un día llevó a su sobrina de 5 años a ver una película infantil, y estaba preocupada por su sobrinita, que derramaba palomitas por todas partes, cuando dos hombres entraron en el cine con un grupo de 20 niños en fila india. Pasaron lentamente y subieron las escaleras de fieltro hasta el fondo del cine y se sentaron en la última fila. Les siguieron dos mujeres y los adultos se sentaron en los pasillos a ambos lados. De vez en cuando se oía una voz severa que decía ‘no hablar’ en inglés.

Las luces se atenuaron y los trailers comenzaron, a todo volumen, ahogando los sonidos de los niños que estaban detrás de ella, sus cuerpos bullendo de energía, moviéndose en sus asientos, golpeando con los pies, mirando a su alrededor. La mujer trató de apartar el tema de su mente y observó cómo empezaba la película de animación. A mitad de la película, su sobrina le tiró del brazo y le dijo que tenía que ir al baño. La mujer llevó a su sobrina al baño y se estaban lavando las manos cuando se abrió la puerta y entró otra mujer, sosteniendo el brazo de una niña, flaca como un hueso, que la miraba con grandes ojos abiertos. La sobrina miró a la niña y le dijo ‘hola’. La niña sonrió tímidamente, como si estuviera familiarizada con las niñas, como si ella misma estuviera orgullosa de ser una hermana mayor.

‘Hola’, dijo la tía, tratando de sonreír. Miró a la niña y pudo ver que le faltaba algo en los ojos. Se trataba de una niña que no había tenido una vida fácil. La niña empezó a hablar y la mujer que la sujetaba por el brazo le dijo ‘¡Shhh!’ antes de llevarla a una cabina de baño desocupada. Fue entonces cuando la tía se dio cuenta de que era peor de lo que decían. Cogió a su sobrina, se metió en el coche y se fue a casa. ***

Un equipo de noticias de la televisión vino al centro una vez, dice Yency.

‘Una vez había un reportero con una cámara. Yo estaba afuera jugando en la zona cercada y nos dijeron a todos inmediatamente que nos pusiéramos en fila y entráramos en total silencio sin hablar.’

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Julio de 2019: ‘Vinieron a la comunidad equivocada en el día equivocado’

‘Durante dos semanas, la gente siguió divisando la misteriosa camioneta’, escribió el Washington Post el 23 de julio de 2019. ‘Un Ford F-150 blanco sin marcar, dio vueltas por las calles de Hermitage, un barrio de Nashville donde las casas de rancho modestas en las afueras de la ciudad tienen trampolines y toboganes de plástico en su patio. Varios residentes dijeron a The Tennessean que no pensaron mucho en ello -hasta el lunes temprano, cuando la camioneta encendió sus luces rojas y azules intermitentes para detener a su vecino cuando salía de su casa con su hijo de 12 años”.

‘Dentro había dos agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, que habían estado al acecho mientras salía el sol. Tenían una orden administrativa que les concedía permiso para detener al padre, que al parecer llevaba 14 años viviendo en la comunidad. Pero las cosas no salieron como estaba previsto. Horas más tarde, los agentes se fueron con las manos vacías, después de que los vecinos colaboraran para impedir la detención del hombre’.

Los residentes blancos y negros hicieron un llamamiento a sus amigos y vecinos para que acudieran a la vivienda e impidieran la detención. Los agentes del ICE intentaron sacar a los inmigrantes de la furgoneta, mediante amenazas e incluso ofertas de dinero en efectivo. Cada vez llegaron más vecinos al lugar y la protesta creció. Los vecinos llevaron a los inmigrantes bocadillos y gasolina para que pudieran mantener el aire acondicionado en un día caluroso. En ocasiones, los vecinos enlazaron sus brazos y formaron una cadena humana alrededor de la furgoneta. Al final, los agentes del ICE se vieron obligados a huir del lugar. El Post escribió: ‘Cuando llegó un reportero del Nashville Scene, se pudo escuchar a un vecino observar: ‘Vinieron a la comunidad equivocada en el día equivocado’. El hombre al que el ICE intentaba detener no ha sido identificado públicamente, pero una vecina, Angela Glass, lo describió a él y a su familia como ‘buena gente’. Cuando las luces intermitentes iluminaron su tranquila subdivisión alrededor de las 6 de la mañana del lunes, los residentes se preguntaron qué estaba pasando. Glass dijo a la Radio Pública de Nashville que había vivido cerca de la familia durante cinco años pero que nunca se dio cuenta de que el padre no era un ciudadano’.

Glass dijo: ‘Todo el mundo se enfadó: ‘No hacen nada, no molestan a nadie, no tenemos ninguna queja de ellos. Nunca se ha llamado a la policía por allí. Todo lo que hacen es trabajar y cuidar de su familia y de la comunidad».

Felishadae Young dijo a un canal de televisión local: ‘Nos mantuvimos unidos como se supone que deben hacer los vecinos. Nos aseguramos de que tuvieran agua, que tuvieran comida, pusimos gasolina en el vehículo cuando se estaba agotando sólo para asegurarnos de que estaban bien… [El ICE] fue muy malo con ellos, les hablaron como si no fueran nada’. El Post escribió que ‘los agentes del ICE intentaron engatusar a la pareja para que salieran de la furgoneta. Les ofrecieron la posibilidad de una recompensa en efectivo, diciéndoles al niño y a su padre que tendrían que salir en algún momento’. El ICE no tenía ninguna orden de arresto y no tenía autoridad legal para realizar la detención.

‘Finalmente, tras unas cuatro horas, los agentes se rindieron y se marcharon. Cogidos de la mano, el variado grupo de activistas, vecinos y miembros preocupados de la comunidad rodearon la furgoneta. Formaron una cadena humana, bordeando el camino que llevaba a la modesta casa de ladrillo de la familia. Las puertas de la furgoneta se abrieron de golpe y el padre y el hijo entraron corriendo en la casa. El público aplaudió cuando la puerta principal se cerró tras ellos’.

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Los muertos: Carlos Gregorio Hernández Vásquez, Wilmer Josué Ramírez Vásquez, Juan de León Gutiérrez, Jakelin Amei Rosmery Caal Maquin

Cuando una niña no identificada de El Salvador murió en septiembre de 2018, las autoridades estadounidenses no notificaron su muerte al público, dejando incluso al consulado salvadoreño en la oscuridad. La noticia de su muerte se hizo pública solo ocho meses después. Tenía 10 años de edad.

Un funcionario del gobierno estadounidense ha confirmado ahora que la niña entró en Estados Unidos en marzo de 2018 en un ‘estado médicamente frágil’, pero no fue trasladada a un centro sanitario hasta mayo. Tras cuatro meses, entró en coma el 26 de septiembre. Solo entonces fue trasladada a Nebraska, donde vivía su familia. Murió el 29 de septiembre de ‘fiebre y problemas respiratorios’, dijo el funcionario.

Cuando la CBS pidió un comentario, la Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras de Estados Unidos (CBP) se quejó del coste económico de los exámenes médicos obligatorios para los niños.

La niña salvadoreña fue la primera de los seis niños inmigrantes que murieron bajo custodia estadounidense entre el otoño de 2017 y 2018. En el transcurso de la década anterior, ningún niño murió en detención de inmigrantes.

Este drástico aumento de las muertes sirve de advertencia: las fuerzas de extrema derecha de la Casa Blanca, lideradas por el asesor de Trump Stephen Miller, se estaban orientando cada vez más hacia el uso oficial de la violencia letal contra los inmigrantes. Pero esta cábala de fascistas estaba en curso de colisión con la gran mayoría del pueblo estadounidense, que ve las muertes de niños inmigrantes como una desgracia y una marca indeleble de vergüenza nacional.

Los otros cinco niños que han muerto eran guatemaltecos y crecieron en las devastadoras secuelas de la guerra civil instigada por Estados Unidos que asoló el país de 1960 a 1966. A principios de la década de 1980, el dictador guatemalteco Efraín Ríos Montt dirigió una campaña genocida para asesinar a campesinos y trabajadores con el apoyo de la CIA y el ejército estadounidense. Montt recibió entrenamiento militar en Estados Unidos. En 1982, el presidente Ronald Reagan lo llamó ‘un hombre de gran integridad personal y compromiso’.

Efraín Ríos Montt (Wikimedia)

La breve historia de la vida de cada niño da testimonio de la devastación causada por el sistema capitalista y el imperialismo estadounidense en la clase obrera y los campesinos pobres de Centroamérica. Además de Felipe Alonzo-Gómez, Carlos Gregorio Hernández Vásquez murió el 20 de mayo de 2019 a los 16 años. Era originario de Cubulco, Guatemala.

Carlos, conocido cariñosamente como ‘Goyito’, era ‘un joven muy inteligente’ que se encontraba en excelente estado de salud cuando fue detenido, dijo su padre a Telemundo. La familia explicó que el hermano de Carlos es discapacitado mental. Carlos viajaba a EE.UU. para enviar dinero para pagar la atención médica de su hermano, que de otro modo la empobrecida familia no podría pagar. Carlos murió tras ser encontrado sin respuesta en el suelo de una celda de detención.

Carlos Gregorio Hernández Vásquez

El pueblo natal de Carlos está a 16 kilómetros de Rabinal, el lugar de la masacre conocido Plan de Sánchez. El 18 de julio de 1982, soldados entrenados por Estados Unidos dispararon proyectiles de mortero contra un mercado agrícola repleto. Horas después, los soldados cerraron las salidas del pueblo y fueron casa por casa, torturando y asesinando a los residentes indígenas y violando a mujeres y niños.

Expertos exhuman fosas comunes donde cientos de campesinos guatemaltecos fueron torturados y asesinados por el ejército guatemalteco (Wikimedia)

Un testigo declaró que el gobierno ‘separó a las niñas de entre 15 y 20 años de este grupo, y las llevó a la casa de Guillerma Grave Manuel; las violaron; les rompieron los brazos y las piernas, y luego las mataron… Los niños fueron aplastados contra el suelo, y luego arrojados a las llamas junto con sus padres…’

Wilmer Josué Ramírez Vásquez murió el 14 de mayo de 2019 a los 2 años. Era originario de Chiquimula, Guatemala.

Wilmer Josué Ramírez Vásquez

Según los familiares, la madre de Wilmer lo llevó a Estados Unidos porque el pequeño estaba gravemente enfermo y a la familia le era imposible pagar la atención médica en Guatemala.

El abuelo de Wilmer dijo a Telemundo: ‘Ella huyó de la misma desesperación que [el padre del niño]. Ella también huyó, y con un niño enfermo. No había nada más que pudieran hacer’. La madre de Wilmer no puede permitirse volver a casa para el funeral de su hijo y ahora debe trabajar en Estados Unidos para pagar la deuda médica que ella y su hijo acumularon en ese país.

La ciudad natal de Wilmer se encuentra en el mismo estado que Panzos, donde los militares guatemaltecos mataron a 140 indígenas q’eqchi el 29 de mayo de 1978, después de que los trabajadores locales y los agricultores pobres se manifestaran en la plaza de la ciudad para exigir el respeto de sus derechos sobre la tierra. La región cuenta con grandes depósitos de níquel codiciados por una filial local de JP Morgan y la Hanna Mining Company.

El Washington Post informó: ‘El ejército guatemalteco tardó sólo unos minutos de disparos sólidos y frenéticos ‘limpiar’ la plaza del pueblo de Panzos. Cuando los disparos cesaron, los cuerpos de niños, mujeres y hombres yacían sangrando entre los árboles’. Cinco mujeres con bebés en brazos se ahogaron al intentar escapar por el río Polochic.

Juan de León Gutiérrez murió el 30 de abril de 2019 a los 16 años. Era originario de El Tesorro, Ciudad de Guatemala, Guatemala.

Juan huyó de su finca familiar después de que una prolongada sequía acabara con toda la cosecha de maíz y frijoles de la familia en 2017 y 2018. La sequía en la zona es producto del cambio climático, que ha hecho que 2,2 millones de personas pierdan sus cultivos.

Según el Programa Mundial de Alimentos, el 50 por ciento de las familias no tenían suficientes alimentos, la proporción más alta de la historia. Los familiares dicen que Juan huyó porque la familia ya no podía alimentarlo. El padre de Juan dijo que Juan ‘fue a buscar la vida, pero encontró la muerte’. Fue dado de alta del hospital un día antes de morir de una infección cerebral conocida como tumor hinchado de Pott.

Jakelin Amei Rosmery Caal Maquin murió el 8 de diciembre de 2018. Ella era de San Antonio Secortez, Guatemala.

Jakelin Caal

La madre de Jakelin, una maya q’eqchi, dijo: ‘Vivo con una profunda tristeza desde que me enteré de la muerte de mi hija. Pero no hay trabajo, y esto provocó la decisión de irme’. San Antonio Secortez también se encuentra en el mismo estado que la masacre de Panzos.

El New York Times escribió en diciembre de 2018: ‘El ejército llevó a cabo algunas de sus masacres más mortíferas bajo la presidencia del general Romeo Lucas García en el departamento de Alta Verapaz, donde vive la familia Caal, y en los departamentos vecinos’. Los nombres de los pueblos atacados están grabados en la memoria de Guatemala.’

Klara

Klara había dejado El Salvador hace meses. Llevaba años moviéndose con la familia desde que su madre murió y su padre se marchó. Estuvo un tiempo con una prima, pero ésta se fue a Estados Unidos. Iba de casa en casa, pero nunca era seguro ni permanente, así que se fue a Estados Unidos.

Parecía no estar interesada en hablar conmigo, estaba encorvada, miraba a su alrededor con pereza, no estaba impresionada. Dejaba claro que era mucho, mucho mayor y más sabia que las niñas con las que compartía litera. No era una niña, era casi una adulta, sería capaz de valerse por sí misma.

Ella lo explica: ‘Me aprehendieron en agosto de 2018 y pasé un día en La Hielera. Entré como a la una de la tarde y a las tres horas me dieron unas galletas. Pasé dos días en La Perrera. Había una montaña de gente allí y todos teníamos mucha hambre. En dos días tuvimos básicamente algunas manzanas y aguas muy pequeñas. No había comida para los bebés y todos lloraban. Había muchos bebés llorando. No podíamos dormir, y cada 15 minutos nos ponían a todos en fila y nos contaban’.

Klara podrá valerse por sí misma. Es inteligente, está en Facebook. Está en WhatsApp, pero no se le permite usar las redes sociales en la detención. Tiene familia en Estados Unidos, que vive en las grandes ciudades. Tiene mucha familia y todos ellos están intentando sacarla del centro. Es complicado.

‘Llevo unos tres meses en el centro’, explica. ‘Aquí nadie me dice nada. No me dicen nada sobre cómo puedo salir de aquí. He intentado que mi familia me apadrine, pero mi familia tiene miedo porque saben que ahora deportan a la gente que apadrina a los niños”.

Su familia en Estados Unidos es indocumentada. Fuera de San Salvador, las mayores ciudades en términos de población salvadoreña son Washington D.C. y Los Ángeles. Tiene primos en Virginia, un amigo en Maryland y otro grupo de primos en Los Ángeles.

‘Primero mi primo XXXX, que vive en Virginia, dijo que podía ayudar, pero el gobierno le negó el patrocinio porque tiene otro apellido y dijeron que no era mi familia. Sin embargo, sí es mi familia. Luego, la hija de una mujer con la que viví en El Salvador dijo que podía hacerlo, pero dejó de responder a las llamadas de mi asistente social porque también tuvo miedo de que la deportaran. Se llama XXXX y vive en Maryland. Ahora estoy tratando de conseguir que una tercera prima que vive en Los Ángeles me patrocine, y al principio dijo que podía, pero ahora no responde a mis llamadas. Me da mucho miedo no saber si alguien puede ayudarme y me dicen que podría tener que quedarme aquí durante mucho tiempo si nadie puede patrocinarme’.

***

Algunas de las chicas acaban marchándose. Sus familiares acaban viniendo por ellas. ¿Por qué sus familias vienen por ellas, pero las de ella no? Su madre no pudo evitar morir, pero su padre tuvo la oportunidad de elegir y optó por dejarla. Ahora nadie la acepta. Debería estar en el primer año de instituto, pero en lugar de salir con sus amigas y hablar con los chicos, está atrapada en un barracón con un montón de niñas que lloran todo el tiempo. ¿Por qué no se callan? *** Tenía 16 años y los mareros ya no la ignoraban. Empezaron a fijarse en ella. Un chico en particular se interesó especialmente. Comenzó a silbarle. Cuando sus amigos la veían la llamaban su esposa, su mujer. Ella sabía lo que iba a pasar después.

Pasó el día en la pequeña tienda y atendió la caja registradora. Se sentaba en un taburete y enviaba mensajes de texto a sus amigos, y antes de que oscureciera se subía al autobús y se dirigía a cualquier lugar en el que pudiera encontrar un alojamiento. Envió mensajes de texto a sus amigos sobre la posibilidad de ir a Estados Unidos. Tenía amigos en Estados Unidos a los que también enviaba mensajes. Le hablaban de la escuela, de sus trabajos, de ganar 8,50 dólares la hora.

Las bandas transnacionales dominan amplias franjas de Centroamérica (Wikimedia)

Un día volvía a casa desde el Pizza Hut donde había estado estudiando con unos amigos. Un anciano subió al autobús y luego subieron dos mareros que vieron al anciano y se sentaron justo detrás de él. Empezaron a hablarle, a amenazarle, a decirle que debía pagar el alquiler. El hombre se agitó y dijo a los dos jóvenes que se calmaran. Uno de los jóvenes sacó una pistola y disparó al anciano en la cabeza. Las mujeres del autobús empezaron a gritar y a llorar. El conductor del autobús se salió de la carretera, paró el autobús, se bajó y corrió lo más rápido que pudo. Todo el mundo corrió hacia la salida. En el exterior estaba oscureciendo. La gente corría o se alejaba rápidamente, en todas las direcciones. La luz de la calle iluminaba el lateral del autobús y la ventanilla que brillaba con el rojo de la sangre, el único color en el crepúsculo gris y azul intenso. Ahora era de noche y estaba a varias paradas de su casa. Se subió la capucha y caminó rápidamente.

Al día siguiente empacó sus cosas, pagó casi todo lo que tenía por un boleto de autobús y cuatro días después estaba en Tapachula, al otro lado de la frontera mexicana. Las siguientes semanas estuvieron llenas de la suave luz amarilla de las plazas de la ciudad y del sonido de la electricidad que zumbaba y de los gritos de los hombres borrachos. A veces en autobús, a veces en tren, a veces a pie.

Ya era media mañana y hacía calor cuando se entregó a la patrulla fronteriza estadounidense cerca de Eagle Pass, Texas. Siguió el ritmo del grupo principal, pero todos se dispersaron al ver el helicóptero sobrevolando la zona. Era sólo cuestión de tiempo que la encontraran. Subió a la parte trasera de la furgoneta y reconoció las caras familiares de su grupo. Reconoció a una mujer de unos 20 años que le había sonreído y ayudado el día anterior cuando había empezado a quedarse atrás. Se alegró de verla, pero lamentó que la hubieran pillado. La mujer no le sonrió esta vez, sino que miró por la ventana y se quedó mirando, con los brazos cruzados sobre su mochila en el regazo.

A media tarde fueron procesados en un almacén reconvertido con una valla de alambre y focos por todos lados. Hombres y mujeres con los uniformes verdes de la migra hablan entre sí, sonríen, ríen. Los conducen a una zona encadenada bajo una bandera estadounidense. Hace mucho frío a pesar de ser pleno día. El lugar está abarrotado. Alguien se acerca y reparte pequeños paquetes de galletas, un burrito de frijoles frío. No hay comida para los bebés, y todos lloran. Había muchos bebés llorando.

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Klara se alegró de alejarse de las luces cegadoras del centro de procesamiento. Le dijeron que el centro de detención de menores sería mejor.

‘Las habitaciones no tienen puertas. El personal utiliza habitualmente linternas directamente sobre nuestras caras por la noche y es imposible dormir. Cada cinco minutos nos iluminan la cara con las linternas. A veces hay mujeres y a veces hay hombres que se acercan a la puerta para iluminarnos la cara. Las reglas son muy, muy estrictas y no puedes ir donde quieras. Te dan 10 minutos para comer. Hay que hacer cola y a veces se tarda mucho, así que tenemos menos de 10 minutos para comer. La comida es insípida y no puedes pedir más si todavía tienes hambre. Sólo tienes ocho minutos para ducharte y vienen a llamar a la puerta a los seis minutos para decirnos que nos demos prisa’.

Durante la entrevista, le pregunto a Klara por las otras chicas de su litera. Klara pone los ojos en blanco. Admite que a veces no es tan amable como debería con algunas de las chicas más jóvenes. Dice que lloran demasiado, pero que intentará ser más amable con ellas. Luego añade: ‘Un miembro del personal fue muy grosero conmigo una vez. Las primeras semanas estuve llorando y me dijo que si no dejaba de llorar me denunciaría y retrasaría mi salida. Su nombre es Srta. Andrea. Tenía un jersey con el que me tapaba la cara mientras lloraba y me lo quitó diciéndome que no podía taparme la cara’.

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Un apartamento a ras de suelo en East Hollywood, Los Ángeles, en un hermoso día de brisa.

‘Ten un poco de compasión por la chica, ha tenido una vida dura’, le dice la mujer a su marido. Él acaba de llegar a casa del trabajo, con grasa en los brazos y una camisa gris de mecánico. Ambos tienen alrededor de 30 años.

‘Ya tenemos bastantes problemas. La has ayudado, le has enviado dinero, has hecho lo que tenías que hacer. Esto va más allá de la obligación’, dice.

‘Es huérfana, conocí a su madre. Su madre me cuidó…’

‘Nos meterás en problemas con tu gran corazón. Les das tus huellas y te tienen en el sistema, pueden venir a buscarte cuando quieran. ¿No dijiste que eso es lo que piden? ¿Huellas dactilares?’

En voz baja, la esposa dice: ‘Sí’.

‘Te digo que ninguna buena acción queda impune. Si entregas tus huellas dactilares, no podrás recuperarlas. Es tu prima. ¿No dijiste que tiene otros primos?’

‘Sí, en Maryland’.

‘Estoy seguro de que se la llevarán. Deja de preocuparte por eso. Ya es bastante difícil. ¿Y si vienen a buscarnos? Entonces nuestros hijos serán los huérfanos’.

No podía soportar más las llamadas telefónicas. No tuvo el valor de decir que no podían hacerlo. Se sentía tan cruel, pero ¿qué opción tenía?

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Le pregunto: ¿Hay algo más que quiera decirme? Sí, dice. Hay una chica aquí con la que debo hablar. Las chicas tienen miedo por ella. Verá si esta chica accede a hablar, pero no está segura.

‘Intentó ahorcarse, creo que trató de usar un suéter’, dice Klara. La chica tiene 16 años y es de Guatemala. ‘Cree que estará aquí durante tres años’. Un tiempo antes, intentó saltar la valla y huir, pero la atraparon y la castigaron dejándola dentro. Klara no sabe cuánto tiempo lleva aquí esta chica, pero fue hace tres semanas cuando intentó ahorcarse.

‘Después de que lo intentara, el personal nos dijo que no lo intentáramos nosotros. Se sentía muy encerrada porque le dijeron que no podía salir. Estaba muy desesperada. Lo siento mucho por ella’.

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Junio de 2017: Muerte en un contenedor de transporte

En junio de 2017, nueve inmigrantes murieron y 19 se encontraban en estado crítico después de estar encerrados en un remolque de camión sellado en San Antonio, Texas, durante 24 horas. El remolque estaba estacionado al sol en un estacionamiento de Walmart en un clima de 100 grados.

Poco antes de las 12:30 de la mañana del domingo, uno de los inmigrantes atrapados consiguió salir del remolque para pedir agua a un trabajador de Walmart. El trabajador trajo agua y llamó al 911 para pedir ayuda.

La policía y los funcionarios de inmigración llegaron al lugar y detuvieron a los inmigrantes mientras salían a trompicones del remolque y entraban en el aparcamiento. Una vez capturados los que seguían vivos, la policía sacó los cuerpos de los ocho que murieron por insolación o deshidratación, entre ellos dos niños. Otro individuo murió en el hospital más tarde el domingo.

Mientras los investigadores estudiaban la escena en el aparcamiento el domingo, la tienda Walmart seguía abierta.

Es difícil imaginar el infierno que vivieron los inmigrantes, jadeando en el calor sofocante mientras la muerte les rodeaba. El jefe de bomberos de San Antonio, Charles Hood, dijo a la prensa que los sobrevivientes ‘estaban muy calientes al tacto’. Sus ritmos cardíacos superaban los 130 latidos por minuto.

Ante los informes de que algunos de los inmigrantes habían huido del aparcamiento, la policía y las autoridades de inmigración lanzaron una cacería humana, buscando en los alrededores a los inmigrantes fugados para detenerlos y encarcelarlos. Un helicóptero iluminó con un faro los bosques cercanos y continuó la búsqueda durante horas mientras amanecía.

Sólo los cuerpos de los muertos podrán permanecer en Estados Unidos, para ser enterrados. Los sobrevivienntes serán arrojados a centros de detención y con rapidez deportados, muy probablemente sin derecho a comparecer ante un juez para defender sus casos.

Thomas Homan, entonces director en funciones del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), hizo la siguiente declaración:

‘El horrendo crimen descubierto anoche es un duro recordatorio de por qué las redes de contrabando de personas deben ser perseguidas, capturadas y castigadas. … Estas redes han mostrado repetidamente un desprecio temerario por las personas que trafican. … Los hombres y mujeres del ICE se enorgullecen de estar al lado de nuestros socios en la aplicación de la ley’ para ‘proteger al público y a aquellos que podrían ser víctimas de sus peligrosas prácticas centradas únicamente en sus beneficios ilícitos’.

Esta declaración servirá como prueba clave en un futuro juicio por crímenes contra la humanidad. Los fiscales señalarán que, sí, lo que tuvo lugar fue un crimen horrible. Además, es cierto que los criminales, movidos por su afán de lucro, muestran un desprecio temerario por la vida de sus víctimas.

Sin embargo, no son las ‘redes de contrabando’ las principales responsables de lo ocurrido en San Antonio. Son el ICE, la Patrulla de Aduanas y Fronteras (CBP) y las políticas bipartidistas del gobierno estadounidense los culpables. La tragedia de San Antonio es un caso de asesinato social, del que es culpable la clase dirigente.

En la década de 1990, bajo el presidente Bill Clinton, demócratas y republicanos promulgaron programas como la ‘Operación Gatekeeper’ y la ‘Operación Hold-the-Line’, cuyo objetivo era militarizar las zonas de cruce urbano y obligar a los migrantes a cruzar por los desiertos inhabitables.

En 2006, bajo la administración Bush, el Congreso aprobó la Ley de Vallas Seguras, que facilitó la construcción de cientos de kilómetros de barreras fronterizas y militarizó aún más la frontera. Entre los que votaron ‘sí’ a esta ley estaban los entonces senadores Joseph Biden, Hillary Clinton, Barack Obama, John McCain y Charles Schumer. En 2010, Obama firmó una ley que desplegó una flota de drones en la frontera y 1.500 soldados de la Guardia Nacional para bloquear o detener a los inmigrantes. Miles de personas han muerto al intentar cruzar como resultado de estas políticas.

Hillary y Bill Clinton (Wikimedia)

Donald Trump estaba cumpliendo su promesa de ‘desencadenar’ el ICE y el CBP y contrató a asesores fascistas y supremacistas blancos para puestos clave en las agencias de inmigración.

La tragedia de San Antonio pasó prácticamente desapercibida en el establishment político. La respuesta del Partido Demócrata consistió en declaraciones denunciando a los contrabandistas, incluyendo la declaración de Joaquín Castro, congresista estadounidense por San Antonio, que dijo: ‘Los contrabandistas responsables del incidente, que no mostraron ninguna consideración por las vidas de las personas que transportaban, deben ser procesados con todo el peso de la ley.’

Esmerelda

Esmerelda es guatemalteca, de piel oscura, indígena y del campo. Viajó a Estados Unidos con su hermana, que es un año menor que ella. Esmerelda tiene 16 años. Ella y su hermana fueron descubiertas por la Patrulla Fronteriza tras pasar la noche solas en el desierto. No está claro dónde está su hermana en el momento en que hablo con ella.

‘Eran como las 7 de la tarde cuando los coyotes nos dejaron en el desierto. Pasamos la noche en el desierto y yo tenía miedo. Mi padre me decía por teléfono que tuviera cuidado con la mafia y que tenía que tener cuidado. Los mafiosos que nos llevaron al otro lado nos gritaban. Me preocupaba que me secuestraran. Hacía mucho calor y no tuvimos agua durante más de un día’.

El calor extremo pronto se convirtió en frío extremo.

‘Después de la detención, me llevaron a un centro de detención donde estuve dos días, uno en La Hielera y otro en La Perrera. En La Hielera fue horrible. No había mantas, hacía mucho frío. No teníamos jerséis porque era verano y hacía calor. No había comida, y había muchos bebés llorando, y madres llorando por sus hijos. Algunas chicas decían que los agentes las maltrataban. Un agente me gritó ‘¡qué estás mirando!’ cuando estaba mirando lo grandes que eran los agentes. Otro me dijo que no podía agacharme e inclinar la cabeza hacia delante mientras estaba sentada. Sólo me daban trocitos de sándwich y yo tenía mucha hambre’.

Esmerelda está sorprendida por lo que ha vivido. Sabe que de alguna manera se ha visto envuelta en algo que sabe que mucha gente se toma muy en serio, pero no sabe por qué ni cómo.

Su tía vive en Carolina del Norte. ‘Intentó apadrinarme, pero el gobierno le denegó la petición. No sé por qué. Ella es mi verdadera tía y quiero que me entreguen a ella lo antes posible’.

Esmerelda odia la caspa, odia tener ocho minutos para bañarse, odia no tener el jabón adecuado. Más que nada odia las reglas que no tienen sentido.

‘Si hacemos algo que rompa las reglas, nos denuncian, y el personal nos dice que cada denuncia retrasa nuestra liberación dos meses. Hay cámaras en todos los rincones y nos vigilan todo el tiempo. El personal nos dijo que siempre nos vigilan. Una trabajadora social me dijo que había una chica que estaba a punto de ser liberada, pero le pusieron una denuncia en su contra y retrasaron su liberación dos meses para castigarla’.

Explica Esmerelda:

‘Tampoco podemos tocar a nadie ni jugar con las manos. Otras normas son que cuando dibujas, el personal comprueba lo que has dibujado. No sé qué tipo de cosas no se nos permite dibujar. Tampoco podemos usar apodos cariñosos entre nosotros, y te pueden multar si llamas a alguien con un apodo. Si no comes, te hacen un informe. No puedes tener un cuaderno porque dicen que los chicos intentan comunicarse con las chicas con cuadernos. Me encantaría tener un cuaderno en el que pudiera dibujar y practicar palabras en inglés, pero no nos lo dan. Le pedí a mi consejera un cuaderno pero no me lo dio. Las chicas que tienen cuadernos no pueden compartir las páginas con nosotros. No entiendo esto. No podemos llevar lápices de colores ni bolígrafos, y tampoco nos dan pinzas para el pelo. No sé por qué.

‘Sólo tienen siete lápices de colores y si los usas durante el tiempo libre, el personal cuenta cada uno de ellos cuando los devuelves. Si no encuentras uno, te hacen buscarlo por todas partes y si sigue faltando uno, castigan a todos los que tenían tiempo libre al mismo tiempo y eso es mucha gente. Ayer un funcionario nos amenazó a todos cuando alguien no encontró un lápiz’.

Al terminar la entrevista, me pregunta: ‘También quiero saber cómo se consigue un abogado. Mi padre está en Florida y tiene un proceso de deportación pero no tiene abogado’.

***

A los niños no se les permite tener utensilios de escritura o papel en sus habitaciones, con el argumento de que se harán daño. A algunos, aparentemente por una buena razón, se les permite tener cuadernos, pero no pueden compartirlos con las niñas que no tienen papel.

A los niños se les dice que un lápiz afilado podría utilizarse como arma, al igual que un bolígrafo. Basándose en que cada uno de ellos podría ser utilizado como un instrumento contundente para apuñalar, ambos están prohibidos.

Pero esto no explica la prohibición del lápiz de colores, que es un arma bastante pobre. En cuanto a la provisión de papel, es aún más difícil justificar esta prohibición por motivos de seguridad. La prohibición existe para evitar que los niños pasen notas, dibujen para expresarse, escriban a sus familias.

***

La nueva niña preguntó por ahí y nadie había oído hablar de su hermana pequeña. Las habían separado en el almacén de procesamiento. Cuando llegó al centro, le habían quitado el teléfono celular y no pudo llamar a su padre para contarle lo sucedido. Pidió al personal que le dieran el celular para poder hacer una llamada.

Todavía no, le dijeron, tienes que esperar tu turno al teléfono como todo el mundo.

‘Pero no puedo encontrar a mi hermana’, dijo.

‘Tu trabajadora social te ayudará con eso cuando te reúnas con ella. Sólo tienes que esperar a tu cita. Hay un proceso’, fue la respuesta.

Le permitieron ducharse –por fin– y la llevaron a su cama en la habitación de literas. Era temprano y las otras chicas se estaban despertando. Ninguna de las chicas había oído hablar de su hermana, al parecer era la única chica nueva que habían traído. Su hermana debió ser llevada a otro lugar, quién sabe dónde. Esta es la información que habían recogido de los otros niños o del personal.

Debe haber un malentendido, no deberían haberlas separado, eran hermanas. La última noche que pasaron solas fue dos noches antes en el desierto. No estaban seguras de que fueran a vivir. Apenas había dormido una hora en tres noches. Lo único que quería era encontrar a su hermana e irse a dormir.

Aquella tarde la llevaron a una sala común con otras chicas, entre ellas muchas que había reconocido en la sala de literas. Se quedó dormida sentada en un sofá bajo luces brillantes. Se despertó cuando una empleada entró en la sala para decirles a los niños que tenían que limpiarse y abandonar la habitación. La niña miró la pequeña mesa que tenía delante y vio varios trozos de papel rayado y dos lápices de colores. Si pudiera escribir una carta a su hermana podría decirle que está en el centro y que quien viniera debería venir a recogerla allí y pronto.

Las chicas que la rodeaban empezaron a recoger a regañadientes los viejos juegos de mesa y las hojas para colorear esparcidas por el suelo. Cogió un papel y el lápiz verde y los guardó en el bolsillo delantero de su sudadera y se puso en fila para ir a la siguiente estación de su horario. Pero antes de salir, el empleado dijo que no se habían devuelto todos los lápices de colores. Todos se vieron obligados a vaciar sus bolsillos, y la chica trató de dejar caer el lápiz al suelo lo más silenciosamente posible, pero la empleada la vio y se acercó a ella para decirle que había intentado robar, que eso no estaba permitido, que la denunciaban y que su salida se retrasaría un mes.

A la chica nueva se le hizo un nudo en el estómago. ‘¡Un mes!’, soltó.

Otra chica tomó la palabra: ‘Pero es nueva, no lo sabía’.

La empleada miró a la segunda chica y le espetó: ‘Ya está, sus llamadas del jueves quedan canceladas’.

Las chicas se quedaron calladas. Salieron de la habitación arrastrando los pies, con la vista puesta en el suelo. Más tarde, esa misma noche, en el baño, la chica nueva oyó que alguien en el puesto de al lado le decía a su amiga: ‘Probablemente quería escribir a algún novio. La razón por la que no nos dan lápices y papel es por chicas como ella’. ***

No, Esmerelda tampoco había oído hablar de la caravana de inmigrantes. Pero era bueno que esa gente lo hiciera. Ella esperaba que vinieran a Texas y los dejaran salir, eso era lo que debían hacer.

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Octubre de 2017: Una redada de inmigración en un pequeño pueblo de Michigan

En una tarde calurosa y tranquila al final de un largo verano, un grupo de trabajadores agrícolas observaba cómo el crepúsculo se escurría hasta palidecer en el horizonte del oeste de Michigan. Algunos de los hombres se sentaron en un sofá usado pegado a la pared del edificio de dormitorios y apoyaron la cabeza en la pared exterior, todavía caliente al tacto por el sol del día. Otros estaban de pie, prefiriendo enderezar sus espaldas después de pasar el día agachados sobre los arbustos de arándanos.

Los hombres se mueven por las hileras y arrancan la fruta con elegancia, con elegancia porque la fruta no puede magullarse. Llenan de fruta los cubos de plástico de 6 kilos, se deshacen de las avispas y empiezan con un nuevo cubo, y después de 12 horas, o del tiempo que necesite el agricultor, las furgonetas los llevan de vuelta a su residencia en la ciudad de New Era.

Alojamiento de los migrantes en el campo de trabajo agrícola de Bakery

El dormitorio de New Era tiene un cierto zumbido tranquilo a esta hora. Imagínese un edificio de apartamentos de la ciudad donde todos trabajan en el mismo puesto y salen del trabajo a la misma hora. Las ventanas se abren para dejar entrar el aire fresco. La música de un grupo musical suena en una vieja radio colgada con tres largos cables de extensión a través de una ventana en el dormitorio abierto de alguien. Los teléfonos zumban y timbran, y el edificio de dos pisos de la residencia universitaria, de color verde y situado en medio del campo, se conecta con Los Ángeles y Nueva York y con pequeños pueblos de Oaxaca hasta los confines del horizonte infinito de la vida que es la Ciudad de México.

La temporada de arándanos está llegando a su fin y los hombres y mujeres, en su mayoría mexicanos, se pasan un portapapeles con solicitudes para la próxima cosecha de manzanas. Están en constante movimiento, moviéndose de cosecha en cosecha, conduciendo sus viejos coches a través del país, durmiendo en aparcamientos de Walmart o KOAs hasta que llegan al siguiente campo y recogen la siguiente fruta. Trabajan mientras haya trabajo y luego siguen adelante. El movimiento constante se convierte en algo tan natural como levantarse por la mañana, es simplemente algo que hay que hacer.

Los hijos de los trabajadores agrícolas levantaron tierra con un balón de fútbol en la entrada de su casa temporal. La bruma de la tierra tiñe de rojo el atardecer.

Las madres y los padres observaban desde las ventanas de sus dormitorios de madera contrachapada. Esta era la meta. Trabajaban duro, el dinero era escaso, pero estaban a salvo y lo habían conseguido. Sus hijos irían a la escuela, tendrían una vida mejor, quizás tendrían éxito. Los jóvenes padres, con los brazos cubiertos de suciedad por el sol de 90 grados, se sentaron juntos en el sofá fuera del edificio de la residencia y bebieron cerveza fría. Desde hacía mil años, ninguno de sus padres había dado a sus hijos una oportunidad semejante de tener una vida segura y próspera. Qué profundamente arde este sentimiento en el corazón de esos padres…

Mientras los trabajadores se relajaban en el Campo de Trabajo Agrícola de la Panadería, un convoy de agentes de inmigración bajaba a toda velocidad por los caminos rurales arbolados en una operación planificada para asaltar el campo. No tenían órdenes de registro, la redada se basaba en la pretensión legal de que otro indocumentado había vivido allí hace tiempo. Minutos después, nueve hombres y una mujer eran conducidos en dirección contraria, algunos hasta Youngstown, Ohio, para ser procesados y deportados.

***

‘Papá, mamá, la policía está aquí’, gritó un niño de 10 años mientras corría hacia el apartamento en el que su familia vivía desde junio. Cinco coches sin marcas y todoterrenos acababan de entrar a toda velocidad en el aparcamiento del campamento, uno tras otro. Los agentes de inmigración sin uniforme empezaron a ordenar a los trabajadores que se pusieran en fila contra el muro.

ICE arrestando a trabajadores agrícolas en New Era, Michigan, el 19 de septiembre de 2017

Días después, los habitantes del campamento de migrantes de Bakery seguían conmocionados. Algunos habían huido, temiendo una segunda redada. El suelo estaba lleno de gorras de béisbol, botellas de agua, guantes de trabajo y rodilleras que habían quedado de la redada. El niño estaba conmocionado. ¿Cómo asimila un niño de 10 años el hecho de que en un momento su padre estaba allí y luego se había ido, posiblemente para siempre? ¿Qué piensa cuando su madre le explica que no pueden hacer nada al respecto?

La madre del niño, Juana, recuerda el pánico: ‘Vino la policía y mi marido salió a la puerta. Le dijeron: ‘ven fuera’ y le obligaron a salir por la puerta y le detuvieron’.

‘Cuando vinieron, me dijeron que me quedara dentro’, dijo. ‘No me dejaron hablar con mi marido. Nuestros hijos estaban mirando y lloraban. Yo también. La inmigración vino con su carácter muy feo. Fueron muy agresivos’.

Luchó contra las lágrimas cuando dijo que sólo había hablado con su marido una vez desde que lo llevaron al Centro Correccional del Noreste de Ohio. Él le contó por teléfono cómo los oficiales de inmigración se habían burlado de ellos. ‘Los oficiales racistas empezaron a burlarse de él’, dijo Juana. ‘Le dijeron que era un delincuente y que nuestros hijos son delincuentes porque nosotros mismos les cortamos el pelo a nuestros hijos, porque tienen cortes de pelo’.

Vivienda para inmigrantes en New Era, Michigan

Un trabajador agrícola que vive en un campo de trabajo cercano estaba presente cuando tuvo lugar la redada.

‘Inmigración no tenía una orden’, dijo, ‘sólo tenían una foto de un tipo que vivía allí, pero acabaron deteniendo a 10 personas. Estaban esperando a la vuelta de la esquina a que volvieran del trabajo. La gente estaba descansando en la puerta después de un largo día’.

Las redadas produjeron conmoción y enfado entre los residentes no inmigrantes de los alrededores, que son abrumadoramente blancos.

Elaina creció en New Era y nunca había visto una redada como ésta. Ha vivido durante años al lado del campamento en una caravana, sabe que los trabajadores son pobres. Sabe que han recorrido un largo camino, que sus vidas son diferentes a las suyas en algunos aspectos, pero iguales en muchos otros. Vio con rabia cómo se producía la redada.

‘Es un desastre que vengan y hagan eso’, dice. ‘La gente estaba allí sentada y cooperando. Están tranquilos, van a trabajar y son muy trabajadores. Salen muy tarde y vuelven a casa a relajarse’.

Estos eran sus amigos. Quizás no sus amigos más cercanos, ya que los trabajadores van y vienen al cabo de pocos meses, pero aun así, sus vidas se habían entrelazado con las de los residentes del pequeño dormitorio verde a lo largo de los años. Los vecinos sentían una cierta responsabilidad de ser acogedores y amables. No concebían su papel de embajadores como un acto político, sino como una cuestión de decencia humana básica.

Tammy, otra vecina de al lado, explicó que su familia pasa su tiempo libre con los trabajadores inmigrantes, aunque a menudo sólo viven en Nueva Era durante tres o cuatro meses. ‘Aquí todos, hasta ahora, nos llevamos bien, nunca hemos tenido problemas. Si hacemos fiestas de cumpleaños para los niños, vienen todos y nos divertimos’.

Aquí en Michigan, dice, ‘algunas escuelas no tienen las cosas que tienen otras escuelas porque no se lo pueden permitir’. Dijo que se necesitaba dinero para programas sociales ya que hay mucha gente ‘que realmente necesita ayuda con ciertas cosas’. Dijo que los jóvenes deberían poder ir a la universidad. ‘Tienes chicos a los que les gustaría tener ese plan de apoyo del estado para ayudarles a ir a la universidad, pero básicamente no hay suficiente dinero allí porque está gastando todo este dinero tratando de enviar a los mexicanos de vuelta’.

Juana, la joven madre del marido secuestrado, miró significativamente la casa del vecino. Aquella era buena gente, dijo señalando. Antes de venir a EE.UU., oyó historias y escuchó canciones sobre los racistas del Norte. Pero cuanto más tiempo pasaba en Estados Unidos, más sentía que los comprendía. Sabía que la vida sería dura en el Norte, no se hacía ilusiones, pero no sabía que fuera tan dura para todos. ‘La gente que vive por aquí no es racista con nosotros’, dijo Juana, señalando las casas de alrededor. ‘También son trabajadores’.

Cristóbal, el vecino de Juana en el campo de trabajo, nos invitó a entrar en su apartamento, donde un sonriente niño jugaba con una cesta de manzanas. En el piso de arriba, varios de los detenidos vivían en habitaciones calurosas y desnudas, durmiendo sobre planchas de madera cubiertas con finos colchones. Esp3tos hombres, la mayoría de ellos de veintipocos años, dejaron atrás pertenencias que resultan familiares a todos los jóvenes: auriculares, fotos, bebidas energéticas, cargadores de teléfonos móviles. De haber sido una habitación más bonita, podría haber parecido una residencia universitaria, cuyo habitante fuera un estudiante que se hubiera apresurado a salir tarde de clase.

El esfuerzo físico del trabajo agrícola es bien conocido. ‘Trabajamos hasta 12 o 14 horas al día’, dice Juana. ‘Si hay trabajo, que es irregular, ganamos 700 dólares al mes. Seguimos la fruta’.

Cristóbal se dirigió a su ‘miniman’ de 20 años y explicó que su familia está siempre en movimiento. Los niños migrantes pueden pasar un año escolar en cinco estados. ‘Hemos estado en Florida, Carolina del Norte, Nueva Jersey, Georgia y ahora en Michigan’, dijo, ‘por los arándanos y las manzanas’. Miguel, otro trabajador agrícola, dijo que gana entre 70 y 80 dólares en una jornada de nueve o diez horas. ‘Cuesta unos 500 dólares cada vez que pasamos a la siguiente cosecha’, añadió. Miguel también envía 400 dólares al mes a su familia en el centro de México.

Stephany es otra vecina que ha vivido en una casa cercana durante muchos años y ha llegado a conocer a muchos de los residentes del campamento. Refiriéndose al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, dijo: ‘Tengo mucha rabia con esta gente. Es ridículo lo que están haciendo a los mexicanos. Esta pobre gente viene aquí a trabajar para enviar dinero a sus casas en México, donde es pobre’.

Vio imágenes de los recientes terremotos que afectaron a Ciudad de México y Oaxaca, de donde son algunos de los trabajadores que conoce. ‘Mira lo que les está pasando ahora’, dijo. ‘Todo lo que es, es una frontera. Es sólo una línea. La frontera es una estupidez, no estoy de acuerdo con ella’.

La familia de Juana procede del empobrecido sur de México, que se ha visto sacudido por múltiples terremotos en las últimas semanas. Ella espera ahorrar suficiente dinero para ayudar a su familia. ‘El gobierno de aquí y el de México son iguales’, dice, molesta por la incapacidad del gobierno mexicano de proporcionar ayuda o preparación adecuada ante los terremotos. ‘No hacen nada por nosotros. No ayudan a los pobres. Por eso vinimos a Estados Unidos en primer lugar’.

Stephany señala a su alrededor las desgastadas casas de los estadounidenses que viven cerca y suspira. ‘Con todo el dinero que se gasta deportando, deteniendo o arrestando a los inmigrantes, se podrían hacer las carreteras, mejores hospitales, incluso se podrían hacer los medicamentos que la gente no puede adquirir a un precio más barato. Este es un problema muy grande por aquí. Hay un montón de gente que está enferma y no puede permitirse ir al hospital, o si van, van a tener mal crédito y no pueden pagarlo. En mi caso, una de mis medicinas no la cubre el seguro, son 491 dólares. No puedo aceptarla’.

‘Creo que el dinero que se gasta arruinando la vida de la gente podría ayudar tanto a los estados como Texas, Florida, todos los que acaban de tener un mal huracán’. [El gobierno gasta entre 13.729 y 36.028 dólares en deportar a cada inmigrante. Detener a un solo inmigrante cuesta entre 4.856 y 27.155 dólares, dependiendo de si la policía local ayuda. Detener a un inmigrante cuesta una media de 5.400 dólares, mientras que la persecución judicial cuesta 1.495 dólares. El coste medio de la expulsión física es de 1.978 dólares por inmigrante].

Al final de nuestra conversación, Stephany dijo que pensaba en algo que quería decir a Estados Unidos: ‘Todos tenemos hijos, todos tenemos familia. No elegimos nacer como hispanos, blancos, negros, chinos, asiáticos o lo que sea. Nacemos gracias a nuestros padres, todos tenemos sangre roja. Si nos cortamos nuestra sangre es roja’.

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SEGUNDO DÍA

El personal me trae un niño cada vez, y cuando estoy a punto de terminar una entrevista, pido al personal que me traiga el siguiente nombre de la lista. Alguien va a buscar al siguiente. Un par de niños no son localizables por una u otra razón. Dos niños de los que he oído hablar, un chico y una chica, que han sufrido mucho, o que han estado un poco ‘perdidos en el sistema’ y perpetuamente encarcelados, están siempre indispuestos de una manera u otra. Siempre se promete que serán traídos antes de que concluya mi visita, pero esto no parece suceder.

Resulta que un niño está localizado y el otro no, por razones que siguen sin estar claras. Se rumoreaba que el niño, que luego me trajeron, era grande y psicológicamente peligroso. El personal siempre decía que si venía a una entrevista, haría bien en dejar la puerta abierta y ser prudente para no alterarlo. Pero este niño no apareció finalmente hasta la conclusión de mi visita, y el segundo día, lo único que había cambiado era que los guardias se habían vuelto más conflictivos, que la tensión había aumentado sustancialmente, de alguna manera, a partir de nuestra conducta del primer día.

La primera niña que me trajeron el segundo día fue la más joven que conocí en mi visita. Todavía no tenía 12 años y medio.

Leila

‘Ni siquiera puedes acercarte a una ventana o te gritarán’, me dice Leila. ‘Si estás a metro y medio de una ventana y empiezas a caminar hacia ella, un empleado te gritará y te dirá que te alejes de la ventana’.

Le pregunto por qué, y no está segura. ¿Es una formalidad legal que les permite eludir la responsabilidad si los niños saltan por las ventanas de los pisos superiores? Pero eso no explica el hecho de que las ventanas estén oscurecidas para impedir la visión tanto desde fuera mirando hacia dentro como desde dentro mirando hacia fuera. El objetivo no es sólo evitar que los transeúntes miren hacia dentro, donde podrían ver carteles colocados por los niños pidiendo ayuda. Pero el fuerte tintado está también en el interior de la ventana, y sólo sirve para impedir que los niños miren al mundo exterior.

¿Qué propósito legítimo puede tener esto? No hay ningún argumento convincente de que esto sirva al interés superior del niño detenido, que está bajo la custodia del gobierno federal. ¿Por qué no pueden ver el exterior? Porque se decidió que dar a los niños una apariencia de contacto con el mundo exterior reduciría su sensación de aislamiento y mejoraría su ánimo y su moral. Porque el propósito del complejo de detención de niños es debilitarlos, quebrar su voluntad, hacer que se sientan solos. Sólo por eso las ventanas están oscurecidas desde el interior.

Si se acercaba demasiado a la ventana del centro, donde podía ver o ser vista, le decían que su liberación se retrasaría un mes.

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‘Mi madre y mi padre se llaman XXXX y XXXX y viven en Michigan’, dice Leila. ‘Estamos esperando una carta del gobierno, pero mis padres enviaron las huellas dactilares hace 20 días, así que espero tener noticias pronto y que me liberen pronto. No sé muchos detalles ni por qué están tardando tanto en confirmar las huellas dactilares, pero quiero salir cuanto antes. Lo único que quiero es estar con mi madre y mi padre’.

Leila lleva dos meses detenida en el momento en que hablé con ella. Cumplirá 18 años en 2024.

Me cuenta que tiene una foto de sus padres que quiere poner en la pared junto a su cama. Tenía la foto en su bolso cuando fue detenida, y sabe que el personal del centro guarda sus pertenencias hasta su liberación. Lo único que tendría que hacer un miembro del personal es coger la foto, pero esto no está permitido.

‘El personal no te deja poner fotos de tu familia en la pared’, dice. ‘Eso no me parece justo en absoluto’.

¿Cuál es la razón de esto, pregunto? No se les da ninguna razón a los niños. Esas normas ni siquiera existen en la mayoría de las prisiones.

‘Sólo tienes 10 minutos para llamar a tu familia por teléfono. Después de nueve minutos, el personal empieza a llamar a la puerta [de las pequeñas cabinas telefónicas] para que te vayas. Si sigues hablando, te denuncian, lo que significa que tienes que quedarte más tiempo en el centro y no puedes salir. Eso es lo que nos dice el personal que ocurre cuando te denuncian’.

Hay otras normas, normas que no tienen sentido y que Leila no entiende. ‘Tampoco puedes cruzar las piernas ni dormirte cuando vemos películas. Si te duermes durante la película, golpean la mesa para despertarte’.

Y, ‘si tienes hambre por la noche, no puedes comer nada. El personal me ha dicho que es una pena, que deberías haber comido más en la cena. Pero no nos dan suficiente comida en la cena’.

Leila explica: ‘Nos despiertan a las 6 de la mañana. No te dejan tocar a los demás, no puedes llevar el pelo como quieres. Tienes 15 minutos para comer y si no te acabas la comida a tiempo la tiran. Lo he visto. Hace tres semanas, el personal le dijo a una chica que su familia no la iba a apadrinar, por lo que se sentía mal, y tardaba en comer porque estaba triste. El personal se acercó y la reprendió, le quitó el plato y tiró la comida delante de ella. Se puso a llorar allí mismo’.

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El segundo día, mientras esperaba entre las entrevistas, vi a un miembro masculino del personal guiando a tres chicas adolescentes con sudaderas grises y cargando escobas. El pasillo estaba muy concurrido, evidentemente era un descanso en el horario, y había muchos niños y personal alrededor. El miembro masculino del personal que guiaba a las chicas llevaba una camiseta con las palabras ‘American Warrior’ sobre la bandera estadounidense. American Warrior es un grupo de vigilancia compuesto por voluntarios armados que vigilan la frontera de forma extralegal y, según se rumorea, matan a los inmigrantes.

Les digo a las chicas que paren. No están obligadas a limpiar ni a hacer ningún trabajo en las instalaciones. No son esclavas, no han sido condenadas por ningún delito y la servidumbre involuntaria es ilegal. Las chicas miran al miembro del personal, le entregan sus escobas y se marchan. Él me mira con una sonrisa de labios cerrados, y el entendimiento es que hará lo que le plazca en 48 horas, cuando me haya ido y las instalaciones vuelvan a estar selladas al mundo exterior. Este hombre -de unos 40 años, calvo, partidario o miembro de una milicia fascista- trabaja aquí porque cree en la causa.

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Leila tiene una grave alergia a los alimentos y sufre un shock anafiláctico. Si no recibe atención médica inmediata, se le cierra la garganta y muere. No sabe específicamente a qué es alérgica, porque no pudo conseguir las pruebas adecuadas en Guatemala. Sabe que es alérgica al pastel, pero no sabe a qué ingrediente.

‘También he explicado al personal que tengo una alergia alimentaria muy grave que proviene del pastel, y que cuando como pastel se me cierra la garganta y vomito. Una vez, en Guatemala, tuve una fuerte reacción alérgica y, por suerte, alguien me dio Benadryl y me salvó la vida’, explica con los ojos muy abiertos.

‘Aquí no me dan medicamentos. No tengo epinefrina, que me dicen que necesito. Tampoco tengo Benadryl. Lo único que hacen es darte una pulsera roja que informa al personal sobre la alergia, pero yo no tengo la pulsera. Además, hace poco el personal me dio un trozo de pastel a pesar de saber que soy alérgico. Eso fue hace una o dos semanas’.

No cree que fuera intencionado en el sentido de que alguien intentara envenenarla, sino que al personal simplemente no le importa. Si la alergia de la niña está anotada en su expediente, esa información no se consideró lo suficientemente importante como para transmitirla al personal encargado de repartir la comida.

En una ocasión, Leila empezó a tener un ataque de alergia, no sabe de qué.

‘Tampoco nos llevan al médico cuando lo pedimos’, dice. ‘Yo quería ir al médico pero no me dejaban. Me estaba poniendo tan mal que me costaba respirar y finalmente me dejaron ir al médico’.

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Leila recibe muchos gritos del personal. Le gritan por cruzar las piernas, le gritan por llevar los zapatos al baño en lugar de las sandalias, le gritan por acercarse a la ventana, por intentar mirar hacia fuera. Le gritan a los nueve minutos de su llamada telefónica de 10 minutos a sus padres en Iowa. Le gritan a los seis minutos de su ducha de ocho minutos. El personal la hace callar: ‘Creo que es un insulto y no me gusta. Hacen que nunca puedas relajarte. Es extremadamente estresante’.

‘No nos dejan hacer nada. … No nos dejan tener hilo para tejer cordones para hacer pulseras porque es bastante común que la gente intente suicidarse aquí’.

*** ‘¿Disculpe, señora?’ preguntó la niña de 12 años al adulto mientras las niñas se metían en la cama. ‘En mi bolso, la foto de mi mamá y mi papá. ¿Puedo tenerla?’

‘Para qué quieres mirar eso, sólo te pondrá triste’, le responde la mujer.

‘Quiero mirarla’, dice la chica.

‘¿Por qué tienes que ser la única chica que recibe sus fotos? ¿Crees que eres especial?’

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Junio de 2018: La redada de inmigración de estilo militar en el Centro de Flores y Jardines de Corso

Doscientos agentes de inmigración vestidos con equipo militar descendieron sobre dos viveros en las ciudades de Sandusky y Castalia, en Ohio, y arrestaron a 114 inmigrantes en una de las mayores redadas de inmigración de la presidencia de Trump en junio de 2018.

Fue un día de trabajo que comenzó como cualquier otro para los trabajadores de Corso’s Flower and Garden Center en el antiguo centro industrial cerca del lago Erie. Sin embargo, antes del mediodía, más de la mitad de ellos se dirigían a campos de internamiento de inmigrantes donde se enfrentaban a meses o incluso años de detención.

Las imágenes de las redadas muestran una brutal represión de proporciones policiales. Agentes armados rodearon las instalaciones, rodearon a los trabajadores, los alinearon contra las paredes, los esposaron y los metieron en la parte trasera de autobuses sin marcas.

Lynn Tramonte, directora del grupo de defensa de los derechos de los inmigrantes America’s Voice Ohio, declaró entonces al WSWS: ‘Estas redadas son significativas por muchas razones. En primer lugar, nuestro gobierno está utilizando tácticas al estilo de los equipos SWAT para detener a trabajadores ordinarios que no suponen una amenaza para nadie. Es un abuso escandaloso del dinero de los contribuyentes. En segundo lugar, nuestro gobierno está haciendo esto sin tener en cuenta las consecuencias de sus acciones. ¿Qué pasará cuando mamá o papá no vuelvan a casa esta noche? ¿Quién recoge a los niños del colegio? ¿Quién les prepara la cena y les ayuda con los deberes?’.

Los agentes de la Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras de Estados Unidos (CBP) establecieron perímetros completos alrededor de las instalaciones, impidiendo que los trabajadores intentaran escapar. Los agentes, con pistolas atadas al cuerpo, ataron a las mujeres, se llevaron sus objetos personales y las obligaron a abandonar las instalaciones.

La redada de estilo militar envía un mensaje de que la administración Trump está preparando un uso cada vez mayor de la fuerza armada para llevar a cabo su programa antiinmigrante. La Associated Press informó que la redada fue una ‘fuerte demostración de fuerza que incluyó la vigilancia de aviones’.

El trabajo en Corso’s -como la mayoría de los trabajos agrícolas y de viveros- es agotador y mal pagado. Un anuncio de empleo de Corso’s en Glassdoor.com requiere que los trabajadores sean capaces de ‘estar de pie, caminar, trepar, agacharse, ponerse en cuclillas, agacharse y retorcerse durante largos períodos de tiempo’; de ‘levantar entre 5 y 50 libras con frecuencia a lo largo de la jornada laboral asignada’; y de tener ‘un horario extremadamente flexible’, todo ello con una ‘actitud positiva y optimista con una sonrisa’. Según datos de la Oficina de Estadísticas Laborales, los trabajadores de guarderías ganan una media de 23.380 dólares al año.

Familiares y compañeros de trabajo de los inmigrantes detenidos describieron las redadas del martes como ‘de estilo militar’, ‘tipo SWAT’ y ‘una pesadilla’.

Los testigos describieron una escena de criminalidad total. ‘Vinieron con rosquillas’, dijo Mercedes, una trabajadora de Corso’s que estaba trabajando en ese momento y vio cómo se desarrollaba la redada. ‘Nos metieron a todos en la misma zona diciéndonos que eran funcionarios haciendo una inspección de rutina. Cuando nos reunimos todos, nos rodearon y nos quitaron las enseñaron sus placas. Tenían perros, helicópteros, rifles de asalto y cascos. Todos llorábamos’. Otro trabajador dijo que algunos agentes iban disfrazados de trabajadores de la construcción.

Los residentes de los alrededores dijeron que podían oír la redada desde sus casas y que les parecía que se estaba produciendo un desastre natural. Muchos de los presentes dijeron que los trabajadores, que son ciudadanos estadounidenses, denunciaron a los agentes de inmigración en el lugar de los hechos, gritándoles e implorándoles que se detuvieran. Los trabajadores afirmaron que los agentes de inmigración detuvieron a varios trabajadores de nacionalidad estadounidense para evitar que llamaran a sus compañeros de trabajo y les advirtieran de la redada. Los trabajadores estadounidenses gritaban a los agentes y se retorcían, sus manos atadas con sus esposas de plástico. Los trabajadores dicen que los agentes ordenaron a los trabajadores inmigrantes documentados que trajeran sus pasaportes al trabajo a partir de ahora. Los trabajadores dijeron que no harían tal cosa y los compañeros estadounidenses les apoyaron.

Cuando se corrió la voz, la población inmigrante de clase trabajadora de los pueblos de los alrededores entró en pánico mientras sus familiares y amigos intentaban contactar con sus seres queridos. Fue una lucha desesperada, un árbol telefónico de pesadilla. ‘No, no sé dónde está’, ‘No, no responde a mis mensajes’.

Emily, una inmigrante en Sandusky, dio a Univision: ‘En la mañana recibí un mensaje de una amiga del trabajo que me preguntaba por mi mamá, porque ella trabaja ahí. Mi mamá está bien, gracias a Dios, tenía una cita y no estaba en el trabajo. Me dijeron que estaba muy feo. Llegaron en autos grandes, algunos vestidos de civil, por todo el edificio. Los tomaron por sorpresa e intentaron llevarse a todos. Tengo entendido que sí, que había niños trabajando allí’ que también fueron detenidos.

La noche siguiente a las redadas, decenas de familiares desolados se reunieron en una iglesia de la cercana Norwalk (Ohio), donde vive la mayoría de los inmigrantes. El crepúsculo estaba cayendo cuando comenzó la reunión. La sala estaba llena de gente nerviosa.

Para muchos, era la primera vez que se veían desde la redada. Eran personas que luchaban contra el tiempo y estaban desesperadas por obtener información. La mayoría no había hablado con sus familiares detenidos, que habían sido enviados a instalaciones situadas a horas de distancia. Los familiares y amigos no sólo temen ser separados por la deportación, sino que también son conscientes de la posibilidad mortal de ser embarcados en aviones sin marca con destino a países centroamericanos violentos donde la vida es muy, muy barata.

En la sala había un número incalculable de niños que ahora no tienen padres. Jerry, un ciudadano estadounidense de 18 años cuya madre fue secuestrada en la redada, es ahora responsable de su hermana y hermano menores, de 9 y 12 años.

‘Cuando recibí la llamada, me apresuré a ir [a casa de Corso] para ver a mi madre’, dijo. ‘No pude. Me detuvieron. … Un agente me dijo que me detuviera. Me esposó y no me dejó ver a mi madre. Vi el autobús en el que estaba. Estaba a seis metros, pero tenía los cristales tintados y no pude ver el interior. Creo que mi madre me vio pero yo no pude verla.

‘Fue una experiencia horrible que nadie debería vivir. El hecho de que mi madre sea una inmigrante ilegal que intenta mantener a su familia en este país es horrible. Los trataron como si no valieran nada. Vi oficiales con rifles de asalto, perros y helicópteros por todas partes’.

Jerry dijo que había estado ahorrando dinero para ir a la universidad trabajando en la construcción desde una edad temprana. ‘Pero ahora que ha ocurrido esto voy a utilizar parte de ese dinero para mantener a mi hermano y a mi hermana’.

Flor, una estudiante de secundaria cuya madre también fue detenida, dijo: ‘Estaba en el trabajo. Recibía llamadas y mensajes de ella. Me sentí mal porque no podía responder al teléfono porque estaba demasiado ocupada trabajando. Finalmente la llamé y estaba gritando: ‘¡Me han cogido! ¡Me han cogido! La inmigración me ha cogido».

Los trabajadores de Corso que trabajaban en el turno de tarde en los días posteriores a las redadas expresaron su disgusto por lo que habían visto.

Un trabajador, Jerome, dijo: ‘Son gente buena y trabajadora. Son mis amigos. Conozco a estas personas. Voy a sus casas y hacemos fiestas juntos. No se les puede culpar por intentar mejorar sus vidas, por venir aquí. La gente se muere de hambre en su lugar de origen. Yo también arriesgaría mi vida por venir aquí’.

Otro trabajador dijo: ‘Fue un caos. Fue horrible lo que pasó porque la gente tiene hijos y no sabía qué hacer con ellos. Son personas muy trabajadoras y no es justo. Todas las mujeres lloraban porque también tienen hijos. Las conozco desde hace años, son muy trabajadoras y sólo intentan mejorar sus vidas’.

Una tercera trabajadora dijo: ‘Algunos niños serán puestos ahora en acogida. Aquí tenían perros. No había forma de que nadie se escondiera. No se lo merecen. Trabajan duro para sus familias. Eran buenos trabajadores, si veían que necesitabas ayuda te la ofrecían’. Muchos de los trabajadores de Corso informaron de que a menudo trabajaban entre 80 y 90 horas a la semana.

El representante de la ACLU de Ohio, J. Bennett Guess, declaró en su momento al WSWS: ‘Fue abominable la forma en que fueron detenidos, especialmente sin tener en cuenta a los niños. Los niños fueron dejados en las guarderías. Se trata de trabajadores que trabajan muy duro, con bajos salarios y muy explotados. Lo ocurrido es una parodia de la justicia. Lo que estamos presenciando es el desmantelamiento sistemático del debido proceso por parte de todas las administraciones, tanto demócratas como republicanas’.

Añadió que esto era de extrema preocupación para todos, independientemente del estatus migratorio: Cómo tratas a tus no ciudadanos es cómo tratarás a tus ciudadanos’.

Muchos trabajadores tienen historias de situaciones cercanas. Algunos, incluida una familia de cinco miembros, se han mudado de su casa por miedo a ser perseguidos por el ICE. Otros informan de que tienen familiares que tienen demasiado miedo para salir de sus casas.

Mientras se desarrollan estas horribles escenas, tanto el partido demócrata como el republicano piden más ‘seguridad fronteriza’, un término que significa más agentes del ICE y del CBP patrullando el país y aterrorizando a los inmigrantes. A principios de este año, los demócratas apoyaron un proyecto de ley respaldado por Trump para entregar cientos de millones de dólares en fondos adicionales a ICE. Algunos de los presentes en la reunión en la iglesia de Norwalk dijeron que tenían familiares y amigos que habían sido deportados anteriormente por la administración de Obama.

Miguel

Miguel es callado, tímido y, dice, temeroso. Si vuelve a Huehuetenango, dice, lo matarán.

***

La luz sobre la puerta frente a la iglesia iluminaba la acera, arrojando un tono verde que reflejaba la fachada pintada del edificio. Un pequeño edificio de una sola planta, una sola sala principal, tubos fluorescentes brillantes sobre el púlpito, paredes blancas que se ven amarillas por el fluorescente, la puerta abierta y la luz del interior son la única luz en la oscura calle, enredada con cables aéreos que cuelgan de los postes.

La hermana de su madre tiene 20 años, sólo tres más que él. Al salir de la iglesia y girar hacia su casa, oyen el bullicio de la ciudad a su alrededor y las tenues luces de las chabolas en la ladera de la colina. Doblan la esquina y la luz de la puerta de la iglesia desaparece. Sólo hay cuatro manzanas hasta sus casas, pero las luces de la calle están apagadas.

Oyen un silbido, pero no se vuelven para mirar. Su ritmo cardíaco se dispara. No le desea el mal a nadie, pero espera que el silbido se dirija a otra persona. Pero no lo es. Tres adolescentes se acercan a ellos, con tatuajes de la mara en los brazos y en el cuello. El chico dice un silencioso ‘nuestro padre’ y lo hace casi todo antes de que lo empujen al suelo –no está seguro desde qué dirección– y su cabeza se golpee contra el frío pavimento.

‘Oye maricón ¿cuánto te costó comprarla?’ Dice un chico al que reconoce, un chico que solía estar en el colegio con él, un par de cursos mayor. ‘¿Qué vas a hacer con ella, maricón? ¿Vas a ser un hombre? Te puedo decir lo que le haría’. Y se lo dice, a la cara, y ella se queda callada, con la cabeza gacha, el pelo liso y castaño colgando sobre la cara, pero hay lágrimas en sus ojos.

Uno de los otros maricones se acerca a su tía, saca una navaja y le abre la blusa de arriba abajo, hasta el fondo, cortándola en dos.

‘Mira, maricón, si no te la llevas nosotros nos la llevamos. Nos la venderás. Se casará, probablemente lo que esta zorra siempre ha querido, se nota al mirarla. Mañana iremos a tu casa. Si entras a rezar una vez más, te cortaré el cuello la próxima vez que te vea’.

Los tres mareros comienzan a caminar por la calle. El niño y su tía están quietos, ella con la cabeza gacha y los brazos cruzados sobre el pecho. Cuando los mareros doblan la esquina, él se levanta y corren, con los pies chapoteando en los charcos sucios por la calle oscura. Llegan a casa y no hablan una palabra. No ve a su tía hasta el día siguiente. Él se queda en casa después del colegio, ella se queda en casa después del trabajo. Y entonces oyen que llaman a la puerta. Él va al lado de la casa y mira hacia la calle de enfrente y ve a los mareros, los mismos tres, uno de pie en la puerta principal, dos apoyados en la pared de la casa de enfrente. El marero vuelve a llamar a la puerta. El niño reza en silencio. Los golpes en la puerta metálica continúan, hay perros ladrando. La gente finge no darse cuenta, se aleja, evita la calle.

Finalmente, los mareros se alejan. Pero están observando. Esa noche se lo cuenta a su madre, que llora. Ella les da 2.000 quetzales y empacan algo de ropa en mochilas. Por la mañana, antes de que salga el sol, su tío llega en su taxi y los lleva a Quetzaltenango, donde cogen un autobús hasta la frontera, cruzan el río y caminan hasta Tapachula. Esa noche duermen en la plaza de los Niños Héroes de la Batalla de Chapultepec. ***

Miguel me pregunta si lo van a deportar. No lo sé, le digo. Me pregunta si existe la posibilidad de que lo deporten antes de poder ver a su padre en Tennessee. En general, le explico, entregan a los niños a sus familias y no los deportan en el acto. Su padre envió la documentación hace dos semanas, dice. ‘No sé por qué tardan tanto en liberarme. Todo está en orden, pero hay muchos retrasos. Sólo quiero salir’.

‘Aquí dentro te vigilan todo el tiempo’, dice. ‘Están escuchando cuando haces una llamada telefónica, ni siquiera te dejan tener bolígrafos para dibujar o colores para pintar. Sólo tenemos 10 minutos de teléfono y sólo puedo hablar con mis padres una vez a la semana. Quiero más comida. Si no tienes hambre, no puedes dar tu comida a otra persona más hambrienta o te castigan. La comida aquí es horrible. A veces me pongo enfermo después de comer, me duele el estómago. Para el desayuno y el almuerzo nos dan muy poca comida y tengo hambre todo el día, todos los días. Me siento débil al final del día’.

‘En la escuela sólo tenemos un libro de texto para compartir, lo que hace que sea muy difícil aprender’.

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Miguel juró una vez, accidentalmente, cuando llegó al centro. No recuerda las circunstancias exactas, dice. Se equivocó al jurar, explica, pero la palabra se le escapó de los labios. Alguien le puso al límite, reconoce avergonzado. Fue castigado por ello. Es justo, piensa, sólo que el castigo fue demasiado duro y él no sabía que se podían imponer castigos tan duros por las primeras infracciones. Nadie explica las reglas cuando un niño llega al centro.

‘Los castigos son arbitrarios y muy estrictos’, dice Miguel. ‘Una vez, cuando llegué aquí, no conocía ninguna de las normas. Todavía no conozco las normas porque nadie de los que trabajan aquí me ha explicado nunca cuáles son. No te dan un papel explicando lo que puedes y no puedes hacer, por ejemplo, y sólo te enteras de que has infringido las normas cuando te castigan. Una vez dije una mala palabra y me quitaron los privilegios. No me dejaron jugar al fútbol durante siete días. No fue justo y me hizo sentir mal. No debería haber dicho la mala palabra, pero soy una persona joven y cometemos errores’.

***

En el mes que lleva Miguel en el centro, se le ha permitido ir a la iglesia una vez. Pregunta regularmente si puede ir a la iglesia, pero sólo ha ido una vez.

‘En una ocasión nos llevaron a una iglesia de verdad, pero fue extraño porque el personal nos vigiló todo el tiempo. Había 30 empleados para unos 100 niños en la iglesia’.

Miguel quería hablar con algunos de los otros asistentes a la iglesia, pero le dijeron que no podía. ‘No podíamos hablar con otras personas y era muy opresivo. No me siento libre para practicar realmente mi fe en esas condiciones.

‘Huí de Guatemala en parte por los insoportables niveles de violencia que me afectaban y que me hacían temer por mi vida. Los pandilleros me dijeron que me matarían si volvía a ir a la iglesia. La religión es el centro de mi vida y por eso no podía quedarme. Tengo que seguir con mi fe escuchando la palabra de Dios. También me dijeron, cuando iba con mi tía, que es joven -de unos 20 años-, que querían que la vendiera para que los miembros de la banda la convirtieran en su esposa. Eso significa que se convertiría en su esclava. Pasaron por mi casa buscándome’.

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Miguel me dice que hable con un chico, mayor que yo, que lleva tres años detenido. Miguel me da el mismo nombre que he escuchado de otros niños, el nombre que le di al personal el día anterior. Insisten en que traerán al niño, si estoy realmente seguro de que me siento seguro hablando con él.

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Alojamiento de niños inmigrantes en un antiguo campo de internamiento japonés

En junio de 2019, el Pentágono anunció que la administración Trump detendría a 1.400 niños inmigrantes en el lugar donde se encontraba un campo de internamiento japonés de la época de la Segunda Guerra Mundial, la base militar de Fort Sill en Lawton, Oklahoma. Trump anunció la decisión mientras denunciaba a los inmigrantes y al socialismo en un mitin en Iowa.

‘La inmigración es realmente el tema que define el 2020’, dijo Trump en Des Moines poco después del anuncio del Pentágono. ‘Cuando se trata de inmigración, los demócratas ya no representan a los ciudadanos estadounidenses. … El Partido Demócrata es realmente ahora el partido socialista’.

En 2017 el WSWS visitó los lugares de dos campos de internamiento en Arizona: Gila River, situado en el lado suroeste de la autopista 10 entre Phoenix y Tucson, y Poston, al otro lado de la frontera occidental con California.

Primero vimos Gila River. No era fácil de encontrar. Buscamos el campamento conduciendo hacia el oeste, pero si había una señal en la interestatal, no la vimos. Era casi el atardecer, todo a mi alrededor era el horizonte plano y rojo moteado de chaparral. En ningún lugar el cambio del día a la noche es tan marcado como en el desierto.

Aparcamos en un camino de tierra junto a una granja de huertos, en busca del Campamento del Canal, que constaba de 200 barracas. Otra sección del campo, Butte Camp, tenía más de 600 barracones. En conjunto, Gila River detuvo a 13.000 personas. Eleanor Roosevelt realizó una sonriente visita propagandística al campo en 1943.

Ahora el campo está oculto. Caminamos sobre una serie de canales de drenaje y a través de la maleza seca, buscando cualquier señal del campo. Google Earth nos proporcionó cierto sentido de la orientación, y finalmente dimos con una sección de tierra y maleza rodeada de placas de cemento. Y aquí, en medio del desierto, es donde vivieron miles de personas durante cinco años. Los últimos residentes de Gila River fueron liberados en septiembre de 1945, semanas después de que Truman incinerara a más de 200.000 personas en Hiroshima y Nagasaki. El gobierno los liberó para que volvieran a sus vidas sin ningún tipo de apoyo. Sus negocios y, en muchos casos, sus pertenencias personales, les fueron robados, y nunca los recuperarían.

Ruinas mal señalizadas del campo de internamiento de Gila River (Wikimedia)

El campo de Poston está en condiciones aún peores. Para construir el campo, el gobierno de EE.UU. tomó tierras en la reserva india del río Colorado a pesar de que las tribus se opusieron. No era la primera vez que el gobierno estadounidense hacía un ‘arreglo’ de este tipo.

Hay un pequeño monumento al lado de una solitaria carretera de dos carriles que atraviesa una reserva de nativos americanos profundamente empobrecida. En Poston quedan varios edificios en pie que se cree que forman parte del antiguo campamento. Están fuera de la carretera de dos carriles, en la esquina de un campo. Hay una arboleda y una valla de eslabones de cadena que rodean una serie de edificios en ruinas pintados con grafitis de bandas y con agujas y colillas en el suelo.

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La decisión de alojar a los niños inmigrantes en Fort Sill ‘es un golpe en el estómago para que se repita la historia de esta manera’, dijo David Inoue, director ejecutivo de la Liga de Ciudadanos Japoneses Americanos, al WSWS.

‘Los que fueron encarcelados bajo el internamiento japonés suelen volver a los campos en peregrinación para exigir que se reconozcan esos lugares por los atroces errores que tuvieron lugar allí. Ahora, en esos mismos lugares se cometerán nuevas injusticias. El trauma infligido a estos niños inmigrantes perdurará durante generaciones’.

Fort Sill albergó a unos 700 japoneses-estadounidenses, incluidos ciudadanos estadounidenses e inmigrantes de primera generación, conocidos como issei, durante la Segunda Guerra Mundial. Durante el internamiento de los japoneses, Fort Sill era conocido por sus feroces tormentas de viento y sus insoportables temperaturas. La media de temperaturas máximas en julio es de 97 grados Fahrenheit.

Entre 1942 y 1946, el gobierno estadounidense encarceló a 120.000 personas sin derecho a juicio en campos de internamiento de todo el país. El internamiento se inició mediante la Orden Ejecutiva 9066 del presidente demócrata Franklin D. Roosevelt el 12 de febrero de 1942.

ort Sill fue el lugar de uno de los muchos asesinatos perpetrados por los guardias de la prisión del ejército estadounidense durante el internamiento. La Enciclopedia del Internamiento de Japoneses Americanos explica:

‘El 12 de mayo de 1942, Kanesaburo Oshima, un barbero de la isla de Hawai, trepó a la valla exterior de alambre de espino a plena luz del día gritando, al parecer, ‘¡Quiero irme a casa! Un guardia le advirtió, mientras que otro disparó a Oshima delante de sus amigos, que habían pedido que se les permitiera ayudarle a bajar de la valla y regresar al campo. Oshima estaba deprimido, según revelaron sus amigos. Se había visto obligado a dejar a su mujer y a sus 12 hijos, que tenían pocos medios de subsistencia’.

Al funeral de Oshima ‘asistieron todos los japoneses americanos de Fort Sill. También estuvieron presentes guardias del ejército con ametralladoras apuntando a los dolientes porque temían un levantamiento.’

En Life Behind Barbed Wire (La vida detrás de los cercos de alambre), un interno recordaba que ‘esa noche, un interno del continente con problemas mentales murió de shock como consecuencia de la muerte del Sr. Oshima. El campo se volvió aún más melancólico’. Los militares llaman al nuevo campo de internamiento ‘refugio temporal de afluencia de emergencia’, un eco distópico de la decisión de la Autoridad de Reubicación de Guerra del Ejército de EE.UU. de etiquetar los campos de internamiento de japoneses como ‘centros de reubicación’.

A diferencia de los internados durante la Segunda Guerra Mundial, los nuevos internados estarán aislados de sus padres y se les negarán los derechos básicos de visita. Tampoco se les proporcionará una educación o recreación efectiva durante su detención.

Civiles siendo acorralados para su internamiento, 1942 (Wikimedia)

No hay ningún país con un sistema penal tan poderoso y draconiano como el de Estados Unidos. En ningún otro país del mundo 1 de cada 100 habitantes está en la cárcel o en prisión una noche cualquiera. Cada año se gastan miles de millones de dólares en la detención de delincuentes. Hay personas que son condenadas a cadena perpetua por robar barras de caramelo en su tercer delito. Los discapacitados mentales son ejecutados por las acciones de docenas de fiscales y jueces y políticos que recibieron la mejor educación.

Pero ninguno de los crímenes políticos se paga. Desde la Guerra Civil, cuando ‘cada gota de sangre extraída con el látigo se pagará con otra extraída con la espada’ (Lincoln), la clase dirigente no ha pagado por ningún crimen.

En la década de 1980, el presidente Ronald Reagan anunció que los supervivientes del internamiento de japoneses-estadounidenses recibirían unos cuantos miles de dólares, lo que equivale aproximadamente al 10 por ciento del valor de los negocios que les fueron robados.

En 1993, el presidente Bill Clinton emitió una declaración en la que ofrecía ‘una sincera disculpa por las acciones que negaron injustamente las libertades fundamentales a los japoneses-americanos y sus familias durante la Segunda Guerra Mundial… En retrospectiva, comprendemos que las acciones de la nación estaban profundamente arraigadas en los prejuicios raciales, la histeria de los tiempos de guerra y la falta de liderazgo político’.

En Gila River, observamos un grafiti en una de las losas de asfalto. Dibujado con un palo por uno de los internos están los números 3/4/1943. Era imposible saber qué marcaba la fecha; un nacimiento, un matrimonio o el día en que se mojó el cemento.

Edith

Edith tiene 15 años y es de Honduras. Un pandillero le dijo que la mataría si no consumía cocaína con él. Ella se fue al día siguiente. Durante nuestra entrevista, estaba avergonzada y no dejaba de llamarme ‘señor’.

Me explicó el proceso para ir al baño. Explicó que no se permite a nadie ir al baño hasta que tienen que ir ocho chicas. Cuando tienen que ir ocho, el personal las lleva al baño y les dice que se den prisa. Edith dijo con voz temblorosa que muchas de las niñas acaban de empezar a menstruar, pero que el personal las sigue haciendo esperar. Las chicas mayores intentan ayudar a las más jóvenes, explicarles lo que ocurre, pero no pueden hacer mucho.

Lo único que le gustaba hacer en el centro era fabricar pulseras. Sin embargo, el material de las pulseras fue confiscado cuando una niña intentó suicidarse con un pequeño cordón de plástico.

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Emely

Emely es de Nicaragua, tiene 14 años.

‘Te pueden denunciar si estás llorando mucho tiempo. Te dan unos 10 o 15 minutos para bajar la cabeza y llorar, pero te denuncian si tardas más’.

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Hace cuatro meses, Emely abandonó Nicaragua. ‘El gobierno mató a cientos de manifestantes cuando yo estaba allí y las cosas se volvieron mortales. Tuve que dejar de ir a clase porque las cosas eran muy peligrosas. Huí por mi vida con mi tío y su mujer’.

Fue detenida en julio. ‘En la detención vi cómo un agente le quitaba el teléfono a una chica cuando se esforzaba por introducir el número de teléfono para llamar a su familia. Era la única llamada que teníamos cada uno y el agente no la dejó intentar introducir el número de nuevo. Le dijeron: ‘has perdido tu turno».

Su madre vive en Atlanta. Tardaron dos meses en aprobar las huellas dactilares de su madre, pero incluso con este obstáculo fuera del camino, no está claro cuándo podrá Emely salir del centro.

‘Es muy aburrido y las normas son muy estrictas. Te llaman por teléfono dos veces por semana durante 10 minutos, lo que no es suficiente para mantener una conversación real. Te denuncian por hacer cualquier cosa y eso retrasa tu salida. Una amiga mía fue denunciada porque habló con su familia durante algo más de 10 minutos por teléfono durante el tiempo que le correspondía. Ni siquiera puedes cepillar el pelo de tu amiga o el personal te denunciará. El personal dice que puede haber un mes de retraso por cada informe que tengan que hacer sobre ti, incluso por cosas pequeñas. Te denuncian por tener un bolígrafo en tu habitación.

‘La escuela no es lo suficientemente buena. No te dan libros de texto, no te dan cuadernos, y no hay suficientes niveles diferentes. Debería haber un nivel más alto de clases avanzadas porque, de lo contrario, es muy aburrido’.

Pregunto: ¿Hay algo más que quieras compartir?

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‘Una vez, en septiembre, mi compañera de piso intentó ahorcarse. La policía vino y la ató de pies y manos, y otra de mis compañeras dijo que la policía la trató como a un animal. Cuando dijo esto, un miembro del personal dijo: ‘no podemos tocarlas así, y está bien, al menos la policía hace su trabajo’. El personal dijo que la policía no debería perder el tiempo porque una chica tenga una rabieta; tienen cosas mejores que hacer. Dijeron que la chica que intentó ahorcarse sólo quería llamar la atención. Estos comentarios me hirieron. Me sentí muy mal por la pobre chica que intentó suicidarse’.

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Sí, había oído hablar de la caravana. Los niños hablaban de ella. Oyó que había gente de Nicaragua en la caravana.

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Los muertos: Óscar Alberto Martínez Ramirez y Valeria

El 23 de junio de 2019 fue una mañana de domingo. Los cuerpos de un joven padre y su pequeña hija flotaban en las orillas del Río Grande. Habían fracasado en su intento de cruzar a Estados Unidos en Texas. El padre se llamaba Óscar Alberto Martínez Ramírez. Tenía sólo 25 años. Su hija, que llevaba el brazo alrededor de la espalda de su padre cuando sus cuerpos aparecieron en la orilla, se llamaba Valeria.

Óscar Alberto Martínez Ramírez y su hija Valeria

Las muertes provocaron una indignación masiva en toda América Latina y encendieron los corazones de millones de personas con dolor y odio hacia el gobierno del Norte. Prácticamente todos los periódicos importantes de Centroamérica publicaron titulares que describían las muertes y una letanía de otros horrores a los que se enfrentaban los inmigrantes que huían del norte.

Se produjo en medio de una ola de muertes de inmigrantes:

Ese mismo domingo de junio por la mañana, las autoridades estadounidenses descubrieron los cadáveres de cuatro personas -un joven de 20 años, un niño pequeño y dos bebés- en el desierto de Texas, en el lado estadounidense del Río Grande. La embajada de Guatemala ha identificado desde entonces a los jóvenes como ciudadanos guatemaltecos. Las temperaturas en la zona alcanzaron los 113 grados ese domingo.

Monumento a los inmigrantes que mueren cada año en el desierto de México y Estados Unidos (Wikimedia)

El mismo fin de semana, la policía mexicana asesinó a una joven salvadoreña que viajaba a Estados Unidos por la costa este de México. Elsalvador.com escribió:

‘María Senaida Escobar, de 19 años, murió tras recibir un disparo en la cabeza cuando la policía mexicana de Veracruz interceptó el camión en el que ella y otros inmigrantes se dirigían a Estados Unidos’.

El 22 de junio, guardias nacionales mexicanos con rifles de asalto fueron filmados arrancando a dos madres nicaragüenses de los brazos de sus hijas pequeñas en la frontera con Estados Unidos en Ciudad Juárez, Chihuahua. Las fotos de los guardias nacionales con equipo de combate llevando a las madres llorando de vuelta a México fueron ampliamente vistas en las redes sociales en todo México y América Central y en particular en Nicaragua.

Al día siguiente, la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) anunció que México desplegaría 15.000 miembros de la Guardia Nacional en su frontera norte, además de los 6.000 que desplegó a petición de Donald Trump a principios de ese mes.

La recién formada Guardia Nacional sirvió efectivamente como tropas de choque de Trump para aterrorizar a los trabajadores y campesinos pobres de Centroamérica. Más tarde, AMLO ordenó a las empresas de autobuses que trabajaran con la policía y la policía federal para comprobar las identificaciones de quienes compraran billetes de autobús con el fin de detener y deportar a los inmigrantes.

Francisco Javier Calvillo, director del albergue para migrantes Casa del Migrante en Ciudad Juárez, dijo a El Diario de Juárez que el gobierno de AMLO ‘está haciendo el trabajo sucio de Estados Unidos’.

La administración de Trump se vio obligada a reubicar a 300 niños inmigrantes de un campo de concentración en Texas donde eran alojados en condiciones inmundas.

El New York Times informó: ‘El traslado se produjo días después de que un grupo de abogados tuviera acceso a la estación de Clint y dijera que vio a niños de hasta 8 años cuidando a bebés, niños pequeños sin pañales y niños que decían que se despertaban por la noche porque tenían hambre.’

Los abogados ‘dijeron que los niños carecían de acceso a baños privados, jabón, cepillos de dientes o pasta de dientes. Muchos llevaban la misma ropa sucia con la que habían cruzado la frontera semanas antes’.

Los niños fueron llevados a otros campos de concentración, incluido un campamento de tiendas de campaña en las afueras de El Paso, Texas.

Los ataques a los trabajadores inmigrantes que escapan de sus países de origen devastados por décadas de violencia imperialista de Estados Unidos han provocado también la indignación de la población estadounidense.

Poco después de que se anunciara la decisión, un grupo de manifestantes se reunió en la base militar de Fort Sill, en Oklahoma. El grupo incluía a varios japoneses estadounidenses de edad avanzada que fueron internados allí cuando eran niños, y a un hombre que había nacido en un campo de Topaz, Utah.

La policía militar interrumpió la protesta y gritó a los antiguos internos: ‘¿Qué es lo que no entendéis?’, gritó un soldado, exigiendo a los manifestantes que se marcharan inmediatamente.

‘Mi primer recuerdo es estar en el tren con mi familia, dejando ese campo’, dijo a Newsweek Satsuki Ina, una mujer de 75 años. ‘Tenía dos años’.

Mike Ishii, cuya madre, tías y abuela fueron detenidas en campos de internamiento, también viajó a Oklahoma desde Nueva York. ‘Estoy muy desconsolado e indignado’, dijo a Newsweek .

‘Para mí, no siento que tenga elección. Tengo que ir. Tengo que ir allí. Tengo que hacer constar mi oposición y creo que es un sentimiento que comparte mucha gente de mi comunidad. En cuanto vi por primera vez los titulares sobre esta política de llevar a 1.400 niños a Fort Sill, sentí que tenía que estar allí’.

***

TERCER DÍA

Por la mañana entrevisto a más niños, por la tarde realizaremos la inspección.

Gladys

Gladys ha perdido el contacto con su madre en Guatemala:

‘Mi madre en Guatemala está en el hospital ahora mismo por la ansiedad que tiene al saber que estoy detenida y lejos de ella. Mi madre no deja de llorar cuando la llamo. Hace poco la llamé y nadie contestó’.

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‘No sé qué decirte, simplemente no me dejan llevarla’, le dijo su sobrino. ‘Dicen que es porque nuestros apellidos no coinciden’.

La madre de la niña se mordió las uñas. ‘¿Qué han dicho que puede hacer?’, le preguntó a su sobrino.

‘Ellos… dijeron que ella tiene dos opciones. Puede quedarse en el centro durante tres años más, hasta que cumpla los 18, o puede aceptar ser deportada’, dijo.

‘¿Por qué no puedo decirles que la dejen ir con ustedes? ¿Por qué no puedo explicárselo? ¿Lo entienden?’

‘Dijeron que podía ser miembro de una banda’.

***

‘Cuando le dije a mi consejera que estaba muy triste pensando en mi mamá y que me hacía doler la cabeza, mi consejera me regañó y me dijo que no pensara más en mi mamá. Me dijo: ‘Tu mamá no debería estar triste porque no es una niña’. Esto me enfadó mucho y me disgusté. Entonces mi consejera me dijo que si pensaba tanto en mi madre, debería coger un avión y volver a verla. La consejera se llama Raquel. Nos hace llorar y nos da miedo’.

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‘He desarrollado fuertes dolores de cabeza que ahora tengo todo el tiempo. Creo que son por todo el estrés. También solía tener gafas, pero aquí no las tengo y me duelen mucho los ojos y no veo bien. Lloro todos los días y eso solo empeora estos problemas. Hace unos 20 días pedí unas gafas pero nadie me las dio. Se lo dije a mi consejero pero todavía no me las han dado’.

‘El personal siempre está amenazando con denunciarnos por cosas y con retrasar nuestra salida. Si te quedas un poco fuera de la fila cuando estás haciendo la cola, te pueden denunciar. Si lloras demasiado te pueden denunciar. Si no comes, te denuncian. Si hablas a la hora de comer puedes tener problemas. Nos gritan que bajemos la voz y eso hace que me duela la cabeza. Los médicos me dan una pastillita para esto y me ayuda un poco, pero luego vuelven los dolores de cabeza’.

‘Tampoco se nos permite mirar por la ventana. Si vemos a alguien dirigirse a la ventana, se supone que tenemos que informar al personal para que le pongan una multa. No podemos ver lo que ocurre fuera’.

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Emerson

El personal ha encontrado por fin al niño con el que había pedido hablar durante los dos primeros días. Se llama Emerson, tiene 17 años, y cuando era un niño de 7 años, Estados Unidos dio un golpe de estado en su país natal, Honduras.

El gobierno lo ha mantenido en varios tipos de detención de niños inmigrantes ‘durante un año y medio’ en tres estados diferentes.

Era un niño grande, y la mirada de sus ojos dejaba claro que su prolongada detención había hecho mella en su conciencia. Pero extendió su brazo, me dio la mano y sonrió cuando empezamos a hablar, y estaba claro que se alegraba de hablar con alguien que estaba de su lado. Sabe que este lugar es malo. Los empleados se meten con él. ‘En ocasiones, el personal de aquí me ha dicho cosas como ‘vuélvete a Honduras’ ‘, dice, y ‘una vez un empleado me amenazó con pegarme’.

Le dije que esto era ilegal, y me dijo que lo sabía, pero que qué se podía hacer. También dice que, sin la aprobación de un familiar, un médico le recetó sedantes que ahora toma a diario.

‘No tengo familia en Estados Unidos y no tengo a nadie que me ayude a salir’, me dice. ‘Nadie consultó a mi familia para ver si estaban de acuerdo en que me dieran medicamentos’.

Dice que le han dicho que podría ser liberado si su salud mejora, pero parece entenderse que pueden retenerlo hasta que cumpla 18 años, dentro de casi un año. Hablamos de Honduras y me dice que es hermoso allí, pero que nunca podrá volver.

Ha oído hablar de la caravana. Ha oído que hay muchos hondureños en ella. Qué bueno, dice. Espera que esa gente pueda venir aquí sin ser detenida.

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Los niños estaban fuera, jugando al fútbol, hacía buen tiempo, cielo azul. El personal está vigilando, pero los chicos pueden hablar un poco mientras juegan y el personal no puede oírlo todo ahí fuera. Los chicos mayores dejan jugar a los más pequeños. Y un niño de 12 años le dice inocentemente a uno de 17: ‘¿Crees que nuestros padres están en la caravana?’ y el de 17 años responde: ‘Los míos ya están en Estados Unidos. Pero, sí, los tuyos podrían estar’, antes de salir corriendo a interceptar una pelota pasada.

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Damarys

Mi última entrevista fue con Damarys, una chica de 15 años con un teléfono celular, que lee y quiere ir a la escuela para aprender y hacer amigos. Es una niña bien adaptada, atenta y de fácil comunicación. Quería hablar con alguien que pudiera ayudar a arreglar esta estúpida situación que le impedía tener una vida normal.

‘Cuando inmigración nos detuvo, nos golpearon y nos dijeron que volviéramos a nuestro país’, dijo, refiriéndose a la patrulla fronteriza. ‘Empujaron a algunas personas al río. A mí no me golpearon, pero vi lo que pasó’.

No sabe qué les ocurrió a las personas que fueron golpeadas o devueltas al río Grande, pero a ella la tuvieron en un almacén del centro de detención durante cinco largos días. Cruzó con su tío, pero los separaron.

‘Mi tío fue deportado, aunque nunca me lo dijeron. Los funcionarios de inmigración me separaron de él’, dijo. ‘Inmigración no me dio comida ni agua el día que me detuvieron. El segundo día, me dieron un sándwich muy pequeño con jamón y una pequeña botella de agua. Hacía tanto frío en el centro de detención que no podía dormir. Éramos unos 70 en una habitación del tamaño de un aula. No podía dormir. A los bebés de la habitación no se les daba comida y hacía tanto frío que tampoco podían dormir. Las madres lloraban pidiendo comida para sus bebés y sólo había un oficial que les daba comida. Vi cómo le quitaban un niño a su padre’.

Le pregunté: ‘¿Los viste quitarle un niño a su padre?’.

Dijo: ‘Sí’.

Le pregunté qué había pasado y me dijo que no sabía nada más.

Resulta que ha sido complicado sacar a Damarys. Lleva cinco meses detenida en el centro. No quiere celebrar su 16º cumpleaños dentro de este lugar. Está molesta y se siente agraviada.

Después de todo, ¿por qué no pueden unirla con su madre, que acaba de llegar a Estados Unidos?

‘Mi único familiar en Estados Unidos que puede acogerme es mi madre, XXXX. Ella vino por mí desde Honduras con mi hermano pequeño y actualmente está detenida’.

¿Su madre salió de Honduras para intentar ayudarla a salir de aquí?

Sí, dice ella. ‘Antes, mientras mi madre viajaba a Estados Unidos, se lo comenté al personal y me dijeron que si mi madre viene a intentar encontrarme, el gobierno me deportará, así que no tiene sentido que venga’.

Su madre y su hermano fueron detenidos. Detenidos, no pueden hacer nada para ayudar a conseguir la liberación de Damarys. Ella tiene iene una prima que ‘iba a firmar por mí, pero tenía miedo porque alguien le dijo que si firmaba y daba sus huellas dactilares al gobierno para que me custodiara, la podían deportar. Ella tenía demasiado miedo y por eso estoy atrapada aquí desde entonces’.

Como resultado, ‘el personal de aquí también me ha dicho que tengo dos opciones: firmar mis papeles de deportación o quedarme en este centro durante tres años hasta que cumpla los 18’.

Pero ahora, si se deja deportar, sólo la enviarán más lejos de su madre. Lleva 12 días sin hablar con su madre. ‘Estoy preocupada por ella porque no sé dónde está ni si está bien. Me pone muy nerviosa pensar en ello’.

Damarys ha perdido la fe en el ‘proceso’ que le dicen que debe respetar. Está harta de su situación.

‘Este lugar es como una prisión. No puedo salir cuando quiero. No nos dejan ir. Ni siquiera nos dejan salir al exterior más que un rato. Me han llevado a la iglesia una vez, pero fue con mucho personal observándome. Fui al cine una vez en cinco meses. Las chicas aquí siempre dicen que quieren escaparse para ser libres. Pero el personal nos vigila las 24 horas del día. Nos vigilan cuando dormimos. Este lugar es muy seguro, hay cámaras en todas las aulas, en los pasillos, por todas partes.

‘Nos despiertan a las 6 de la mañana, que es muy temprano. A las 6 de la mañana encienden las luces. Los fines de semana nos despiertan a las 7 de la mañana, que no es mucho más tarde. Hay muchas reglas que son imposibles de cumplir y te castigan quitándote los privilegios. No podemos compartir la comida, si intentamos compartirla nos ven en la cámara y nos castigan. Tienes 10 minutos para ducharte, nos vigilan mientras lo hacemos y te meten en problemas si te pasas. Sólo te dejan salir dos veces al día y si llueve nos dicen que no podemos salir. Hay colas para todo, incluso para ir al baño. Las personas que trabajan en este centro dicen que si te comportas mal retrasarán tu caso y te harán permanecer aquí más tiempo’.

Quiere ir a la escuela, quiere tener un libro de texto, quiere tener su propio bolígrafo y papel y poder hablar con sus amigos por Whatsapp y ver vídeos y hacer lo que hacen las personas normales de 15 años, ya que eso es lo que ella es -normal-, excepto que de alguna manera ha estado encerrada durante seis meses por intentar que no la mataran en Honduras.

La gente del centro ni siquiera la deja hacer amigos. En los seis meses que lleva aquí, pasaron dos o tres chicas a las que Damarys se acercó. Tenían su edad, hablaban juntas, se quejaban del champú barato, hablaban de qué miembro del personal era malo y cuál era más agradable. Pero cuando, al cabo de semanas o meses, esas chicas fueron entregadas a sus familias, el personal ni siquiera le permitió anotar su número de teléfono para que pudiera mantenerse en contacto con sus únicas amigas en Estados Unidos.

‘No podemos comunicarnos con los amigos que salen de aquí ni por teléfono ni por Internet ni por ningún otro medio. El personal dice que no está permitido. Además, si algunos de nuestros amigos salen de este centro, sus pertenencias son registradas minuciosamente para asegurarse de que no se llevan ningún número de teléfono u otra información sobre los amigos que se quedan aquí.’

La inspección

Llego al despacho del director y me siento en la mesa frente a su escritorio, donde puedo ver fotos de su familia. Llega otra abogada, bien vestida, con un bloc de notas. Tiene mi edad, lleva un hijab, es abogada del Departamento de Justicia. Se muestra cortés conmigo, intercambiamos saludos, el director del centro comienza la inspección.

‘Estas son nuestras instalaciones. Está dividido en cuatro dormitorios. Tenemos tres dormitorios femeninos y uno masculino. Tenemos tres dormitorios en la planta baja y nuestro dormitorio más grande en la planta alta’.

Nos lleva por un pasillo con los despachos de los gestores de casos hasta la cafetería, una pequeña sala con mesas de picnic.

‘El almuerzo comienza a las 11:30’, dice el director, ‘tienen entre 45 minutos y una hora para comer’ pero ‘a veces quieren comer un poco más rápido, para levantarse y usar los baños’. La mayor parte de lo que dice sobre las normas y reglamentos se contradice directamente con el testimonio de numerosos niños.

Hay ‘unas 300’ personas empleadas en el centro, dice el director. Hay más de 100 empleados que trabajan directamente con los niños, y hay unos 200 gestores de casos, trabajadores de mantenimiento, cocineros, monitores de seguridad y personal administrativo.

El personal que imparte las clases a los niños no está acreditado ni tiene licencia. El único requisito es que tengan una licenciatura. En la actualidad hay 12 miembros del personal que realizan tareas de enseñanza en el centro, y el director nos dice que estos miembros del personal también realizan servicios de limpieza y también sirven como trabajadores de atención a los jóvenes. ‘También tienen otras responsabilidades laborales’, dice el director.

Le pregunto al director qué pasaría si un niño llevara un lápiz o un crayón a su dormitorio. ¿Se les castigaría?

‘No hay ningún castigo’, dice el director, corrigiéndome. ‘Hay consecuencias‘.

***

Leo en mi dispositivo de grabación el nivel de suciedad encontrado en la sala común de los chicos:

‘Hay agua estancada y trozos de comida o virutas de lápiz en el suelo. Hay un chicle junto al refrigerador de agua, hay envoltorios de caramelos y comida en las grietas de la pared. Los suelos están sucios, hay manchas y lo que parece más chicle. Hay una cantidad importante de polvo y suciedad en las paredes y a lo largo de las grietas. Hay migas y polvo en todas las superficies planas. En el armario junto al televisor hay algunas tazas de café que tienen café dentro, y las tazas están manchadas. Hay lo que parece un guante de látex para fines médicos que parecen estar sucio. Hay unos pantalones cortos de baloncesto que podrían estar sucios. Hay papeles tirados por todas partes. Detrás del sofá hay una inmensa cantidad de suciedad y envoltorios y servilletas y pelusas y algunos alimentos. Está muy sucio. Hay aparatos de vídeo que están completamente cubiertos de suciedad. Hay un cheerio y varios frijoles en el suelo junto a la puerta. No es higiénico’.

Las habitaciones son estrechas. Cada niño tiene dos cajones, las camas son de tablas de madera, sin colchón y con un colchón de 5 a 6 pulgadas de grosor. Hay migas por las paredes y partículas de comida aquí y allá. Encuentro lo que parece una zanahoria seca o un pimiento en el suelo.

***

Me encuentro con lo que parece ser una puerta de armario que pido que se abra. En el interior hay una gran sala llena de pantallas en las que se ven imágenes de vídeo.

Un campo de detención en Tornillo, Texas, crédito: DHS [Photo: Department of Homeland Security]

Hay dos grandes pantallas planas y dos grandes monitores de ordenador debajo de ellas. El monitor de la derecha tiene 10 cámaras que vigilan el perímetro exterior, el aparcamiento, la zona de juegos, el patio con el campo de fútbol y la cancha de baloncesto, así como la parte delantera del edificio. Hay algunas notas en uno de los escritorios con anotaciones detalladas sobre lo que los niños están haciendo en un momento dado. Las notas parecen ser bastante detalladas, aproximadamente un párrafo para cada una. Uno de los párrafos describe la interacción entre dos niños en un aula. Las notas no indican que se haya infringido ninguna norma, pero la descripción es muy detallada. Había empezado a leer estas anotaciones con más atención cuando me interrumpen el abogado del Departamento de Justicia y el director del centro, que me sacan de la sala.

El director dice que el personal vigila las cámaras y puede controlar a los niños más del 80 por ciento del tiempo que están en el centro.

***

El director reconoce que en el último año, al menos un miembro del personal ha sido sancionado por agredir sexualmente a un menor. Cuando pregunté si alguno de estos miembros del personal seguía trabajando aquí, el abogado del DOJ intervino y el director dijo que no podía responder.

‘¿Ha tenido que amonestar alguna vez a un empleado por abuso físico o sexual?’ le pregunto.

‘No podré responder a eso’, dice el director.

‘¿Cuándo fue la última vez que se amonestó a alguien por algún contacto o comportamiento inapropiado?’.

‘Sí, no podré responder a eso’.

‘¿Hace cuánto tiempo? ¿Meses, semanas?’

‘Meses, tal vez. No tengo una fecha concreta’.

‘Pero desde que estás aquí’.

‘Sí… Llevo un año aquí’.

‘¿Cuándo fue la última vez que llamó a la policía por algo así?’

‘No creo que hayamos tenido que llamar a la policía por eso’.

‘¿Habéis tenido que reprender a alguien, pero no habéis llamado a la policía?’

‘Es un ámbito diferente. La forma de las denuncias, varía. El alcance es muy, muy amplio’.

‘¿La persona que mencionó que fue amonestada por última vez sigue empleada aquí?’

‘No voy a responder a eso’.

El abogado del Departamento de Justicia interrumpe y me dice: ‘Le recuerdo que está observando las condiciones del centro y que está haciendo preguntas generales sobre los procedimientos’. Responder a más preguntas sobre las denuncias de abusos sexuales por parte del personal está ‘fuera del ámbito’ de la inspección.

Más tarde pregunto: ‘¿Hay niños que formaron parte de la separación familiar inicial de ‘tolerancia cero’ que siguen detenidos aquí?’.

El abogado del Departamento de Justicia vuelve a intervenir: ‘Eso está fuera del ámbito’.

Terminamos la inspección en el exterior y pasamos por el aparcamiento de empleados de vuelta a las instalaciones. El aparcamiento está lleno de coches con pegatinas de la policía.

***

En el despacho del director, después de la inspección, estoy sentado a solas con la abogada del Departamento de Justicia. Supongo que tiene mi edad, unos 20 años. Teníamos más o menos la misma edad el 11 de septiembre, cuando empezó la guerra de Irak, cuando los mercados se desplomaron.

‘¿Dónde estudiaste derecho?’, me pregunta. Conoce a una antigua compañera mía, que ahora trabaja en el Departamento con ella.

Le pregunto cuándo empezó a trabajar en el Departamento. Me dice: ‘En septiembre de 2016’, con una carcajada. ‘Pensé que trabajaría en casos de derechos civiles para Hillary’.

¿Pero no quiso cambiar de carrera después de que Trump ganara las elecciones? ¿Después de que prohibiera viajar desde siete países musulmanes?

Se encoge de hombros y pone los ojos en blanco, asumiendo que lo entendería.

Las instalaciones y los centros de detención de inmigrantes se crearon tanto bajo administraciones republicanas como demócratas. A nivel individual, la abogada es una figura insignificante, pero personifica el papel de su partido.

La primera vez que el Estado decidió encarcelar masivamente a niños inmigrantes, Barack Obama era presidente. Trump afiló herramientas forjadas en administraciones demócratas presidiendo mayorías demócratas en el Congreso. Los senadores y congresistas demócratas han votado para financiar esta máquina de deportación durante una década tras otra. Cuando las cámaras de televisión señalan los peores abusos, son los demócratas los primeros en escandalizarse.

En el verano de 2018, los representantes demócratas visitaron los centros de detención de niños y las lágrimas corrieron por sus rostros. Durante los 40 años anteriores, los demócratas firmaron con sus nombres todas las leyes que restringían el flujo de la inmigración. El Partido Demócrata militarizó la frontera entre Estados Unidos y México bajo la administración de Clinton y retomó el camino donde lo dejó George Bush cuando Obama asumió el cargo en 2009. No hay un solo demócrata destacado que se haya opuesto sistemáticamente a todas las restricciones a la inmigración.

***

CUARTO DÍA

Este es el último día. No hay un final catártico para esta narración. Antes de las 5 de la tarde del cuarto día, hubo que leer las declaraciones juradas a cada niño para que las corrigiera. Luego había que hacer correcciones, imprimir las declaraciones juradas y volver a llevar a los niños a firmar.

Los niños tenían correcciones rápidas, un dato confundido, una palabra equivocada, una mala traducción. Era la segunda vez que veía a cada uno de ellos. Les dije que arreglaría las correcciones y que bajarían una vez más a firmar sus declaraciones ese mismo día.

Al final del día se pusieron en fila, todos ellos, y volvieron a la oficina por tercera y última vez. Les tendí la mano para que me la estrecharan, algunos me la estrecharon y otros me pidieron abrazos. Todos hacían las mismas preguntas: ‘¿Dónde está la caravana ahora?’ ‘¿Está más cerca?’ ‘¿Está girando hacia Texas?’ ‘¿Vienen a por nosotros?’

Fue la última vez que vi a alguno de ellos.

Tres días después de que saliera de las instalaciones, Trump desplegó 5.200 soldados en la frontera entre Estados Unidos y México para hacer frente a lo que llamó una ‘invasión de inmigrantes.’

En una conferencia de prensa el 29 de octubre, el lunes después de mi regreso de las instalaciones, el general Terrence O’Shaughnessy y el comisionado de Aduanas y Patrulla Fronteriza Kevin McAleenan esbozaron un posible asalto militar ofensivo. La CBP se estaba preparando para el ‘control de disturbios’, dijo. La agencia estaba llamando a miles de oficiales adicionales para tripular las ‘líneas del frente’ en la lucha contra la caravana.

El general O’Shaughnessy dijo que el Pentágono estaba desplegando tres compañías de helicópteros de asalto Black Hawk armados con ‘la última tecnología’, así como otros ‘activos aeronáuticos’, incluyendo aviones de transporte y drones. La movilización incluirá a los marines estadounidenses, así como a la policía militar y a la ‘asistencia médica’, fuerzas que sólo se despliegan cuando el ejército se prepara para un posible combate. ‘Las unidades se están desplegando con armas’, dijo O’Shaughnessy, así como con cientos de kilómetros de alambre de púas, barricadas y material de construcción.

Policía con equipo antidisturbios en un paso fronterizo

‘Esto es solo el comienzo de la operación’, agregó, señalando que los niveles de tropas pueden aumentar según sea necesario.

El presidente Trump y los principales funcionarios del gobierno estaban hablando el lenguaje de Hitler y Goebbels. ‘Muchos miembros de pandillas y algunas personas muy malas están mezclados en la caravana que se dirige a nuestra frontera sur’, tuiteó Trump.

‘Por favor, regresen, no serán admitidos en los Estados Unidos a menos que pasen por el proceso legal. ¡Esto es una invasión a nuestro país y nuestras Fuerzas Armadas los están esperando!’ Trump dijo que los soldados estarían preparados para disparar a la caravana. Más tarde se informó que Trump quería que los militares ‘les dispararan en las piernas’.

El 28 de octubre, la secretaria del Departamento de Seguridad Nacional (DHS), Kirstjen Nielsen, utilizó un lenguaje normalmente reservado para las amenazas de guerra en el extranjero: ‘[E]stán sobre la mesa todas las acciones posibles…’ con respecto a la caravana, dijo, apenas unos días después de amenazar que los militares y la patrulla fronteriza ‘tienen la capacidad de fuerza para defenderse.’

La entonces secretaria del Departamento de Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen (Wikimedia)

El domingo 25 de noviembre, la caravana llegó a Tijuana y los inmigrantes fueron alojados en un estadio mugriento. El alcalde de Tijuana los denunció como sanguijuelas y se comprometió a no gastar un centavo más de lo necesario en su atención. El grupo llegó a la frontera estadounidense de San Ysidro ondeando las banderas de México, Honduras, Guatemala y Estados Unidos coreando la frase: ‘¡No somos criminales, somos trabajadores internacionales!’ Les dispararon con gases lacrimógenos y balas de goma y no permitieron que ni uno solo cruzara a EEUU.

La coalición de aliados de Trump en el ejército y las agencias de control de la inmigración respondieron con una excitación sádica a los ataques del domingo. El coordinador principal de campo de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos, Brian Hastings, dijo a The Hill que los trabajadores inmigrantes estaban ‘tan dispuestos a usar métodos violentos y la fuerza’ que el gobierno estaría ‘aplicando algunas consecuencias a estos individuos.’

Ronald Colburn, presidente de la Fundación de la Patrulla Fronteriza, se burló de los inmigrantes víctimas de los ataques policiales con gas pimienta: ‘Podrían ponerlo en sus nachos y comérselo’, dijo.

***

¿Qué ha ocurrido?

El gobierno de Estados Unidos ha hecho caer todo el peso del poder coercitivo del Estado sobre decenas de millones de inmigrantes empobrecidos que huyen de sociedades arruinadas por ese mismo gobierno y las corporaciones que representa.

El gobierno invirtió miles de millones de dólares en la militarización de la frontera con México, una frontera que habría estado mil millas más al norte si Estados Unidos no hubiera robado el territorio de 11 estados en la guerra mexicano-estadounidense.

El gobierno construyó un ejército de decenas de miles de policías militarizados para vigilar la frontera y recorrer las ciudades, deteniendo a millones de personas, dividiendo a millones de familias y enviando a innumerables deportados a la muerte. No se hizo ninguna excepción en el tratamiento de los niños, que fueron arrancados de los brazos de sus padres y enviados a campos de detención donde fueron abusados y maltratados porque intentaron cruzar una frontera nacional.

Y, sin embargo, el gobierno de Estados Unidos sigue dando lecciones al mundo sobre derechos humanitarios.

* * *

Estados Unidos no es simplemente una tierra de guardias fronterizos y cazadores de esclavos. La gran mayoría de su población se horrorizó cuando la administración Trump comenzó su política de ‘tolerancia cero’ en los meses anteriores a mi llegada a las instalaciones.

La instalación sigue abierta. Los medios de comunicación han desviado su atención, los políticos demócratas llorones como Alexandria Ocasio-Cortez, que vinieron a tomarse fotos han seguido con susu vidas. Los niños de este artículo son cuatro años mayores que los de ahora ellos, pero el número de niños detenidos en todo el país ha aumentado bajo la administración de Biden. Las instalaciones están llenas de caras nuevas, de niños nuevos, que salen de las mismas hieleras y perreras.

Pero los trabajadores agrícolas blancos y negros de Sandusky, Ohio, que vieron cómo un ejército de agentes del ICE se llevaba a sus compañeros de trabajo, no han olvidado lo que vieron, y los vecinos del campo de trabajo de New Era, Michigan, que escucharon a los niños llorar durante la noche después de que los agentes se llevaran a sus padres, tampoco han olvidado lo que escucharon. La clase obrera internacional se dará cuenta de su inmenso poder y pondrá fin a la era de la explotación capitalista y al sistema de Estado-nación.

(Publicado originalmente en inglés el 15 de mayo de 2023)

 

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