“Terremoto en Miami”

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Desde el lado cubano se ha reiterado la propuesta de levantar el bloqueo por un tiempo definido para poder aquilatar qué sería capaz de lograr Cuba

Desde el lado cubano se ha reiterado la propuesta de levantar el bloqueo por un tiempo definido para poder aquilatar qué sería capaz de lograr Cuba | Foto: Pixabay

La mera existencia de las nuevas formas productivas cubanas y su interacción con contrapartes estadounidenses son un contrasentido para los creyentes en el Armageddon.

El pasado 17 de marzo sucedieron hechos extraordinarios en Cuba, que nuevamente contaron con una cobertura en las redes sociales y algunos medios de prensa extranjeros de manera desproporcionada, para el tipo de desastres que vivimos en el mundo de hoy. Son “extraordinarios en Cuba” porque este no ha sido un país donde las fuerzas del orden se pasean con armas largas por la calle, no se ven carros blindados para enfrentar manifestaciones con fuertes chorros de agua, ni hay casos de pérdidas de ojos por el uso de balas de goma. Son “extraordinarios en Cuba” porque, salvo contadas excepciones, las autoridades han sido capaces de interpretar el sentir popular a través de mecanismos formales y se han buscado soluciones a problemas perentorios sin actos en la vía pública.

Ese día y los posteriores una diversidad de dirigentes cubanos, a todos los niveles, reconocieron la ocurrencia de los hechos y entablaron un diálogo con las personas que manifestaron su malestar de forma explícita. Ni los bots, ni la inteligencia artificial pudieron crear reportes de golpes, detenciones, o heridos. Los que se manifestaron entonces sintetizaron con pocas palabras las causas de su movilización: “corriente y comida”.

Sin embargo, para los que vivimos estos hechos desde Cuba daba la impresión de que se producía un tsunami digital, con altas olas desde el exterior, que no estaba provocado por un movimiento social telúrico interno que lo justificara. Vale aclarar que se comprende (y se experimenta) a plenitud la irritación provocada por largas horas de apagones, escasez de alimentos y otros pesares diarios que vivimos los cubanos por estos días. A ello se agrega que el derecho a manifestarse pacíficamente está reconocido en la Constitución aprobada en el 2019, por la que votamos la mayoría.

Pero el tema está en que cuando te asomabas a las redes en esas horas se reiteraba periódicamente la palabra “colapso”, del régimen o del país, según el gusto semántico del autor y se hablaba de hechos similares en una multiplicidad de lugares de la geografía cubana. La inocurrencia de estos provocó la burla de quienes desde sus teléfonos escribieron con objetividad “estoy en el malecón habanero y no veo nada”, “por este parque no ha pasado nadie con carteles”, y comentarios similares.

Entonces, en qué radicaba la desproporción causa-efecto, por qué no había un balance entre la acción física y la reacción digital.

Aquellos que tienen edad y conocimiento para interpretar el caos digital pudieron calcular en pocas horas de dónde procedían la mayor cantidad de mensajes apocalípticos y la reiteración de los mismos. ¿Por qué aquellas personas radicadas en el sur de la Florida, o en alguna ex metrópoli europea, sentían los apagones con más intensidad que los ciudadanos radicados en la carretera del Morro en Santiago, o en Bayamo?

Las razones por estos días parecen ser cada vez más evidentes: sus mensajes para aumentar la magnitud de lo sucedido al interior de Cuba y, sobre todo la negatividad del escenario futuro, parecen estar más dirigidos al público estadounidense que a crear una reacción en cadena dentro de Cuba. Baste echar una mirada a los sucesos inmediatamente anteriores y a los inmediatamente posteriores a los acontecimientos mencionados.

En los dos últimos años, en medio de la combinación de la sobrevivencia a la COVID19, el aumento de la deuda estatal, la intención de ordenar que trajo nuevos desórdenes, el aumento de la inflación, la falta de combustibles y lubricantes, y por tanto de alimentos, surgió un nuevo actor económico en el modelo cubano, que ya ha tenido sus expresiones sociales diversas.

La aprobación por el gobierno cubano de miles de pequeñas y medianas empresas, que se agregaron a otros actores no estatales ya existentes, han significado entre otras cuestiones, nuevas fuentes de empleos, salarios diferenciados, estilos de vida, solución de problemas específicos, importaciones de productos deficitarios y mucho más. Donde no ha habido control, creció la corrupción y la ilegalidad.

Una buena parte del financiamiento que permitió el surgimiento y activismo de dichos entes provino del exterior. Familiares, amigos, compañeros de estudios y otros interesados dejaron de enviar remesas a Cuba para el simple consumo. Comenzó entonces la inversión de distintos montos de moneda libremente convertible en pequeños negocios, que tenían un alto nivel de riesgo, pero que al final sobrevivieron entre la incertidumbre exterior y la interna. La mayor parte de ese financiamiento, de bolsillo, no bancario, ha provenido del Sur de la Florida y, específicamente de Miami.

Ni conciertos, ni alaridos, ni fusilamientos digitales han impedido que una cantidad cada vez más creciente de cubanos residentes en dichas áreas se repatrien, según la denominación técnico-consular, adquieran propiedades en Cuba, contraten fuerza de trabajo y extraigan ganancias. En otros casos, el reto del emprendimiento ha sido asumido solo por quien nunca abandonó la Isla, aunque el capital inicial haya provenido desde el exterior.

Este hecho tiene multiplicidad de maneras concretas de identificarse en las fachadas de establecimientos cubanos, sitios web, redes de Whatsapp. Es aún muy desigual a lo largo de los municipios, pero son cientos la historias de éxito (y podrían ser muchas más) que confirman, y no niegan, que las llamadas Mipymes llegaron para quedarse.

Algunos contribuyen en programas sociales en sus comunidades, otros apuestan por la estabilidad social y que no se ponga en riesgo físico la seguridad de su propia inversión, se interesan además por la imagen que damos de conjunto ante visitantes foráneos.

Y este proceso, quizás inesperado para algunos, rechazado por otros y aún no valorado en toda su magnitud interna y externa, ha planteado dentro del Miami político que habla spanglish una afirmación inaudita: usted puede ir a Cuba invertir dinero y tener ganancias. No ha habido mensaje más estremecedor en los últimos 65 años. Ni las campañas de solidaridad, que mucho se agradecen y son al riesgo de la vida, ni el “acercamiento de Obama”, ni los millones de pasajeros moviéndose en cruceros o en aeronaves, han creado una mayor sensación de falta de gravedad entre los herederos del negocio de la contrarrevolución.

Esos individuos están constantemente planteando en el Congreso estadounidense en los últimos meses que las nuevas formas productivas cubanas son una tomadura de pelo, que todos los nuevos negocios están en manos de “personeros del régimen”, que es un socialismo disfrazado.

Llegaron a organizarle un programa miamense a un grupo de empresarios cubanos con la participación de ex terroristas y pone bombas locales, con el propósito de que a su regreso a Cuba estos jóvenes recibieran algún tipo de rechazo oficial o popular. Nada sucedió.

Los políticos estadounidenses que piensan en inglés británico han llegado a la conclusión de que tal es el fracaso de las fórmulas socialistas en Cuba, que finalmente el gobierno ha recurrido a experimentos capitalistas. Un por ciento piensa que es el momento de invertir masivamente en estos emprendimientos, mientras que el resto prefiere esperar a un supuesto escenario futuro, que se parezca más a la ocupación de Gaza por los israelitas.

Pero en días recientes los del spanglish se han anotado como victoria una pequeña cláusula que aparece en el presupuesto federal de emergencia, que se ha aprobado en el Congreso para evitar el cierre inminente del gobierno, que declara que no se utilizarían fondos federales para fomentar el crecimiento de las Mipymes en Cuba. Sólo un desconocedor del tema puede calificar este resultado de trascendente, cuando se sabe que en este ejercicio más de la mitad de los que dan su voto apenas conocen el contenido del texto aprobado.

En momentos en que el continuismo de Biden y otros males han reducido la atención directa a los temas cubanos desde los centros de investigación, cuando la polarización interna estadounidense ha atraído las energías de líderes elegidos que antes dedicaban tiempo a construir un tipo de relación distinta con la Isla, la mera existencia de las nuevas formas productivas cubanas y su interacción con contrapartes estadounidenses son un contrasentido para los creyentes en el Armageddon.

Estos han sido los días en que ha viajado a Cuba una delegación de comisionados de agricultura de doce estados de la Unión, agrupados bajo la Asociación Nacional de Secretarios Estaduales de Agricultura  (NASDA), para conocer las experiencias y necesidades de los productores cubanos. La mayoría de esos comisionados son de militancia republicana y un alto por ciento de su base social ha votado por Donald Trump. Estos son los días en que el Secretario de Agricultura estadounidense, Tom Vilsack, el funcionario que durante más años ha detentado esa responsabilidad en la historia reciente, ha dicho sin ambages en una audiencia congresional que tiene sentido el comercio agrícola con Cuba y apoyar a los productores privados en esa nación.

Entonces, si ponderamos los hechos “excepcionales” sucedidos en Cuba en el contexto que corresponden, saltan a la vista muchas otras realidades que van más allá de los bytes iniciales de los algoritmos, se comprende mejor a qué públicos están dirigidos y se puede imaginar qué estarán preparando para el futuro.

Desde el lado cubano se ha reiterado la propuesta de levantar el bloqueo por un tiempo definido para poder aquilatar qué sería capaz de lograr Cuba, portadora de ese atributo especial que ahora se llama resiliencia. Hasta un pasado muy reciente los políticos de la Calle 8 veían los probables efectos de este hipotético ejercicio solo al interior del malecón habanero. Ahora están conscientes de que los mecánicos privados cubanos, en posesión de las herramientas adecuadas, pueden arreglar el vehículo que aún no ha producido la General Motors.

Como dice la sabiduría popular cubana, “la jugada está cantada”, se trata de evitar el terremoto propio con un tsunami ajeno.


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