Sudán: Ritmos de desafío

Desde las calles de Jartum hasta el exilio en el extranjero, los artistas de hip-hop sudaneses han convertido la música en una poderosa herramienta de protesta, resiliencia y preservación de la memoria colectiva.

Flippter y fans. Imagen © Flippter vía Facebook (uso legítimo).
El Estado tiene miedo de la pluma, mientras nosotros estamos aquí desafiando a la muerte.
–Flipter

En diciembre de 2018, las calles de Jartum no solo estaban abarrotadas, sino que también bullían de vida. Se escuchaban voces desafiantes que marcaban el fin de tres décadas bajo el control autoritario de Omar al-Bashir. Era una revolución, pero también un festejo del espíritu. Una energía oculta, reprimida durante demasiado tiempo, se derramó en las calles y transformó la protesta en arte. El sonido de la resistencia en Sudán no era una sola nota, sino una orquesta de ritmos, rimas y cánticos, y el sonido del hip-hop sudanés . El hip-hop había estado hirviendo a fuego lento durante años, pero ahora estalló en un coro nacional y se convirtió en un vehículo para la expresión de las esperanzas, los agravios y los sueños de la juventud de Sudán

Ayman Mao fue uno de los primeros en tomar la posta. Su canción “ Dam ” (Sangre) de 2016 ya había ganado popularidad; una dura y furiosa acusación contra los poderes que explotan al pueblo: “¿Por cuánto dinero te compraron para que lo convirtieras en sangre?”

Las palabras de Mao resonaron en miles de personas y sus letras se transformaron en gritos de guerra para quienes se habían reunido para protestar. No era solo una canción, sino un recordatorio conmovedor de que su sangre se había derramado durante la resistencia contra el régimen de Bashir. Mientras sus letras rebotaban de un edificio a otro, se fusionaban con los cánticos de la multitud, una sola voz gritando basta.

El impacto de Mao fue sólo el principio. Flippter, un rapero sudanés que había explorado durante mucho tiempo temas de alienación y lucha, se unió a las líneas del frente con su canción “ Hatred ”. “Podrían recibir una bala por estas simples palabras”, rapeó, plenamente consciente de los riesgos. En su canción “Blue”, describe una patria que se siente extranjera, haciendo eco de la sensación de desplazamiento que sentía la juventud sudanesa bajo un régimen al que poco le importaban sus voces. Con cada verso, Flippter expone no sólo su ira sino también su negativa a ser silenciado, un poeta que abrazó la pluma como arma. La juventud de Sudán encontró algo vital en las palabras de Flippter: un espejo inquebrantable que reflejaba tanto su frustración como su determinación.

Las voces de la diáspora se sumaron a la canción, con artistas como AKA Keyz, que, desde lejos, aún podía sentir el pulso de su patria. Su canción “No Options Left” se convirtió en un himno en sí misma, un reflejo sombrío pero decidido de la situación de Sudán. “No options left”, repite, expresando la desesperación y la desesperanza que sentían los jóvenes sudaneses al ver cómo su nación se desmoronaba.

A estas voces modernas se unieron íconos del pasado, que mezclaron tradición y rebelión. La canción “Sudán sin Keizan” de AG Nimeri resonó en toda la revolución, una  canción que imaginaba un Sudán liberado de las garras de la corrupción, el racismo y la manipulación religiosa. “Sudán sin mercaderes del infierno y del cielo”, canta, condenando a quienes usaban la religión para justificar la violencia y el control. La música de Nimeri conectó generaciones, evocando un Sudán que existía antes del régimen de Bashir y soñando con un futuro sin él. Su canción, como tantas otras, se convirtió en la banda sonora de la revolución, articulando el anhelo compartido por un nuevo Sudán.

Las raíces del hip-hop sudanés se remontan a mucho antes de las protestas de 2018. En la década de 1990, las cintas de rap estadounidenses circulaban como piratas, burlando a los censores del gobierno y despertando la imaginación de los jóvenes sudaneses. En la década de 2000, artistas como el grupo NasJota habían fusionado el hip-hop con sonidos tradicionales sudaneses, mezclando letras en árabe e inglés para crear algo distintivamente sudanés. Sin embargo, su éxito duró poco, ya que los censores del gobierno rápidamente silenciaron sus letras con conciencia social. Artistas como Mao se vieron obligados a exiliarse, pero el espíritu de protesta que habían encendido continuó en la clandestinidad, dando forma a una generación de jóvenes que veían la música como una forma de rebelión. En 2018, el hip-hop sudanés había tenido tal impacto que GQ publicó una lista de casi 20 raperos que quería que sus lectores conocieran, incluidos Bas y Flippter.

En 2019, cuando las protestas alcanzaron su punto álgido, el hip hop sudanés pasó de ser un movimiento clandestino a ser el corazón del levantamiento. “Dam” de Mao y “ Taskut Bas ” (Caed, dejadme) de Ali G sonaban a todo volumen en los altavoces de los campamentos de protesta; sus letras tocaban la fibra sensible al condenar la corrupción, la represión y la violencia. Pero el hip hop no era solo el telón de fondo; era el movimiento en sí mismo, un hilo que unía miles de voces en una demanda compartida de libertad.

En 2023, la esperanza se convirtió en tragedia cuando la violencia estalló una vez más. Las tensiones latentes entre las Fuerzas Armadas Sudanesas y las Fuerzas de Apoyo Rápido desembocaron en una guerra civil y el país quedó sumido en el caos. Los artistas se vieron desplazados y algunos se vieron obligados a huir. Pero incluso cuando los estudios estaban abandonados y las calles vacías, la música continuó. Los artistas de hip-hop en el exilio, en Egipto y en la diáspora, siguieron creando, sus voces llegaron a casa y mantuvieron vivo el espíritu de la revolución.

Nuevas plataformas como Rap Shar3 (Streetrap) se convirtieron en espacios vitales para los raperos sudaneses en el exilio, donde los artistas volcaron su angustia en versos. La canción de Hyper, que hace eco del icónico estribillo de Sayed Khalifa, reflexiona sobre aquellos días de revolución con nostalgia y amargura. “Esos eran días, oh país, días como el sueño”, canta, lamentando lo que podría haber sido, al mismo tiempo que maldice a quienes han arruinado esos sueños.

Y surgieron nuevas voces —Veto, Awab, Ghayaz— que documentaron en verso el costo personal de la guerra. “A mi hermano lo mataron a tiros, pero aún no lo enterraron”, rapea Veto, y sus palabras son una crítica a quienes están en el poder. Es un doloroso y crudo recordatorio de que, para muchos sudaneses, la libertad sigue estando lejos, como si la hubieran vislumbrado brevemente antes de que les fuera arrebatada de nuevo. Estas canciones se convirtieron no solo en registros de protesta, sino en historias orales que documentaban el sufrimiento de un pueblo en tiempo real.

El hip hop sudanés ha surgido no sólo como una forma de rebelión, sino también como un depósito de la memoria colectiva de la nación. Lo que comenzó como ritmos tomados de cintas de rap estadounidenses ha evolucionado hasta convertirse en un género exclusivamente sudanés, definido por el idioma local, los ritmos de la música folclórica tradicional y las cadencias del árabe sudanés. El género ha forjado su propia identidad, produciendo un sonido que resuena profundamente entre los oyentes de toda África.

En la actualidad, cuando Sudán se encuentra en una encrucijada, el papel del hip-hop nunca ha sido más crucial. Estos artistas, tanto los que están en su país como los que están en el exilio, siguen creando y documentando sus historias y sus luchas. De ese modo, se aseguran de que, incluso mientras el país se desmorona, las voces de la juventud de Sudán no caigan en el olvido.

Acerca del autor

Ibrahim Osman es miembro del equipo editorial de Geeska, una plataforma dedicada al análisis político en profundidad, la opinión y los comentarios culturales centrados en el Cuerno de África.

https://africasacountry.com/2024/12/beats-of-defiance

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