Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/solidemia Carlos Hugo Preciado Domènech 14/03/2020
La primera fue un engorroso conflicto laboral con los controladores aéreos que iba a fastidiar muchas vacaciones de semana santa de la gente bien y que fue resuelta -a lomos del caballo de Pavía- acudiendo a la declaración del alarmante estado. La comparación habla por sí sola, y nos recuerda esta costumbre tan española de acabar con las sufridas pulgas acudiendo a la artillería antiaérea.
El confinamiento de la población ya ha sido primero recomendado y después decretado por las autoridades. Esas mismas autoridades que hace 6 días asistieron y se fotografiaron en la manifestación del 8-M. Lo primero sin lo segundo, obviamente carecería de todo sentido.
Esta clausura ha tenido como efecto colateral que muchos hayamos decidido matar los 15 días de cuarentena escribiendo sobre el virus con corona, lo que -como la curva de su contagio- provoca un descenso progresivo del número de novedades que cualquier escrito pueda aportar respecto del anterior. Por ello es comprensible que todo lector/a mínimamente razonable desista -desde ya- de continuar leyendo, salvo que, prisionero del tedio y víctima de la curiosidad, opte por comenzar la enésimo cuarta lectura sobre la Cuestión, (mayúscula, porque no hay otra en los últimos días). Esta selecta élite de lectores/as, tan arriesgados como contumaces, merece saber que el centro de mi atención no va ser el científico, médico, sanitario, económico o político, sino el meramente humano, a veces incluso demasiado humano. Avisad@s quedan.
En esta línea, la etimología de epidemia ya nos aporta un par de notas de humanidad nada desdeñables. La primera es que Epi viene de «sobre» y Demo de «pueblo»; y, en efecto, es sobre sus espaldas sobre las que recaen los mayores males de la enfermedad, aunque en espaldas, como en casi todo, haya todavía clases – no es lo mismo recluirse en el piso de 50m2 del Puente de Vallecas, que hacerlo en el apartamentito de 120 m2 de la Manga, con vistas al Mar Menor, o lo que de él quede. Hemos de decir que el Decamerón de Boccaccio ya se escribe sobre lo más romántico (adinerado) de las epidemias , pues trata sobre el noble, idílico y erótico exilio de la Florencia rica del Catorce devorada por la peste negra. Ha llovido mucho desde entonces, pero no hemos cambiado tanto.
Una segunda nota de humanidad, nos la brinda la otra acepción etimológica de epidemia: «instalación de una persona -por extensión una enfermedad- en una población«. Aquí entra en juego otra cuestión tan evocadoramente -que no exclusivamente- humana, como las fronteras. La epidemia sobre el Reino de España hace que sus habitantes nos tengamos que ver «devueltos en caliente» cuando tratamos de cruzar atropelladamente la frontera Africana, en la dirección exactamente inversa de la que siguen aquellos devastadores flujos de malvados inmigrantes que tienen por costumbre venirnos a robar el trabajo y, encima, traerse sus enfermedades (justicia poética). Duele en el alma imaginar los rostros de desesperación y abandono de esas parejas de españoles de casa bien que han decidido hacer un safari para sortear los engorrosos inconvenientes de un espartano confinamiento en el chaletito de la sierra.
Parece por ello oportuno recordar que las fronteras, como los barrotes, no sólo para que «ellos» no entren; sino para que «nosotros» tampoco salgamos. Por cierto, devoluciones en caliente bendecidas recientemente por el Tribunal de Derechos cada vez menos Humanos de Estrasburgo (STEDH 13/02/2020, Asunto N.D y N.T c. España)1. ¡A dónde iremos a parar! ¡Devoluciones en caliente de españoles! En buena lógica, no habría de sorprendernos que, de seguir la epidemia unos meses, nuestra más aguerrida y patriótica ultraderecha abra exitosas sucursales en el -también Reino- de Marruecos, lo que sería una fantástica excusa para, emocionados, verlos partir de nuestro amado Reino, víctima ahora del azote del -también monárquico- virus, despidiéndoles con pañuelos desechables y secándonos las lágrimas con el codo.
Continuando con los aspectos humanos de la epidemia, ha de decirse que, como cualquier otra calamidad colectiva, sea guerra o desastre natural, saca lo mejor y lo peor de los individuos y de las sociedades.
Entre los peores sujetos, hallaremos quienes confundiendo la gripe con la diarrea hacen un acopio obsesivamente metódico de papel higiénico (no se me ocurre mejor mezcla de incultura e insolidaridad). Entre los peores grupos, aquellos que aprovechan la ocasión para pedir cosas tan insólitas como que no se lleve a cabo una reforma laboral para terminar con la precariedad -al parecer tan necesaria en tiempos de epidemia-; o que se reduzca el impuesto de sociedades, no sabemos si al sector del papel higiénico, que al ritmo que va podría compensar la debacle del IBEX.
Visto lo demasiado humano, no puedo terminar sin mencionar los verdaderamente humano, los sanitarios precarios, con inacabables guardias pagadas a precio de miseria, residentes, interinos, eventuales, y otras categorías paradigmáticamente aporéticas como la de los impronunciables in-de-fi-ni-dos-no-fi-jos-dis-con-ti-nuos, que son quienes nos están sacando las castañas del fuego a todos y todas, siembre bajo el yugo del «un día serás fijo». Y 15 años después siguen interinos.
Cuando todo esto termine, queridas autoridades, aborden una reforma que acabe con la precariedad en el sector sanitario, que nos devuelva a los talentos que han huido de este sufrido Reino y de la precariedad con la que paga a sus profesionales y que devuelva la ilusión a nuestros estudiantes de ocuparse de la profesión de curar y cuidar al prójimo. Y déjense de sentidos agradecimientos, siempre televisados.
No he sabido oír, durante estos días aciagos, a los apologetas del neoliberalismo, que proclaman la sanidad privada y la libertad de elegir. Deben estar ocupados en urgencias, pidiendo que les hagan la prueba (¡a la Montero se la han hecho!), y repartiendo virus a diestro y siniestro. Por fin un brillo de solidaridad vírica en los alumnos de la Escuela de Chicago, que por primera vez reparten algo. No olviden que estos mismos vendrán después a gestionar la crisis económica que deje el virus. Invertirán la gráfica pujante de contagios y nos mostrarán la descendente del PIB. Y nos dirán que nos hemos contagiado por encima de nuestras posibilidades y que el gasto en sanidad y educación debe ser recortado. Acuérdense.
Pero si algún héroe tienen las catástrofes, este es una multitud de gente sin rostro, que hace lo que debe, sin fotografiarse y mandarlo por el wassap, que se sacrifican por los demás sin recibir nada a cambio que, en suma, no saben hacer otra cosa que ser decentes, porque les educaron así. Ninguna sociedad humana sería posible sin ell@s. Ellos son los que convierten la epidemia en solidemia, y nos demuestran a diario lo mejor de nuestro género. Con el resto, con los demasiado humanos, tengamos paciencia. Son las víctimas de otro pilar social carcomido por las polillas neoliberales. La Educación.
1 Véase el comunicado crítico de Juezas y Jueces para la democracia en: http://www.juecesdemocracia.es/2020/02/14/comunicado-jjpd-acerca-la-deci…