Sobre la cuestión de la lucha de clases por Alexandra Kollontai

El Sudamericano

Publicado con abreviaturas (Politizdat)
Basado en el libro: A. Kollontai. Sobre la cuestión de la lucha de clases. San Petersburgo, 1905
Traducido del ruso en Marxist.org por El Sudamericano. Agosto 2024

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La marea de revisionismo, que ha aumentado cada vez más durante la última década, está empezando a disminuir notablemente. La crisis del marxismo tuvo resultados inesperados para los oponentes de la ortodoxia: el Congreso Internacional de Amsterdam1 aprobó una resolución estrictamente ortodoxa, que no sólo aceptaba todas las premisas teóricas del marxismo, sino que también reconocía la total inadecuación de las políticas oportunistas. El primer fruto de la victoria del “viejo método” sobre el “nuevo” fue la unificación de los colectivistas franceses en una organización partidaria común2.

Sin embargo, no podemos engañarnos con la esperanza de que la unificación que se produjo bajo la presión de las condiciones de vida pueda ser verdaderamente duradera. Incluso ahora, las fricciones son notables entre ambas facciones incluso en cuestiones puramente tácticas. ¿Qué pasará cuando se trata de cuestiones teóricas y fundamentales? La discordia entre las facciones no se limita a una táctica, sino que es mucho más profunda y surge de la cosmovisión filosófica de ambos partidos. Dado que los principios tácticos de la ortodoxia parten de sus premisas teóricas, el oportunismo encuentra apoyo en el idealismo crítico3. La estrecha conexión que existe entre “críticos” y oportunistas es demasiado obvia. Si el oportunismo de una determinada fracción no hubiera surgido de sus errores teóricos, su posición nunca habría sido fuerte.4 Pero el hecho es que el oportunismo, que predica la cooperación de clases como táctica, intenta justificar su posición práctica con premisas teóricas que cuestionan los fundamentos de la enseñanza ortodoxa. Al entrar en una organización común con sus camaradas ortodoxos, los jaurèsistas franceses ni siquiera piensan en renunciar a sus premisas teóricas, del mismo modo que los bernsteinianos alemanes5 no abandonan su posición de “críticos”, aunque continúen trabajando junto con sus camaradas ortodoxos por motivos prácticos.

Por lo tanto, si queremos luchar contra la tendencia oportunista en la política, primero debemos reconsiderar aquellas disposiciones básicas que hasta ahora han servido y siguen sirviendo como principal justificación de las tácticas del oportunismo. Este tipo de revisión tampoco es superflua en vista de la grave crisis política que estamos viviendo en Rusia. En una era en la que todas las fuerzas sociales están dirigidas a lograr el mismo objetivo inmediato, es muy fácil sucumbir a la ilusión de que la fusión de todas las clases de la sociedad no sólo es deseable, sino también posible. Los teóricos de la ideología supraclasista de las “superclases” hablan a gritos de la necesidad de unir a todos debido a la importancia del momento histórico que vivimos. Los oportunistas buscan apoyo en fraseología idealista. Y aquí, como en Occidente, una política conciliadora encontrará su justificación y apoyo en un determinado grupo de teóricos. Y nuestro todavía débil partido democrático burgués buscará un acercamiento con el partido de los trabajadores, que es más impresionante en fuerza y organización.

Ya se pueden observar intentos por parte de la democracia burguesa de atraer a los trabajadores a sus filas e inspirar desconfianza en la teoría “anticuada” basada en el principio de la lucha de clases. En vista de esto, nos parece útil repetir una vez más las disposiciones básicas de las enseñanzas de Marx, que se olvidan en el fragor de una batalla seria con un enemigo común. Estos principios, a pesar de los feroces ataques de los oportunistas prácticos y los “críticos” teorizantes, siempre han servido como hilo conductor a los discípulos ortodoxos y les han permitido, en los momentos históricos más difíciles y confusos, encontrar el camino correcto que les acercara a la meta final totalmente proletaria.

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Los puntos de mayor desacuerdo entre los seguidores científicos y críticos del socialismo son, por un lado, su justificación teórica y, por otro, la implementación práctica del principio de la lucha de clases. La lucha de clases, siendo una fuerza real y actuante, debe, en opinión de la escuela ortodoxa, descansar sobre una determinada base económica. Esta base es toda la teoría del desarrollo capitalista desarrollada por la escuela marxista. Es a esta teoría a la que los “críticos” dirigen sus ataques, actuando en la táctica del partido como apologistas de la cooperación de clases y defensores de la idea de la “paz social”. Esto es comprensible: la doctrina del materialismo histórico y la teoría del valor trabajo son la base teórica, mientras que la lucha de clases es de facto6 el medio que garantiza la realización del objetivo final general del proletariado. Si los “críticos” consiguieran realmente demostrar que el capitalismo en su desarrollo ulterior no contiene en sí ninguna tendencia a la “extinción”; que su adaptabilidad aumenta y la situación de las masas trabajadoras mejora, y que la explotación del trabajo, a pesar del indudable crecimiento de la acumulación capitalista, disminuye, entonces el principio de la lucha de clases perdería toda razón de ser7 y se abriría un amplio campo a las aspiraciones oportunistas. Entonces no habría obstáculos para la unificación del proletariado no sólo con el liberalismo burgués, sino incluso con el “socialismo ministerial”8 de todos los tipos y formaciones. La lucha de clases tiene su fundamento sólido e indudable sólo con la existencia de aquellas tendencias en el desarrollo capitalista que fueron establecidas por Marx. Si estas tendencias fueran erróneas, la lucha de clases no sólo dejaría de ser un medio para conquistar un nuevo mundo, sino que la transición misma a este nuevo mundo perdería toda consistencia científica.

“El socialismo obtiene su justificación científica”, –como acertadamente lo definió Rosa Luxemburg–, “de tres consecuencias principales del desarrollo capitalista: en primer lugar, de la creciente anarquía de la economía capitalista, que la conduce inevitablemente a la ruina; en segundo lugar, de la creciente generalización del proceso de producción, que crea puntos de partida positivos para el futuro orden social; y en tercer lugar, de la creciente organización y conciencia de clase del proletariado, que es el factor activo de la venidera revolución.”9

Ignorando el último factor activo, nunca pasado por alto por la escuela ortodoxa, los “socialistas críticos” dirigen sus flechas a la justificación económica de la teoría de la “autodestrucción” del capitalismo, implicando con esta teoría un peculiar estado de cosas en el que la necesidad histórica, en la figura de las fuerzas productivas, debe aparecer como un destino inexorable y conducir a la humanidad, más allá de su “voluntad” personal, a un futuro predeterminado y preparado. La justificación que hacen los marxistas de la evolución social en los factores económicos es interpretada por la escuela crítica como una manifestación de fatalismo inadmisible y de creencia en la autoactividad de las fuerzas productivas, como una negación del poder del hombre para influir conscientemente en el curso de los acontecimientos históricos. En vano se oponen los ortodoxos a las acusaciones vertidas contra ellos; los socialistas críticos sacan una y otra vez a la palestra sus acusaciones, tan pronto como las diferencias tácticas se hacen patentes y requieren un refuerzo teórico por su parte.

Dice el Dr. Woltmann, economista del campo “crítico”, en su artículo “Die wirtschaftlichen und politischen Grundlagen des Classenkampfes”, comentando la teoría de la autodestrucción:

“La inevitabilidad de la muerte económica de la sociedad capitalista se manifiesta con la fuerza de una ley social natural; la lucha de clases de los trabajadores es un instrumento consciente de autodestrucción del capitalismo. El capitalismo, según la ley de la necesidad económica, desarrolla él mismo el socialismo en sus profundidades, obligando a la clase obrera a implementar este último bajo la presión de las fuerzas económicas”.

Sin embargo, de esta definición correcta, Woltmann saca la siguiente conclusión errónea:

“Por lo tanto, si Marx asigna un cierto papel a la lucha de clases en la destrucción del capitalismo y la implementación del socialismo, entonces este papel es en cualquier caso secundario. La autoconciencia o la voluntad de las personas que participan en la lucha de clases es esencialmente la autoconciencia y la voluntad de los fantasmas económicos controlados detrás de escena del escenario mundial capitalista por las leyes económicas naturales. Aquí, por tanto, se puede afirmar que la enseñanza de Marx se caracteriza por un cierto fatalismo social”.10

Al parecer, el doctor Woltmann también está convencido de esto por la afirmación, citada más de una vez por los marxistas, de que el socialismo vendrá por sí solo (kommt von selbst); que la clase trabajadora se verá “obligada” a introducir un orden social sin poder hacer otra cosa… Para Woltmann es obvio que los marxistas creen en la predestinación. Por supuesto, si por predestinación entendemos que la escuela del socialismo científico pudo, en el caos de innumerables fenómenos que se cruzan, identificar el factor más poderoso y rastrear su impacto en la psique y la voluntad de las personas; que mostró cómo a partir de una combinación de aspiraciones y deseos homogéneos se crea una determinada psicología de grupo (clase), que obliga a la humanidad a lograr la realización de un determinado objetivo ideal, entonces, en este caso, los “críticos” serán, sin duda, bien. Los marxistas realmente sostienen que el sistema capitalista moderno se caracteriza por tendencias que actúan con la fuerza de una “ley natural” sobre la psique del proletariado y contribuyen al surgimiento y desarrollo en su alma de un ideal muy específico, que gradualmente se convierte en una meta de vida. La clase más poderosa y numerosa de la humanidad moderna se enfrenta a un dilema muy definido: lograr el objetivo previsto o perecer bajo el yugo de la explotación capitalista que se ha desplegado en toda su extensión. No es necesario ser profeta ni creer en la predestinación para adivinar qué camino elegirá la clase trabajadora.

Este es el significado que le dan a la expresión “la inevitabilidad del socialismo” los seguidores del materialismo histórico, quienes están convencidos de que el ideal final (no su implementación) se deriva naturalmente de las condiciones económicas circundantes. Si las condiciones que contribuyen al surgimiento y fortalecimiento de este ideal en la clase trabajadora realmente existen es otra cuestión que no necesita ser discutida aquí. Ahora sólo importa determinar si el reproche de fatalismo que la escuela crítica lanza a los marxistas tiene una base real o si está inspirado en su interpretación sesgada de la cuestión.

Los oponentes del marxismo en sus conclusiones cometen un error constantemente recurrente, confundiendo el patrón de fenómenos observados por Marx en el proceso general del desarrollo histórico con el “fatalismo”, es decir, con la subordinación de la débil voluntad de la humanidad a los “poderes superiores” (mediante la cual, por supuesto, en este caso, no nos referimos a seres sobrenaturales, sino sólo a mecanismos inanimados de producción capitalista). Los camaradas “críticos” no pueden adoptar un punto de vista puramente científico sobre la historia y comprender que la presencia de una determinada ley en el proceso histórico no limita en absoluto el alcance de la iniciativa humana.

Al reconocer el factor económico como el principal a lo largo de la historia, los marxistas naturalmente sitúan la ofensiva de un nuevo sistema en dependencia directa de una determinada combinación de fuerzas productivas. Pero, ¿equivale esto a la afirmación de que las fuerzas productivas mismas, de manera puramente mecánica, conducirán a la humanidad sin participación activa hacia un sistema recién preparado? La estructura económica de la sociedad, un cierto estado de las fuerzas productivas, son sólo la base material, el lienzo sobre el cual la fuerza viva –la lucha de clases– borda sus patrones caprichosos. La escuela ortodoxa asigna a la lucha de clases un lugar prioritario en la conquista del sistema, y no un lugar secundario, como quiere demostrar Woltman. Aunque los objetivos ideales son creados por las condiciones económicas, la implementación de las aspiraciones emergentes está asegurada por la lucha de clases…

El gran mérito insustituible de Marx reside en que supo encontrar una justificación real para la explicación de la psicología de clase, ese instrumento importantísimo en el proceso histórico; en que señaló la estrecha conexión existente entre la existencia de determinadas relaciones socioeconómicas y los consiguientes ideales y aspiraciones de clase.

“La teoría de Marx –dice Sombart– representa la conexión que existe entre el ideal proletario que comienza a formarse inconscientemente, instintivamente, y los fenómenos que se observan realmente en el proceso de desarrollo económico.” “El ideal del colectivismo está dictado por la existencia de relaciones socioeconómicas conocidas….. Si no existieran las condiciones económicas actuales, ninguna prédica del socialismo tendría efecto alguno sobre las masas y no podría moverlas a la conquista del futuro; si desaparecieran las influencias socioeconómicas actuales, desaparecería también el ideal mismo del colectivismo.”

Comparemos con esta interpretación profundamente científica y al mismo tiempo vitalmente simple de la historia de las relaciones sociales el punto de vista de la nueva escuela crítica, que por un lado pretende mostrar el embotamiento progresivo de los aspectos agudos del capitalismo, el ablandamiento de la opresión de la explotación, y por otro sigue creyendo en el advenimiento de un nuevo orden. ¿No se esconde ya aquí, en estos primeros fundamentos de la “crítica”, alguna extraña contradicción? Parecería que, creyendo en el crecimiento de la prosperidad general, en el ablandamiento gradual del antagonismo de clases, en la sustitución de la anarquía de la producción por la influencia racionalizadora de los trusts y los cárteles, los “críticos” deberían haber dudado no sólo de la posibilidad de realizar el socialismo, sino también de su necesidad y conveniencia en general. A esta conclusión, sin embargo, no llegaron aún. Pero no habiendo encontrado en las justificaciones anteriores (en el crecimiento de la anarquía de la producción y del antagonismo de clase, en la generalización de los instrumentos de producción) una base para explicar la próxima transición del orden social actual a otro, y al mismo tiempo reconociendo persistentemente el colectivismo como el ideal último, los “socialistas críticos” se vieron obligados a proponer nuevos principios más acordes con sus simpatías metafísicas.

Y entonces aparecieron en escena los principios “éticos”, los motores del progreso humano. Estos principios supuestamente se originan en la exigencia de la ley moral, según la cual cada miembro de la sociedad debe ser considerado como un fin en sí mismo, a partir de esa cruda historia material, que [supuestamente] es la única reconocida por los ortodoxos. No son ideales éticos, dicen los “críticos”, los que surgen y se desarrollan sobre la base de las relaciones económicas existentes, sino, por el contrario:

“la necesidad económica se basa en motivos éticos. Los métodos de producción actualmente existentes y la separación real del trabajador de las fuerzas productivas exigen la socialización de estas últimas, ya que sólo bajo tales condiciones se puede satisfacer la exigencia de la ley moral, según la cual cada miembro de la sociedad debe ser considerado como un fin en sí mismo, y no como un mero instrumento”11.

De ahí que el colectivismo pueda realizarse no porque la clase más numerosa de la humanidad cultural moderna esté interesada en su realización, sino sólo para asegurar el triunfo de “principios éticos más elevados”. En otras palabras, se suprime la interpretación materialista de la historia y se sustituye por una comprensión idealista del mundo. Se elimina el principal factor económico y se deja espacio para vagos impulsos en el ámbito de las categorías morales.

Por lo tanto, el colectivismo puede realizarse no porque la clase más numerosa de la cultura humana moderna esté interesada en su implementación, sino sólo para asegurar el triunfo de “principios éticos superiores”. En otras palabras, se suprime la interpretación materialista de la historia y se sustituye por una comprensión idealista del mundo. Se elimina el principal factor económico y se deja espacio para impulsos vagos en el ámbito de las categorías morales.

En esta justificación del socialismo, completamente desvinculada de la base económica real, no hay realmente lugar para la lucha de clases (se desdibuja el capitalismo, se suavizan las contradicciones de clase, etc.) y las tácticas anteriores, desde el punto de vista de los “críticos”, son naturalmente insatisfactorias. Bernstein insiste en ello; también los socialistas franceses, encabezados por Jaurès. Cegado por la idea de la “paz social”, encantado por el sueño de un gobierno democrático, Bernstein, tras las brillantes victorias obtenidas por la socialdemocracia alemana en las elecciones de 190312, se aventuró a expresar sus lamentos por la separación demasiado tajante de la socialdemocracia de los elementos democrático-burgueses de la sociedad. Jaurès afirmó que “la lucha de clases, que realmente reconocimos y proclamamos teóricamente, la dejamos de lado sin embargo por no poder determinar nuestro comportamiento, nuestras tácticas, nuestra política cotidiana”13.

Toda la actividad de Vollmar, este indudablemente enérgico luchador en las filas de la socialdemocracia alemana, se ha caracterizado en los últimos años por un deseo de oscurecer y retrasar el carácter de clase del movimiento obrero. Está dispuesto a predicar la moderación y la prudencia al proletariado, a apelar al autocontrol, la paciencia, la abnegación y otras virtudes burguesas, que supuestamente reemplazan el incentivo de la lucha de clases. Con tal política de adaptación, el objetivo común realmente se desvanece y retrocede hacia un futuro lejano e incierto; el socialismo se convierte en un “dogma de fe” formal. Toda la disputa entre “revisionistas” y “antirevisionistas” en la reunión del partido en Dresde14 se centra principalmente en la cuestión del papel y la importancia de la lucha de clases en las tácticas futuras de la socialdemocracia. La victoria, como sabemos, en cualquier caso no quedó en manos de los elementos oportunistas.

Ya tenemos muchos ejemplos que muestran a qué conduce la implementación práctica (en la medida en que lo permitan las relaciones económicas existentes) de la prédica de la paz social. La política acomodaticia de Vollmar en Baviera sólo brindó una oportunidad para que la Unión Campesina triunfara sobre la socialdemocracia en las elecciones de 1898; su prédica de una “espera pacífica” impidió a los socialdemócratas tener la oportunidad de obligar al gobierno bávaro a ampliar el sufragio a favor de los trabajadores. En Francia, la unificación del proletariado con el socialismo “ministerial” sólo dio como resultado “leyes fantasmas” sobre la jornada laboral y la regulación de las huelgas.

Tenemos que recordar la verdad elemental: siempre y en todas partes, las reformas dirigidas en beneficio del proletariado fueron obtenidas por su conciencia y energía. El creciente poder de la clase trabajadora sirve como el mejor motor para las reformas y mejoras llevadas a cabo por el gobierno burgués. Por muy democratizado que esté este último, nunca podrá satisfacer las demandas de la población trabajadora, dada la integridad de las relaciones socioeconómicas existentes, porque los intereses de los explotadores y los explotados no son idénticos, porque las aspiraciones más radicales del capitalista, del artesano propietario y del campesino no pueden coincidir con los intereses del proletario, del oficial y del trabajador agrícola.

La implementación coherente de la idea de paz social (incluso si esta última fuera factible) sólo conduciría al completo debilitamiento y desorganización del proletariado. La vida misma muestra que cuando esta idea penetra en las filas proletarias y entre los dirigentes obreros, impone concesiones insufribles por parte de los trabajadores, que deben permanecer en espera silenciosa y paciente de los beneficios concedidos al proletariado. De una formidable organización de clase militante, la socialdemocracia se convertiría entonces en un partido “politizador” ordinario, con el que sería extremadamente fácil lidiar mediante fuertes promesas sobre el futuro y pequeñas concesiones en el presente.

Afortunadamente, el estudio de la historia desde un punto de vista materialista muestra que tal fenómeno es imposible; que tal antagonismo no es un principio táctico, sino “un hecho indudable”, como dice Guesde, el incondicional luchador francés de la vieja escuela; que la causa de este antagonismo está profundamente arraigada en las condiciones económicas modernas y que sólo puede desaparecer con la desaparición de las mismas condiciones que lo originan. Sin embargo, la negación deliberada por parte de los “críticos” de aquellas tendencias de la economía moderna que sirven como base económica que determina la sustitución de un sistema social por otro, la predicación de la “paz social” y el estímulo de políticas oportunistas, puede desviar temporalmente al movimiento obrero de su camino directo, puede dar lugar a errores y engaños que retrasen y dificulten el curso natural de este movimiento. Pero, tarde o temprano, el proletariado se enfrentará a una cuestión de vida o muerte: o renunciar para siempre a su objetivo final, el socialismo, o entrar en una batalla abierta con todas las fuerzas hostiles a este objetivo último, es decir, en otras palabras, retomar el camino de la lucha de clases. Entonces, como ahora, las masas se esforzarán inconsciente y espontáneamente por realizar su ideal, elegirán caminos equívocos y medios erróneos.

Pero ésta es precisamente la tarea de un economista social: comprender los múltiples fenómenos del proceso socioeconómico y encontrar ese resorte, indicar la tendencia más importante en la evolución social futura, que pueda servir como una brújula confiable para encontrar el camino más corto hacia el objetivo previsto. Entre los innumerables grupos de proletarios de mentalidad socialista de todos los países, sólo la socialdemocracia posee esta brújula, es la única que se apoya en la base sólida de relaciones materiales y no se deja llevar por ideales innegablemente elevados pero desgraciadamente infundados.

La socialdemocracia no teme la “estrechez” de su punto de vista de clase, pues es consciente de que en esta estrechez y “franqueza” reside toda su fuerza. Los críticos idealistas, en busca de “ideas eternas”, de “verdad y justicia” eternas, hablan mucho y de buen grado de esta estrechez, de la necesidad de ampliar el ideal y de sustituir el punto de vista unilateral de clase por un ideal universal.

En su empeño por demostrar a toda costa el valor inconmensurablemente superior de lo “universal” sobre lo “estrechamente clasista”, los “críticos” sustituyen imperceptiblemente la noción clara y definida de un objetivo de clase por el vago principio del “bien común”. Esta sustitución conduce sin duda a una política práctica inestable y vacilante. ¿Qué se entiende exactamente por bien común y con qué medios se persigue la realización de este ideal innegablemente amplio pero vago? ¿Puede realmente la renuncia a los verdaderos objetivos de clase en nombre de ideales supraclasistas prestar un verdadero servicio a la humanidad en su conjunto?

La comprensión materialista de la historia muestra que en un sistema social basado en el antagonismo de clases no puede existir un “ideal universal” abstracto. Bajo la presión de las fuerzas económicas, toda la sociedad se divide en grupos sociales distintos y separados, y el principio unificador dentro de cada grupo es la comunidad de intereses de clase. El interés de clase en sí mismo es sólo un reflejo de las condiciones económicas objetivas. No es una “norma ideal” de la política de clases, como afirman algunos idealistas críticos, sino un hecho dado de la vida que surge de las necesidades materiales de la sociedad. En una determinada fase del desarrollo económico de la sociedad (precisamente cuando las propias fuerzas productivas superan las antaño establecidas formas estrechas y congeladas de relaciones sociales y de propiedad), los intereses de aquel grupo social que es la última generación del orden social existente y al que, por tanto, sólo se le asigna un lugar subordinado, entran en aguda contradicción con las relaciones sociales existentes.

Este conflicto, al reflejarse en la conciencia de la sociedad, especialmente en la de aquel grupo cuyos intereses se ven más afectados por las contradicciones existentes, se moldea gradualmente en la forma de un cierto ideal de clase definido. Este ideal, que requiere para su realización, en primer lugar, la eliminación de las condiciones actuales de producción y la abolición de las restricciones a la propiedad, destruye simultáneamente los fundamentos ideológicos sobre los que descansaba la conciencia de clase del grupo social revolucionario precedente.

“El socialismo moderno”, dice Engels, “no es otra cosa que el reflejo en el pensamiento de este conflicto real, un reflejo ideal del mismo en la cabeza, en primer lugar, de la clase que lo sufre directamente, clase obrera».15

Bajo el sistema capitalista moderno, la clase que más sufre y más humillada es el proletariado. Es muy natural que, como clase oprimida por la forma moderna de producción, ponga en su bandera: la destrucción del régimen económico moderno y su sustitución por uno nuevo, que ya no deje lugar a la lucha de clases y a la explotación. del hombre por el hombre. Así, resulta que el proletariado, que no persigue un objetivo abstracto, sino puramente de clase, al mismo tiempo sirve a los intereses de la humanidad en su conjunto, ya que, luchando por su liberación social, por cambiar las relaciones económicas a su favor, el proletariado El proletariado lleva a toda la humanidad a una nueva fase socioeconómica más avanzada. En la actualidad no existe ni puede haber otra clase cuyo ideal socioeconómico satisfaga las necesidades de toda la humanidad en la misma medida que lo hace el ideal que ha madurado en las mentes y los corazones de los trabajadores.

Este ideal tiene como objetivo no sólo el establecimiento de un sistema económico que proporcione un margen significativamente mayor para el desarrollo de una forma de producción nueva y más moderna en comparación con la anterior, sino que también promete la liberación de todos los males que oprimen a la humanidad moderna. En cuanto al ideal absoluto de conciliación de clases (superclase/supraclase), la escuela ortodoxa, por supuesto, niega la posibilidad de su formación en una sociedad basada en el antagonismo de clases16.

La posibilidad de realizar tal ideal sólo es imaginable en un futuro lejano, cuando el objetivo ideal propuesto por el proletariado se convierta en una realidad concreta. Cuanto más firme y decididamente aplique el proletariado el principio de su liberación de clase, más rápida será la transición de toda la humanidad a esta nueva fase socioeconómica. Mientras tanto, cualquier predicamento en favor de una ideología superclasista sólo puede oscurecer un cierto objetivo final y desviar al proletariado de su camino.

Esto es lo que los críticos idealistas no quieren y no pueden entender. Aceptan el objetivo final del proletariado, su ideal que no sólo tiene un valor de clase, sino también absoluto, pero no quieren contentarse con los caminos que Marx ya había trazado y que, por supuesto, no son “recetas programáticas”, sino una consecuencia normal de la evolución social sucesiva.

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En la cuestión de la elección de caminos, la estrecha conexión entre socialistas críticos y oportunistas es particularmente clara: ambos (algunos en nombre de “ideales éticos más elevados”, otros en aras de conseguir ganancias partidistas tangibles en el presente) intentan suavizar el curso natural de los acontecimientos históricos predicando la paz social, negando las grandes revoluciones, sustituyendo intereses vitales realistas, por problemas metafísicos. Sus esfuerzos, sin embargo, sólo pueden desviar a la humanidad de su curso histórico definido, sólo pueden retrasar el resultado normal. Y puesto que este resultado es en última instancia favorable principalmente al proletariado, no hay, por supuesto, ninguna razón para que éste se desvíe de su camino directo en aras de ideales que no tienen relación directa con sus objetivos de clase.

No en vano, luchadores tan experimentados como Gade y Lafargue, en el momento álgido del asunto Dreyfus17, advirtieron al proletariado francés que no se dejara llevar por ideales “extraclase”. No sin razón, decían, allí donde el proletariado tiende una mano amistosa a los elementos burgueses, incluso en defensa de los más altos principios éticos, siempre corre el riesgo de dar un paso en falso, de socavar su propia fuerza basada en la estricta distinción de las aspiraciones de clase. Atraído por el entusiasta Jaurès, el proletariado francés olvidó su propia grave miseria, olvidó las verdaderas causas de su antagonismo con la burguesía y, mezclándose con las filas de la burguesía liberal, luchó codo con codo con ella por la restauración de una abstracta “verdad y justicia”. El resultado fue la política ambigua del ministerio de Millerand y los trágicos acontecimientos para los trabajadores de Châlons, Fourmy y Martinica.18

El proletariado sacrificó sus intereses de clase por el triunfo de principios “superiores”. Pero la burguesía no quiso ni pudo responder de la misma manera: la tregua temporal en la lucha de clases sólo le sirvió para consolidar más firmemente su poder político…

La creencia en el triunfo del socialismo mediante la paz y las concesiones mutuas, contraria a la experiencia histórica, está dictada por todas las tácticas de los “críticos”, quienes, sin embargo, no tienen un plan de acción estrictamente definido, y de vez en cuando y luego sienten que el suelo se les resbala bajo los pies en cuanto se trata de la aplicación práctica de sus principios teóricos. Vacilan entre el socialismo estatal y el municipal, aferrándose a las cooperativas y a las organizaciones profesionales, viendo en cada uno de estos medios el camino más seguro y único hacia el socialismo. No hay coherencia ni unidad en sus sistemas. Y no puede haber unidad cuando el sistema no se basa en las firmes leyes de la regularidad científica. La unidad de los “críticos” se refleja sólo ante lo que llaman el “revolucionarismo”, es decir, ante la política de clase consciente, y en su preferencia por las “reformas lentas”.

La incertidumbre y la inestabilidad no sólo de la visión del mundo, sino también de las tácticas mismas de los “críticos”, fueron confirmadas por los acontecimientos del Congreso Socialdemócrata en Dresde. Después de tormentosas diatribas contra la “estrechez”, la “unilateralidad” y la “intolerancia” de la escuela ortodoxa, los revisionistas renunciaron al “revisionismo” e hicieron las paces con sus tácticas anteriores, basadas en el reconocimiento fundamental de la política de clases.

Digan lo que digan los “críticos” teóricos y los oportunistas prácticos, la “vieja escuela” sin duda tiene una mayor estructura, una mayor armonía en la combinación de teoría y práctica. Partiendo de la comprensión materialista de la historia, reconociendo como el principal estímulo de la producción capitalista la acumulación continua, la escuela ortodoxa concluye de ello que mientras exista el sistema capitalista, la explotación del hombre por el hombre no puede cesar, a pesar de la predica de los más altos ideales humanos. Cuando existe explotación, el antagonismo entre el explotador y el explotado, entre el proletario y el propietario es inevitable y, por tanto, la lucha de clases es inevitable. No importa cuán ampliamente las reformas se apoderen de la vida pública, no importa cómo la legislación limite las inclinaciones explotadoras de los propietarios, el hecho de comprar y vender trabajo humano con el propósito de enriquecer a una persona individual permanecerá sin cambios. Y mientras este hecho persista, la lucha de clases no cesará. Hasta entonces, lo que beneficia al proletario perjudicará al capitalista, y lo que el primero desea será temido por el segundo, como la muerte.

En esta guerra permanente, la victoria será para aquellos que estén más unidos, mejor organizados, los más previsores, capaces de sacrificar beneficios temporales en pos del objetivo final; quienes, finalmente, no temen las consecuencias de sus propios pasos y luchan hacia adelante, sin mirar a su alrededor con miedo y lástima el conocido “pequeño mundo cultural” que quedó atrás: el “mundo” que es creación de un sistema capitalista burgués. En este movimiento ofensivo no hay lugar para el concepto de “mundo social”, no hay lugar para dulces suspiros sobre el bien común, sobre el valor intrínseco de la cultura; cualquier retraso, cualquier mirada atrás sólo hace retroceder, retrasa la realización del objetivo final-ideal. Cada nuevo paso hacia este objetivo es el resultado de la influencia activa del proletariado. Cuanto más dócil y manipulable sea el proletariado, cuanto más fácilmente se deje adormecer por bellas frases sobre el crecimiento, la paz social y la prosperidad general, más duro será el momento de su despertar forzoso.

Los discípulos ortodoxos de Francia y Alemania saben que, a pesar de los constantes gritos de los “críticos” sobre el “florecimiento del socialismo dentro del capitalismo” es decir; el “transito” y desarrollo del capitalismo hacia el socialismo, sobre el adormecimiento del odio de clases, contra la necesidad de una ideología “supraclasista”, sólo queda en manos del proletariado un instrumento real, un arma, como promesa de conquista de un mundo nuevo, y esta arma es la lucha de clases, como un hecho concreto de la vida, la política de clases, como principio táctico.

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NOTAS:

1. El congreso de Amsterdam de la II Internacional se celebró del 14 al 20 de agosto de 1904. El Congreso adoptó una resolución condenando el revisionismo, se pronunció contra la participación de los socialistas en el gobierno burgués, llamó a la unificación de las diversas corrientes socialistas para el éxito de la lucha contra el capitalismo y adoptó una resolución sobre la huelga de masas como método de lucha de la clase obrera.
2. Se trata de la unificación en Francia en 1902 bajo el liderazgo de J. Jaurès de los llamados “socialistas independientes” y otros elementos reformistas en el Partido Socialista Francés. En referencia a la unificación en Francia en 1902 bajo el liderazgo de J. Jaurès de los llamados “socialistas independientes”, postsocialistas y otros elementos reformistas en el Partido Socialista Francés.
3. Obviamente, estamos hablando del llamado “criticismo”, la filosofía idealista de E. Kant, el fundador del idealismo clásico alemán. El principal objetivo de la filosofía kantiana es criticar la capacidad cognitiva del hombre. También se denomina criticismo a otras doctrinas subjetivamente idealistas que limitan la cognición humana y sólo reconocen como fuente la experiencia entendida de forma idealista. En el término “criticismo” la autora incluye también a todos los críticos de la teoría de Marx, tanto en el campo de la filosofía como en el de la política.
4. Se trata de los errores de los puntos de vista de J. Jaurès, figura del movimiento obrero francés e internacional, y de sus seguidores. En el campo de la filosofía, se caracterizaban en aquella época por una combinación ecléctica de ideas idealistas con algunos criterios materialistas. Su idealismo se manifestaba también en la comprensión de la vida social, los jaurèsistas no aceptaban el marxismo en su conjunto, le reprochaban su unilateralidad, trataban de conciliarlo todo, demostrando que la comprensión materialista e idealista de la historia no se excluyen, sino que se complementan, por lo que consideraban necesaria su síntesis. En el terreno de la vida política, los partidarios de Jaurès partían de la teoría antimarxista del carácter supraclasista del Estado, y consideraban posible realizar el socialismo dentro del sistema republicano mediante reformas. Los jauristas o jaurésistas justificaron la entrada del socialista Millerand en el gobierno, creyendo erróneamente que ello aumentaría la influencia del proletariado y su papel en la vida social y política del país.
5. Hablamos de los seguidores de Bernstein, el fundador de la primera forma sistemática de revisionismo y reformismo histórico en el movimiento obrero, que sometió a revisión las opiniones básicas del marxismo en los campos de la filosofía, la economía política y la teoría del socialismo científico. En el campo de la filosofía, el revisionismo bernsteiniano se situó a la cola de la ciencia profesoral burguesa, proclamando la consigna neokantiana “Volver a Kant”, declarando rechazado el materialismo, sustituyendo la dialéctica revolucionaria de Marx por un evolucionismo “tranquilo”. En el terreno de la política, el bernsteinianismo se caracteriza por la voluntad de revisar la base real del marxismo: la doctrina de la lucha de clases.
6Realmente (latín). [N. Ed.]
7Sentido (francés). [N. Ed.]
8. “Socialismo ministerial” o “Millerandismo” es un término que denota la participación de socialistas en gobiernos reaccionarios burgueses. El término se originó en 1899 en relación con la entrada del socialista francés Millerand en el gobierno burgués de Francia. V. I. Lenin señaló que socialistas como Millerand “desviaban a la clase obrera de la lucha revolucionaria con promesas de minúsculas reformas sociales”. (V. I. Lenin. Obras Completas, vol. 10, p. 25).
9. La cita es recopilada y aclarada del libro R. Luxemburg. Reforma social o revolución. Moscú, 1959, p. 17.
10. L. Woltmann. Die wirtschaftlichen und politischen Grundlagen des Classenkampfes. “Sozialistische Monatshefte”, 1901, núm. 5, pág. 368.
11. L. Woltmann. Op. cit.
12. En junio de 1903, durante las elecciones al Reichstag, el Partido Socialdemócrata de Alemania, en medio del movimiento obrero de masas del país, obtuvo un gran éxito en las elecciones, recogiendo más de 3 millones de votos, 900 mil votos más que en las elecciones de 1898. La fracción socialdemócrata en el Reichstag pasó de 57 diputados a 81.
13. “Les deux methodes”, Conferencia par J. Jaures et J. Guesde à G Hippodrome Lillois, Lille, 1900, p. 10.
14. En septiembre de 1903 se celebró en Dresde otro congreso del Partido Socialdemócrata de Alemania. A propuesta de A. Bebel, el congreso adoptó por mayoría de votos una resolución condenando a los revisionistas y su táctica oportunista.
15. Véase K. Marx y F. Engels. Obras, vol. 19, pág. 211. [N. Ed.]
16. Tal ideal puede ser planteado “sólo por idealistas”, para quienes el problema central no es el estudio de fenómenos concretos, no es el hallazgo de una regularidad natural en la evolución socioeconómica de la humanidad, sino sólo cuestiones metafísicas como las siguientes: “¿en qué se determina el deber ser social; cuál es el contenido de este ideal social, que comunica la cualidad de justicia o injusticia a las aspiraciones y acciones sociales individuales; cuál es su naturaleza?”. S. Bulgakov. Del marxismo al idealismo, p. 296
17. Se trata de un proceso judicial por espionaje del oficial del estado mayor francés A. Dreyfus, inspirado por los militares reaccionarios y que se convirtió en objeto de encarnizadas luchas en Francia en los años 90 del siglo XIX. El caso Dreyfus fue utilizado por los círculos reaccionarios para fomentar el antisemitismo y sirvió como punto de partida de una ofensiva contra el régimen republicano y las libertades democráticas elementales.
18. Mientras el socialista Millerand ocupaba un cargo ministerial, los huelguistas de Châlons, Fourmy y Martinica eran reprimidos por la fuerza militar y con una brutalidad inaudita en Francia, sin detenerse siquiera a fusilar a los trabajadores en huelga.

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