«Si de 47 millones de habitantes que tiene nuestro país, mas de siete millones, tenemos que tener en cuenta la segunda generación, ocho millones de personas, son personas que han venido de diferentes orígenes en un muy corto periodo de tiempo, pues es extraordinariamente difícil que puedan adaptarse a nuestros usos y costumbres, pues lo que estamos viendo son las consecuencias de lo que estamos viendo, que nuestra sociedad está cambiando, que nuestras calles no son de los españoles, muchas plazas no pertenecen a quienes siempre pertenecieron, que la tranquilidad de muchos pueblos y muchos barrios y de muchas plazas…por lo tanto todas esas millones de personas que han venido hace poco a nuestro país, que no se han adaptado a nuestras costumbres y en muchísimos casos han protagonizado escenas de inseguridad en nuestros barrios y en nuestros entornos, pues tendrán que volver a sus países…nosotros apostamos por eses proceso de remigración…tenemos el derecho a querer sobrevivir como pueblo». Estas son declaraciones de Rocío de Meer, diputada del partido ultra español VOX.
Nada nuevo bajo el sol. Es la extrema derecha. El nacionalismo más peligroso, la criminalización del débil y la amenaza y la agresividad como forma de relacionarse con lo diferente. Este discurso ha sido y es el propio de la extrema derecha. Habría que preguntarse cómo hemos pasado del un discurso marginal a uno que puede convertirse en hegemónico, o al menos peligrosamente mayoritario. Parece que de repente se ha convertido en posible. Trump en Estados Unidos demuestra que se puede llevar a cabo, que se puede utilizar la violencia del estado para expulsar de sus viviendas, de sus barrios, de sus ciudades y de su país a miles de personas que inmigraron. Se ha dado el paso de la idea a la acción. Ya no son las opiniones de cuatro desquiciados sino el programa político de decenas de partidos ultras en decenas de países. Pocos días después de las declaraciones de Rocío Meer se produjeron incidentes en el pueblo murciano de Torre Pacheco. A partir de una agresión en el pueblo, los ultras organizaron una cacería contra las personas migrantes y acudieron al pueblo a aplicar la justicia fascista. Este progromo no es tampoco novedoso. Ya se ha vivido en otros pueblos como El Ejido hace veinticinco años o Roquetas del Mar hace veinte. Así, una política muy española dice que millones de personas tendrán que volver a sus países porque no se adaptan y delinquen, y a los pocos días conato de progromo en un pueblo. Igual se debería empezar a investigar esta vinculación entre discurso y acción.
Pasan cosas en el mundo que siempre han pasado pero que ahora reciben una mayor aprobación. Israel siempre ha asesinado a palestinos, desde sus inicios como país. Ahora comete un genocidio. Hay una diferencia de grado, una apuesta mayor por la barbarie. Pero era barbarie lo de antes y es barbarie lo de ahora. Estados Unidos ataca países e impone sus condiciones. Lo ha hecho a lo largo del siglo 20 y 21. Nada nuevo. Solo que ahora pone sus ojos en el mundo occidental, que se creía a salvo del puño de hierro americano. El gran ojo posa su mirada en las ricas tierras europeas y amenaza su prosperidad. La mirada del mundo que intenta extender hoy la extrema derecha ha sido plantada, abonada y regada por los partidos conservadores durante décadas. Han guardado celosamente la semilla de estas ideas porque sabían que había un buen puñado de votantes que las atesoraban en la intimidad. Nada de lo que estamos viviendo ha aparecido ahora. Ha estado siempre con nosotras, a nuestro lado, esperando la oportunidad de crecer y reventar a patadas las ventanas de los antros en los que estaba encerrada. Se ha aprovechado de la debilidad de las democracias liberales, de los valores impostados, de las paradojas y contradicciones entre lo que se decía y lo que se hacía, del sistema capitalista depredador y criminal que ha convertido la vida de millones de personas en una visita diaria al abismo.
Una parte del mundo esta en shock. Se han derrumbado las certezas. Se ha hecho posible lo imposible. Y aquello que parecía duradero, se ha convertido en perecedero. Las soluciones pasan por defender el mismo sistema que ha creado las condiciones actuales lo cual no parece que nos pueda llevar a escenarios alternativos. Pasan por defender instituciones y gobiernos, claramente inoperantes pero que en la comparativa se considera lo mejor de lo peor. Toca agarrarnos a lo menos malo. A los que matan en el mediterráneo, construyen cárceles contra personas migrantes y refuerzan fronteras pero no tiene discursos abiertamente xenófobos, racistas, genocidas y machistas. Toca elegir barco como animal de compañía. Porque no se habla sobre la democracia que tenemos que construir y los valores que tenemos que defender. No se plantean alternativas creíbles, posibles y sanas al sistema capitalista. No hay pueblo que pueda construir algo diferente porque hemos construido nuestra vida en base al sistema en el que hemos crecido y no queremos prescindir de ello. Y esta deconstrucción colectiva a día de hoy es un imposible. La lección de esta época es que lo que no se aborda crece en silencio hasta que encuentra el momento de gritar y golpearnos con puño de hierro. Estamos en ese momento. Defendiéndonos a duras penas pero sin brújula.
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