El Sudamericano
«Es desgracia que no podamos lograr la felicidad de Colombia con las leyes y costumbres de los americanos […] Los Estados Unidos […] parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad»
Simón Bolívar
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Pablo Morillo, mariscal de los ejércitos de ocupación española entre 1815 y 1820, escribió la esencial y más breve descripción de Simón Bolívar (1783-1830) que hemos encontrado. Según el militar español: «Bolívar… es la revolución». Un militar capacitado como era él tenía un concepto de «revolución» inmerso en el horizonte conceptual determinado entonces por las revoluciones yanqui, francesa y haitiana. El socialismo utópico estaba aún en pañales y faltaban algo más de dos décadas para que surgiera el concepto marxista de revolución. Recordemos que fue justo a finales de ese 1815 cuando Bolívar visitó Haití, pueblo heroico y glorioso que hizo la primera revolución antiesclavista de la historia, triunfo humano que el capitalismo no le ha perdonado nunca.
Aquella visita marcó indeleblemente a Bolívar. La guerra de liberación había empezado en 1810 y parecía que iba a ser aplastada definitivamente en 1815 con los 10.000 soldados experimentados a las órdenes de Morillo, pero la ayuda militar, económica y política dada por los esclavos autoliberados, fue decisiva para ganar una guerra de liberación nacional y social que duró hasta 1824 con un costo de alrededor de un millón de muertos y un empobrecimiento económico que acarrearía graves efectos sociales y políticos. El militar español sabía por tanto de lo que hablaba, como también lo sabía un agente de los EE.UU. cuando envió una carta a su gobierno avisando que Bolívar era un peligro para los intereses de su país.
Teniendo esto en cuenta ¿Qué puede pensar un trabajador vasco de 2024, socialista e independentista, sobre las aportaciones del revolucionario y Libertador Simón Bolívar muerto hace casi 200 años, cuando aún ni siquiera se había inventado la palabra «fascismo» y la revolución industrial no se había extendido por toda Gran Bretaña y no había pisado sino apenas pequeñas zonas aisladas de la Europa atlántica? Más aún, ¿qué importancia tienen para el antifascismo actual las ideas revolucionarias de Bolívar? ¿Son válidas solo para Venezuela o también para Euskal Herria y para el conjunto de pueblos trabajadores, comuneros y socialistas?
Para responder a estas interrogantes lo primero que debemos hacer es analizar desde y para la función de este texto –Bolívar y el antifascismo– las como mínimo cuatro grandes y fundamentales aportaciones de Bolívar sobre esta cuestión, realizadas un siglo antes del surgimiento del fascismo y dos siglos antes de que, en 2024, el fascismo actualizado pretenda acabar con la independencia de Venezuela y ahogar a la humanidad en un gélido cosmos de terror, guerra e involución histórica. Inmediatamente después a la exposición de cada una de ellas veremos por qué son actuales y cómo utilizarlas. Vamos a exponerlas en su forma sincrónica, una a una, es decir, como aportaciones ya plenas en su radicalidad emancipadora elaboradas durante su praxis revolucionaria, al margen de los lógicos e inevitables altibajos que sufrió el Libertador. Pensamos que la explicación diacrónica nos exige un espacio del que carecemos.
Las cuatro son las siguientes: Una, la influencia de la Ilustración latinoamericana que a diferencia de la eurocéntrica insistía más en los factores económicos y socioculturales que en los climáticos para explicar la naturaleza humana, sentando las bases de la política de Bolívar a favor de los pueblos indígenas. Dos, las medidas sociales a aplicar para mejorar cualitativamente la vida del pueblo aunque ello supusiera la ruptura definitiva entre quienes buscaban la plena liberación y quienes se limitaban a aumentar sus riquezas personales. Tres, la importancia crítica de un poder democrático fuerte necesaria durante un tiempo, avanzado para su época y basado en el apoyo popular, en el ejército liberador, la concepción político-militar de la guerra revolucionaria y de su doctrina. Y cuatro, la concepción antiimperialista e internacional esencialmente antifascista que en esta tercera década del siglo XXI confirma la genial propuesta del Congreso Anfictiónico de Panamá de la tercera década del siglo XIX.
La primera aportación es más decisiva de lo que suele creerse. El ideal bolivariano debe más a la Ilustración latinoamericana que a la Ilustración europea, La primera se caracterizaba por el hecho de que el grueso de la intelectualidad latinoamericana reivindicaba diversos grados de soberanía anticolonial, de independencia estatal, de la necesidad de un esfuerzo socioeconómico y político-cultural, etc., para superar rápidamente en las condiciones de la época los atrasos e injusticias legados por la explotación colonial. No buscaban en el clima caluroso la razón de la supuesta vagancia e indolencia de los pueblos, como sostenía el grueso de la Ilustración eurocéntrica, por ejemplo Montesquieu, sino que sostenían que su laboriosidad estaba aplastada por la explotación colonial. Bastaba liberarse de ella para que la libertad y la cultura se expandieran a raudales.
Bolívar aprendió mucho de Andrés Bello (1781-1865) y Simón Rodríguez (1769-1854) que habían pertenecido a la corriente más militante de los ilustrados latinoamericanos. Aunque aún faltaban muchos decenios para que en EE.UU. surgiera la sociobiología, el socialdarwinismo y las tácticas de marcaje y exclusión de las masas migrantes a finales del siglo XIX, la idea de que los pueblos del sur no podían ponerse a la altura de la civilización eurocéntrica debido a su propia idiosincrasia natural ya justificaba el pretendido derecho de las potencias coloniales para expoliar Nuestramérica y el resto de continentes. El racismo tomó su falsa «cientificidad» del socialdarwinismo y de la sociobiología, y luego de la manipulación cínica del todavía poco desarrollo de la genética, pero la tesis de que el clima caluroso excluía a los pueblos del sur de la civilización servía entonces para justificar lo injustificable, como hemos dicho.
Al rechazar el falso determinismo geográfico Bolívar podía entender mejor los problemas estructurales legados por el colonialismo. No era «cuestión de raza» lo que impedía el progreso, sino de las cadenas socioeconómicas y políticas. Por tanto, había que romperlas. Una de las cadenas más sólidas era la de esclavización y explotación de los indígenas, y Bolívar se dedicó con ahínco a romperla. Lógicamente, en sus primeros tiempos también estuvieron contaminados por el reaccionarismo eurocéntrico pero lo superó hasta llegar a admirar las decisivas luchas indígenas, sus aportaciones al ideal liberador, sus relaciones con las formas de propiedad comunal, la belleza de sus culturas populares que resistían todos los ataques coloniales como el mito de Quetzalcoatl, por ejemplo.
Bolívar era consciente de la amplia riqueza de colectivos indígenas, mestizos, negros, criollos, etc., sabiendo que era imprescindible su armonización basada en el respeto a sus derechos. Significativamente, hizo del ejército libertador un muy eficaz instrumento de acercamiento y fusión de proyectos entre sus heterogéneas tropas, logrando crear un arma de liberación cuyo modelo está mostrando su efectividad hoy en día. Ya entonces, un observador yanqui mandó una nota a Washington advirtiendo del peligro de ese ejército para la continuidad del esclavismo en EE.UU. porque el bolivariano integraba muy bien a soldados y oficiales negros, indios, blancos, esclavos liberados, llaneros, campesinos pobres, voluntarios extranjeros… cuyo ejemplo podría azuzar rebeliones antiesclavistas en su país. Un ejército que sabía aprovechar las capacidades reprimidas de los «indigentes y analfabetos», muchos de los cuales llegaron a ser cultos libertadores.
Los decretos dictados fundamentalmente desde 1821 hasta 1829, que tenían un neto contenido revolucionario para la época, así lo demuestran: recuperar sus lenguas y culturas, sus tierras y sus derechos, prohibir la venta de minas y bosque a intereses privados, así como liberar a los y las esclavas y acabar con las leyes cuasi feudales, etcétera era intolerable para las burguesías que sólo ansiaban un cambio político pero no una profunda transformación social en las relaciones de propiedad, debilitando la privada y garantizando otras formas de propiedad menos injusta, y hasta comunal en algunos casos. Las burguesías criollas terminaron odiando a Bolívar y a sus partidarios por este espectacular radicalismo. Estas burguesías recibían el apoyo del colonialismo británico, yanqui y español, deseoso de hacer negocios y sobre todo de acabar con el «mal ejemplo» que suponía la libertad latinoamericana como lo estaba haciendo la haitiana.
La actualidad de este primer punto es incuestionable: no sólo el fascismo sino que la entera civilización eurocéntrica desprecia a los «pueblos de color». Nunca debemos olvidar las chanzas y burlas de prensa eurocéntrica contra dirigentes dignos, que no se arrodillan ante el amo blanco, aunque tenga el color verde de dólar, no sólo por ser de otro color de piel sino sobre todo por tener el orgullo de serlo. El imperialismo prestó el poder a Obama y puede volver a hacerlo con Kamala Harris, pero nunca tolerará que le derroten los orgullosos pueblos trabajadores «de color». El fascismo es la punta de lanza del imperialismo también en esta tarea criminal y es imprescindible destruirlo desde su raíz empoderando a las clases trabajadoras como tales, como el presente y el futuro de la humanidad.
A pesar de los dos siglos transcurridos, la esencia de los decretos de Bolívar tiene ahora más urgencia que entonces porque el fascismo ha agudizado exponencialmente la explotación racista y patriarcal. El capitalismo actual necesita más que nunca antes esclavos y esclavas maniatadas y sobreexplotadas en todos los sentidos, y el fascismo es el arma fundamental para ello: el miedo y el terror paraliza toda resistencia imponiendo el individualismo que destroza el valor revolucionario de lo comunitario, de la solidaridad plena, esa virtud que Bolívar vio en los pueblos indígenas, que intentó recuperar y extender al resto de las clases explotadas. El antifascismo debe recuperar el orgullo revolucionario, el valor de la ética comunitaria como arma de liberación. Debemos decir que «contra fascismo, comuna».
La segunda aportación de Bolívar también es un desarrollo de la anterior pero a escala mucho más amplia porque va destinado a la totalidad de la población oprimida: las medidas sociales que tenían una base estratégica y filosófica cercana a las incipientes corrientes del socialismo utópico europeo. Con razón se ha dicho que Simón Rodríguez probablemente fuera el primer socialista utópico de Nuestramérica. En sus viajes conjuntos por Europa Bolívar leyó sistemáticamente los textos que Rodríguez le aconsejaba y que debatía con él. Naturalmente, Bolívar debía superar los contenidos envejecidos ya de la Ilustración latinoamericana e integrar los que seguían siendo actuales dentro de las lecturas que hacía del socialismo utópico de su época. Rousseau (1712-1778) fue leído atentamente por Bolívar y con razón se debate sobre las probables influencias internas del gran Robespierre (1758-1794) en el ideario bolivariano.
Lo que envejecía rápidamente eran las esperanzas desbocadas de muchos utopistas de que podrían materializarse por fin la Utopía de Tomás Moro: que la «razón» abstracta terminaría dirigiendo desde un «Estado de las luces» la administración de la sociedad. Las lecturas de Bolívar, su permanente estudio de la cultura europea y sobre todo lo que vivía directamente en Nuestramérica, le hicieron ver que se necesitaba un distanciamiento teórico y práctico del liberalismo del momento como alternativa burguesa al avance del socialismo utópico entre las clases explotadas. En un principio, cuando aún tardaban en llegar a Europa los avances sociopolíticos que implementaba poco a poco Bolívar, los liberales le trataban como un luchador cercano a ellos porque debilitaba decididamente al ya moribundo imperio español.
La burguesía liberal europea se frotaba las manos imaginando los grandes beneficios que iba a obtener suplantado el colonialismo español con la nueva racionalidad capitalista. Los liberales aplaudían las instituciones norteamericanas porque, en realidad, limitaban muy efectivamente que las clases trabajadoras intervinieran en política como lo reconoció el mismo Tocqueville. Pero los liberales atacaron a muerte a Bolívar cuando este, como veremos inmediatamente después, decidió asegurar los logros alcanzados instaurando un período especial de control político-militar para abortar toda posible y previsible reacción armada para destruir la recién conquistada libertad del pueblo.
Los dos siglos transcurridos y el salvaje ataque imperialista actual contra Venezuela cuyo ariete asesino es el fascismo, valoriza al máximo esta segunda aportación. La sociedad latinoamericana de hace dos siglos ni remotamente podía pensar en términos de socialismo en el sentido marxista actual. Una de las virtudes de Rodríguez y en menos medida de Bolívar fue empezar a introducir las primeras nociones de socialismo utópico en una sociedad con muy poco desarrollo capitalista, a crear un embrión de propuestas que irían cogiendo fuerza en las luchas de clases posteriores, sobre todo con la de «los hombres libres» dirigidos por Ezequiel Zamora (1817-1860). Sería demasiado largo seguir el ascenso de la lucha de masas hasta llegar al Caracazo de 1988 y de aquí al presente.
Teniendo este ascenso en cuenta, la ofensiva desesperada del fascismo está fracasando frente a la historia que se ha hecho presente, es decir, que una de las mejores armas para derrotar al fascismo es mantener siempre viva la larga memoria popular de sus luchas por la libertad; y cuando esa historia cruza el umbral del surgimiento del fascismo, especialmente desde las guarimbas, la movilización popular se acelera dado que, como lo ha hecho el Gobierno venezolano, se demuestra la fusión entre derrotar al fascismo y avanzar al Estado comunal, al poder comunal.
Esta lección, que nos remite a Bolívar, sirve también para todas las clases y pueblos trabajadores que se enfrentan al fascismo. La izquierda, la revolucionaria, de los países bajo Estados burgueses debe saber que otra de las armas antifascistas decisivas es crear poder popular, comunal, en la medida de lo posible dentro de la lucha socialista en cada reivindicación concreta, en talleres y escuelas, en pueblos y mercados populares, en el transporte y sanidad, etc., en estas y en todas las luchas la clase trabajadora y sus organizaciones ha de crear redes de contrapoder y no sólo defenderlas de la represión burguesa sino en especial dirigirlas activamente contra el fascismo. La ética solidaria del ideal comunalista como paso previo al comunismo, debe ser el primer frente de ataque cotidiano, día a día porque recordemos: «contra fascismo, comuna».
La tercera aportación de Bolívar que nos ayuda sobremanera a la lucha antifascista en la actualidad consiste en su premonitoria solución dialéctica del falso dilema formal entre democracia o dictadura, tomadas en abstracto y aisladas entre ellas. Sabemos que la dialéctica provoca odio y pavor en la burguesía; sabemos que su categoría democracia/dictadura es una de las que más radicalmente desnudan la mentira burguesa de «democracia» abstracta como golosina envenenada que endulza el hecho incontrovertible de que la «democracia» no es sino la forma engañosa de la verdadera dictadura del capital; sabemos que cuando lo descubren las clases trabajadoras y dejan de tomar ese veneno tan dulzón y empalagoso que anula la conciencia, entonces el capital recurre a la gélida hiel del fascismo.
La grandeza de Bolívar, que rechazó varias ofertas de poderes plenipotenciarios porque le repugnaba cualquier limitación de la soberanía popular, consistió en comprender que debía reforzar con una especie de «dictadura transitoria» el poder conquistado con tanto sacrificio ante los peligros crecientes de una involución que lo destruyera. Conocía la experiencia de crisis similares desde la antigua Roma hasta la más reciente entonces, la del ascenso de Napoleón al título de Emperador, tras haber exterminado a las y los trabajadores más organizados dirigidos por el gran Robespierre. Bolívar rechazaba en todos los sentidos esta contrarrevolución.
Sabía de las enormes presiones de las burguesías traidoras y del colonialismo contra las conquistas logradas, muy en especial la exigencia de desmantelar el victorioso ejército libertador, fuerza político-militar clave para la independencia de la Patria Grande. Muy probablemente comprendió la necesidad de esa medida transitoria en la experiencia haitiana al respecto sin la cual se hubiera restaurado la dictadura esclavista blanca, con la catástrofe que ello hubiera supuesto para la humanidad. Si las ideas de Rousseau, Robespierre y otros muchos le iluminaban su presente, la sabiduría radical de Alexandre Pétion (1770-1818) y de las conscientes masas haitianas le iluminaba el futuro.
La «dictadura transitoria» fue la solución que dio Bolívar a la contradicción antagónica que vertebraba la categoría dialéctica democracia/dictadura en aquél contexto. Desde hacía mucho tiempo el colonialismo británico quería desplazar al español: ya en 1808 Gran Bretaña intentó ocupar Perú y extenderse a otras regiones, por citar un caso. EE.UU. iba en la misma dirección, y el reino de España preparaba el ejército que desembarcaría en 1815. Estas presiones iban en aumento según las clases ricas veían que las profundas mejoras sociales bolivarianas minaban sus propiedades y amenazaban su futuro. Los agentes colonialistas actuaban apoyados por esas clases ricas para minar desde dentro la solidez popular y agrandar los antagonismos entre las clases ricas y el proyecto bolivariano.
La existencia del ejército libertador era un obstáculo que, junto a la decisión popular, frenaba el plan colonialista y se preparaba para derrotarlo. El representante de la burguesía colombiana, Francisco de Paula Santander (1792-1840) rechazaba el proyecto de la Patria Grande y viajó a EE.UU. para ver cómo imponer el modelo político yanqui en Nuestramérica. Bolívar comprendió que un pueblo desarmado y con muy débil conciencia de sí, apenas resistiría el ataque de la reacción. La «dictadura transitoria» buscaba desarrollar con rapidez la fortaleza popular en todos los sentidos, pero no era una «dictadura» tal cual la entendía y entiende la ideología burguesa, sino el poder del pueblo autoorganizado tanto en su vida socioeconómica como en su defensa militar: era una democracia popular unida en lo interno de su conciencia con el ejército liberador, siempre en el contexto objetivo de su época.
Ahora, aquél ideal bicentenario se materializa en la alianza cívico-militar-policial que es la estructura viva de la independencia venezolana unida a la milicia bolivariana y la democracia comunal, no a la «democracia» abstracta que oculta la dictadura del capital. Para las clases trabajadoras que aún no han derrotado a sus burguesías, la experiencia del ejército liberador y de la «dictadura transitoria» nos enseña cómo debemos orientar nuestro antifascismo en al menos tres objetivos que forman uno: aprender la teoría de la autodefensa en todas sus formas para combatir día a día al fascismo y su brutalidad; integrar esta teoría de la autodefensa en la teoría general de toma del poder político-estatal para prevenir cualquier golpe represivo del capital contra el trabajo; y tres, explicar paciente y pedagógicamente estas lecciones al pueblo obrero para que se organice en consecuencia, recordando siempre que «contra fascismo, comuna».
La cuarta y última aportación de Bolívar para la lucha antifascista actual consiste en la internacionalización antiimperialista siguiendo la senda abierta con su anticolonialismo desde sus primeros días de acción política, hasta abrir el capítulo tan decisivo hoy del Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826. El proyecto de unidad latinoamericana ya aparecía en 1791 en un escrito de Francisco de Miranda (1750-1816) y desde entonces el colonialismo intentó destruirlo. Independizada Colombia en 1822, Bolívar lanzó una idea vaga sobre avanzar en la unidad, pero EE.UU. respondió con La Doctrina Monroe de 1823, que sintetizaba los objetivos históricos permanentes de EE.UU. para impedir la unidad latinoamericana y la presencia de potencias europeas que compitieran con EE.UU. en su saqueo y expolio.
Bolívar se percató inmediatamente del peligro dos días después de la decisiva victoria de Ayacucho del 9 de diciembre de 1824, propuso una reunión en Panamá, idea que irá concretando hasta 1826. Muy sabiamente, Bolívar negaba la presencia de EE.UU. en las reuniones y tácticamente no veía mal pequeños acuerdos de tú a tú con Gran Bretaña para derrotar la prevista invasión española apoyada por la Santa Alianza. Pero mientras tanto las burguesías criolla conservadoras, dirigidas por la colombiana, dudaban y atendían las propuestas yanquis consistentes en crear un mosaico de débiles y desunidos Estados que sólo firmasen declaraciones sin contenido real ni concreto alguno. No hace falta decir que uno de los objetivos prioritarios del colonialismo y de EE.UU. era abortar la creación de un ejército latinoamericano de sesenta mil tropas dirigido por el Congreso.
Las lecciones del fracaso del Congreso para el antifascismo actual son insustituibles. Desde comienzos del siglo XXI y cada día más en la medida en que se ahonda la crisis del imperialismo y el declive de EE.UU., sus servicios secretos organizan una internacional fascista cuyo terrorismo golpea a muchos pueblos, ayudada directa o indirectamente por otros terrorismos fundamentalistas y por extensas redes del crimen organizado. Mientras que se recortan las mismas libertades burguesas y se refuerza el autoritarismo, a la vez, se legitima al fascismo, se toleran sus crímenes, cuando no se justifican y jalean. La lucha contra el fascismo debe superar definitivamente los marcos estatales para, como entre 1936-1945, hacerse internacional.
Pero en el capitalismo actual a diferencia del de hace ochenta años, el antifascismo debe coordinarse mucho más que entonces porque la militarización actual es mayor que la de entonces, porque las redes mafiosas y terroristas dirigidas por los servicios son mayores que entonces, porque el capital financiero especulativo de alto riesgo no tiene parangón con el de entonces, porque la letalidad de la industria de la matanza humana tan vital para el imperialismo y tan conectada con el fascismo, es cualitativamente superior a la de 1945, porque, en definitiva, la crisis genético-estructural del modo de producción capitalista es la peor de todo su historia y por tanto también lo es el sadismo fascista. Bolívar nos mostró el camino y desde entonces la humanidad avanza cada vez más decididamente por él. El antifascismo actual debe ser una de las decisivas fuerzas impulsoras en ese avance impulsando una alternativa comunera internacionalista porque recordemos que «contra fascismo, comuna».
Terminando: poco antes de morir, Bolívar declaró que «He arado en el mar». Las traiciones de viejos camaradas, la cobardía criolla, las presiones del colonialismo cada vez más duras, etc., sacaron a la luz el problema de fondo: pese a todas sus lógicas limitaciones Bolívar iba adelantado a su época porque aún la sociedad latinoamericana no había desarrollado todas las contradicciones necesarias para que las clases y naciones oprimidas comprendieran que Bolívar tenía razón. Dos siglos después sus ideas no han envejecido pese a todo. Enriquecidas con las experiencias posteriores ayudan sobre manera a combatir al imperialismo en sí y a su peor instrumento, el fascismo.
Bolívar se equivocó al decir que aró en el mar. Si hubiera vivido más descubriría que en realidad aró y sembró en la conciencia humana cuatro ideas antifacistas centrales: al racismo y al fascismo se le vence ampliando los derechos de los pueblos y de las clases trabajadoras, conquistando la democracia comunal protegida por el pueblo en armas, en una lucha internacionalista y antiimperialista. Y es que «contra fascismo, comuna». O dicho en un solo mensaje uniendo a dos gigantes insuperables a pesar de las distancias espacio-temporales, Bolívar y Chávez: «Comuna o nada».
IÑAKI GIL DE SAN VICENTE
EUSKAL HERRIA. 1 de septiembre de 2024
SIMÓN BOLÍVAR Y EL ANTIFASCISMO por Iñaki Gil de San Vicente