Fuente: Umoya num. 98 – 1er trimestre 2020 Mar Pozuelo Castillo (Uadadugú, Burkina Faso)
Una vida llena de carencias no ha sido obstáculo para seguir luchando por su pasión: bailar. La necesidad de expresar sus emociones y de transmitir sus mensajes a través del movimiento corporal son más fuertes que todos los obstáculos que le han ido surgiendo por el camino.
Siaka Culibaly nace en 1986 en Kumbia, al oeste de Burkina Faso, y pertenece a la etnia bwaba, que practica el culto al dios ‘Do’, encarnado por máscaras realizadas con hojas trenzadas. Para esta etnia, las pruebas físicas de iniciación están destinadas a forjar hombres prudentes, valientes, fuertes, con una gran capacidad de control de sí mismos y resistencia al sufrimiento.
Cuando era pequeño, Siaka iba a trabajar al campo con su familia y también estaba escolarizado. Pero a los trece años y debido a la depreciación del mercado del algodón, su padre ya no puede pagar la matricula del colegio: «Durante tres años consecutivos, mi padre se tuvo que endeudar para cultivar el algodón y cuando vendíamos la cosecha, no obteníamos suficiente dinero para pagar las deudas. Teníamos una moto y la vendimos. Compramos una bici, y también tuvimos que venderla. Al final no teníamos nada. Había demasiado sufrimiento en mi familia». Siaka llora rememorando esos tiempos difíciles.
A partir de ese momento, Siaka y sus hermanos necesitan aprender otros oficios para aportar algo de dinero a la familia: «Yo entré en el mundo de la albañilería. Así llegué a la capital, con el fin de especializarme en la construcción de la bóveda nubia». Nacida en Nubia, como su nombre indica, esta técnica ancestral permite adaptar la arquitectura a las condiciones climáticas del Sahel y proteger el medioambiente, ya que no se requiere madera. Siaka se convierte en jefe de equipo y trabaja en diferentes proyectos de construcción. En aquél entonces a menudo baila en los tejados durante sus jornadas como albañil: «Muchas veces corría el riesgo de caerme, hasta que un día ocurrió y entonces me hice la pregunta de cuál era mi camino, qué quería realmente hacer».
Durante una boda a la que asiste, un grupo de danza anima la fiesta con sus bailes tradicionales. Siaka decide que es el momento de dar un paso: «Me atreví a hablar con ellos y descubrí que existe una escuela de danza africana: el Centro de Danza Contemporáneo la Termitière». Este centro, creado en el 2006 en Uagadugú, se ha convertido hoy día en un espacio que acoge coreógrafos y bailarines internacionales en torno a proyectos de danza africana y contemporánea.
Durante dos años, Siaka trabaja muy duro para lograr ponerse a la altura de las exigencias del centro. A los 26 años consigue entrar en La Termitière. Para pagar las clases, Siaka trabaja haciendo ladrillos por la mañana: «Sin embargo, tenía que vivir en silencio mi pasión, ya que estaba alojado en casa de mi primo, que no aprobaba en absoluto mi opción por el baile. Me sentía maltratado. A veces encontraba la puerta de casa cerrada y tenía que buscar un lugar para dormir, hasta que mi primo me echó de casa». En ese momento, recibe la noticia de la muerte inminente de su padre, afectado por una enfermedad grave. Sin embargo, Siaka no consigue llegar a tiempo al entierro, en su pueblo de origen: «Mi madre tuvo diez hijos, yo era el séptimo. Siempre tuve una relación muy próxima con él. El hecho de no haber podido verlo antes de su muerte, fue durísimo». De nuevo, rememorando este momento, las lágrimas afloran en sus ojos: «Mis padres confiaban en mí, sabían que soy una persona valiente y decidida, pero mi padre murió y no me atreví a decirle que estaba estudiando para ser bailarín». Sin embargo, logra decírselo a su madre, que nunca le juzgó y le animó a seguir el camino de su pasión.
Para Siaka, la danza ha sido una forma de descubrirse a sí mismo, pero también una necesidad de conciliarse con otros mundos: «La danza me pide que me exprese, pero todavía no consigo sacar de mí todo lo que quiero. He crecido encerrado en mí mismo, porque en mi cultura no se muestran las emociones, los niños no tienen derecho a la palabra y no nos miramos a los ojos, mientras que en otros contextos es totalmente lo opuesto, si no miras a la persona va a creer que hay un problema. Tengo que integrar estas contradicciones hasta encontrar un equilibrio, no sé si alguna vez lo voy a conseguir».
Recientemente, Siaka ha hecho una estancia de formación en el École des Sables, la escuela de danza afrocontemporánea más importante de África del Oeste, creada por la conocida Germaine Acogny a 50 km de Dakar, en el pueblo de Toubab Dialaw: «Germaine ha creado un movimiento interesante en torno a la naturaleza y la expresión de la emoción. He estado tres veces en esta escuela y he conocido a bailarines de diferentes países con los que he podido hacer improvisaciones».
De cara al futuro, Siaka querría bailar en lugares importantes y transmitir mensajes sobre la protección del medioambiente, la política o los derechos humanos: «Tenemos que hablar para que haya cambios, aunque tarden en producirse». En una de las coreografías de danza contemporánea que Siaka ha producido y bailado junto con otro bailarín burkinés, la temática principal es la libertad de elegir. Es un homenaje a las dificultades a las que se enfrentan los y las homosexuales en su país: «Gracias a la danza, entendí la importancia de la libertad de elección. Aquí en Burkina, muchos políticos son corruptos y no les pasa nada, mientras que juzgamos a los homosexuales y los perseguimos. Mi mensaje es ser uno mismo, poder elegir la vida que uno desea llevar y vivirla con amor».
Siaka se prepara ahora para una estancia en una escuela de danza en Francia: «Empecé a bailar para mí mismo y ahora bailo para crear un espacio en el que expresar mensajes a los demás para cambiar las mentalidades. En el futuro, lo único que me asusta es dejar la danza… dejar de hacer lo que realmente me gusta».