AL JAZEERA
En su última columna para el NYT, Bret Stephens intenta excusar un crimen excepcionalmente horrendo con un periodismo excepcionalmente horrendo.

Sin duda los israelíes le deben un favor a Bret Stephens.
Ayer, el columnista de opinión del New York Times acudió a las páginas del periódico estadounidense de referencia para promover su último argumento desquiciado, titulado : “No, Israel no está cometiendo genocidio en Gaza”.
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No importa que numerosas instituciones globales, desde diversos organismos de las Naciones Unidas hasta Amnistía Internacional, hayan determinado que Israel está cometiendo precisamente eso. Estas organizaciones no suelen usar la palabra «G» a la ligera, pero Stephens lo sabe mejor. Y nos explicará por qué.
En el primer párrafo de su intervención en el Times —que tal vez debería venir acompañada de una advertencia para los lectores propensos a los aneurismas— Stephens exige desafiante: “Si las intenciones y acciones del gobierno israelí son verdaderamente genocidas —si es tan malévolo que está comprometido con la aniquilación de los habitantes de Gaza— ¿por qué no ha sido más metódico y mucho más letal?”.
Parecería, por supuesto, que la conversión casi total de gran parte de la Franja de Gaza en escombros por parte del ejército israelí —mediante el bombardeo de viviendas, hospitales, escuelas y todo lo que pueda ser bombardeado— sería bastante metódica. En cuanto a la percepción de la insuficiente letalidad de las continuas acciones de Israel, Stephens cita el recuento oficial de muertos palestinos de «casi 60.000» en menos de dos años, y se pregunta por qué «no hay, digamos, cientos de miles de muertes».
Continúa proclamando que “la primera pregunta que el coro anti-genocidio de Israel necesita responder es: ¿Por qué no es mayor el número de muertos?”
Entre las muchas preguntas que el propio Stephens debe responder, mientras tanto, está por qué cree que masacrar a 60.000 personas no es para tanto. Hasta noviembre de 2024, Israel había asesinado al menos a 17.400 niños en Gaza, pero al parecer ni siquiera esto es suficientemente «malévolo». Además, según un estudio publicado en la revista médica The Lancet hace más de un año, se estima que la cifra real de muertos en Gaza ya superaría los 186.000. ¿Qué tal eso de «cientos de miles»?
En lugar de esperar una respuesta del coro antigenocidio israelí, Stephens presenta la suya: «Israel manifiestamente no está cometiendo genocidio». Citando la definición del término en la Convención de la ONU sobre Genocidio como «la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal», Stephens procede a anunciar: «No tengo conocimiento de ninguna prueba de un plan israelí para atacar y asesinar deliberadamente a civiles de Gaza».
Objetivamente hablando, esto equivale, en términos de absurdidad, a afirmar que no hay pruebas de un plan por parte de los operadores de un matadero de pollos para acabar deliberadamente con las vidas de las aves que allí se encuentran. No se mata a 17.400 niños en 13 meses por accidente; ni se bombardean repetidamente hospitales y ambulancias si no se pretende, ya saben, matar deliberadamente a civiles.
Pero no se trata solo de bombas. La hambruna forzada también es genocidio. Y en ese sentido, otra pregunta que Stephens podría responder es cómo privar intencionalmente a una población de dos millones de personas del alimento y el agua necesarios para la supervivencia humana no constituye una «intención de destruir» a ese grupo. Tan solo ayer, las autoridades sanitarias de Gaza informaron que al menos 15 palestinos murieron de hambre, incluidos cuatro niños.
Desde finales de mayo, más de 1.000 palestinos también han muerto al intentar conseguir alimentos de la llamada Fundación Humanitaria de Gaza (FGH). Esta organización diabólica, respaldada por Israel y Estados Unidos, no solo concentra a grandes cantidades de palestinos hambrientos en un solo lugar para facilitar su aniquilación por parte del ejército israelí, sino que también promueve la idea de Israel, respaldada por Estados Unidos, de expulsar por la fuerza a la población palestina superviviente.
Aunque Stephens se digna a mencionar el “caótico sistema de distribución de alimentos” en Gaza, insiste en que “los planes humanitarios fallidos, los soldados con el gatillo fácil, los ataques que alcanzan el objetivo equivocado o los políticos [israelíes] que buscan frases vengativas no se acercan a constituir un genocidio”.
Y, sin embargo, en su guerra contra el uso de la palabra que empieza con G en el contexto de Gaza, Stephens se niega a reconocer que Israel mismo ha sido una empresa genocida desde el principio. Los sionistas eran muy conscientes de la necesidad de prescindir de la mayoría de la población indígena de Palestina incluso antes de la creación formal del Estado de Israel en territorio palestino en 1948, un proceso que implicó masacres y la destrucción de cientos de aldeas. Cerca de tres cuartos de millón de personas se convirtieron en refugiados.
Desde entonces, Israel ha continuado su política fundamentalmente genocida, trabajando para desaparecer a los palestinos tanto física como conceptualmente, como lo ejemplificó la famosa afirmación de la difunta primera ministra israelí Golda Meir de que los palestinos «no existían». De hecho, la existencia de Israel como Estado colonial judío se basa en la misma «intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal».
En fin, olvidémonos de la historia y la realidad. Stephens nos advierte que, si la palabra genocidio «conserva su estatus de crimen excepcionalmente horrendo, no puede aplicarse indiscriminadamente a ninguna situación militar que nos disguste».
Hablando de promiscuidad, el ejército israelí lleva mucho tiempo en la misma línea que The New York Times y otros medios corporativos estadounidenses, que se esfuerzan por presentar las atrocidades israelíes como si fueran en defensa propia. Pero mientras Israel continúa perpetrando un crimen excepcionalmente horrendo en Gaza con el firme respaldo de la superpotencia mundial, el periodismo genocida de Stephens también es excepcionalmente horrendo.
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente la postura editorial de Al Jazeera.
