Pepe Naranjo
La diáspora y sus familias solo destinan a inversión y negocios el 5% de los 2.400 millones de euros que envían a casa cada año, una cifra que el nuevo Gobierno quiere incrementar, a la vez que facilita que algunos vuelvan como emprendedores
Papa Idrissa Aidara, quien de joven emigró a China, en el patio central del hotel Flyfishes de Saint Louis, en el norte de Senegal. Marta Moreiras
Senegal tiene unos 18 millones de habitantes, pero a ellos hay que sumarles otros tres millones de residentes en el extranjero, la llamada diáspora. El dinero que mandan a su país, que se eleva a unos 2.400 millones de euros anuales y representa el 11% de su Producto Interior Bruto (PIB), es clave para la supervivencia de cientos de miles de familias. Sin embargo, según el Gobierno senegalés, tan solo el 5% de estas remesas, unos 120 millones, se destina a economía productiva, un porcentaje que las autoridades ansían incrementar mientras estimulan el retorno de potenciales emprendedores. Al igual que la diáspora fue clave para el cambio político, la idea es que también lo sea para el cambio económico. Convertir ese potencial en realidad es el reto. Algunos ya han emprendido el retorno.
Cuando era niño, a Papa Idrissa Aidara le despertaba una gran curiosidad la omnipresencia del Made in China en su ropa, juguetes y objetos cotidianos. Así que con solo 19 años y un enorme esfuerzo de su familia, obtuvo una beca para irse a estudiar a Shanghái. “Allí aprendí que todo es posible para ganar dinero”, asegura. Tras juntar una suma suficiente gracias al comercio, decidió construir una unidad de transformación de cacahuetes en Velingara, al sur de Senegal, pero la experiencia no salió bien. “No hay apoyo a la inversión, ni acompañamiento, es muy difícil. La diáspora podría jugar un gran papel en la creación de empleo, pero no se incentiva al pequeño empresario, conseguir un crédito es casi imposible”, comenta. Aun así no ceja en el empeño y hoy es propietario de un hotel en Saint Louis, en el norte del país, con el que trata de fomentar el agroturismo.
Recibimos correos, llamadas, propuestas. Muchos jóvenes quieren regresarAmadou François Gaye, director general de Senegaleses en el Exterior
Desde uno de los pisos más altos del edificio Fahd de Dakar, con inmejorables vistas al puerto de la capital, Amadou François Gaye, director general de Senegaleses en el Exterior, entiende la queja de Aidara y ha recibido el encargo de las nuevas autoridades de cambiar el ecosistema administrativo y financiero para estimular la inversión de la diáspora. “Estamos en el proceso de crear una banca específica para ellos y una ventanilla única para canalizar de manera adecuada su interés en invertir en el país. Por ejemplo, que empresas públicas como Air Senegal se abran a ello”, asegura. El primer paso es que esos senegaleses que viven en EE. UU., China o Europa recuperen la confianza en su país. Según Gaye, ya está ocurriendo: “Recibimos correos, llamadas, propuestas. Muchos jóvenes quieren regresar”, asegura.
Las elecciones presidenciales del pasado marzo alumbraron un profundo cambio generacional y político, con la llegada al poder de los Patriotas Africanos de Senegal por el Trabajo, la Ética y la Fraternidad (Pastef), un partido que se autodefine como “panafricanista de izquierdas”. La diáspora jugó un rol decisivo en dicha alternancia, no tanto por sus votos (apenas el 3% del censo) sino por su respaldo económico. Consciente de ello, el nuevo primer ministro, Ousmane Sonko, ha hecho un llamamiento a miembros de dicha diáspora para participar, en cargos de responsabilidad o como asesores, en la transformación económica del país. El entusiasmo generado por su victoria electoral y sus promesas de cambio han alimentado el deseo de volver.
Soy de aquí, un lugar donde hay alegría y solidaridad. En Europa ya no se puede vivir, no puedes ni comprarte una casaModou Touré, emigrante senegalés
Modou Touré no se fue a China, sino a Estados Unidos. Tras instalarse en Nueva York, comenzó a trabajar en restaurantes por la noche mientras estudiaba de día. “No podía ni dormir”, recuerda. Al final, dejó la universidad y encontró empleo como conductor de Uber hasta que se compró su propio vehículo. No fue fácil, pero prosperó. En 2016 creó su firma de ropa, Afrikan Certified. “La gente viste camisetas de Nike o del Real Madrid. ¿Por qué no lucir con orgullo una marca que reivindica al continente africano, nuestro estilo de vida?”, comenta. Tras una década fuera, ahora aspira a pasar al menos seis meses al año en su país de origen. “Soy de aquí, un lugar donde hay alegría y solidaridad. En Europa ya no se puede vivir, no puedes ni comprarte una casa”, añade.
Tanto si se quedan en el extranjero como si regresan, el interés del Gobierno es que el capital que hayan ahorrado en el exterior sirva para desarrollar la economía. “El primer acto reflejo de la inmensa mayoría es construirse una casa. Está bien. Pero ahora hay un sentimiento patriótico que antes no existía, quieren contribuir a su país y al mismo tiempo hacer negocios. Eso es posible. El otro día un joven me decía que ya no piensa en irse en un cayuco porque el Gobierno se va a ocupar realmente de sus problemas”, añade Gaye. La clave para ese joven, como para decenas de miles, es un empleo de calidad. Pero el tiempo necesario para crearlos y la paciencia de quienes sueñan con ello no son infinitos.
Antes de ir a China, Papa Idrissa Aidara también tenía prisa por triunfar. “Me preguntaba, ¿por qué es tan difícil prosperar en Senegal? Ahora lo sé. En la mayoría de los países africanos no hay fábricas, dependemos del exterior para todo porque el sistema mundial así lo quiere. Incluso nos tienen atados con su control financiero”. Aun así, está empeñado en hacerse un hueco en su país. “No es el Gobierno quien va a crear empleo, nosotros podemos hacerlo. Para eso es necesario un cambio de mentalidad. Es un buen momento, se percibe ilusión”, comenta. Ha bautizado su nuevo hotel con el nombre de Flyfishes, peces que vuelan. “Es la mejor muestra de que todo es posible”, dice con una sonrisa.
Para Touré, la cuestión va más allá del mero negocio. “África tiene mucho que ofrecer, tenemos una cultura, una solidaridad, nos gusta la paz. En América todo es individualismo, estrés. Europa, igual. Estoy seguro de que dentro de 10 años nadie querrá irse, pero los jóvenes necesitan oportunidades para quedarse”. Quiere que su hija Thiaba, de 18 meses, crezca en su propia cultura. “A mi mujer, Alicia, le ha encantado la gente, el clima, el ambiente que se respira. Ella es peluquera y aquí tendría también mucho futuro”, añade.
Amadou François Gaye apunta a dos sectores que, a su juicio, tienen un enorme potencial de inversión. En primer lugar, la agricultura, a la que se sigue dedicando, a tiempo parcial o completo, un 70% de la población. “Este Gobierno quiere hacer una revolución agrícola, es una apuesta firme por la modernización y el desarrollo de este ámbito”, comenta. En segundo lugar, el petróleo que ha comenzado a exportarse este año y el gas que está previsto que empiece a manar en pocos meses del yacimiento de Gran Tortuga, en el norte del país. “Hay muchas industrias periféricas a la propia extracción que necesitan de mano de obra. La gestión transparente y la renegociación de los acuerdos prometida por el Gobierno van a permitir que nos aprovechemos de esos recursos”, comenta.
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