Señales de humo – 17/06/24

William Castillo

Foto: Pixabay

Al principio fue el verbo. Y el verbo era lo único que existía. El verbo estaba junto a Dios, y el verbo era Dios.

E inmediatamente vino el humo.

El humo es algo que acompaña al verbo, a la palabra, desde que esta era Dios. Una sombra, un fantasma verbal que quiere parecer realidad, sin serlo.

Vender humo es una forma de mostrar los ojos de otros la realidad como algo que no es. Ficcionalizarla al extremo, presentándola con ribetes extraordinarios, sin fines literarios ni historiográficos, sino por interés propio.

El Dios Google dice que el vendehúmos -también conocido como montador de potes de humo- es aquel que promociona o promete algo que en realidad carece de valor o sustancia, y lo hace de manera excesiva, desmesurada o falaz para obtener beneficios personales.

Si la verdad nos hace libres, el pote de humo es aquello que convierte la credulidad –la fe en la palabra liberadora– en asunto de engaño o de burla. Y aunque la venta de humo no involucra solamente una mentira, siempre hay detrás de ella una patraña.

Y aquí está la clave. El vendedor de humo lo único que busca es obtener algo a cambio del humo.

Falsificaciones verbales sobran en la historia. Grandes y pequeños humos que se escudan en la confianza que nos da la palabra. La de Dios, inicialmente.  Moisés fue el primer gran vendedor de humo. Que si el mar se abrió para que los elegidos pasaran caminando; que si convirtió una vara en serpiente y luego otra vez en vara; que si lanzó sobre los malvados egipcios una tormenta de insectos; que si las tablas, que si me dictaron las leyes divinas. Que si esto o lo otro. Humo bíblico, puro y duro.

José Arcadio Buendía fundó Macondo a punta de artimañas y promesas míticas que solo existían en su cabeza. Sir Walter Raleigh –que no fue un personaje de García Márquez, pero pudo serlo– navegó los ríos de “las Guayanas” y oyó a los indígenas hablar de una ciudad con torres de oro construida en el centro de un lago. Enamorado de su reina, el pirata compró el mito de El Dorado, se hundió en el Amazonas y luego el mismo se convirtió en el más furibundo vendedor de esa visión afiebrada en la corona inglesa. El delirio lo llevó a la muerte.

Una vez dijo el Gabo que sus historias no hacían otra cosa que explotar la mentalidad caribeña, tan proclive a las supersticiones y los presagios. Desde siempre, pues, vender potes de humo se convirtió en recurso que los historiadores y escribidores han aprovechado para deslumbrar y los políticos e influencers para engañar. 

El humo electoral

La humareda en venta consiste hacer pasar por realidad inminente, inexorable, una ilusión. Por eso, el vendehúmos es una de los especímenes más comunes en política. Demagogo, falsario, ilusionista o timador, el mercader de lo falso se presenta siempre a sí mismo con ribetes épicos.

Él siempre es un héroe (o una heroína) dotado de una visión superior a la humana. Sin leer a Goebbels, los falsos profetas han descubierto que es más creíble una gran mentira que una pequeña. Por eso mienten en grande.

Trump llegó a la presidencia diciendo que haría “más grande a América” y está a punto de regresar a la Casa Blanca diciendo que “ahora la volverá más grande, ¡otra vez!”. Vaya humazo. Milei –el más exitoso tendero de la derecha– vendió el humo de que aniquilaría a la casta y lo que ha hecho es imponer en Argentina una nueva casta de mercenarios financieros y políticos, aún más rabiosa y rapaz.

Trump, por cierto, no solo vendió, sino que compró y tragó humo del bueno. Bolton, Pompeo, Abrams, López, Borges, Rubio, Guaidó, Machado –la manga de fracasados de la que se rodeó– le vendieron la humareda de las sanciones. “Maduro no aguanta tres meses”. Y cuando fallaron, le ofrecieron la estúpida ilusión de que si un pelele si paraba en una esquina y se autonombraba presidente, la dictadura” caería en horas. Tongo le vendió humo a Borondongo y Borondongo se lo vendió a Bernabé.

El humo funciona como el libre mercado bajo la mano invisible: solo se vende si hay un comprador deseoso de comprar. Hay una fe en la fumarada que precede a la venta de esta y que le otorga una fuerza antropológica, casi espiritual. Eso que Gabo llama la mentalidad proclive a la superchería.

Hoy, en Venezuela, en medio del torneo electoral, vemos levantarse una humazón enorme. Encuestas y encuestadores –contumaces fracasados en pronósticos electorales anteriores– están en redes sociales vendiendo humo por todo lo alto. Y no es que pronostiquen una victoria opositora (que para eso son las campañas electorales), sino la dimensión de este pote gigantesco que están ofreciendo a incautos, desinformados y enfermos: “90 a 10, por lo bajito”. Y la seguridad con que emiten la profecía. Va a ocurrir porque sí. Está escrito. Lo dicen “la gente de bien” y… todos los sondeos.

Son los vendehúmos de siempre, con nueva mercancía.  Han convencido a un grupo de venezolanos de que se viene una victoria, además enorme, de la oposición. Oenegés creadas antenoche, numerólogos y analistas errantes, inéditos Nostradamus de X postean desaforadamente y prometen el futuro instantáneo el 28 de julio, la llegada del cometa.

¿Qué va a pasar cuando se cuenten los votos, si no se cumple la profecía, si el humo se disipa y el resultado no se parece al paraíso prometido?

Parece obvio que cantarán fraude. ¿Pero, luego que? No lo pregunto porque me interese la suerte de los vendehúmos, que siempre desaparecen detrás de la humareda.

Lo digo por los decepcionados compradores. ¿Se vendrá una nueva ola de violencia, de desestabilización? ¿Migrarán? ¿O volverán a las redes por más humo?

¿Qué pasará con los incautos que hayan tragado hasta el cansancio esta humareda tóxica y extremista? ¿Qué país quedará para estas almas chamuscadas de falsas promesas, de odio y frustración?

Atentos a las señales de humo.

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