“Sé que solo necesito media hora para meter mi vida en una maleta”

Marta Maroto Beirut , 10/08/2024

La guerra psicológica que despliega Israel y los traumas de las batallas pasadas persiguen a los libaneses

 

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Vivir al día. Adivinando entre líneas las intenciones de la geopolítica, pendiente de los discursos de Nasrala, de los F15 o F35 israelíes que sobrevuelan casi a diario el cielo de Beirut, rompiendo la barrera del sonido y haciendo el ruido de una explosión. Las bombas sónicas hacen temblar las ventanas: su objetivo es aterrorizar a la población. Asusta más cuando apenas pasan segundos entre dos reventones, imitan los bombardeos aéreos: el primero es el acelerón del avión, el segundo hace creer que puede ser un proyectil. El conflicto entre Hezbolá e Israel despliega una dimensión psicológica, hasta ahora sobre todo palpable en la estrategia militar, que en el Líbano empieza a pasar factura a una población que con cada guerra revive el trauma de otra pasada.

“Sé que necesito media hora para poner mi vida en una maleta: mi pasaporte, mis diplomas universitarios, mis pájaros y mis guitarras”, cuenta Ali Najdi, de 30 años. “Nos avisarían con dos horas para evacuar en el caso de que fuese necesario”. Le salen los números. Consultor en el sector sanitario, suele trabajar muy cerca de la zona donde, en los últimos días de julio, un ataque israelí asesinó a cinco civiles, entre ellos dos niños, y al líder militar de Hezbolá, Fuad Shukur, junto a un asesor iraní. Ocurrió en Dahie, en el sur de Beirut, a pocos metros del hospital Bahman, donde los servicios de emergencia trasladaron a los cerca de 80 heridos por el derrumbe del edificio.

En Dahie es donde Hezbolá, también chií, tiene sus oficinas y goza de mayor apoyo popular

Los escombros ya han sido retirados y el día a día ha vuelto rápidamente a llenarse de normalidad. En un barrio de clase media trabajadora, solo una minoría ha podido marcharse a segundas viviendas o a casas de familiares; los demás apuran y apuestan al comienzo de una guerra a mayor escala. “Modo supervivencia”, coinciden varios de sus habitantes. Dahie, que en árabe significa ‘periferia’, es una de las áreas más densamente pobladas de la capital y está habitada por una mayoría chií que tiene sus orígenes en la región sur del país. En Dahie es donde Hezbolá, también chií, tiene sus oficinas y goza de mayor apoyo popular. Esto es lo que le convierte en objetivo: con las hostilidades concentradas en la zona sur y este del Líbano, es la segunda vez que Israel ataca la capital y siempre en Dahie –la primera a comienzos de año, un asesinato quirúrgico al número dos de Hamás–.

El miedo tiene memoria. Dahie fue reducido a escombros en 34 días de bombardeos durante la guerra de julio de 2006, que enfrentó también a Hezbolá e Israel, y que en otras partes del Líbano destruyó infraestructura básica como carreteras, plantas eléctricas o de tratamiento de residuos. Más de 7.000 viviendas en el sur de Beirut fueron destruidas o dañadas bajo una intensa ofensiva aérea, experimento que Israel después reformuló como ‘Doctrina Dahie’. “Usaremos fuerza desproporcionada y causaremos daño y destrucción inmensos a cada pueblo que dispare en dirección a Israel. Desde nuestra perspectiva, estos son sitios militares. (…) Esto no es una sugerencia. Es un plan que ya ha sido autorizado”, explicó en 2008 el general Gadi Eizenkot, entonces comandante del frente norte del Ejército Israelí.

Antes de la guerra genocida en curso contra la población gazatí, Israel ya aplicó la Doctrina Dahie en Gaza en otro estallido de violencia entre los años 2008 y 2009, según confirmó un informe de la Asamblea General de la Naciones Unidas. Ranine Sabah, de 32 años, era niña cuando se trasladó con parte de su familia a un pueblo de las montañas que rodean Beirut. Hasta allí llegaba el sonido de las bombas, explosiones que recuerda estremecida porque su padre y su abuela se quedaron en Dahie, en la vivienda familiar. “Ojalá pudiera llevarme ahora mi casa a otro lugar”, se emociona. Tras el ataque de la semana pasada, Sabah volvió a pedir refugio a su tío fuera de Beirut. Cada bomba sónica de los aviones israelíes, que ahora han incrementado en frecuencia y violencia, le hace temblar. “Me levanto con miedo a escucharlos, el sonido de una silla arrastrándose, de un portazo… todo me hace recordarlo”, dice.

La guerra psicológica es una forma de agresión que refuerza el daño de los misiles

La guerra psicológica –palabras en boca de todos durante los últimos días– es una forma de agresión que refuerza el daño de los misiles, o compensa su ausencia, y ambos contendientes en este conflicto dominan sus técnicas. Sirve para “minar la moral del enemigo, su aptitud y voluntad para seguir luchando, así como para influenciar su percepción de la batalla”, explica a CTXT la doctora Dalia Ghanem, experta en la región del norte de África y Oriente Medio en el Instituto de Estudios de Seguridad de la Unión Europea.

Forman parte de la guerra psicológica las amenazas que desde octubre Israel vierte al Líbano –“devolverle a la Edad de Piedra”, “convertirlo en una segunda Gaza”–, los panfletos con advertencias lanzados desde aviones a poblaciones en el sur del Líbano o los ciberataques, como la disrupción de los servicios de Internet y GPS, que también está afectando especialmente al sur.

Lo último son estas bombas sonoras y la presencia de aviación israelí en el cielo libanés, violaciones de soberanía territorial que también eran habituales antes de octubre. Tienen un uso militar en algunas ocasiones, explica un exsoldado británico experto en seguridad, como herramienta de detección de puntos sensibles, pero en los últimos días su único objetivo es el de aterrorizar a la población –uno de los ruidos más fuertes se oyeron minutos antes de comenzar el último discurso de Hasán Nasrala, el líder de Hezbolá–. “Crean una sensación constante de inseguridad, merman la confianza de la gente y de los seguidores de Hezbolá en la capacidad de Hezbolá para protegerles”, explica la doctora Ghanem.

La ansiedad de esa omnipresencia y omnipotencia con la que Israel busca aterrorizar a la gente llega también a barrios que históricamente no han sido atacados por su ejército. “Por primera vez sentimos la guerra cerca, a pesar de que sabemos quiénes son los bandos, y el otro no vive aquí”, comenta Semaan Nasser, de 40 años, en referencia a la ausencia de seguidores o milicianos de Hezbolá en Ashrafiyeh, el barrio cristiano. Su mujer se ha marchado con sus dos niños a una vivienda familiar en las montañas por miedo a que el conflicto se extienda hasta Beirut.

Hezbolá hace uso de técnicas propagandísticas para aumentar el misticismo y miedo en torno a su fortaleza bélica

Hezbolá, grupo nacido de la guerrilla y que se apropió del concepto de ‘Resistencia’, también hace uso de técnicas propagandísticas para aumentar el misticismo y miedo en torno a su fortaleza bélica, cuya capacidad no se conoce a ciencia cierta. Alimentado por una red de medios de comunicación bajo su control, la forma de conocer las operaciones de la milicia y romper la opacidad que la caracteriza es a través de sus propios vídeos e informaciones, editados de manera grandilocuente y edulcorados con el lenguaje religioso de la Guerra Santa.

A veces, peor que una guerra puede ser el coste psicológico de esperarla. Los israelíes aguardan en búnkeres una “potente” venganza desde diferentes frentes, que podría llegar de manera coordinada bajo el llamado Eje de la Resistencia. En una de sus últimas intervenciones, Nasrala reconoció que parte del “castigo” de Israel es esperar esas represalias, y la milicia maniobra con el despiste y la sensación de alerta en el rival: el martes 7 de agosto, un ataque con drones suicidas de Hezbolá llegó a la ciudad de Acre, a 20 kilómetros de la frontera. Se pensó que podría ser la temida contestación, pero la milicia lo negó en un comunicado.

Víctimas del juego mental e inhumano de los señores de la guerra, la violencia o la posibilidad de ella pone en pausa y hace peligrar la vida de la población civil. En un país como el Líbano, con un sur en alerta permanente por la presencia de Israel, y una capital en la que los edificios todavía guardan en sus fachadas la metralla de la guerra civil, también hay quienes ya no se sorprenden de nada. “Hemos pasado por todo, en 60 años he reconstruido esta tienda cinco veces, aquí he nacido y aquí voy a morir”, sostiene Lavie desde el mostrador de su ultramarinos, lanzando los brazos al aire.

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