Schopenhauer, el filósofo de la voluntad

Fuente: Portal Libertario OACA                                                     04 Oct 2021 04:02 AM PDT

Sí, Schopenhauer, aquel sujeto huraño, retraído, antipático, ceñudo, fiero, petulante, engreído, presuntuoso, belicoso, irónico, resentido, cascarrabias, antisociable, reaccionario y, para terminar de engordar la lista, misógino y misántropo fue el que, a partir de una intuición, descubrió a la voluntad como cosa en sí; sobre su persona, filosofía e influencia es de lo que tratará el siguiente trabajo, pero  antes de ir más a fondo en ello en esta reflexión teórica, se revela imperioso decir algo, por mínimo e ínfimo que sea, acerca de su biografía y obra.

Vida y obra

El nacimiento de Arthur Schopenhauer se produjo en Danzing el 22 de febrero de 1788. Creció en el seno de una próspera familia. Sus dos progenitores se dedicaban, y con éxito, al comercio en Danzing. Heinrich Floris Schopenhauer, su padre, era un rico comerciante; cuando Danzing, Gdansk hoy día, que por ese tiempo era una ciudad que gozaba de relativa independencia, fue sitiada y, en consecuencia, cayó en manos de los prusianos en 1793, Floris, indignado en grado sumo por dicha intromisión, consideró pertinente desplazarse junto con su familia y negocios a Hamburgo, esto, en términos pecuniarios no representó mayor ganancia, sí pérdidas. Su padre, que fue un hombre eminentemente práctico, era bastante culto. Admiraba a Voltaire; tenía un concepto muy positivo de Inglaterra, pues consideraba aquel país como suelo propicio para los que,       como él, buscaban con espíritu ávido la libertad y el libre ejercicio de la inteligencia. Hizo todo lo posible para que su hijo aprendiera más de un idioma. Por ello lo puso a estudiar inglés y francés. El hubiera querido, pero las circunstancias adversas no lo permitieron, que Schopenhauer hubiese nacido en Inglaterra.Él anhelaba que el joven siguiera sus mismos pasos, a saber, que se convirtiera en un exitoso comerciante. Para agradarle, decidió convertirse en un empleado de una casa comercial. Pero siempre le aterró la idea de permanecer por mucho tiempo en un ambiente así; su gran anhelo era entregarse por completo, como su madre,  a la vida literaria y académica. Por lo que la muerte de su padre —se especula que por suicidio— aunque dolorosa supuso para él un alivio enorme, ya que debido a ese trágico suceso no se vería obligado a transformarse en un ordinario comerciante. Su madre, Johanna Henrietteera, que años más tarde se convertiría en una gran literata de espíritu indómito, era mucho más tolerante que su padre y no se opuso en absoluto a los deseos y sueños de su hijo, es más, hasta lo animó para que estudiara lo que a él le pareciera más adecuado y pertinente. Esto quizá puede inducir a pensar que amó más a esta que aquel, sin embargo no fue así. De su padre, aunque fue un sujeto un poco autoritario y egoísta, siempre conservó un hermoso recuerdo, mas no así de su madre con la que tuvo toda su vida una relación caótica, su aversión a las mujeres seguramente tuvo su origen y génesis en esa relación poco afortunada con ella.

Schopenhauer en verdad fue un hombre muy culto, pero siempre estuvo muy lejos de ser un buen ser humano. Según Copleston:

La cultura de Schopenhauer llegó a ser muy extensa y su calidad literaria era indiscutible. Fue una persona de carácter y nunca temió expresar su opinión, Estaba dotado de buen sentido práctico, pero era egoísta, vanidoso, molesto y, en ocasiones, grosero (Copleston, 2007).

Y continúa diciendo:

No puede decirse que fuera una persona generosa. Sus relaciones con las mujeres no respondieron exactamente a lo que se espera de un hombre que habló con tanta elocuencia sobre asuntos éticos, ascéticos y místicos; sus editores suprimieron varios comentarios suyos sobre el sexo femenino. Por otra parte, su sensibilidad teórica frente a los sufrimientos de la humanidad no fue acompañada de esfuerzo práctico alguno para reducirlos. Como él mismo observó, es tan necesario que un filósofo sea santo como que un santo sea filósofo. Mientras que como persona no puede considerársele como uno de los pensadores más simpáticos, su talento literario, en mi opinión, es innegable (Copleston, 2007).

Un estudiante inconforme y rebelde

En 1811 asistió, con la clara intención de dar mayor amplitud a su saber filosófico, a los cursos impartidos por Fichte y Schleiermacher en la Universidad de Berlín; esto, en todo caso, en vez de incrementar su amor por el idealismo y el romanticismo alemanes, en boga en aquel tiempo, lo que en realidad hizo fue desarrollar una cierta animadversión y desprecio increíbles hacia esas teorías y sistemas filosóficos. Dado que tales posturas, a pesar de lo populares que eran en los círculos eruditos de su tiempo, no lograron convencerlo ni en lo más mínimo, en adelante rechazará las ideas filosóficas de sus antiguos profesores, de quienes se expresará de una forma que sobrepasa lo irreverente.

Combatió con todas sus fuerzas las ideas del filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, al que consideraba como su más enconado rival —no se sabe si aquel lo haya visto a él del mismo modo— y con el que quiso competir poniendo sus clases a la misma hora, pero sin éxito alguno, por considerarlas absurdas y en nada superior a la mera charlatanería; la tesis de que “todo lo real es racional” la consideraba como una tontería de proporciones inabarcables. Suscribió, en algunos puntos, con la línea de pensamiento del filósofo alemán Immanuel Kant, pero le hace críticas devastadoras, ojalá tomaran nota de esto los seguidores de Bueno, para que no sólo se dediquen a aplaudir las ideas de su maestro sino a refutarlo, de epígonos está lleno el mundo académico. De hecho, en su obra magna, El mundo como voluntad y representación, le dedica un amplio apéndice a la filosofía de aquel, de lectura obligatoria si se quiere entender el debate constante que mantiene en su libro con Kant.

Libros

Entre sus principales obras se pueden destacar las siguientes: Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente escrita en 1864, Sobre la visión y los colores en 1854. El mundo como voluntad y representación en 1819, Sobre la voluntad en la naturaleza en 1854, Los dos problemas fundamentales de la ética 1841 y Parerga y paralipómena en 1851. De todas estas, sólo la última le dio renombre y mucha fama mientras vivía. Una cosa que se debe resaltar sobre estas obras es lo bien escritas que están, y lo cierto es que las escribió un filósofo no un literato.

El filósofo como escritor

Todo filósofo —si en realidad quiere que su pensamiento sea consumido no sólo por eruditos y filósofos profesionales, sino que además por el público general— debería ser un buen escritor. Todo el que haya leído la obra de Descartes, padre merecidamente de la filosofía moderna, podrá fácilmente asentir con la oración que da inicio a este párrafo. Esta virtud, a pesar de lo capital que es a la hora de transmitir y plasmar ideas, es una de las que más le ha hecho falta a varios filósofos, por no decir a la mayoría. El motivo principal que ha dado origen a numerosas confusiones, controversias y malentendidos en el mundo de la filosofía quizá se deba a la carencia de éste importante talento en un gran número de sus representantes. Posiblemente haya algunos individuos que crean, tal como lo hacía un ex compañero mío de la universidad, que ser un buen escritor es sinónimo de superficialidad y falta de profundidad. A él lo entiendo, es posmoderno. Sin embargo, después de muchas lecturas y prácticas ensayísticas he llegado a la modesta conclusión de que escribir con claridad resulta mucho más difícil que oscurecer un texto con una verborrea con apariencia de erudición cuando en el fondo quizá no es más que superficialidad superlativa y anfibología barata. Estoy consciente de la existencia de ciertas temáticas, como la teoría de la relatividad o la del caos, que no son tan fáciles de transmitir al populacho de una manera simplificada; pero, a pesar de ello, la claridad puede ser de enorme ayuda al lector. Algunos textos científicos, que no se ven ensombrecidos por la exagerada tecnicidad, son un ejemplo de excelente claridad, precisión y concisión, pues de qué otra manera puede un estudiante normal lograr entender con relativa facilidad las distintas teorías e identificar los diferentes problemas que aquellas plantean. Saber escribir con puntualidad, por simple que esto pueda sonar a los posmodernos, es algo clave a la hora de explicar o transmitir una idea.

Algunos creen que Aristóteles, además de buen filósofo, fue un magnífico escritor. De hecho uno de los profesores de la facultad de filosofía de la universidad de St. John’s, que me impartió un curso de ética en los años en que cursaba la universidad, sostenía con vehemencia que Aristóteles fue un gran escritor. Bajo el criterio aquí sostenido, esa opinión carece de sustento, no fue en absoluto un buen escritor, al estilo científico o literario, cómo argüía mi antiguo maestro. Fue sistemático, es cierto. Sin embargo desde un punto de vista literario, Platón fue mucho mejor escritor que él; sus diálogos están plagados de muy variadas y coloridas metáforas; hay en sus escritos una cierta belleza que los hace deleitables. Aristóteles, por el contrario, fue un pensador pedestre; su filosofía es muy árida y, como dice Russell, “carece de la claridad fundamental y del fuego titánico”.

Schopenhauer como escritor

A Schopenhauer se le puede echar en cara sus muchos defectos morales así como intelectuales, pero menos de que fue un mal escritor; fue un excelente escritor. El talento que éste poseía como escritor no creo que alguien lo ponga en duda; prueba de ello es la enorme influencia que ha tenido su obra en el campo de la filosofía asimismo en el amplio mundo de la literatura. Este filósofo ha sido quizá más popular en dicho terreno que en el mismo mundo de la filosofía. Ahora bien, de si es un filósofo competente y de altísimo nivel es otra cuestión, Bertrand Russell no lo considera así; eso sí, fue un filósofo sistemático y muy pedagógico. Se suele pensar que un filósofo es escritor de una sola obra a pesar de que durante su vida intelectual produzca cientos de ellas, y ese es el caso de Schopenhauer. Probablemente la mayoría de filósofos asienten con la opinión de que aquel fue el autor de un sólo libro, me refiero por supuesto a El mundo como voluntad y representación; en él expone de manera sistemática la totalidad de su sistema, allí resume y sintetiza su pensamiento de una forma magistral. Si Hegel es un huracán desbordado escribiendo, Schopenhauer, en ese arte, es como el final de aquel, su calma. Por lo menos en la claridad de su escritura y sus ideas, pues su pensamiento es, en esencia, bastante perturbador si se lo entiende tal como él lo quiso exponer.

Schopenhauer: un escritor con hambre y sed de fama

Para entender el sistema filosófico de Schopenhauer es crucial acercarse a su obra magna: El mundo como voluntad y representación. En ese libro, que es sin lugar a dudas una obra maestra de todos los tiempos, se propone un objetivo bastante ambicioso: responder en qué consiste el enigma del mundo. Para lograr tan colosal objetivo, hay que recordar, se coloca desde una postura vitalista que le da un puesto muy elevado a la corporalidad viviente, de ese modo, desplazó a las famosas teorías de la consciencia. Según este filósofo, el mundo sensible, que se ve y se experimenta en la vida cotidiana no es más que una simple apariencia, una ilusión o una representación, la cual es la manifestación de un principio fundamental, como realidad última, que se encuentra justo detrás de los fenómenos, el cual está situado más allá de lo racional, de lo apolíneo. Este principio lo denominó: la voluntad. El mundo está constituido, en su parte externa e interna, de dos elementos: voluntad y representación. Pero antes de ir más a fondo sobre esos dos conceptos claves en Schopenhauer, pues en ellos descansa toda su teoría, sería preciso ver la importancia y la relevancia de aquellos en la historia de la tradición filosófica.

Voluntad y representación en la tradición filosófica

Voluntad

Cuando se escucha la palabra voluntad se le suele asociar de una forma bastante somera con el simple acto del desear o querer algo. Sin embargo este término tiene bastante historia dentro del mundo de la filosofía. Hay que indicar que la voluntad ha sido, desde casi la fundación del mundo filosófico, un asunto de capital importancia en las distintas reflexiones filosóficas ofrecidas por los colosos del pensamiento. Ya el gran Aristóteles lo utiliza, de hecho, se propuso demostrar la relación directa que existe entre la ética y el acto voluntario, o la virtud con la voluntad; con esto logra trascender y desanudarse del discutible intelectualismo moral de Sócrates y Platón. El propio Platón (c. 427-347 a. C.) en la Antigua Grecia se refería a aquella como el asiento de la responsabilidad individual.Para los escolásticos ésta debe considerarse como una facultad humana libre. Es muy conocida la doctrina de Agustín de Hipona que plantea sobre el tema del libre albedrío, la voluntad consiste precisamente en esa libertad de actuar ya sea para realizar actos moralmente aceptables o actos de naturaleza reprobable. En general, en la escolástica, se consideraba a la voluntad como una suerte de apetito racional, como una aspiración subordinada a la racionalidad o al entendimiento y como una capacidad que permite al individuo ejecutar sus decisiones de manera libre. Es preciso señalar que sobre lo que es la voluntad y el entendimiento, o el querer y conocer, había importantes divergencias teóricas; y de dichos desacuerdos y controversias, infructíferas la mayor parte de veces, se derivó lo que hoy se conoce comovoluntarismo. Se sabe que los partidarios de Juan Duns Escoto consideraban a la libertad como la característica formal de la voluntad, para otros escolásticos aquella era simplemente «un dictamen de la razón».

También Descartes, padre del racionalismo y el subjetivismo modernos, habla sobre la voluntad. Él la vincula con la conocidísima idea del libre albedrío, además piensa que mal gestionada aquella puede contribuir significativamente a incrementar la posibilidad del error y esta voluntad es verdaderamente libre sólo si se ve sometida al entendimiento; se debe tener entonces en claro que es la voluntad en su total libertad, y no el entendimiento, la que termina arrastrando finalmente al ser humano al error. Descartes dice:

Y tras esto, viniendo a mí propio e indagando cuáles son mis errores […], hallo que dependen del concurso de dos causas, a saber: de mi facultad de conocer y de mi facultad de elegir -o sea, mi libre albedrío-; esto es, de mi entendimiento y de mi voluntad. Pues, por medio del solo entendimiento, yo no afirmo ni niego cosa alguna, sino que sólo concibo las ideas de las cosas que puedo afirmar o negar. Pues bien, considerándolo precisamente así, puede decirse que en él nunca hay error […] Tampoco puedo quejarme de que Dios no me haya dado un libre arbitrio, o sea, una voluntad lo bastante amplia y perfecta, pues claramente siento que no está circunscrita por límite alguno. […] Sólo la voluntad o libertad de arbitrio siento ser en mí tan grande, que no concibo la idea de ninguna otra que sea mayor: de manera que ella es la que, principalmente, me hace saber que guardo con Dios cierta relación de imagen y semejanza. […] Pues consiste sólo en que podemos hacer o no hacer una cosa (esto es: afirmar o negar: pretender algo o evitarlo); o, por mejor decir, consiste sólo en que, al afirmar o negar, y al pretender o evitar las cosas que el entendimiento nos propone, obramos de manera no constreñida por ninguna fuerza exterior. Ya que, para ser libre, no es requisito necesario que me sean indiferentes los dos términos opuestos de mi elección; ocurre más bien que, cuanto más propendo a uno de ellos -sea porque conozco con certeza que en él están el bien y la verdad, sea porque Dios dispone así el interior de mi pensamiento- tanto más libremente escojo. […] Por todo ello, reconozco que no son causa de mis errores ni el poder de querer por sí mismo, que he recibido de Dios y es amplísimo y perfectísimo en su género, ni tampoco el poder de entender, pues como lo concibo todo mediante esta potencia que Dios me ha dado para entender, sin duda todo cuanto concibo lo concibo rectamente, y no es posible que en esto me engañe. ¿De dónde nacen pues, mis errores? Sólo de esto: que, siendo la voluntad más amplia que el entendimiento, no la contengo dentro de los mismos límites que éste, sino que la extiendo también a las cosas que no entiendo, y, siendo indiferente a éstas, se extravía con facilidad, y escoge el mal en vez del bien, o lo falso en vez de lo verdadero. Y ello hace que me engañe y peque. Meditación cuarta (Alfaguara, Madrid 1977, p. 47-49).

Tanto Spinoza como Kant y Rousseau se suman al grupo de los que analizan este capital concepto. El primero, por su parte, la relaciona con el entendimiento, ya que los actos voluntarios son formas de pensar de modo que las voliciones son maneras de pensar y la posibilidad de una voluntad libre no es factible, esta está sometida como todos los elementos que constituyen la totalidad de la naturaleza. Kant, por otro lado, compara la voluntad con la razón práctica, teniendo esta como único telos la responsabilidad de desarrollar una «voluntad buena», cuya finalidad se limite a cumplir con su deber, regida en todo momento por el ya conocido imperativo categórico. Para Kant, la razón práctica, independiente y emancipada, además de ser la creadora del orden moral hace posible el conocimiento (práctico) del mundo inteligible, al que, aunque quiera, no consigue elevarse la razón teórica. Para Kant es preciso reconocer el poder creador de la razón práctica, transformada en el yo trascendental o la unidad sintética de la conciencia, que se establece como el punto de partida del idealismo alemán. Por su lado, el francés Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) expuso en El Contrato Social el concepto de la “voluntad general”, que a su criterio podría entenderse como la voluntad del pueblo, con esto le restó importancia a la voluntad unilateral del rey, que normalmente se la asociaba con la voluntad de dios.

La representación en el sentido clásico

En la tradición filosófica conocida como aristotélica-tomista el conocimiento se constituye por los siguientes cuatro elementos: sujeto, objeto, representación (sensible e intelectual) y operación. El primero es básicamente el sujeto que conoce, el sujeto cognoscente en términos kantianos. Se entiende por objeto a la cosa, animal o elemento conocido. Es decir, este es conocido por el sujeto que, gracias a las operaciones de su pensamiento, logra desvelar a esa realidad externa a él. En lo tocante a la representación, esta puede ser definida como un fenómeno interno del conocimiento, que difiere del objeto que se capta por los sentidos, su existencia es de carácter intencional, es, finalmente, un contenido intramental que representa a un objeto externo. Estas además son de dos tipos: sensibles e intelectuales. Las primeras se definen como meras imágenes y las segundas como ideas. Esto, según la tradición aristotélica-tomista, ha producido muchos errores y confusiones en el universo de la filosofía, un ejemplo de ello es el movimiento filosófico del empirismo, que no supieron distinguir correctamente entre imagen e idea. Finalmente está la operación, en palabras simples, se da en el momento que el sujeto conoce al objeto.

Voluntad y representación en el sentido de Schopenhauer 

Representación

En palabras de Schopenhauer:

«El mundo es mi representación»: ésta es una verdad aplicable a todo ser que vive y conoce, aunque sólo el hombre puede llegar a su conocimiento abstracto y reflexivo; cuando a él llega, ha adquirido al mismo tiempo el criterio filosófico Estará entonces claramente demostrado para él que no conoce un sol ni una tierra, sino únicamente un ojo que ve al sol y una mano que siente el contacto de la tierra; que el mundo que le rodea no existe más que como representación, es decir, única y enteramente en relación a otro ser: el ser que percibe, que es él mismo(Schopenhauer, 2004, pág. 78).

En verdad está consciente de que esta es una verdad de naturaleza a priori. A su juicio:

Si hay alguna verdad que pueda enunciarse a priori es ésta, pues es la expresión de aquella forma de toda experiencia posible y concebible, más general que todas las demás, tales como las del tiempo, el espacio y la causalidad, puesto que éstas la presuponen. Si cada una de estas formas, que hemos reconocido que son otros tantos modos diversos del principio de razón, es aplicable a una clase diferente de representaciones, no pasa lo mismo con la división en sujeto y objeto, que es la forma común         a todas aquellas clases, la forma única bajo la cual es posible y concebible una representación de cualquier especie que sea, abstracta o intuitiva, pura o empírica.No hay verdad alguna que sea más cierta, más independiente de cualquiera otra y que necesite menos pruebas que ésta; todo lo que existe para el conocimiento, es decir, el mundo entero, no es objeto más que en relación al sujeto, no es más que percepción de quien percibe; en una palabra: representación. Esto es naturalmente verdadero respecto de lo presente, como respecto de todo lo pasado y de todo lo por venir, de lo lejano como de lo próximo, puesto que es verdad respecto del tiempo y del espacio, en los cuales únicamente está separado todo. Cuanto forma o puede formar parte del mundo está ineludiblemente sometido a tener por condición al sujeto, y a no existir más que para el sujeto. El mundo es representación (Schopenhauer, 2004, pág. 78).

Además reconoce que no es tan novedosa, ya había sido descubierta o insinuada por otros pensadores. Él dice:

No es nueva, en manera alguna, esta verdad. Existía ya en el fondo de las consideraciones escépticas que Descartes tomó como punto de partida, pero Berkeley fue el primero que la enunció resueltamente, con lo cual prestó un servicio eminente a la Filosofía, aunque el resto de sus doctrinas no merece recordación. (Schopenhauer, 2004, pág. 78).

Por otro lado le echa en cara a Kant el no haber prestado la suficiente atención a este asunto. A su criterio:

La primera falta de Kant consistió en haber dado poca importancia a este principio. En cambio, esta verdad capital fue conocida desde los primeros tiempos por los sabios de la India, puesto que es el principio fundamental de la filosofía Vedanta atribuida a Vyasa. Así lo atestigua W. Jones en la última de sus disertaciones titulada: On the philosophy of the Asiatics (Asiatk researches, vol. IV, pág. 164): «EI dogma fundamental de la escuela Vedanta no consiste en negar la existencia de la materia, es decir, de la solidez, impenetrabilidad y extensión (negar esto sería insensato), sino en rectificar la opinión vulgar en este punto y en afirmar que la materia no tiene existencia independiente de la percepción mental, puesto que la existencia y perceptibilidad son términos convertibles uno en otro.» Este pasaje expresa con suficiente claridad la coexistencia de la realidad empírica con la idealidad transcendental.(Schopenhauer, 2003, pág. 79).

Por otro lado aclara que abordará en su primer libro ese concepto de representación:

Bajo este aspecto únicamente, es decir, sólo como representación, vamos a considerar al mundo en este primer libro. Pero este punto de vista, sin que por ello pierda nada de su verdad, es unilateral, es decir, producido por un trabajo voluntario de abstracción. Esto es lo que explica la repugnancia que siente cualquiera a admitir que el mundo no es más que su representación, aunque por otra parte nadie puede negarlo.(Schopenhauer, 2003, pág. 79).

En el segundo libro analizará en lo que consiste la voluntad. Así lo manifiesta en sus propias palabras:

El libro siguiente vendrá a completar este aspecto unilateral con una verdad que no es tan inmediatamente cierta como ésta de que aquí partimos, y que exige investigaciones más profundas, una abstracción más difícil, la separación de los elementos diferentes y la reunión de los que son idénticos; una verdad, en suma, grave y propia para hacer reflexionar, si no temblar, a cualquier hombre: a saber, que al mismo tiempo que dice: «El mundo es mi representación», puede y debe decir: «El mundo es mi voluntad»(Schopenhauer, 2003, pág. 79).

Esto aunque no está tan enredado necesita un poco de aclaración, por lo que parece deseable explicar con más detalle y en palabras más didácticas en lo que consiste representación y voluntad.

Kant, la condición de posibilidad para el pensamiento de Schopenhauer

El pensamiento de Kant fue determinante para que el sistema filosófico schopenhaueriano viera la luz en el mundo filosófico. Tal como lo sostuvo Kant, para Schopenhauer el mundo, en su apariencia externa y fenoménica, es una representación de carácter subjetiva; a saber, todo el mundo que lo rodea no existe más que como pura representación, en el sentido de que esta surge del querer de la voluntad. Él suscribe con la postura gnoseológica de Kant, pero desecha y excluye, por considerarlas innecesarias, las doce categorías de aquel, para este sólo existen como formas de la intuición: el espacio y el tiempo. Sustituye las categorías         por el principio de razón suficiente como nuevo modo de unión de las representaciones. Sabido por todos es la distinción que hizo Kant de fenómeno y cosa en sí, asienta en dicha distinción pero corrige a Kant en lo que respecta al mundo, no sólo lo conocemos en su forma externa también vivimos en él. Junto con el mundo está la voluntad. Johannes Hirschberger considera que Schopenhauer fue determinista (Hirschberger, 1967, pág. 296), y fue él uno de los máximos impugnadores de la libertad humana. Creía en la determinación causal. Fue debido a él que del orden físico este determinismo se extendió a todo lo humano. Schopenhauer cree haber leído a Kant y se siente seguro de haberlo entendido a la perfección, pues no sólo se limita a lo mero hermenéutico sino que a criticarlo abiertamente; sin embargo, existe, en verdad, una contradicción en su pensamiento, pues interpreta a Kant desde una perspectiva psicologística y no en un sentido lógico trascendental (Hirschberger, 1967); cayó, aunque cree que por primera vez lo refutó de manera definitiva, en los mismos errores de Hume. Esa cosa en sí es la voluntad. Nosotros nos conocemos a nosotros mismos como voluntad. Nuestra vida entera es voluntad. Nuestro cuerpo, con la ilusión de su individualidad, es una objetivación de la voluntad. Podemos ver esta voluntad de muchas maneras. Nuestra voluntad de caminar se manifiesta como pie; la de agarrar, como mano; la de comer y digerir, como boca y estómago; la de pensar, como cerebro. La voluntad es el sustrato último de la realidad. Esto se manifiesta desde la fuerza de la gravedad hasta la consciencia humana; la gravitación, la fuerza centrífuga y centrípeta, la polaridad, el magnetismo, la afinidad química, el crecimiento de las plantas, el instinto de conservación y el instinto total de la vida es una manifestación clara de la voluntad, es la         voluntad (Hirschberger, 1967).

¿Un continuador de Kant?

Se sabe, como ya se dijo, que la filosofía de Schopenhauer es, en cierto modo, una continuación de la ya legada por Kant, —su filósofo favorito y al que admiraba de sobremanera—, al menos él así lo creía; llegó incluso a considerarse como el verdadero heredero y único continuador de su filosofía. Sobre si forzó al máximo el pensamiento de aquel con el único propósito de vigorizar sus propias ideas es otro debate en el cual no quiero entrar en esta breve reflexión filosófica. Lo cierto es que Schopenhauer, dada su importancia en la historia de la filosofía occidental, merece, porque aunque no haya sido un gran filósofo hizo los méritos necesarios para quedar entre los grosos del pensamiento, que se le preste atención a su revolucionaria obra. Como ya se expuso, Kant hizo aquella famosa distinción entre fenómeno y cosa en sí, el punto de arranque de la filosofía de Schopenhauer se basa precisamente en esta lúcida distinción kantiana entre fenómeno y cosa en sí. Kant llegó a la conclusión de que existe una diferencia marcada entre el noúmeno, la realidad tal como es, en su puridad, en sí misma, y, por otro lado, el fenómeno, lo que se puede conocer acerca de la realidad, aquello que se ve y se presenta a la experiencia cotidiana.Para Kant, es imposible acceder a la cosa en sí ya que el conocimiento del sujeto cognoscente se ve limitado por las estructuras a priori de su subjetividad; es posible conocer, sí, pero sólo aquello que la mente puede ordenar y que pertenece al mundo fenoménico. Nuestro conocimiento es de naturaleza limitada y no puede ir, aunque así lo desee y sea su mayor anhelo, más allá del fenómeno; y es precisamente en esta forma como la realidad se le presenta al sujeto cognoscente. Un conocimiento serio, que busca un status de ciencia, no puede, por ejemplo, pretender ir más allá de los fenómenos. Por esta razón, no podemos, es una actitud de evidente rendición ante el absoluto, cuanta incomodidad ha de haber generado esta actitud relativista por parte de Kant ante el absoluto en el maduro Hegel creador de La fenomenología del espíritu, acceder al núcleo o sustrato último de la realidad. Lo que es la realidad en sí misma, aun disponiendo de las categorías, no podemos saber.

La voluntad se puede conocer

Schopenhauer asume esta distinción, pero debido al fuerte influjo que tuvo en él el pensamiento indio le da un toque bastante diferente. De este modo, para él el fenómeno ya no se debe considerar como conocimiento sino como mera apariencia, ilusión, sueño; la cosa en sí será por tanto aquello que se ubica por detrás de la ilusión de la representación. Otro dato a tomar en consideración a la hora de acercarse a leer a Schopenhauer es el hecho de que esta cosa en sí, tal como lo expuso Kant, era inaccesible, estaba fuera de las regiones del         conocimiento empírico; pero en su nuevo sistema filosófico ésta sí se puede llegar a conocer y no está completamente alejada y divorciada del mundo. Y esto es, sin duda, uno de los motivos cardinales por lo que se vio obligado a tener que escribir su obra maestra: creía haber descubierto la puerta y la llave que permitiría finalmente a la especie humana ingresar, de par en par, a lo real y, como muestra de su buena voluntad, decidió compartir con todos sus lectores, que no eran muchos al principio, sus enormes hallazgos teóricos. En primer término, el mundo es básicamente la representación, aquello que se manifiesta positivamente, que se hace un sujeto de él. Ahora bien, el mundo no se agota en la mera representación subjetiva, aquella es solo la parte externa, lo aparencial, lo fenoménico, lo simple ilusorio.

En su dimensión más profunda, el mundo es Voluntad. Lo que en Kant era fenómeno y cosa en sí, en Schopenhauer viene a ser “representación” y “voluntad”. De este modo, la voluntad irracional se constituye como el corazón mismo de la realidad, es el principio al que todo lo que existe se remite, lo que subyace a todo fenómeno. La representación es apariencia, ilusión, es la forma por excelencia en la que la voluntad se materializa y adquiere forma. A pesar de ello, al final, lo único que existe es voluntad.

Las tres objetivaciones de la voluntad

Aunque Schopenhauer no lo dijo así, pero la voluntad, como el ser de Hegel, es indeterminada por eso se objetiva en la materia desde lo más simple hasta llegar al grado más complejo en el que logra su plena autoconsciencia no como de naturaleza racional sino irracional. En primer lugar, se objetiva como materia simple, a saber, en lo subatómico, lo atómico y molecular. Segundo, se objetiva como materia compleja simple, es decir, como células, tejidos y órganos. Finalmente, se objetiva en la materia compleja, a saber, en el organismo humano constituido por células, tejidos, órganos y sistemas y aparatos. Es desde la corporalidad viviente que se auto-conoce la voluntad como realmente más allá de la razón, como algo caótico y monstruoso.

La introspección

El cuerpo del ser humano, por ser el recipiente donde la voluntad más complejamente se objetiva y se auto-conoce, sirve como el enlace primordial entre estos dos aspectos del mundo. El cuerpo, es preciso hacer hincapié en ello, es el primer objeto que se intuye y es el único medio por el que se consigue representar al mundo. Gracias a la introspección, a saber, cuando un sujeto observa dentro de sí mismo, el cuerpo se manifiesta del siguiente modo: por un lado, como fenómeno o materia compleja y por otro de una manera más profunda e inmediata, como voluntad. La voluntad es lo que está detrás de un determinado cuerpo, es lo que le permite moverse, es su substancia. El cuerpo, a juicio de Schopenhauer, no es más que voluntad objetivada, visible, transformada en representación.

La visión que se tiene sobre algún determinado cuerpo permite advertir como la voluntad se revela a la consciencia. El cuerpo humano, la tercera objetivación de la voluntad, es voluntad objetivada, detrás de la acción de este hay en general un acto de volición; la voluntad, como ya se mencionó, está detrás de la representación. El ingreso a la profundidad de la cosa en sí está lejos de ser una intuición predilecta y fundamental del núcleo de la realidad, sino que forma parte de una suerte de percepción intuitiva de la propia volición. Al detenerse y contemplar en su interior, el sujeto logra intuir su propio cuerpo, pero de manera más profunda se descubre como voluntad.

Si Cristo le hubiera preguntado a Schopenhauer: ¿Quién dices tú que soy yo? él le hubiera contestado sin titubear: “eres voluntad”. Después de descubrir que el ser humano no es estrictamente hablando intelecto sino que voluntad, el intelecto es una simple herramienta de la voluntad, Schopenhauer concluye que no sólo el ser humano es voluntad sino que además todo lo que existe no es más que eso, voluntad. Y es que si se investiga con diligencia, se concluirá que detrás de todo fenómeno, la apariencia, es voluntad. Así como el cuerpo es voluntad determinada y visible, de la misma manera el mundo y todo lo que lo constituye no es más que apariencia, representación, de la voluntad universal y absoluta que reside por debajo de todo fenómeno.

El problema de la individualidad

Schopenhauer llega hasta un punto tal, que termina negando por completo la individualidad, esto porque aquella, a su juicio, carece de realidad ontológica. La individualidad, sea de una naturaleza simple o una compleja, es mera ilusión, el ser humano no es más que una de las tantas formas que utiliza la voluntad absoluta, Brahma, para manifestarse de manera positiva. En esto se asemeja a Spinoza. Una         persona ajena al mundo de la filosofía que escuche a un sujeto argumentando que la individualidad es una simple ilusión y que, en un plano más profundo, la existencia individual humana no es una realidad concreta le resultará un poco chocante y quizá hasta un delirio. En todo caso, la voluntad es irracional.

Más allá de la razón está la voluntad

Pero como cosa en sí, la voluntad no se ve afectada por las formas de la representación y, principalmente, ésta no está condicionada, como toda objetivación compleja, por el espacio y el tiempo, que son los que permiten y hacen posible el principio de individuación. Son éstas formas las que permiten diferenciar el individuo A del sujeto B, pues ambos están en el espacio y el tiempo y no unidos en el mismo lugar. (Una cosa es este individuo y no otro por estar en este punto del espacio y en este punto del tiempo).

La voluntad de vivir

Sin estas formas de la representación sería prácticamente imposible poder observar a esta voluntad única como plural y múltiple. La cosa en sí se halla fuera de los dominios del espacio y el tiempo, asimismo no se ve afectada por la individuación y la pluralidad. Por tal razón es la misma voluntad la que se haya presente y diseminada en la totalidad de los seres que componen el mundo, siendo ésta la esencia última o la condición de posibilidad de todos aquellos. Esta se manifiesta como una fuerza inconsciente y un afán sin límites por saciar toda suerte de deseos, pero en el fondo es por mantenerse con vida y sobrevivir. Cada ser es una objetivación de aquella y se puede advertir su realidad en los impulsos que rigen. Es así como se puede entender más claramente el significado de que la voluntad es voluntad de vivir.

Spinoza, Platón y Hegel resuenan en el sistema de Schopenhauer

Queda claro que el conatus de Spinoza, ese deseo colosal inherente a toda forma de vida por persistir y permanecer lo más que se pueda en la existencia, es análogo a la voluntad de vivir de Schopenhauer. Este considera que la voluntad se manifiesta en el mundo de la representación en diversos niveles y grados siguiendo ciertos modelos: las eternas formas de las individualidades. Aquí evidentemente está evocando al divino Platón. Estos niveles posibilitan la existencia de una suerte de jerarquía de los seres que empieza en el mundo inorgánico, la objetivación simple, a saber, el nivel más bajo de representación de la voluntad, hasta llegar al nivel más alto, al de la objetivación compleja, que es el ser humano, quién en virtud de su naturaleza tiene el grado más elevado de individualidad: es decir: la personalidad. La voluntad, pues, intenta manifestarse en formas cada vez más superiores de vida hasta que, después de tantas objetivaciones, en el hombre logra alcanzar conciencia de sí misma. Es cierto que aquí se encuentra cierta similitud con la doctrina del desenvolvimiento del Espíritu Absoluto de Hegel; sin embargo, guarda considerables diferencias en su conclusión: una positiva y la otra negativa.Ahora bien, la pequeña diferencia que le da un nuevo matiz al argumento del filósofo malhumorado radica en que, para él, el principio absoluto que se revela no es para nada el Espíritu Absoluto o la Razón, sino más bien la desbordada Voluntad irracional de vivir y, por ese motivo, la manera como se manifiesta no es propiamente hablando una suerte de auto desenvolvimiento lineal, ordenado y racional, sino una realidad caótica y, en definitiva, absurda. Sin embargo la respuesta de esto no la da Schopenhauer ya que los porqués son razones y la voluntad está más allende de las regiones de la razón. Hay que tener en mente que la intención de este filósofo no es responder el porqué este mundo, absurdo y caótico, está constituido de esta manera y no de otra, sino a compartir con sus lectores su descubrimiento de lo que es el mundo. No hay un motivo único por el que esta voluntad quiera vivir, no queda otra que aceptar que es así.

¿Panteísta o pan-vitalista?

Es suficiente con lo ya mencionado hasta este momento para afirmar que en Schopenhauer existe una suerte de panvitalismo: es un hecho que para este filósofo el mundo o la naturaleza es entendido como una especie única de organismo viviente. Pues bien, Schopenhauer nos advierte: no es adecuado llamar a esta voluntad universal «Dios» puesto que la forma cómo está se va desenvolviendo y objetivando no sugiere para nada signo alguno de divinidad. Por lo tanto, se podrá decir si así se quiere que su pensamiento es un panvitalismo monstruoso, más no cabe decir que se trate de un panteísmo. Schopenhauer fue un ateo siempre.

El dolor como problema filosófico

Este mundo está plagado de seres indignos y miserables que, en vez de reconocer colectivamente la finitud y la miseria de sus existencias, se aniquilan por afirmar su individualidad unas a otras, en la lucha por la supervivencia. Lo único que queda después del resultado de este conflicto absurdo, es el hecho de que lo que hay en lo profundo de la existencia es dolor y mucha pena; su pesimismo, aunque insincero la mayor parte de veces, es tal que llega hasta el punto de que, dice Schopenhauer, toda vida es dolor. ¿Cuál es la razón para tener una visión tan sombría de la especie humana? Su respuesta es sencilla: la vida, como voluntad, es un deseo ininterrumpido, y el fundamento de todo deseo es la privación, la carencia de algo.

Como seres irracionales los hombres y mujeres anhelan todo aquello de lo que no disponen y esto los hace sufrir innecesariamente. Paliar un deseo no es suficiente, saciar algún determinado deseo no brinda solución alguna, nada, esto porque el desear de esta voluntad no parece tener fin. Es que el día que no se desee se dejaría de querer y no es factible dejar de querer ya que se está vivo y la vida es, como ya se dijo, mera voluntad. Por este motivo, concluye Schopenhauer, vivir es un sentido estricto sufrir y en los pocos momentos en los que se tiene la sensación de haber dejado de sufrir, porque se tienen por fin todas las necesidades básicas y complejas cubiertas, irrumpen sin permiso el         amargo hastío y el aburrimiento teologal. La vida, tal como la concibe Schopenhauer, es una tragicomedia ramplona en la que, nos parezca o no, vamos, como marionetas, del dolor al aburrimiento y de éste al otro sin esperanza alguna en el horizonte.

Algo de razón hay en lo que dice este autor: suele suceder bastante a menudo de que en general se está en busca, teniendo siempre poco éxito en tal empresa, de algo que permita encontrar la auténtica felicidad que llene todos los vacíos en la vida. Paradójicamente cuando al fin un sujeto logra tener éxito en la mayoría de los ámbitos teóricos y prácticos en los que se mueve debería naturalmente experimentar cierta paz y alegría por tener todas sus necesidades cubiertas, mas ese no es el caso, ya que lo asalta el aburrimiento.

El egoísmo

Otra cosa que hace aún más miserable la existencia es que es el egoísmo la nota fundamental de la voluntad. Es por esa razón que cada individuo se siente como si fuera el centro de este universo, se considera a sí mismo la única y completa representación de la voluntad; eso explica el motivo por el que la mayoría de sujetos que pueblan la faz de la tierra únicamente se preocupan de su propio beneficio sin importar el ajeno.

La individuación

El problema fundamental estriba en el principio de individuación, sostiene Schopenhauer, este es como una especie de velo de Maya que se tiene puesto sobre los ojos, la cual impide ver la realidad en cuanto a tal, este velo genera cierta incapacidad de enterarse que, al final, todos somos lo mismo, la individualidad es una ilusión, es esta ceguera la que lleva a los humanos a la guerra de todos contra todos, esto hace aún más pesada e insoportable la vida. La voluntad de vivir es indiferente al acontecer mundano: es cierto que ella es eterna e inmortal, pero aquella no le importa en absoluto la poca fortuna de los distintos individuos que son únicamente sus marionetas. Aunque mueran por millones de seres humanos, esta voluntad sabe que ella permanece y al margen de las tragedias humanas. Este círculo constante de muerte y nacimiento es en alguna medida beneficioso para la voluntad, pues es esto lo que le permite que se manifieste la representación de la voluntad. Es evidente que a pesar de que Schopenhauer hable de esta voluntad como de un principio inmortal y eterno, el sujeto no puede hallar en ella algún tipo de alivio.

Es bastante claro que el individuo quiere su inmortalidad, más la perpetuidad de la voluntad no es la suya. Lo que ocurre con la muerte de un sujeto es la disolución completa de su individualidad y de su yo, que, en definitiva, se reducen a apariencia e ilusión, su muerte es insignificante es como verter una gota de agua salada en el mar. Siendo honestos, este filósofo no ofrece ningún consuelo a sus lectores. La verdad es que el sujeto no la tiene nada fácil: vivirá en una vida miserable desde todo punto de vista, morirá y, para colmo de males, desaparecerá como algo irrelevante en la totalidad de la realidad. Su pensamiento es un pesimismo metafísico absoluto. Hay que dejar esto bien en claro: la causa que origina todo el mal que existe en el mundo de la representación es la esclavitud del sujeto a la voluntad, mientras el ser humano siga siendo esclavo de esta voluntad monstruosa, seguirá sufriendo.

El suicidio: ¿una solución?

Poner fin a los tormentos de la memoria, como dice don Gabo, podría ser la solución para liberarse de esta cruel voluntad, pero no es la sugerencia ni solución que propone Schopenhauer. Este, el suicida, ama la vida, además el suicidio sólo niega al individuo no a la voluntad, asimismo con violencia no se puede vencer a la voluntad. Si la negación no alcanza a la cosa en sí, entonces no es factible. Para librarse de la voluntad propone dos vías: la contemplación artística, que es la más fugaz, en ella el sujeto nos se pierde en la contemplación estética, esta lo saca de la contemplación de lo mutable y lo eleva a la contemplación de lo inmutable, de las eternas ideas de Platón. En el momento que se contempla la belleza se alcanza la libertad porque la criatura se olvida de sí misma y de su asquerosa voluntad y sólo está ante ella el objeto, así se alcanza la paz y la emancipación. Pero esta vía es perecedera. La segunda vía es la ética. La cual consiste en alcanzar la resignación, es el que ha renunciado a todo deseo de vivir. Esta es duradera y es la mejor opción para herir a la voluntad en su propio corazón. Los tres grados del progreso ético son: el derecho, se permanece en la voluntad y se está muy lejos de liberarse;  moral, allí se rasga un poco el velo;  el ascetismo, aquí se da el autoconocimiento definitivo de la voluntad y el velo de maya queda hecho trizas. El individuo ve la íntima individualidad de todos los seres humanos.

Schopenhauer, un machista ilustrado

La mujer “está enfocada hacia objetos materiales, es decir, hacia la belleza de su propia persona y, por ende, hacia el lujo, los adornos y la magnificencia. Todo ello aunado a su escasa inteligencia hace que sea más propensa al despilfarro”. Además aquella “desde todo punto de vista es inferior al sexo masculino”. Así que “cuando las leyes otorgaron a las mujeres los mismos derechos que a los hombres, habrán debido concederles también una inteligencia masculina”. No hay que ser prestos a juzgar a la ligera, esto no es la redacción de un teólogo cristiano fanático, tampoco fue Laje. Es el fruto literario de un filósofo profesional de una cultura y erudición asombrosas. Sí, por chocante que parezca, esto lo escribió el mismo personaje que compuso la obra maestra conocida como El mundo como voluntad y representación. La opinión que Schopenhauer tenía acerca de las mujeres no era la más afortunada, fue una auténtica barbaridad. Quien haya tenido la poca fortuna, como es el caso del que redacta este artículo, de leer el Arte de tratar a las mujeres se sorprenderá como un hombre tan inteligente y capaz de exponer un tratado filosófico tan imponente como el suyo haya podido albergar en su consciencia prejuicios de naturaleza tan frívola.

Comentario crítico sobre la filosofía y praxis schopenhaueriana

Se puede decir, sin temor a equivocarse, que Aristóteles fue el primer filósofo propiamente hablando, es el más grande de la antigüedad; la verdad es que:

Aristóteles, como filósofo, es distinto en muchos aspectos de todos sus predecesores. Es el primero que escribe como un profesor; sus tratados son sistemáticos, sus discusiones divididas en capítulos; es un maestro profesional, no un profeta inspirado. Su obra es crítica, esmerada, pedestre, sin huella del entusiasmo báquico (Russell, 1946,p.185).

Seguramente el filósofo más importante e influyente en la historia de este campo después de Aristóteles sea Descartes. La idea de proponer un nuevo edificio filosófico dice mucho de la autoconfianza que este pensador francés tenía en sí mismo. Ahora bien, si, por pura curiosidad, se le preguntara a un profesor de filosofía sobre quién considera que podría ser el filósofo más influyente e importante después de Descartes lo más seguro es que respondería a tal cuestión diciendo: Hegel, Marx, Nietzsche, Heidegger, etc., pero Schopenhauer es poco probable que se le venga a la mente en ese momento; es bastante inusual, al menos desde la experiencia del que redacta este artículo, encontrar profesores, estudiantes o simples aficionados de esta disciplina que lo estimen como importante y menos como comparable al mismísimo Descartes. Y, sí, la importancia de Schopenhauer, aunque esto pueda parecer exagerado a ciertos individuos, es sólo comparable con la de Descartes. En primera instancia, siendo esta la más superficial, ambos rompen con los moldes y dispositivos tradicionales de filosofar y proponen los suyos propios. De hecho Schopenhauer, hablando acerca de su obra más importante, que se ha analizado a vista de avión arriba, dice lo siguiente:

“Mi obra es, pues, un nuevo sistema filosófico: pero nuevo en el pleno sentido de la palabra: no una nueva exposición de lo ya existente sino una serie de pensamientos con un grado máximo de coherencia, que hasta ahora no se le han venido a la mente a ningún hombre. Estoy firmemente convencido de que el libro  en el que he realizado el arduo trabajo de comunicarlos a los demás será uno de aquellos que luego se convierten en fuente y ocasión de un centenar de otros libros [1](Schopenhauer, 2004, pág. 15).

Si, por un lado, Descartes es el padre del racionalismo moderno, que acentúa la primacía de la razón para alcanzar la verdad, cosa que no es común escuchar que se objete, Schopenhauer, por el otro, es el padre merecidamente de la filosofía irracional, la que da primacía a la voluntad. Él, hay que decirlo, fue un filósofo-dinamita, puso en crisis la mayoría de los supuestos filosóficos fundamentales de la modernidad, y con ello dio un zarpazo mortal al racionalismo y al optimismo modernos, del que aún hoy día no han podido recuperarse.           Arremetió en contra de las ideas de Descartes, quien creía ingenuamente que tan sólo con un buen método bastaba para obtener un conocimiento claro y distinto; también la idea, popularizada por la Ilustración, de que con el progreso de la ciencia y la eliminación de la superstición presente en las masas daría como corolario final un progreso indefinido en el género humano. Pilar López de Santa María, traductora del libro El mundo como voluntad y representación, y que además escribió el prólogo de este, sostiene que “así como el racionalismo moderno tuvo su origen en la intuición cartesiana del método, el irracionalismo contemporáneo nace del descubrimiento de la voluntad como cosa en sí» (Schopenhauer, 2004, pág. 15); este descubrimiento, en el terreno de las ideas, el de la filosofía, es sin duda el más grande que se ha hecho después de Descartes. Hay que ser honestos, el mundo de la filosofía ha sido ampliamente dominado por el irracionalismo desde que Schopenhauer descubrió a la voluntad como la cosa en sí. Esto es claro, desde Nietzsche, Kierkegaard, Bergson, Unamuno, Heidegger y Sartre; y, como se sabe, todos los filósofos posmodernos han seguido, de alguna u otra forma, las líneas trazadas por Schopenhauer. Su trabajo ha sido objeto de varios elogios por parte de eminentes hombres tales como Nietzsche, Simmel y Einstein. Pues bien, según Nietzsche “que un hombre como él haya escrito es algo que aumenta el gozo de vivir en este mundo” (­Nietzsche, 1874) (Gallego, 2016); además, a juicio de Simmel Schopenhauer “posee esa relación misteriosa con el absoluto que el filósofo sólo comparte con el artista” (Simmel, 1907) (Gallego, 2016), “La frase de Schopenhauer ‘Un hombre puede hacer lo que quiere, pero no elegir lo que quiere’ ha sido desde mi juventud una fuente de inspiración y un manantial de tolerancia” (Einstein, 1934) (Gallego, 2016).

La influencia y la importancia que ha tenido la filosofía de Schopenhauer dentro de la historia de esta disciplina es, en verdad, extraordinaria, y, paradójicamente, no se le ha prestado la debida atención o se ignora tal cosa. Como obviar que él es, en cierta medida, el precursor del psicoanálisis y de las teorías posteriores de Freud. El existencialismo y todas las formas de filosofía irracional deben más de lo que pueden imaginar a Schopenhauer. Pues bien, la tesis de la primacía de la voluntad sobre la razón es, sin duda, el aporte más significativo de Schopenhauer al mundo de la filosofía, no su pesimismo y ascetismo hipócritas. El motivo por el que no se le ha dado mayor atención quizá radique en que, dado que este no era un filósofo de exagerada inteligencia y brillantez, aunado a una cierta superficialidad en su pensamiento, se lo ha visto como a un mero apéndice innecesario y fastidioso de la filosofía kantiana y un estorbo indeseable en los zapatos de Hegel y, de tal manera, se ha pasado por alto lo verdaderamente fundamental, a saber, que este hombre, con todos sus defectos y virtudes, ha sido más influyente de lo que en realidad se cree. Es crucial resaltar que «la doctrina de que la voluntad es superior ha sido mantenida por muchos filósofos modernos, especialmente Nietzsche, Bergson, James y Dewey. Su influencia ha desbordado el campo de la filosofía pues además, ha alcanzado cierta boga fuera de los círculos filosóficos profesionales»(Russell, 1946, pág. 447). Lo peor del caso es que «en la proporción en la que la voluntad ha ascendido en la escala, ha descendido el conocimiento«.(Russell, 1946, pág. 447).

Es necesario dejar bien en claro que la filosofía de Schopenhauer, aunque haya sido (y lo siga siendo) de enorme influencia en el campo de las ideas, no es profunda ni sólida, es bastante corriente y vulgar si se la lee con atención y se entiende el mensaje que el autor intenta transmitir de una manera tan desesperada. Pero eso no ha impedido ni ha mermado su potencia y capacidad de influir entre los pensadores de este tiempo. Por eso se piensa que se debe leer a este filósofo, porque sus ideas aún siguen vivas y, como un vino costoso, continúa en silencio , aun después de mucho tiempo, estimulando las neuronas de sus consumidores. En todo caso, quizá la verdadera intención de Schopenhauer nunca haya sido el legar, como es el caso de otros filósofos de la talla de Platón, Aristóteles, Hegel, Kant o Marx, un pensamiento rico y profundo a la humanidad, sino más bien el reforzar una marca personal, un logotipo; su verdadera intención probablemente fue la de alcanzar fama y reconocimiento mundanos, pues de otro modo no se puede explicar la radical diferencia que existió entre el hombre filósofo, el teórico que escribió sobre tantos y diversos temas, y el hombre práctico, que operó en el mundo. Sin quererlo, de forma análoga a Descartes, compuso un sistema de pensamiento realmente revolucionario. Lo que de él se dice es una cosa, pero lo que realmente fue es otra. La mayoría de filósofos suelen ser bastante vanidosos así como embusteros y no tienen el coraje y la valentía suficientes para expresar sus más arraigados prejuicios, acaso esto no recuerda a Aristóteles, de la manera que lo hace la gente común y corriente, el populacho, sino que, para justificar muchas de sus afirmaciones gratuitas e hipótesis infundadas, tienen que montar todo un sistema de pensamiento, un dispositivo, de una rigurosidad lógica y una belleza estética           increíbles. Eso es precisamente el caso de este filósofo. A veces cuando se lee a Schopenhauer da la sensación de que se está ante uno de esos fanáticos cristianos conocidos como pro-vida, sobre todo cuando escribe sus profundas reflexiones acerca de las mujeres. Seguramente Agustín Laje y sus epígonos han de disfrutar de su machismo ilustrado, del que carece él y toda la sarta de neoconservadores de Hispanoamérica que lo alaba, aquellos exquisitos pensamientos acerca del sexo femenino los han de saborear como el mejor manjar que han probado, si es que lo han degustado, pues de frívolos así no se puede esperar mayor cosa.

Fue un auténtico misógino. Habló en mal de las mujeres. Las odiaba. Las veía como seres demasiado superficiales. Odiaba a su madre porque ella tenía pretensiones literarias, era amiga de personas intelectuales, le hacía sombra. La envidiaba seguramente de manera inconsciente por su espíritu libre y seguro. El quería, como lo hacen los niños caprichosos, toda la atención para sí mismo. Era un hombre paradójico, odiaba a la mayoría de persona incluida su madre, pero amaba a los animales. Su odio por la mujer trascendió su propio sistema de ideas formal. Bertrand Russell en su historia de la filosofía afirma lo siguiente:

[En una] ocasión se sintió molesto con una vieja costurera que estaba hablando con una amiga por fuera de la puerta de su departamento. La arrojó escaleras abajo, causándole una lesión perpetua. Ésta obtuvo una sentencia que lo condenaba a pagarle cierta suma (15 táleros) cada trimestre, mientras viviera. Cuando, al cabo murió, después de veinte años de cobrar la indemnización, el filósofo anotó en su cuaderno: Obit anus, abit onus(Russell, 1946, pág. 446).

Era inconsecuente con su doctrina. Un filósofo que no practica sus doctrinas no se le puede considerar como un filósofo propiamente hablando. Hegel, Marx y muchos otros, a pesar de las posibles contradicciones en sus sistemas, creían sinceramente en sus ideas y vivían acorde a lo que pensaban, pero Schopenhauer, no. Siempre vivió de espaldas a sus principios. El predicaba ideales éticos y asestas pero nunca los puso en práctica en su vida. Casi todos los filósofos son, por definición, vanidosos y mendaces, pero la mayoría de ellos creen en sus propias ideas; él nunca creyó en sus propias doctrinas, vivía, como Rousseau, contrariamente a sus postulados. Pero siempre sobrevaloró su propio pensamiento.

Según Bertrand Russell fue un sujeto carente de virtud. El dice que:

Es difícil encontrar en su vida muestras de ninguna virtud, excepto la benevolencia para los animales, que llevaba hasta el extremo de oponerse a la vivisección con fines científicos. En todos los demás aspectos era completamente egoísta. Es difícil de creer que un hombre que estuviera profundamente convencido de la virtud del ascetismo y de la resignación no hubiera hecho ningún intento para llevar sus convicciones a la práctica. (Russell, 1946, pág. 446).

La idea que se tiene de Schopenhauer como el filósofo más pesimista quizá no sea la más adecuada. En la mayoría de artículos que hablan de Schopenhauer lo describen como un sujeto sumamente pesimista, infeliz, resentido y lleno de toda clase de emociones represivas. Sin embargo su biografía:

señala que, lejos de llevar una vida de amargado pesimista, era muy apegado a la buena comida en refinados restaurantes, vestía trajes elegantes, fumaba selectos puros y asistía regularmente a conciertos (le gustaba Rossini y Mozart), óperas y espectáculos teatrales. Además, era flautista desde niño y tenía el hábito de tocar la flauta una hora por día. En la juventud y madurez tuvo varios amoríos y romances. (Ríos, 2021)

Según Rüdiger Safranski, ensayista y biógrafo alemán:

Schopenhauer ha descrito penetrante e inolvidablemente tal superación de la voluntad como instantes de desasimiento, por no decir de redención. ¿Los experimentó realmente? Ahí está su talón de Aquiles. Él no fue ni santo ni asceta. Y tampoco se convirtió en el Buda de Frankfurt. Entendía brillantemente la negación de la voluntad siempre que no afectara a su voluntad. Y a ésta supo abrirle paso, a veces incluso con rudeza. Lo hizo contra su madre, a la que pretendía dar órdenes, como sustituto del patriarca tras la muerte del padre; contra casi todos los profesores de filosofía coetáneos, a los que insultaba como «emborronadores de absurdos»; contra los editores, por los que se sentía engañado, y contra las «mujeres», una especialidad suya (llegó a lanzar por la escalera a una vecina que merodeaba tras él con excesiva curiosidad; por lo menos eso es lo que ella afirmaba). En elcafé Greco de Roma los artistas que allí se congregaban trataron de impedirle la entrada porque ya no soportaban más su constante regañar y sus aires de sabiondo. En su habitación de Berlín, desengañado y agriado, golpeaba los muebles con el bastón de paseo. Al pedirle explicaciones, refunfuñaba: «Doy cita a mis espíritus». Pero este duendecillo tenía sus momentos de «mejor conciencia», tal como él se expresaba; con todo, quedaba siempre en él una espina cuando no vivía a la altura de su inteligencia. (Rüdiger Safranski, 2010).

Han pasado 161 años desde su muerte y el mundo que el describió, cruel, inhumano y repleto de toda clase sufrimiento,  se asemeja mucho más al que conocemos que al que nos proponen los racionalistas y los optimistas. No se puede juzgar a Schopenhauer por ser tan inconsecuente con su doctrina, no es el primero, hay que recordar a  Rousseau, que ha sido el filósofo más incoherente de la historia. Una cosa queda bastante clara de todo lo dicho: no han sido siempre, tal como fue el caso de Schopenhauer y Descartes, los más grandes filósofos los que han revolucionado el mundo de las ideas, sino los espíritus ordinarios que, inspirados con la idea de revolucionar un campo, terminan descubriendo semillas de transformación  y con ello proponiendo algo que rompe en definitiva el horizonte de comprensión  o sentido común de sus respectivas épocas. Con respecto a Schopenhauer, es justo reconocerle el mérito de haber sido el filósofo más racional de lo irracional.

Víctor Salmerón

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Referencias

Copleston, F. (12 de 12 de 2007). Copleston Schopenhauer. Obtenido de file:///C:/Users/vsale257/Downloads/vdocuments.site_copleston-schopenhauer.pdf

Descartes: la voluntad libre origen del error. (s.f.). Obtenido de Encyclopaedia Herder: https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Recurso:Descartes:_la_voluntad_libre_origen_del_error

Gallego, J. L. (13 de Julio de 2016). Último de los clásicos, primero de los modernos. Obtenido de El País:https://elpais.com/cultura/2016/07/11/babelia/1468246628_904538.html

Hirschberger, J. (1967). Historia de la filosofía vol.2 . Barcelona: Herder.

Rüdiger Safranski. (16 de octubre de 2010). La actualidad de Schopenhauer. Obtenido de El País:https://elpais.com/diario/2010/10/16/opinion/1287180013_850215.html

Ríos, R. (2021). Filosofía en 3 minutos: Arthur Schopenhauer . Perfil. Recuperado el 1 de octubre de 2021, dehttps://www.perfil.com/noticias/cultura/filosofia-en-3-minutos-arthur-schopenhauer.html.

Russell, B. (1946). Historia de la filosofía occidental II. Barcelona: Austral.

Russell, B. (1946). Historia de la filosofía occidental tomo I. Obtenido de pensamientopenal.com:http://www.pensamientopenal.com.ar/system/files/2016/08/doctrina44022.pdf

Schopenhauer, A. (2004). EL MUNDO COMO VOLUNTAD. Obtenido de juliobeltran.wdfiles.comhttp://juliobeltran.wdfiles.com/local–files/cursos%3Aebooks/Schopenhauer__El_mundo_como_voluntad_y_representacion_I_scissord.pdf

Salmerón, V. ( 2021, octubre 02). Schopenhauer, el filósofo de la voluntad. Retrieved from irrupciónfilosófica.com: https://www.xn--irrupcinfilosfica-mybg.com/2021/10/Schopenhauer-el-filosofo-de-la-voluntad%20.html

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