Ruanda, 30 años después, los interrogantes que no cesan. La antesala (I)

Fuente: https://literafricas.com/2024/04/06/ruanda-30-anos-despues-los-interrogantes-que-no-cesan-la-antesala-i/

 

“Baobab 3”, obra de @Chérif Thiam

Vivimos con las historias que hemos leído, visualizado o que nos han contado. El ejercicio de introspección que requiere sumergirse en mundos que no son los propios, y por propios me refiero a esas burbujas que rodean nuestro entorno más inmediato, suele generar luchas interiores que en muchas ocasiones no estamos dispuestos a sufragar. Por eso, a menudo, alquilamos las ideas, imágenes o historias ajenas. Hasta que llega un momento en el que nos damos cuenta de que están falseadas, no son suficientes o, simple y llanamente, buscan manipularnos en un sentido u otro.

Este año se cumplen tres décadas desde que se inició el genocidio de Ruanda. Entresacado de su contexto, se vendió y se compró durante mucho tiempo como un conflicto étnico en un pequeño país insignificante y olvidado, sin recursos naturales, del continente africano que no le importaba a nadie. Fue calificado de matanza medieval por lo descomunal y de genocidio de proximidad, al tratar de implicar a toda la población y ser ejecutado utilizando, mayoritariamente, machetes. Lo primero parecía una explicación demasiado simple, y lo segundo perturbaba, ¿por qué machetes? y ¿cómo se había llegado a traer el infierno a la tierra?

En 1997, el periódico The New York Times “hablaba de animosidad ancestral entre los grupos étnicos tutsi y hutu”, tal y como recoge Philip Gourevitch en Queremos informarle de que mañana seremos asesinados con nuestras familias. Sin embargo, el periodista remarca la necesidad de mantenerse alerta ante este tipo de afirmaciones ya que no hay constancia ninguna de violencia sistemática entre hutus y tutsis hasta el apaleamiento del subjefe administrativo de la provincia de Gitarama en 1959, que fue la chispa que incendió la revolución social hutu y el estallido de violencia que ya nunca más cesó. Pero para llegar hasta este momento hay que recorrer un largo camino anterior.

Sin embargo, tenemos prisa. Queremos el resumen, lo fácil, el atajo que nos evite tener que quedarnos a la mitad colgados de los interrogantes. Porque estos molestan y traen nuevos interrogantes. Y, sin embargo, solo lo que va calando poco a poco, a veces sin entender absolutamente nada, es lo que perdura, haciendo cada vez más robustas nuestras visiones, tratando de no ver lo mismo en aquello que ya se ha mirado tantas veces.

Hace ya casi 10 años se publicó en El País, bajo el título “Cuando el país al otro lado del mundo es el tuyo”, la aparición de la traducción de la novela Murambi, el libro de los huesos de Boubacar Boris Diop. Al libro le acompañaba un postfacio en el que el escritor mentaba la nula repercusión que había tenido el genocidio ruandés, no ya en el mundo occidental, sino también entre los propios africanos al tiempo que recuperaba el “deber de memoria”. Ruanda parecía no importarle a nadie en absoluto.

En otra obra suya, esta vez de no ficción, África a través del espejo, el senegalés confesaba su propia ignorancia y dejadez inicial en relación al genocidio (“No creía que tuviera nada que decir sobre lo que, en ese momento, era para mí el desenlace de una barbarie tropical, ciertamente deplorable, pero prácticamente rutinaria”) al tiempo que reflexionaba sobre la conveniencia de plasmar un acontecimiento de esta magnitud utilizando la ficción o la no ficción. Algunos supervivientes les habían solicitado a los escritores “que documentaran fielmente”, que no lo hicieran desde la ficción ya que esta rebajaba la magnitud del drama. Diop considera que “Esta cuestión es crucial, ya que abre una reflexión sobre la eficacia de la ficción en la lucha contra el olvido”.

Las novelas te acercan a la vida. Te hacen pisar los caminos, sentir el miedo, oler la muerte. Cubren aquellos huecos que los ensayos, los libros de historia o los periodísticos dejan en blanco. Enfrentándose al proyecto genocida, procuran ataúdes, lápidas para tanto cuerpo sin sepultura, tal y como la escritora ruandesa Scholastique Mukasonga ha repetido una y otra vez en todas sus entrevistas. Pero seguimos necesitando completar, seguir llenando el pozo sin fondo con más visiones, más reflexiones, más análisis en el intento de tratar de dejar descansar la mirada que ya no puede sostener tanta violencia, tanto delirio y tanta muerte.

Porque, en realidad, ¿de qué nos habla Ruanda?

Volvamos la vista a uno de los títulos más conocidos y recomendados cuando alguien solicita información sobre el continente africano. En Ébano, Ryszard Kapuscinski dedica un capítulo entero a este país. Ya en 1998 habla de muchas cosas que, después, se han repetido cuando se encuadra la historia de Ruanda.

Por ejemplo, menciona tres castas (tutsis, propietarios de rebaños y la aristocracia; hutus, agricultores y mayoría poblacional, y los twa, los primeros pobladores, que suponían en cambio apenas un 1% y eran jornaleros y criados) y no tres etnias, los cuales juntos conforman un solo pueblo, el banyaruanda, que comparte, cultura, lengua y creencia. Se trataba, como muchos expertos posteriores han ratificado, más de una diferenciación social que étnica, dado que los tres grupos se habían mezclado durante siglos. Si queremos nombrarlos por sus designaciones originales, Mukasonga en La mujer de los pies desnudos nos los enseña: “Gatutsi se ocupaba de las vacas, Gahutu se ocupaba de la tierra y Gatwa se ocupaba del bosque”.

El periodista polaco continúa, en su somero repaso histórico, situando los focos de atención. De la antigüedad del país se conoce poco ya que no hay fuentes escritas y lo que se sabe es lo trasmitido por la tradición oral. Hasta la ascensión al trono de los mwamis, reyes, sobre el siglo XII, Kapucinski menciona cómo se estableció una monarquía tutsi y por extensión un auténtico régimen feudal con las castas mencionadas.

A pesar de la situación anterior, el que fue jefe de oficina de Time en África, Alex Perry, en La gran grieta. El despertar de África mantiene que la paz se mantuvo ya que la monarquía estaba apoyada en un consejo hutu y la porosidad social permitía a un hutu que conseguía ganado convertirse en tutsi y al revés. La identidad se basaba en lo que Gourevitch denomina “negativos opuestos”: un hutu era lo que no era un tutsi y viceversa.

Pero todo empezó a quebrarse cuando los tutsis comenzaron a volverse más dominantes, desplazando a los hutus del poder. La llegada del hombre blanco a Ruanda fue la piedra que hizo rodar toda la precaria montaña hacia el precipicio. “Inventando, con una desconcertante ligereza científica, una historia no africana en un país africano”, tal y como señala Boubacar Boris Diop en África más allá del espejo.

La historia de tantos países africanos para nosotros, es decir para El Mundo, empieza con el colonialismo. Sin embargo, en esta ocasión vamos a retroceder un poco más y mirar hacia los exploradores que en el siglo XIX veían África como ese mapa en blanco que podían conquistar los primeros. En este caso el Nilo, conocer el origen, sus fuentes, fueron el principal objetivo de los que se acercaron a esta zona de África, tiene un protagonismo estelar que no abandonará en ningún momento.

A diferencia de Livingstone o Stanley, el inglés JH Speke es menos conocido. Sin embargo, fue el principal promotor de una corriente de opinión delirante, y a la postre criminal, que sirvió de sustento a alemanes y belgas después. En su Diario del descubrimiento de las fuentes del Nilo, se hace eco de las teorías racistas de su época y plasma la teoría camita. Gourevitch remarca que Speke apenas se acercó a Ruanda, siendo el primer europeo en pisarla un alemán: Gôtzen en 1897, pero su paso por aquellas tierras le sirvió para escribir sobre la superioridad racial de los tutsis ya que descendían de Abisinia y eran los más parecidos al hombre blanco. Es decir, que los “autóctonos” eran los hutus y los twa, los negros, frente a los tutsis que eran los “extranjeros”.

“Los blancos habían atraído sobre los tutsis los monstruos insaciables de sus pesadillas (…) Los blancos pretendían saber mejor que nosotros quiénes éramos y de dónde veníamos”. Lo anterior lo afirma Mukasonga en su obra La mujer de los pies desnudos.

La Conferencia de Berlín entregó Ruanda a los alemanes que pronto pasó a manos de los belgas, 1924, que no solo asumieron la teoría camita sino que pusieron todo su ahínco en desarrollarla más allá de lo imaginable. La fetichización del refinamiento de los tutsis se plasmó en mediciones de narices, cráneo y estatura y desembocó en seleccionar, mediante carnés de identidad, quién era hutu, tutsi o twa.

En otra novela, Nuestra señora del Nilo, Mukasonga, desde el mismo título, pone uno de los focos en el supuesto origen nilótico de los tutsis a través de un personaje obsesionado con la superioridad, la belleza y el áurea que rodea a estos últimos. Desde la ficción la escritora muestra la deriva de una realidad que empujó al abismo y a la muerte. Estas ideas fuertemente enraizadas en la mentalidad hutu propiciaron desde la radicalización de la élite la construcción física del genocidio.

Los tutsis disfrutaban del monopolio de los puestos administrativos y políticos y la iglesia – que dominaba el sistema educativo colonial – practicaba abiertamente la discriminación a favor de los tutsis, los hutus permanecían sometidos, sin poder prosperar y bajo un régimen de trabajos forzados, tal y como ilustra Gourevitch. “Entre los años 1930 y finales de 1950 la confusión sociorracial se hizo estructural” concluye Bernard Bruneteau (El siglo de los genocidios).

En 1959 se produjo el vuelco. La situación de explotación de los hutus y la carencia de derechos, dentro de una fractura total creada por los blancos, llevó a una oleada de sangre y el primer gran desplazamiento de refugiados tutsis principalmente hacia Uganda. “Los ideales de aquel gran movimiento de masas hutus eran los mismos que en Europa hablaban de dignidad, justicia, igualdad. ¿Quién podía oponerse a la emancipación social de una población que vivía explotada y sometida? Luego pasó lo que pasó, lo que siempre pasa…”, así narra aquellos momentos un cura en Áfricas de Bru Rovira. “Miedo, siempre el miedo. Miedo a ser explotado. Miedo a ser exterminado”.

Los tutsis, que detentaban el poder, se habían plantado frente a los colonizadores y eso no gustó a los belgas. Así que viraron sus preferencias hacia los hutus. ¿La democracia había vencido al feudalismo? En 1961 se abolió la monarquía y se proclamó la República y en 1962 la independencia con el primer presidente ruandés: Kayibanda. No pocos estudiosos entre ellos V.S. Naipaul consideran que los hutus fueron “hombres miméticos poscoloniales” que reproducían los abusos contra los que se habían rebelado. Se estableció un régimen muy estricto y con fracturas entre los hutus del norte y del sur. En 1986 hubo una crisis económica, en la década de los 80 la élite hutu se benefició de las ayudas al desarrollo que caían sobre Ruanda.

Una minoría elitista que detentaba el poder comenzó a agruparse bajo el paraguas del clan akazu. «Dicho clan era el ala radical chovinista hutu (para ilustrar esta descripción, se puede decir que Habyarimana era el Radovan Karadzic de los hutus ruandeses)» se lee en Ébano. Estos comenzaron a plantear la “solución final” para las cucarachas, los tutsis, a los que odiaban. Su Poder Hutu se desparramó en los “10 mandamientos hutu”, el periódico Kangura y la Radio de las mil colinas. Todos ellos dentro del aparato de propaganda que fue preparando el genocidio. Las milicias interahawne dispuestas para matar y las armas importadas completaban el escenario.

En 1990 el FPR (son las siglas del Frente Patriótico Ruandés, que fue creado en Uganda por los refugiados tutsis y sus descendientes que habían sido expulsados del país en sucesivas oleadas) invadió Ruanda desde el norte. El ancestral miedo retornaba a las montañas: los extranjeros volvían para desalojar a los nativos de sus tierras y acabar con ellos.

Durante 3 años el país vivió bajo la guerra hasta los acuerdos de Arusha en 1993 que parecían poner fin a la misma. Sin embargo, en Burundi (que tiene con Ruanda una historia común y muchas similitudes, entre ellas la misma composición social en 3 castas), la dictadura tutsi masacró a los hutus con un saldo aproximado de 50.000 muertos, lo que fue aprovechado por los hutus de Ruanda para azuzar más el miedo.

Además, Kapuciski resalta que si el presidente ruandés, aterrorizado por el avance de los tutsis que se habían formado militarmente en Uganda, no hubiera llamado para que interviniera a su homólogo francés, Miterrand, quizás el genocidio no habría ocurrido. También si se hubiera intervenido, tras los avisos y las llamadas de urgencia que llegaban desde los informes hasta el fax del que era el comandante de las Fuerzas de UNAMIR, la fallida misión de Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz en Ruanda, alertando de la hecatombe. O después cuando ya el apocalipsis era hoy.

Pero lo cierto es que el 6 de abril de 1994 el avión en el que viajaban el presidente ruandés Habyarimana y el burundés Cyprien Ntaryamira, ambos hutu, fue derribado por dos misiles lanzados desde tierra. Ambos fallecieron en el ataque y el diablo comenzó a pasearse por el pequeño país de las mil colinas.

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Ilustración portada: “Baobab 3”, obra de Chérif Thiam

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