

Hay gestos que parecen pequeños hasta que tocan el nervio del poder. Rosa Parks no gritó, no corrió, no levantó un puño. Se sentó. Y ese acto, tan íntimo, tan cotidiano, bastó para que todo un sistema temblara. Rosa, al sentarse, desafió una geografía entera que había sido diseñada para expulsarla.
La pregunta no es por qué se negó a levantarse. La pregunta es por qué el mundo esperaba que lo hiciera.
Los cuerpos negros nunca hemos habitado el espacio público de forma neutral. Hemos sido sistemáticamente desplazados, empujados hacia los márgenes, contenidos en zonas de tránsito. Vagones traseros, asientos del fondo, barrios periféricos. El espacio siempre ha sido una cuestión de poder. Y el poder siempre ha necesitado decidir quién puede estar, quién puede quedarse, quién tiene derecho a ocupar sin justificarse.
Rosa Parks no irrumpió en un espacio prohibido, simplemente se negó a abandonar uno al que tenía derecho, y esa es la radicalidad de su gesto, porque no pidió permiso, no suplicó comprensión, no negoció su dignidad, se sentó en el lugar que le correspondía y al hacerlo cuestionó toda una arquitectura de sometimiento.

Frantz Fanon escribió que el colonizado vive en un mundo compartimentado, donde cada espacio le recuerda su condición, y el autobús de Montgomery era exactamente eso, un mapa del racismo en movimiento donde cada asiento marcaba una jerarquía, cada fila trazaba una frontera invisible y férrea que Rosa Parks borró.
El autobús no fue el único territorio disputado, las mujeres negras han sido históricamente expulsadas de los lugares donde se construye el relato del mundo, los parlamentos, las academias, los medios de comunicación, los museos, no por ausencia, su presencia incomodaba. Ocupar espacio, para ellas, siempre ha implicado desafiar lo que bell hooks llamó la mirada supremacista blanca, esa que tolera los cuerpos negros cuando están de paso, sirviendo o en silencio.
Hacerse visible, ocupar espacio con el cuerpo y la voz, siempre ha sido una forma de supervivencia política, y por eso sentarse, literalmente y simbólicamente, es un acto de insurgencia, es decir aquí estoy, no me iré, no necesito tu permiso para existir.
Hoy, esa expulsión sigue operando en los algoritmos que invisibilizan voces negras, en los platós donde las mujeres negras son invitadas como cuota y no como autoridad, en las calles vigiladas por cámaras que criminalizan ciertos cuerpos antes de que hagan nada, porque el espacio público sigue siendo un campo de batalla y la pregunta sigue siendo la misma, quién tiene derecho a estar sin ser cuestionado.

Rosa Parks no inventó la resistencia, fue parte de una genealogía de mujeres negras que ya se habían organizado, luchado, y su gesto tuvo algo que hizo temblar al poder porque fue sereno, no respondió con violencia ni con sumisión, simplemente se quedó, y en ese quedarse rompió la coreografía que el sistema había ensayado mil veces, la del cuerpo negro que se aparta, que obedece, que desaparece cuando lo mandan.
Su acto fue una reivindicación del derecho a descansar, a ocupar, a existir sin pedir disculpas, fue una forma de decir que mi cuerpo también es territorio y este territorio no se negocia.
Volvamos al presente y preguntémonos quiénes siguen siendo expulsados de los espacios que deberían ser comunes, qué cuerpos aún tienen que justificar su presencia en una oficina, en un aula, en una pantalla, quiénes siguen siendo empujados hacia los márgenes, hacia el fondo del autobús social.
Las luchas por el espacio no terminaron en Montgomery, siguen vivas en cada mujer negra que entra a un consejo de administración y es confundida con el personal de limpieza, en cada niña afrodescendiente a la que castigan por su pelo en la escuela, en cada cuerpo racializado que camina por la calle y siente la mirada que lo marca como intruso.
Tomar asiento sigue siendo un acto político porque ocupar espacio, para una mujer negra, nunca ha sido un gesto neutral, es una disputa, una memoria, una promesa de que no nos iremos, de que estamos aquí, de que este mundo también es nuestro.

Marián Cortés Owusu
