Fuente: Umoya num. 97 4º trimestre 2019
La minusvalía no ha sido un impedimento para que Fadyla sacara sus estudios adelante a pesar de los muchos contratiempos a los que se ha enfrentado a lo largo de su vida. La inestimable ayuda de su padre y su inquebrantable espíritu de lucha son un ejemplo para todos. Mar Pozuelo Castilla (Uagadugú, Burkina Faso).
Fadyla Guem es ante todo una joven alegre, elegante y con una fuerza de voluntad admirable. Nació en 1993 con una malformación de la columna vertebral que tiene como consecuencia la incontinencia urinaria y fecal, además de una incapacidad física para andar. Pero esto no le impidió tener una infancia feliz: «Cuando era niña —nos cuenta— la vida era linda para mí, ignoraba la existencia de la discriminación hacia una persona minusválida. Me desplazaba al colegio de mi barrio con un triciclo adaptado a mi minusvalía y allí tenía muchos amigos con los que cada mañana iba al colegio; ellos empujaban mi triciclo y nos reíamos juntos».
Sin embargo, pronto se tuvo que enfrentar a algo más duro que su incapacidad física: «La minusvalía es una fatalidad para todos nosotros, los minusválidos. Pero eso no es lo peor. Lo peor es lo que esas personas que se dicen válidas nos hacen vivir: sus miradas, sus pensamientos, sus cotilleos, sus gestos…Y, desgraciadamente, esto incluye ciertos miembros de nuestras familias».
Sus padres, con la intención de ofrecerle una educación de calidad, la cambian de la escuela de barrio a un centro de mayor prestigio: «La vida en ese colegio fue muy difícil. Muchos compañeros y compañeras me ignoraban hasta el punto de no saludarme. Solo logré tener una amiga que me respetaba y apreciaba. Pero si antes era siempre una de las tres primeras de la clase, pasé de repente a ser la décima. No lograba concentrarme en mis estudios a causa del rechazo de mis compañeros, lo que me afectaba enormemente».
Su padre entiende rápidamente que algo grave está pasando y decide motivar a su hija ofreciéndole a cambio de buenas notas lo que ella desee: «Gracias a la atención de mi padre, me convertí en la primera de la clase y mi padre me regaló la muñeca que yo soñaba con tener. Desde ese momento, seguí siempre estando entre las tres primeras de la clase».
Pero las pruebas no se acabaron ahí para Fadyla… En el instituto, el rechazo fue todavía mayor: «Mis compañeros se reían abiertamente de mí, me encerraban en el cuarto de baño, me saludaban de lejos, como si tuviese una enfermedad contagiosa. Volvía a casa a llorar, haciéndome miles de preguntas… pero siempre en silencio, ya que nadie de mi familia debía saber que sufría y eso hasta hoy día».
Además de armarse de coraje para enfrentar el rechazo y de empeñarse en ser la primera de la clase para no decepcionar a su padre, Fadyla ha vivido en el silencio su sufrimiento, nunca ha querido mostrar a los miembros de su familia lo que ha atravesado y atraviesa a causa de su minusvalía, para ahorrarles ese dolor: «No quería salir a la calle a causa de la forma en la que me miraba la gente y el apodo que me daban, ponré, que significa “minusválido”. La gente me insultaba, me maldecía, se negaban a sentarse junto a mí en los espacios públicos o lavaban el sitio en el que yo me había sentado en cuanto me levantaba».
Fadyla explica que solo gracias al apoyo inquebrantable de su padre ha logrado seguir adelante: «Muchas veces he intentado abandonar los estudios. Tenía demasiado miedo de mis compañeros de clase, del trato que me daban. Pero mi padre siempre estaba ahí para darme fuerzas, apoyarme, animarme,… hasta que conseguí un título universitario. Vivir con una discapacidad no es nada fácil. Si no tienes a alguien que te apoye, que te coja la mano como mi papá lo ha hecho todo este tiempo, es fácil que dejes las cosas más importantes, como los estudios».
Y consiguió el título universitario a pesar de que otra prueba durísima vino a añadirse a las anteriores. A los 20 años, tuvieron que amputarle las piernas: «Me salieron unas heridas en los pies cuando era pequeña y andaba a cuatro patas. Esas heridas fueron haciéndose cada vez más grandes. Me acostumbré a ver los huesos de mis pies en carne viva y con gusanos, me acostumbré al olor a putrefacción. Cada semana caía enferma hasta que en el 2013, de repente, las heridas se gangrenaron… y me amputaron las piernas el 24 de junio de ese mismo año. Desde entonces, me mantengo de pie gracias a unas prótesis».
Hoy día, Fadyla se mantiene en pie con gran firmeza, hasta el punto de ser apoyo para otros: ha creado la asociación Revivir, cuyo objetivo es ofrecer un acompañamiento a las personas que han adquirido una discapacidad a lo largo de sus vidas como consecuencia de un accidente o enfermedad. También representa a los jóvenes minusválidos en la promoción de la educación a la sexualidad en el ámbito escolar gracias a un proyecto financiado por el Fondo Mundial. En el 2019, intervino en el Comité de Alta Instancia en Dakar, que reunió a representantes de 17 países de África en torno a la necesidad de un compromiso regional de alto nivel para garantizar a todos y todas las adolescentes acceso a servicios de salud sexual y reproductiva y a una educación completa sobre la sexualidad. En diciembre, Pha representó a los jóvenes en ICASA —siglas en inglés de Conference of Aids and IST in Africa—, la conferencia internacional más importante sobre la lucha contra el VIH y las enfermedades sexualmente transmisibles, que tuvo lugar en Ruanda.
«Mi proyecto de vida ahora es encontrar una solución a mi incontinencia urinaria, trabajar para ser independiente, casarme para fundar mi propia familia y contribuir a que otras personas minusválidas no sufran lo que yo. Me gustaría coger su mano durante todo su trayecto hacia su propia autonomía, como mi papá lo ha hecho conmigo, yo seré para ellos lo que mi padre ha sido para mí».