Fuente: https://www.sinpermiso.info/textos/rendimientos-crecientes-y-decrecientes-una-oportunidad-para-el-desarrollo-de-africa Erik Reinert 12/06/2020
Rendimientos crecientes y decrecientes: una oportunidad para el desarrollo de África
“Esta tendencia a los Rendimientos Decrecientes fue la causa de la separación entre Abraham y Lot, así como de la mayoría de las migraciones de la historia”, escribió el fundador de la economía neoclásica Alfred Marshall en la primera edición de su manual Principios de Economía (1890).[1]
La observación de Marshall respecto a los rendimientos decrecientes tiene total vigencia de cara a comprender los patrones migratorios actuales. La emigración, al menos la económica, se produce desde países centrados en actividades sujetas a rendimientos constantes o decrecientes, hacía aquellos cuyas actividades económicas fundamentales están vinculadas a rendimientos crecientes a escala. Los rendimientos decrecientes ocurren cuando un factor de producción está limitado por la naturaleza, como ocurre en la agricultura, la minería y la pesca. Por lo general, la tierra, los minerales y las zonas pesqueras de mayor riqueza se explotan en primera instancia, hasta alcanzar un umbral a partir del cual, más especialización se traduce en más empobrecimiento.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE, 2018) relata con claridad este hecho para el caso de la economía chilena, al mostrar como a medida que se extraen toneladas de cobre adicionales, el coste de producción va en aumento.
En la teoría de Alfred Marshall, la “Ley de los Rendimientos Decrecientes” está relacionada con la “Ley de los Rendimientos Crecientes”, comúnmente conocida como economías de escala. En esta última, encontramos el fenómeno opuesto; cuanto mayor es el volumen de producción, menos costosa se vuelve una unidad de producción adicional.
Tradicionalmente, las economías de escala se encontraban principalmente en la industria manufacturera, y los rendimientos crecientes combinados con el cambio tecnológico han sido durante siglos la principal fuerza impulsora del crecimiento económico. Las actividades económicas con rendimientos crecientes crean competencia imperfecta, poder de mercado y grandes barreras de entrada para los competidores (empresas o naciones), dificultando su ingreso a estas actividades. Lo contrario sucede con las rentas producidas en condiciones de rendimientos decrecientes, como en el caso de muchas materias primas (productos básicos). Estas rentas están sujetas a mercados perfectos, y las mejoras en la productividad se extienden a medida que los precios bajan, produciendo reducciones salariales y un círculo vicioso negativo. Esta es la esencia de la idea que el ex economista jefe del Banco Mundial, Justin Yifu Lin, exponía cuando acertadamente afirmaba que “Exceptuando unos pocos países exportadores de petróleo, ningún país se ha enriquecido antes de industrializarse” (Lin 2012: 350).
En línea con estas argumentaciones y reconociendo que “la interacción libre entre demanda y oferta” puede producir resultados subóptimos, Alfred Marshall sugería que una medida sencilla para potenciar el crecimiento “sería la imposición de un impuesto por parte de la comunidad sobre la producción de aquellos bienes que obedecen a la Ley de Rendimientos Decrecientes, y destinar la recaudación a recompensar mediante subsidios la producción de aquellos bienes en los que la Ley de Rendimientos Crecientes actúa acusadamente (Marshall 1890: 452)”. Aquí Marshall describe lo que todos los países actualmente ricos han hecho, principalmente, a través de la protección arancelaria de actividades con retornos crecientes. Ya en 1485, al mismo tiempo que Inglaterra comenzó a gravar las exportaciones de lana en crudo, subsidiaba la producción de lana procesada (tejidos, ropa). Esta fue la esencia de la industrialización por sustitución de importaciones que sacó a algunos países no Occidentales del colonialismo económico. Durante siglos, las colonias fueron esencialmente áreas donde la producción de la mayoría de los bienes industriales estaba prohibida, como también los estuvo en Estados Unidos hasta 1776.
La última vez que en Occidente se utilizó esta teoría fue en Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. El Plan aprobado por los Aliados en 1943, llamado Plan Morgenthau, que prohibía la industria en Alemania, se transformó rápidamente en lo opuesto (el Plan Marshall) cuando los Aliados entendieron que una Alemania occidental pobre se convertiría en una presa fácil para la Unión Soviética. En marzo de 1947, el ex presidente Herbert Hoover envió un mensaje claro a Washington: “Existe la ilusión de que tras las anexiones territoriales de las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial, la Nueva Alemania se vea reducida a un “estado pastoral”. Esto no es posible al menos que exterminemos o movamos a 25.000.000 millones de personas fuera del país”. Hoover comprendió que la densidad de población de un país está determinada por su estructura económica: la industrialización hace posible aumentar considerablemente la capacidad de una nación de soportar una mayor densidad poblacional.
Sin embargo, a medida que la economía neoclásica se desarrolló, las leyes sobre la disminución y el aumento de los rendimientos fueron cediendo paso a otra parte de la teoría de Alfred Marshall que convirtió el “equilibrio” en la metáfora básica de la teoría económica estándar. A través de las muchas ediciones de los Principios de Marshall, podemos observar cómo estas Leyes, respetuosamente escritas con una L mayúscula, se convirtieron gradualmente en tendencias (sin mayúsculas).[2] Al no ser compatible con el equilibrio y a pesar de su importancia para el análisis económica, durante la década de 1930 los rendimientos crecientes desaparecieron de la teoría económica. Con rendimientos crecientes y decrecientes el equilibrio no sería posible. Este equilibrio es la base para el resto de la edificación conceptual de la economía dominante. Si el objetivo hubiera sido el realismo, el equilibrio habría desaparecido de la teoría económica porque no es compatible con la existencia de rendimientos crecientes.
Alrededor de 1980, Paul Krugman logró modelar rendimientos crecientes en el comercio internacional. Cuando sus artículos sobre el tema se publicaron en forma de libro (Krugman, 1990), la introducción del mismo reveló una visión importante: “El largo período de dominio de Ricardo… -de la ventaja comparativa sobre los rendimientos crecientes – se debió en gran parte a la creencia de que la alternativa era necesariamente un desastre. En efecto, la teoría del comercio internacional siguió el camino de menor resistencia matemática” (Krugman 1990: 4). En otras palabras, fueron las características y las limitaciones inherentes de las herramientas matemáticas elegidas las que determinaron, en menoscabo de factores cruciales para comprender la riqueza y la pobreza, la agenda de investigación de la economía dominante. Krugman admitió que esta noticia era más que bienvenida.
Y, ¿qué encontró Krugman cuando comenzó a usar modelos con rendimientos crecientes y decrecientes? Obtuvo la misma conclusión que Marshall en 1890, y que posteriormente el economista estadounidense Frank Graham (1923) rescató: los países especializados en actividades con rendimientos crecientes, lo hacen en ser ricos, mientras que los especializados en actividades sujetas a rendimientos decrecientes, lo hacen en pobreza (mi postura). En este sentido, Krugman elogia a los economistas clásicos del desarrollo Gunnar Myrdal y Arthur Lewis. Así en su artículo de 1981 recupera la teoría marxista del desarrollo desigual, refiriéndose en dos ocasiones a la teoría del imperialismo de Lenin (Krugman 1981: 101-102). Respecto al problema de la migración, Krugman considera que la fuerza laboral del norte (país industrializado) se convierte en una “aristocracia laboral”: Esto podría significar que junto con el capital exportador, la región industrial podría comenzar a importar mano de obra durante su segunda etapa de crecimiento, tal y como también señalaron Hobson (1902) y Lenin (1939). Ambas referencias fueron utilizadas por el propio Krugman
Los artículos de Paul Krugman publicados en torno a 1980 brindaron una enorme oportunidad a la economía dominante no solo de actualizar las ideas de su período pre-matemático, sino también de reducir su creciente división con el marxismo y sus diversas variantes. Como indiqué por primera vez hace 25 años en un artículo, Krugman abrió una Caja de Pandora que liberó el espíritu de la esperanza (me refiero a la segunda vez que Pandora abrió la caja liberando a Elpis, espíritu de la esperanza), pero muy pronto decidió sentarse sobre su tapa: la esperanza fue detenida. Cuando en 1996 Inglaterra celebró el 150 aniversario de La Derogación de las Leyes del Grano (1846) que abolían los aranceles sobre productos agrícolas (por definición, producidos con rendimientos decrecientes), Krugman había asumido la posición neoclásica clásica de defender a David Ricardo a toda costa. Por entonces Krugman estaba molesto con que ni intelectuales ni empresarios comprendieran la idea de Ricardo de la ventaja comparativa, que según su opinión era “totalmente acertada, inmensamente sofisticada y extremadamente relevante para el mundo moderno” (Krugman, 1998: 35). Tras estos sucesos, cualquier referencia a la dicotomía retornos crecientes-decreciente, hasta donde hemos podemos comprobar mis alumnos y yo, desaparece de la obra de Paul Krugman.
La explicación más amable de por qué Krugman no continuó por el camino que el mismo marcó en 1980 está relacionada con la demanda. Alrededor de dicha fecha, en Occidente apenas existía ninguna demanda de teorías que “probaran” que Lenin estaba en lo cierto. En mi tesis doctoral (Reinert 1980), apoyándome en los planteamientos de Antonio Serra (1613) y Frank Graham (1923), demostré empíricamente la dicotomía entre rendimientos crecientes-decrecientes para el caso de tres países latinoamericanos: las bananas en Ecuador, el algodón en Perú y el estaño en Bolivia. En estos países, al estar intensamente especializados en áreas con rendimientos decrecientes, a medida que se reducía la producción, aumentaba considerablemente la productividad. Comparé mis hallazgos con lo que Schumpeter denominó como rendimientos crecientes históricos, es decir, los efectos combinados de incrementar rendimientos crecientes y cambio tecnológico. Mis conclusiones fueron claras, los países que produjeron rendimientos crecientes se enriquecieron, mientras que los países productores de materias primas permanecieron atrapados en una situación de pobreza bajo rendimientos decrecientes y competencia perfecta. Si bien los miembros del tribunal evaluador de mi tesis doctoral elogiaron el trabajo, también me advirtieron que no había demanda para tales ideas. La ideología dominante por aquellos tiempos era resucitar a David Ricardo.
Como podemos observar en el siguiente n-gram (ver Figura 1), las menciones a David Ricardo se dispararon al comienzo de la Guerra Fría.[3] Esta fecha coincide con la “prueba” aportada por Paul Samuelson para sostener, bajo los supuestos estándares de la economía neoclásica, que el libre comercio mundial crearía una “igualación en el precios de los factores”. Esta igualación paulatina en los precios del capital y de la mano de obra, se produciría siempre y cuando el comercio mundial funcionara libremente. La argumentación de Paul Samuelson conformó una respuesta ideológica a la promesa comunista: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”. En palabras de Lionel Robbins, la economía se había convertido en un “Harmonielehre”, una ciencia que predice la armonía económica universal.
Figura 1. N-Gram con la búsqueda ‘David Ricardo’ para el periodo 1817-2008.
La mayoría de los economistas no son conscientes de lo reciente que es la popularidad universal de Ricardo. Si bien su obra original data de 1817, no es hasta la revolución rusa de 1917 (100 años después), cuando encontramos un gran aumento en el número de menciones a David Ricardo en la web. En ese momento, la nueva Unión Soviética se embarcó en una política industrial proteccionista inspirada por Sergei Witte, ex Ministro de Finanzas bajo dos zares y traductor ruso de Friedrich List.[4]
El aumento en el interés académico en David Ricardo a partir de finales de 1940 es algo sorprendente. En este momento y al mismo tiempo que en “el mundo real” el Plan Marshall estaba siendo extremadamente exitoso, la ciencia económica estaba ocupada construyendo una teoría complemente opuesta al mismo Plan Marshall. La teoría económica en construcción exponía la imposibilidad de crear de riqueza mediante la especialización de todas las naciones en actividades con retornos crecientes. El conflicto entre el mundo real y la teoría económica tuvo un profundo impacto en la OCDE durante las siguientes décadas y las experiencias positivas del Plan Marshall se desvanecieron en la práctica.
En lo referente al término “ventaja comparativa”, en la Figura 2 observamos que pese a haber aparecido en 1817 (con la publicación de la teoría de Ricardo), no es hasta el inicio de la Guerra Fría cuando se experimenta de nuevo un aumento considerable en el uso del término. Del mismo modo que ocurre en la Figura 1 con el término “David Ricardo”, la frecuencia de su utilización se reduce significativamente poco después del colapso de la Unión Soviética. A este respecto, con la Figura 2 puede argumentarse que la expresión “Ventaja comparativa” es una expresión de la Guerra Fría.
Figura 2. N-gram con la búsqueda «ventaja comparativa» para el periodo 1817-2008.
Desde hace años, Europa está afrontando la llegada de migraciones masivas de proporciones bíblicas en cuanto al número de llegadas. Vivimos tiempos en los que debemos recuperar urgentemente las acertadas percepciones de finales de los años 40 de los jóvenes Alfred Marshall y Herbert Hoover. Sus visiones respecto a la estrategia a seguir por los países pobres representaron una perspectiva opuesta a la de David Ricardo y su idea de la ventaja comparativa. También respecto a las recomendaciones de las Instituciones de Washington (el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional), que pese a reconocer la independencia formal de los países africanos, continúan preservando un estatus colonial de facto al impulsar con sus condicionalidades la agenda de la “ventaja comparativa”.
Desde el prisma del Tercer Mundo, es importante observar que la única ocasión durante el siglo XX en que Occidente abandonó la ideología de la ventaja comparativa se debió a la necesidad política de detener al comunismo. Es improbable que algo así se repita si no existe un interés de tal magnitud para Occidente. Detener, o reducir, la llegada de inmigrantes a Europa es hoy en día una urgencia similar a la que en 1947 fue detener el comunismo. Este hecho otorga a África, por primera vez en casi 70 años, la oportunidad de aprovechar esta ventana de oportunidad. Es aquí donde la experiencia de Zimbabue puede servir de aprendizaje. El país sudafricano logró convertir el boicot en un programa de industrialización muy exitoso, donde la industria manufacturera llegó a superar la cuota del 30% de su Producto Interior Bruto.
En la actualidad, alrededor de 900 millones de personas en el planeta pasan hambre por escasez de alimentos. Muchas de ellas tratarán de desplazarse hacia países donde encontrar trabajo y mejorar las posibilidades de alimentar a sus hijos. La única manera de “ayudar a los migrantes donde están” es cambiar la política comercial mundial para permitir a las naciones africanas seguir, al industrializarse, el mismo camino que todas las naciones ricas utilizaron para serlo. La ola de migración permite demandar nuevamente una teoría esbozada ya en 1613 por Antonio Serra, y descuidada durante las luchas ideológicas de la Guerra Fría. Los acuerdos comerciales deberían, al contrario de lo que hacen, permitir la posibilidad de crear empleos en industrias africanas con rendimientos crecientes. En una reciente reunión de la OCDE en París, Marruecos presentó un ambicioso plan industrial. Esperemos que otros sigan su estela.
En 1947 las ideas de Alfred Marshall y el ex presidente Herbert Hoover sobre la importancia de la industria manufacturera detuvieron los avances del comunismo. En esa tarea fue decisivo el apoyo que ambos recibieron de George Marshall, Secretario de Estado y primer general estadounidense galardonado con el rango de cinco estrellas. Los tres eran hombres con una vasta experiencia práctica. Alfred Marshall, el más teórico, había “deambulado” durante muchos años viajando y trabajando en el entorno fabril. Él mismo alude al término alemán Wanderjahre.[5] Herbert Hoover era ingeniero de minas y había dirigido el programa de asistencia estadounidense a Alemania tras la Primera Guerra Mundial. George Marshall tuvo la ardua tarea de dirigir la logística militar de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Los tres, eran hombres que comprendieron bien los procesos necesarios para generar riqueza, sorteando los restrictivos supuestos conceptuales de la economía neoclásica.
En los tiempos que corren, recuperar las ideas de Antonio Serra (1613), Alfred Marshall (1890) y Herbert Hoover (1947) podría permitir a los africanos que emigran por razones económicas tener unos ingresos suficientes para, si lo desean, vivir dignamente en sus países de origen. La metáfora del “equilibrio”, al eliminar la importancia de los rendimientos crecientes y por ende la competencia imperfecta, se ha convertido en un arma letal en el Mediterráneo.
Bibliografía:
Graham, Frank, 1923. “Some Aspects of Protection Further Considered.” Quarterly Journal of Economics 37: 199-227.
Hobson, John A., Imperialism: A Study. London, Nisbet, 1902.
Krugman, Paul, “Trade, Accumulation and Uneven Development” (1981), in Krugman, Paul (ed.), Rethinking International Trade. Boston MA, MIT Press, 1990, pp. 93-105.
Krugman, Paul, “Ricardo’s difficult idea: Why intellectuals don’t understand comparative advantage’, in Cook, Gary (red.), The Economics and Politics of Free Trade. Freedom of Trade, Volume II, London, Routledge, 1998, pp. 22-36.
Lenin, Vladimir, Imperialism, the Highest Stage of Capitalism, New York, International Publishers, 1939.
Lin, Justin Yifu, New Structural Economics: A Framework for Rethinking Development and Policy, Washington DC, World Bank Publications, 2012.
Marshall, Alfred, Principles of Economics, London, Macmillan, 1890.
OECD, Economic Survey of Chile 2018, Paris, 2018.
Reinert, Erik, International Trade and the Economic Mechanisms of Underdevelopment, Ph. D. thesis, Cornell University, 1980.
Reinert, Erik, How Rich Countries Got Rich… and Why Poor Countries Stay Poor, London, Constable, 2
Notas:
[1] El relato de Abraham y su sobrino Lot hace referencia a la narración bíblica del capítulo 13 del Primer libro de Moisés llamado Génesis. Según se narra: “…Y asimismo Lot, que andaba con Abram, tenía ovejas, y vacas…Y la tierra no bastaba para que habitasen juntos…Y hubo contienda entre los pastores del ganado de Abram y los pastores del ganado de Lot;…Entonces Abram dijo a Lot: No haya ahora altercado entre tú y yo, ni entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos. ¿No está toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mí…Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del Jordán; y partió Lot hacia el oriente, y se apartaron el uno del otro”. (Versículos 5, 6, 7, 8, 9 y 11, Génesis, Antiguo Testamento). Esta y el resto de las notas del artículo se corresponden con aclaraciones realizadas por el traductor.
[2] La primera edición en español de la obra de Marshall se publicó en 1922 con el título de “Tratado de Economía Política” (traducción a cargo de Pío Ballesteros, editorial La España Moderna, Madrid).
[3] Un n-gram configura un análisis estadístico descriptivo del número de veces que aparece una palabra o un conjunto de palabras en un libro digitalizado en Google. Las búsquedas realizadas en las figuras que aparecen en este artículo han sido realizadas en inglés. Si para el caso de la figura dos, se realiza la búsqueda en español, se encontraría un pequeño repunte hacia 1848, que podría explicarse en parte por el periodo revolucionario. Herramienta accesible aquí.
[4] Friedrich List (1789-1846) fue uno de los economistas más influyentes de la Europa Continental del siglo XIX. Destaca el énfasis que daba en sus ideas a la importancia de la industria manufacturera como herramienta básica del desarrollo.
[5] El término Wanderjahre, cuya tradición se remonta a la Edad Media, hace referencia al período de viajes que un aprendiz realiza tras finalizar su formación con el fin de consolidar su saber en la práctica, adquirir experiencia y construir su identidad como futuro maestro.
Traducción para Sin Permiso: Fernando García-Quero
Fuente:
Increasing and Diminishing Returns – Africa’s Opportunity to Develop
Traducción:Fernando García-Quero