Recorrido por “La salud del muerto” bañado por el espíritu …

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Un recorrido por “La salud del muerto” bañado por el espíritu de Gabo que le sale por los poros

Nos comenta el escritor Luis Fernando (Tomessa, 1961) que llegó a Cuba para estudiar la carrera de periodismo salido de un mundo de magia que es Angola y su campo y añade que “fue la lectura de Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez, más que todo, el empujón definitivo para que cayera, de lleno, en ese mar de fiesta eterna que es lo real maravilloso”. Y es este escritor colombiano el que nombra en primer lugar, a pesar de  identificarse con la narrativa de Pepetela por su uso del humor, sobre todo.

Periodista primero, como muchos otros escritores angoleños, Luis Fernando es un gran oidor. Las historias que escuchó desde niño alimentaron su cosmogonía íntima que gracias a su sensibilidad emergió vertiéndose años después en papel. Su primera obra de ficción, La salud del muerto, surgió de esa mezcla entre ficción y realidad que él mismo vivió y que tuvo la necesidad de recrear.

Lo mágico de la realidad y la necesidad de unirse a la naturaleza y al entorno rural tiene como punto de partida su lugar de origen, un pueblo al que vuelve huyendo de la urbe siempre que puede. Así, lo imaginado rural, un espacio atemporal sin nombre, se une a lo cimentado sobre un lugar que existe en la realidad de nombre Kapa (a escasos 5 kilómetros de la Tomessa natal) y que se edificó tal y como se cuenta en el libro por la voluntad del hombre más enigmático de su época: João Kyomba. Tras la idea original de la novela, que nada en la oralidad, subyace un deseo deliberado del escritor “de eternizar la saga de un pueblo extraño, misterioso, poco común, aun en las circunstancias de África en que la poligamia es un rasgo fuerte de la identidad del continente”, explica.

João Kyomba, el brujo más famoso del territorio Uíge, y su eterno rival Soares Mulengo centran la narración. El duelo entre dos hombres sin tregua muestra que el ámbito rural puede estar alejado de la idea romántica e idílica para visionar un lugar de confrontación. Si bien nada parece inmutar la vida de estos pueblos, todo transcurre según lo que está acordado, sin sobresaltos ni interés por los cambios y donde la mujer es valorada por su juventud y capacidad reproductiva, la narración nos muestra que también son sociedades que dan lecciones de convivencia basadas en la ayuda mutua y la solidaridad.

La tradición manda, se cuentan historias inexplicables y se recurre al hechizo como el modo más sencillo de explicar lo que sucede. Pero surgen las dudas y la necesidad de buscar la razón de las cosas. Frente a la simplicidad, surge la complicación, frente al pasivo comportamiento, ante hombres “que consiguen ser lo que querían”, que levantan civilizaciones a golpe de conspiraciones políticas y violaciones, se levanta otra generación que quiere despegarse de aquello, mana la alteración y el agitar el pensamiento que busca la ruptura para engendrar un descontento tratando de alcanzar el grial de la sabiduría.

La vivencia pacata del entorno rural se contrapone a la nueva necesidad de dar explicación a situaciones que se creen nuevas, pero que siempre han existido (como la condición de hermafrodita) y a las que el obcecamiento lleva a la crueldad en su ansia por saber o a la vanidad y aunque su descubrimiento no sea siempre compartido, lo que se traduce en un nuevo hermetismo del ámbito en el que se origina.

Luis Fernando escribe con palabras hermosas, dejando volar su imaginario sin trabas interpuestas. La historia se sustenta en sí misma, como si fuera contada al igual que lo fueron las narraciones que de niño el escritor escuchó y que forjaron el mundo mítico de su infancia rural, a veces sin que podamos determinar a dónde nos lleva, como si estuviera dentro del bucle que conforma su propio universo y eso bastara.

La vida excesiva del aventurero mago africano, capaz de vencer a la misma muerte, nos sorprende y nos inquieta. Se suceden las situaciones inverosímiles que parecen conformar por si mismas narraciones completas y que se yuxtaponen a otras como burbujas.  Y entre medias, la ironía, el humor, que surge de las situaciones más rocambolescas, sus falsedades escritas a las que el escritor da rienda suelta, “es una literatura de puro placer,  para disfrutar, divertirse, relajarse, la que me propongo abrazar”, afirma el autor.

Está inventando, pensamos. Quién sabe.

 La salud del muerto (A saudade do morto, 2002) de Luis Fernando. Trad. Ana María Iglesias. Baile del Sol y Casa África, 2020

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