Qué pasa cuando la innovación nace de una mujer negra

 

Cuando la innovación nace de una mujer negra, el mundo no lo llama innovación. Lo llama intuición, resiliencia o arte popular. Nunca tecnología. Nunca avance. Porque el sistema reconoce como «innovación» aquello que nace dentro de sus propias fronteras: las universidades del norte, las empresas tecnológicas, las incubadoras de talento donde casi nunca hay mujeres negras.

Y sin embargo, en los márgenes, lejos de los fondos públicos y las becas de innovación, las mujeres negras están creando futuro.

Cuando la innovación nace de una mujer negra, no suele nacer entre recursos, sino entre límites. No surge de la abundancia, sino de la necesidad. De hacer existir lo que no existe. De la convicción de que la tecnología, el arte o la comunicación pueden ser herramientas para reparar, y también para progresar profesionalmente y vivir con dignidad.

Porque la innovación negra es un gesto de resistencia y una estrategia de vida. Una búsqueda de reconocimiento material y simbólico en un mundo que todavía se beneficia del trabajo intelectual y creativo de las mujeres negras sin retribuirlo.

El talento negro, cuando no se ajusta al molde, se convierte en un talento no remunerado. Se celebra simbólicamente, se aplaude en congresos y reportajes, pero rara vez se financia, se contrata o se sostiene. Y ahí reside la injusticia más profunda: el sistema acepta las ideas de las mujeres negras, pero no las incorpora como parte legítima del ecosistema económico de la innovación.

Cuando una mujer negra crea una herramienta de inteligencia artificial ética, cuando dirige un proyecto digital que reúne a cientos de miles de personas, cuando produce cortos animados que cambian la representación cultural, está ejerciendo innovación tecnológica, comunicativa y social. Pero lo hace en soledad económica. Sin becas, sin subvenciones, sin los privilegios de los que otros proyectos —más jóvenes y con menor impacto— disfrutan con normalidad.

Mientras algunos reciben fondos públicos para «visibilizar» el racismo, las creadoras negras que llevan más de una década visibilizándolo siguen sosteniendo su trabajo con esfuerzo personal y precariedad. Y aun así, crean. Aun así, avanzan.

Por eso, cuando la innovación nace de una mujer negra, también nace una pregunta incómoda: ¿por qué la creatividad negra se celebra cuando es gratuita? ¿Por qué se aplaude el discurso, pero no se financia la estructura que lo sostiene? ¿Por qué seguimos asociando el genio negro a la entrega, y no al derecho a vivir de su talento?

Esto ya no es un techo de cristal. Es un muro económico construido con indiferencia institucional. Un muro que impide que las mujeres negras que innovan accedan a los recursos que su propio trabajo justifica.

Y aun así, la innovación sigue naciendo. Nace sin permiso, pero con sentido. Nace desde la ética y desde la ambición legítima de ocupar espacio y recibir reconocimiento. Porque crear no debería ser una forma de sobrevivir, sino de prosperar.

La innovación que nace de una mujer negra es ética, estética y política. Y también económica. Tiene valor, produce valor y merece valor.

Cuando el mundo lo entienda, la innovación dejará de ser un privilegio y se convertirá, por fin, en una práctica justa.

Antoinette Torres Soler

Directora y Fundadora de Afroféminas
Lic. Filosofía. Máster en Comunicación de Empresa y Publicidad.
Cubana y española


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