Fuente: Umoya num. 101 – 4º trimestre 2020 Raquel Estacio
La COVID-19 está en boca de todos. Ha sido, sin duda, el principal protagonista de discusiones y sobremesas los últimos meses. Aquel virus desconocido que creíamos inofensivo para todos llegó a nuestras vidas como un huracán y arrasó con todo lo que encontró a su paso, hasta provocar una pandemia mundial.
La peligrosa situación desató una preocupación desmesurada por los estragos que pudiera causar el coronavirus en África. Muchos científicos y líderes internacionales advirtieron que el virus podía ser catastrófico en un continente ya golpeado en su historia por epidemias como la malaria, la tuberculosis, el cólera, el VIH o el ébola. Es decir, se proyectó de nuevo el viejo estereotipo de una África condenada al sufrimiento continuo de pandemias y a su incapacidad para resolver problemas.
Sin embargo, África nos ha demostrado, una vez más, que ha sabido abordar una crisis a gran escala mejor que el resto del mundo. La tasa de mortalidad en Europa por coronavirus es de un 4,5% mientras que en el continente africano es de un 2,4%, a pesar de ser el segundo continente más grande del planeta después de Asia, con las dificultades de contención del virus que eso supone.
Según el médico y economista ugandés, Sam Agatre, lo primordial para evitar falsas predicciones es trabajar con datos desde y para África, no con informaciones procedentes de otros países. Para desarrollar esta idea, es necesario que los occidentales dejemos de interferir para que las universidades del continente y sus científicos realicen su labor y no sean invisibilizados.
Sin embargo, a pesar de los conocimientos que poseen los africanos en gestión de pandemias, no son escuchados en el marco de las soluciones internacionales. A los ojos del mundo, África sigue viéndose, injustamente, como un continente pobre y sin recursos, incapaz de aportar valor al planeta.
Cada vez es más evidente que en África el efecto de esta pandemia a nivel sanitario no va a ser tan grave como el económico. Las actuaciones y ayudas de cooperación internacional se van a ver frenadas y los países que las aportan mirarán únicamente por su propio beneficio.
Aunque los hábitos sanitarios en África están jugando a su favor, los intereses de las grandes corporaciones farmacéuticas hacen que otras enfermedades como la malaria o el VIH provoquen miles de muertos cada año.
Europa debería admirar (y adoptar) el coraje y la determinación que han mostrado los países africanos, ya que aplicaron con éxito desde el principio medidas restrictivas y efectivas para detener la expansión del virus, pese al efecto negativo que ha tenido en sus economías.
Una vez más, África demuestra al mundo que la competencia y la capacidad no dependen del color de la piel, sino del valor, la empatía y la humanidad.