¡Que los robots coticen a la Seguridad Social!

 

Betzie Jaramillo

La automatización avanza a pasos agigantados y, según diversos estudios, podría dejar a millones de personas sin trabajo en la próxima década. Ante esta perspectiva, surge una propuesta revolucionaria: que las máquinas y robots coticen a la Seguridad Social, contribuyendo así al bienestar de la sociedad y liberando a los humanos de trabajos monótonos y esclavizantes

Con la Cuarta Revolución Industrial en marcha, el debate sobre el impacto de la automatización en el empleo humano cobra fuerza. ¿Es hora de que los robots y las IA contribuyan al sistema de Seguridad Social?

Dicen que para 2030 entre 400 y 800 millones de personas podrían ser sustituidas por robots y otras automatizaciones y quedarán sin trabajo (Informe McKinsey Global Institute). Aquí, en España, para esa fecha calculan 1,6 millones (José Ignacio López-Sánchez. UCM). Y en general todos piensan que el 50% de los trabajos son automatizables, o sea pueden prescindir de humanos para ejercer sus funciones. Y son mejores, aumenta la productividad, son más baratos que la gente, no tienen horario y trabajan 24/7 sin paradas sindicales y es imparable. Para resumir: se viene pesado.

La Cuarta Revolución Industrial llega como un tornado categoría F5 y arrasará a operarios de fábrica, teleoperadores, traductores, transportistas, trabajadores del campo, contables, administrativos, trabajadores en puertos, analistas financieros, periodistas, gestores, asesores fiscales, reponedores de supermercado, cajeros de supermercado, diseñadores, publicistas, a tu primo, tu sobrina y a ti mismo. No hay bunker donde refugiarse. La pregunta de siempre es: ¿Qué hacer?

No hay oponerse a la automatización, es más, mientras más robots, mejor, abrirle las puertas a que nos sustituyan y que coticen a la Seguridad Social como nosotros y que así contribuyan al bienestar de la sociedad y cumplan con su mejor propósito: liberar al ser humano de la esclavitud del trabajo. Toda máquina y automatización que remplace a una persona debe cotizar a la SS. Que la máquina de autopago del súper que dejó en la calle a Sofía, que el vending de bebidas y chocolatinas que ha eliminado el puesto de Francisco, que la voz generada por IA ha dejado muda a Vanessa en su teleasistencia, que el Chatgpt que escribe noticias dejó a Mario sentado en su sofá mirando al techo, que ese brazo de metal que arma coches metió a Esteban en la lista de despidos y el programa de análisis financiero que obligó a Carlos a devolver el Mac y la tarjeta del gimnasio para ejecutivos, que todos esos robots, IA´s, máquinas de autoservicio paguen las cotizaciones del desempeño de esos trabajos. Y que Sofi nunca más tenga que volver a mover toneladas de productos por el lector y preguntar 500 veces ¿quiere bolsa? cada día, durante 8 horas y alguna extra.

Que las Sofis del mundo no tengan que dedicar su vida a un “trabajo de mierda” como llamaba David Graeber en su libro del mismo nombre, es una causa y una necesidad. Trabajos que embrutecen, agotadores, tediosos, sin sentido, inútiles, mal pagados, insalubres, machacantes, en los que se inmolan las ganas, los talentos, los años de la gente. Por eso, bienvenidas las máquinas que hagan esos trabajos esclavizantes. Y que coticen como si fueran trabajadores y contribuyan a su liberación.

¿Hay alguna legislación o iniciativa en el mundo que pide que las máquinas (IA, robots o automatizaciones) coticen a la SS)? Rotundo NO

Lo que ha habido son algunos intentos de cobrar un impuesto que mitigue las pérdidas de trabajo humano, todas fracasadas. Por ejemplo, Bill Gates propuso que paguen un impuesto para compensar las pérdidas fiscales y financiar la formación en nuevas capacidades a los “desplazados”, que es la palabra con que se define a los que han perdido su trabajo por las máquinas. El Parlamento Europeo, en 2017, mismo año del demoledor  Informe McKinsey, rechazó la propuesta de un impuesto a los robots y Francia y Alemania han discutido lo de esos impuestos, pero sin resultado alguno. Sólo Corea del Sur ha legislado para abordar el huracán de despidos con una legislación para reducir los incentivos fiscales a las empresas que invierten en automatización. Los argumentos para oponerse son los previsibles: que si desalientan el progreso tecnológico y la innovación, que si algún país lo legisla, las empresas volarán a países con menos impuestos y afectarán a la competitividad y la economía local y que sería la ruina para muchas empresas. O sea, lo de siempre y como siempre ante cualquier propuesta de limar un poco la brutal y creciente desigualdad. Y antes de siquiera empezar a discutir la posibilidad de que los robots paguen impuestos, se plantea la discusión previa de “¿Qué es un robot?” que puede ser eterna.

Pero ahí está la idea palpitando y esperando a manifestarse. Lo hará, porque si el futuro queda en manos de los amos de los robots, la inmensa mayoría seremos “desplazados”, forma suavizada de “prescindibles”. Que los robots coticen por el trabajo que ejecutan y contribuyan es justo y necesario para imaginar algún tipo de futuro mejor que el que predicen. Una vez liberados, gracias a la cotización de los robots, ya pensaremos qué hacer, desde pintar acuarelas o estudiar física cuántica, ser experto en comportamiento de hormigas o escribir tesis doctorales sobre cómo se consiguió liberar a los esclavos de los salarios miserables en el siglo XXI.

* Betzie Jaramillo Becker es periodista y guionista chilena. Ha trabajado en televisión, radio y prensa escrita en Chile y España. En 2005 obtuvo el Premio SERNAM “Periodismo y Mujer”. Forma parte del Colectivo LoQueSomos.
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