Fuente: UMOYA Por Oliva Cachafeiro. Directora del Museo de Arte Africano Arellano Alonso de la UVa Num 105 4º trimestre 2021
¿Qué es ser artista? ¿Es tener un nombre? ¿Es ser reconocido? Es exponer en los mejores museos y galerías? ¿O es tener la capacidad de trabajar un material y conmover con el resultado? El debate sobre el significado de la palabra artista es muy antiguo. Y de hecho, “oficialmente” no existieron hasta el Renacimiento, cuando los creadores europeos (de las creadoras ni hablamos) empezaron a firmar sus obras y a ser reconocidos y ansiados por los mecenas. Entonces, ¿hasta ese momento no existían “artistas”? ¿Y fuera de Europa no se realizaba una creación artística tal y como se concebía en ésta?
Muchas preguntas, que en el caso del continente africano tienen una respuesta clara: existe la creación, por supuesto, y además con una tradición de siglos, pero sus autores son considerados “simples” artesanos. El problema es que esta figura ha sido minusvalorada frente a la idea del genio-artista. Sin embargo no
es así. La calidad del trabajo, la emoción que transmiten las piezas también se dan entre los humildes carpinteros o tejedo-
res africanos tradicionales.
El problema es que sus nombres no han pasado a la historia.
Estos personajes anónimos no gozaban de un estatus especial dentro de la comunidad.
Eran los encargados de fabricar objetos útiles (empleados en rituales funerarios, religiosos, de tránsito…), simbólicos (poder, autoridad y nivel social) y funcionales (como armas o
herramientas agrícolas). Sin embargo, cada uno incluía, cuando era posible, motivos ornamentales, dejando su huella personal y repitiendo rasgos estéticos comunes que llegaban a definir un estilo y que los identificaba como pertenecientes a una determinada cultura.
Uno de los artesanos/artistas más admirados es el carpintero. Lo primero que hará éste, al enfrentarse a un encargo, es seleccionar un árbol. Entonces realizará un ritual y un sacrificio, con el fin de solicitar autorización a los espíritus que habitan en su interior para cortarlo. Solo entonces lo talará y “sacará” de él una pieza mediante la talla, normalmente de forma directa, sin emplear cincel.
Por su parte, el herrero era admirado y temido a partes iguales. El hecho de que este artesano controle el fuego, material que atemorizaba a los africanos de hace siglos, le convertía casi en un ser superior y con poderes sobrenaturales.
Podía trabajar diversos metales, desde al hierro al oro, y era el encargado de fabricar también las herramientas para trabajar los campos.
En muchos pueblos, la mujer del herrero era a su vez la alfarera, sobre todo en las regiones islamizadas. Ambos formaban una pareja que infundía mucho respeto, ya que entre los dos dominan los cuatro elementos: agua, tierra, aire y fuego.
Hay que tener en cuenta que el trabajo del barro, relacionado con los útiles cotidianos, estaba reservado a la mujer. Ellas modelaban piezas no figurativas, ya que éstas se reservaban al alfarero. La razón: se pensaba que si una mujer en edad fértil realizaba una figura, el orden del mundo se alteraría y su capacidad reproductiva se vería afectada. Por ello, solo las mujeres menopaúsicas, que ya no corrían ese riesgo, podrían modelar también esculturas o recipientes antropomorfos o zoomorfos, destinados a rituales funerarios, religiosos o sociales.
La diferenciación de tareas se repite en el caso de los tejedores. Los hombres son los encargados de tejer, utilizando sobre todo telares verticales. Por su parte, las tejedoras se encargan de la ornamentación de las telas, mediante el bordado o las aplicaciones de conchas o cuentas de vidrio.
Estos tejidos se utilizaban, evidentemente, para vestir a los individuos, aunque son también símbolo de prestigio social,
económico o ritual.
Pero si normalmente los artesanos son los hombres, hay casos en los que una tarea está reservada a las mujeres. Y así ocurre en diversos pueblos con la pintura mural. Normalmente son ellas las encargadas de adornar las fachadas de las viviendas, salvo las ventanas y las puertas. El número y la variedad de los motivos será mayor cuanto más importante sea la familia, y suelen ser
renovados cada año en torno a febrero o marzo, coincidiendo
con el fin de la cosecha. El color, las formas geométricas y los
símbolos tradicionales llenan así las fachadas de los Kassena, un pueblo completamente aislado de Burkina Faso, en el que esta tradición parece que se remonta al siglo XV.
Más reciente es la pintura mural de los Ndebele (Sudáfrica), surgida ya en pleno siglo XX como una forma de autoafirmación y conservación de sus tradiciones frente a la colonización inglesa y holandesa.
De nuevo el color y las formas geométricas cubren las paredes de las casas, en este caso tanto en el exterior como en el interior, e incluso se trasladan a la artesanía. Las pinturas se han convertido igualmente en un símbolo de empoderamiento femenino.
Algunos de los diseños Ndebele, se han trasladado también al lienzo, introduciéndose en el mundo de las exposiciones en todo el mundo. Así se han difundido, pero además sus autoras han alcanzado, por fin, el estatus de artista. Estos nuevos y nuevas creadoras ya tienen nombre. Es a partir de los años 80 del siglo XX cuando se empieza a reconocer en Occidente el valor de las
creaciones africanas, entrando en los circuitos del arte internacional. Actualmente, en el continente existe un auténtico boom creativo, en el que las mujeres (fotógrafas muchas de ellas) tienen un gran protagonismo. Tanto ellas como ellos han logrado definir sus propios discursos, aportando nuevas lecturas e interpretaciones estéticas acordes a la realidad africana actual. Sus obras suelen hundir sus raíces en la tradición pero, a partir
de ella, denuncian situaciones como el racismo, la violencia contra la mujer o las consecuencias del colonialismo.
Ya podemos hablar pues, oficialmente, de artistas, pero ¿es que antes no lo eran? Mejor huyamos de estereotipos y abramos la mente, porque si no nos estaremos perdiendo todo un mundo de creación tradicional.