
Con el respaldo de potencias extranjeras, las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) están enfrentadas en una guerra sangrienta con consecuencias devastadoras para el pueblo sudanés.
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Reem Aljeally (Sudán), Ribbon Line [Línea de cinta], 2025.
Queridas amigas y amigos,
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.
A principios de noviembre, el Secretario General de las Naciones Unidas (ONU), António Guterres, se refirió a la “horrible crisis en Sudán, que se está saliendo de control”, instó a las partes en conflicto a “poner fin a esta pesadilla de violencia, ahora”. Existe un camino para terminar la guerra, pero simplemente no hay voluntad política para hacerlo cumplir. En mayo de 2025, escribimos sobre la historia del conflicto. En 2019, explicamos el levantamiento que tuvo lugar ese año, así como sus consecuencias. Ahora, desde el Instituto Tricontinental de Investigación Social, la Asamblea Internacional de los Pueblos y Panafricanismo Hoy, llega la Alerta Roja n° 21 sobre la necesidad de paz en Sudán.
¿Cuál es la situación real en Sudán?
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El 15 de abril de 2023 estalló la guerra entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF, por su sigla en inglés), lideradas por el jefe del Consejo Militar de Transición, el general Abdel Fattah al-Burhan y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, por su sigla en inglés), dirigidas por el teniente general Mohamed ‘Hemedti’ Hamdan Dagalo. Desde entonces, con el apoyo de diversos gobiernos fuera de Sudán, ambas partes han librado una terrible guerra de desgaste en la que la población civil es la principal víctima. Es imposible saber cuántas personas han muerto, pero claramente el número de víctimas mortales es significativo. Una estimación determinó que solo entre abril de 2023 y junio de 2024 el número de víctimas fue de hasta 150.000 y varias organizaciones de derechos humanos ya han documentado diversos crímenes contra la humanidad cometidos por ambos bandos. Al menos 14,5 millones de sudaneses de una población de 51 millones han sido desplazados. Las personas que viven en la franja entre El Fasher, Darfur del Norte y Kadugli, Kordofán del Sur, luchan contra el hambre aguda y la hambruna. Un análisis reciente de la Clasificación integrada de la seguridad alimentaria en fases de la ONU reveló que alrededor de 21,2 millones de sudaneses, el 45% de la población, se enfrentan a altos niveles de inseguridad alimentaria aguda y que 375.000 personas en todo el país se enfrentan a niveles “catastróficos” de hambre (es decir, al borde de la inanición).
Desde que inició la guerra, cientos de miles de personas desplazadas internamente buscaron refugio en El Fasher, entonces controlada en gran medida por las SAF. Aproximadamente 260.000 civiles todavía estaban allí en octubre de 2025 cuando las RSF vencieron la resistencia, entraron a la ciudad y llevaron a cabo una serie de masacres documentadas. Entre las personas asesinadas se encontraban 460 pacientes y sus acompañantes en la Maternidad Saudita. La caída de la ciudad ha significado que las RSF ahora controlan en gran medida la vasta provincia de Darfur, mientras que las SAF controlan gran parte del este de Sudán, incluyendo Puerto Sudán, el acceso del país al mar y al comercio internacional, así como la capital, Jartum.
Por el momento no hay indicios de que la situación vaya a mejorar.
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Salah Elmur (Sudán), Farewell Wall [Muro de despedida], 2024.
¿Por qué luchan las SAF y las RSF?
Ninguna guerra de esta magnitud tiene una causa simple. La razón política es clara: esta es una contrarrevolución contra el levantamiento popular de 2019 que logró derrocar al presidente Omar al-Bashir, quien gobernó desde 1993 y cuyos últimos años en el poder estuvieron marcados por el aumento de la inflación y la crisis social.
Las fuerzas populares y de izquierda detrás del levantamiento de 2019 –que incluían al Partido Comunista Sudanés, las Fuerzas del Consenso Nacional, la Asociación de Profesionales Sudaneses, el Frente Revolucionario Sudanés, las Mujeres de los Grupos Cívicos y Políticos Sudaneses y muchos comités de resistencia locales y vecinales– obligaron al ejército a aceptar supervisar la transición a un gobierno civil. Con la asistencia de la Unión Africana, se estableció el Consejo de Soberanía de Transición, compuesto por cinco miembros militares y seis civiles. Abdalla Hamdok fue nombrado primer ministro y la jueza Nemat Abdullah Khair, presidenta del poder judicial, con al-Burhan y Hemedti también en el consejo. El gobierno cívico-militar arruinó aún más la economía al provocar la fluctuación monetaria y privatizar el Estado, haciendo así más lucrativo el contrabando de oro y fortaleciendo a las RSF (este gobierno también firmó los Acuerdos de Abraham, que normalizaron las relaciones con Israel). Las políticas del gobierno militar-civil exacerbaron las condiciones que condujeron al enfrentamiento por el poder (control sobre el aparato de seguridad del Estado) y por la riqueza (control sobre el comercio de oro).
A pesar de sus funciones en el consejo, al-Burhan y Hemedti intentaron dar golpes de Estado hasta que lo consiguieron en 2021. Una vez apartados los civiles, los dos líderes militares se enfrentaron entre sí. Los oficiales de las SAF intentaron mantener su control sobre el aparato estatal, que en 2019 absorbió el 82 % de los recursos presupuestarios del Estado (según confirmó el primer ministro Abdalla Hamdok en 2020). También tomaron medidas para mantener el control de sus empresas, administrando más de 200 compañías a través de entidades como el Sistema de Industrias de Defensa controlado por las SAF (con ingresos anuales estimados en 2.000 millones de dólares), capturando una participación significativa de la economía formal de Sudán en los sectores de la minería, las telecomunicaciones y la importación y exportación de materias primas.
Las RSF, con raíces en la milicia Janja’wid (demonios a caballo), intentaron aprovechar la economía de guerra autónoma centralizada en torno a la Corporación Al Junaid de Actividades Múltiples, que controla las principales zonas productoras de oro en Darfur y alrededor de media docena de yacimientos mineros, incluido Jebel Amer. Dado que, a partir de 2022, entre el 50 y el 80% de la producción total de oro de Sudán, en lugar de exportarse oficialmente, se contrabandea, principalmente a los Emiratos Árabes Unidos; y como las RSF dominan la producción en las zonas de minería artesanal del oeste de Sudán (que representan entre el 80 y el 85% de la producción total), las RSF capturan enormes sumas de los ingresos del oro cada año (estimados en 860 millones de dólares solo de las minas de Darfur en 2024).
Bajo estas disputas políticas y materiales subyacen presiones ecológicas que agravan la crisis. Parte de la razón del largo conflicto en Darfur ha sido la desertificación del Sahel. Durante décadas, las lluvias irregulares y las olas de calor provocadas por la catástrofe climática han expandido el desierto del Sahara hacia el sur, convirtiendo a los recursos hídricos en una causa de conflicto, provocando enfrentamientos entre la población nómada y lxs agricultores sedentarixs. La mitad de la población de Sudán ahora vive con inseguridad alimentaria aguda. La incapacidad de crear un plan económico para una población devastada por los rápidos cambios en los patrones climáticos, junto con el robo de recursos por parte de una pequeña élite, deja a Sudán vulnerable a un conflicto a largo plazo.
No se trata solo de una guerra entre dos personalidades fuertes, sino de una lucha por la transformación de los recursos y su saqueo por parte de potencias extranjeras. Una vez más se ha puesto sobre la mesa un acuerdo de alto el fuego, pero la probabilidad de que sea aceptado o respetado es muy baja mientras los recursos sigan siendo el premio más codiciado por los distintos grupos armados.
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Omer Khairy (Sudán), Market Scene [Escena de mercado], 1975.
¿Cuáles son las posibilidades de paz en Sudán?
Un camino hacia la paz en Sudán requiere seis elementos:
Un alto el fuego inmediato y supervisado que incluya la creación de corredores humanitarios para el tránsito de alimentos y medicinas. Estos corredores estarían bajo el liderazgo de los Comités de Resistencia, que cuentan con la credibilidad democrática y las redes para entregar ayuda directamente a quienes la necesitan.
El fin de la economía de guerra, concretamente cerrando las rutas de oro y armas. Esto incluiría la imposición de sanciones estrictas sobre la venta de armas a los Emiratos Árabes Unidos y la compra de oro de ese país hasta que rompa todas las relaciones con las RSF. También deben implementarse controles de exportación en Puerto Sudán.
El regreso seguro de las personas exiliadas por motivos políticos y el inicio de un proceso para reconstruir las instituciones políticas bajo un gobierno civil elegido o apoyado por las fuerzas populares, principalmente los Comités de Resistencia. Las SAF deben ser despojadas de su poder político y activos económicos y sometidas al gobierno. Las RSF deben ser desarmadas y desmovilizadas.
La reconstrucción inmediata del poder judicial superior de Sudán para investigar y procesar a los responsables de las atrocidades.
La creación inmediata de un proceso de rendición de cuentas que incluya el enjuiciamiento de los “señores de la guerra” a través de un tribunal debidamente constituido en Sudán.
La reconstrucción inmediata de la comisión de planificación de Sudán y su ministerio de Finanzas para transferir el excedente de los enclaves de exportación hacia bienes públicos y protecciones sociales.
Estos seis puntos desarrollan los tres pilares de la Unión Africana y la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo (IGAD por su sigla en inglés) de la Hoja de ruta conjunta para la resolución del conflicto en Sudán (2023). La dificultad con esta hoja de ruta –al igual que con propuestas similares– es que depende de donantes, incluidos actores que están implicados en la violencia. Para que estos seis puntos se conviertan en realidad, las potencias externas deben ser presionadas para que terminen su respaldo a las SAF y las RSF. Estos incluyen a Egipto, la Unión Europea, Qatar, Rusia, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Estados Unidos. Ni esta hoja de ruta ni el canal de Jeddah, una vía de mediación saudí-estadounidense lanzada en 2023 que se centra en treguas cortas y acceso humanitario, incluyen a grupos civiles sudaneses y mucho menos a los Comités de Resistencia.
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Kamala Ibrahim Ishaq (Sudán), Loneliness [Soledad], 1987.
Aunque Sudán ha dado poetas que cantan sobre el dolor y el sufrimiento, terminemos con una nota diferente. En 1961, el poeta comunista Taj el-Sir el-Hassan (1935-2013) escribió Una canción afroasiática, que comienza conmemorando la masacre de Kosti en Joudeh, en 1956, cuando 194 campesinos en huelga fueron asfixiados hasta la muerte mientras estaban bajo custodia policial. Pero nos centraremos en el final de la canción, donde la voz del poeta resuena por encima de los disparos:
En el corazón de África estoy en la vanguardia,
y hasta Bandung se extiende mi cielo.
El retoño de olivo es mi sombra y mi patio,
oh, compañeras y compañeros:
oh, compañeras y compañeros de vanguardia, guiando a mi pueblo hacia la gloria,
sus velas están empapando mi corazón en luz verde.
Cantaré la estrofa final,
a mi amada tierra;
a mis compañeras y compañeros en Asia;
a Malasia,
y el vibrante Bandung.
Al pueblo de El Fasher, a aquellos en Jartum, a mis compañeras y compañeros en Puerto Sudán: caminen hacia la paz.
Cordialmente,
Vijay
