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Desde los tiempos de Jean Marie Le Pen, el Frente Nacional (desde 2018 llamado Rassemblement National), ha defendido una política exterior típicamente gaullista, alejada de la OTAN (o al menos del mando militar) y partidaria del rearme nuclear.
Pero en Europa cualquiera que hable contra la OTAN parece un comunista de la vieja escuela y, en los tiempos modernos, un rusófilo empedernido o un peón de Putin. Es lo que le ocurre ahora a Le Pen, Bardella y los suyos, aunque no sabemos si es Putin quien apoya a Le Pen, o más bien al revés, o ambas cosas a la vez.
Lo que les preocupa a los intoxicadores es dejar bien claro, en cualquier caso, que Putin forma parte de ese paquete fascista, lo mismo que Orban. En Europa los que se salen del redil ideológico son “extrema derecha”, negacionistas y antivacunas.
Sin embargo, la reacción francesa no ha inventado nada nuevo. Lo que siempre ha pretendido es aparentar es que son los más fieles continuadores de la política “independiente” de De Gaulle y, por consiguiente, del acercamiento de Francia a Rusia.
Tampoco es un invento francés, ni gaullista, sino una réplica a la “ostpolitik” de Willy Brandt, saboteada por Estados Unidos, exactamente igual que el gaullismo.
Quienes ha roto con las tradiciones francesas en política exterior son los demás partidos y coaliciones, que han vuelto a llevar a Francia al redil de la OTAN.
No obstante, Le Pen y Bardella no son ni sombra de lo que fue De Gaulle, que expulsó a la OTAN de París. El Rassemblement National no está contra la OTAN, sino que quiere un acercamiento de la OTAN a Rusia. Tampoco habla de acabar con el envío de armas a Ucrania; lo que pide es “limitarlos”.
Hasta este momento Le Pen y Bardella se han limitado a hablar por la televisión. Nunca han podido poner en práctica sus políticas. Su lo pudieran veríamos que no son muy diferentes de Giorgia Meloni: más de lo mismo.
¿Pero no era euroescéptica la extrema derecha?
Lo mismo ocurre con la Unión Europea. La reacción europea siempre ha sido calificada de “euroescéptica” aunque más bien ocurría el revés: los medios de comunicación han calificado como “extrema derecha” a todos aquellos que se oponían a la Unión Europea.
El Brexit fue el momento cumbre de la campaña intoxicadora. Creyeron que era una manera de fortalecer la unidad europea, pero se equivocaron porque la oposición a las políticas de Bruselas es cada vez mayor y sus protagonistas votan a quienes creen que encarnan esa oposición.
Las carreras de Meloni por los pasillos de Bruselas han demostrado que no es así, que la llamada “extrema derecha” es intercambiable con cualquier otro partido europeísta. Incluso se puede decir que nadie ha encarnado mejor la unidad europea que los fascistas puros y duros, empezando por Hitler. Como dijo Borrell recientemente, nadie ha pedido con más fervor su ingreso en la Unión Europea que los nazis ucranianos.
El “soberanismo” de los fascistas nunca tuvo ningún recorrido en ningún país europeo, empezando por Polonia y acabando por Países Bajos. Después de las elecciones se les ve negociando por apoderarse de los puestos más importantes porque -según dicen- quieren cambiar la Unión Europea “desde dentro”. Ursula von der Layen se reúne con Meloni y Meloni negocia con ella, antes y después de las elecciones.
Meloni se lleva mejor con Von der Layen que con otros figurines de la “extrema derecha” europea.