Propaganda – sobre la génesis de la estupidez por Theodor W. Adorno

Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2022/03/01/propaganda-sobre-la-genesis-de-la-estupidez-por-theodor-w-adorno/                                                                               MARZO 1, 2022

PROPAGANDA – SOBRE LA GÉNESIS DE LA ESTUPIDEZ por Theodor W. Adorno

PROPAGANDA

Propaganda para cambiar el mundo: ¡qué absurdo! La propaganda hace de la lengua un instrumento, una palanca, una máquina. Fija la constitución de los hombres, tal como han llegado a ser bajo la injusticia social, al mismo tiempo que los pone en movimiento. La propaganda cuenta con poder contar con ellos. En lo íntimo, cada cual sabe que a través del medio él mismo se convierte en medio, como en la fábrica. La rabia que advierten en sí cuando siguen a la propaganda es la antigua rabia contra el yugo, reforzada por la sensación de que la salida indicada por la propaganda es falsa. La propaganda manipula a los hombres; al gritar libertad se contradice a sí misma. La falsedad es inseparable de ella. Los jefes y los hombres dominados por ellos se reencuentran en la comunidad de la mentira a través de la propaganda, aun cuando los contenidos de ésta sean en sí justos. Para la propaganda, incluso la verdad se convierte en un simple medio más para conquistar seguidores; la propaganda altera la verdad en cuanto la pone en su boca. Por ello, la verdadera resistencia ignora la propaganda. La propaganda es antihumana. Presupone que el principio según el cual la política debe nacer de una comprensión común no es más que una forma de hablar.

En una sociedad que fija prudentemente límites a la superabundancia que la amenaza, todo lo que nos es recomendado por otros merece desconfianza. La advertencia contra la publicidad comercial, en el sentido de que ninguna empresa regala nada, vale en todos los campos, y tras la moderna fusión de los negocios y la política, vale sobre todo contra ésta. La intensidad de la recomendación aumenta conforme disminuye la calidad. La fábrica Volkswagen depende de la publicidad mucho más que la Rolls Royce. Los intereses de la industria y de los consumidores no coinciden ni siquiera cuando aquélla busca seriamente ofrecer algo. Incluso la propaganda de la libertad puede engendrar confusión, puesto que debe anular la diferencia entre la teoría y la peculiaridad de los intereses de aquellos a quienes se dirige. Los líderes obreros asesinados en Alemania se vieron defraudados por el fascismo incluso respecto a la verdad de su propia acción, pues él desmintió la solidaridad mediante la selección de la venganza. Si el intelectual es torturado hasta la muerte en el campo de concentración, los obreros en el exterior no lo deben tener necesariamente peor. El fascismo no era la misma cosa para Ossietzky y para el proletariado. La propaganda ha engañado a ambos.

Claro está: sospechosa no es la descripción de la realidad como un infierno, sino la rutinaria exhortación a salir de ella. Si el discurso debe hoy dirigirse a alguien, no es a las denominadas masas ni al individuo, que es impotente, sino más bien a un testigo imaginario, a quien se lo dejamos en herencia para que no perezca enteramente con nosotros.

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SOBRE LA GÉNESIS DE LA ESTUPIDEZ

El símbolo de la inteligencia es la antena del caracol «de vista táctil», que, si hemos de creer a Mefistófeles1 le sirve también de olfato. La antena se retira inmediatamente, ante el obstáculo, al caparazón protector del cuerpo; allí vuelve a formar una sola cosa con el todo y sólo con extrema cautela vuelve a aventurarse como órgano independiente. Si el peligro está aún presente, vuelve a desaparecer, y el intervalo hasta la repetición del intento se alarga. La vida espiritual es, en sus orígenes, infinitamente frágil y delicada. La sensibilidad del caracol se halla confiada a un músculo, y los músculos se debilitan cuando su juego se ve impedido. El cuerpo queda paralizado por la lesión física, el espíritu por el terror. Ambos son, en su origen, inseparables.

Los animales más desarrollados se deben a sí mismos a una mayor libertad, su existencia es una prueba de que las antenas fueron en determinado momento prolongadas en nuevas direcciones y no fueron rechazadas. Cada una de sus especies es el monumento fúnebre de infinitas otras, cuyos intentos de evolución se vieron frustrados desde el comienzo, sucumbiendo al terror desde el momento en que una antena se movió en dirección a esa evolución. La represión de las posibilidades por parte de la resistencia inmediata de la naturaleza exterior se prolonga hacia el interior mediante la atrofia de los órganos a causa del terror. En toda mirada curiosa de un animal alborea una nueva forma de vida, que podría surgir de la especie determinada a la que pertenece el ser individual. No es sólo esta determinación específica la que lo retiene en la envoltura de su viejo ser: la violencia que encuentra esa mirada es la misma –de millones de años de antigüedad– que lo ha condenado desde siempre a su estadio y que bloquea, oponiéndose siempre de nuevo, los primeros pasos para superarlo. Esa primera mirada vacilante es siempre fácil de interrumpir, pues tras de sí está la buena voluntad, la esperanza frágil, pero no una energía constante. El animal se convierte, en la dirección de la que ha sido rechazado de modo definitivo, en estúpido y esquivo.

La estupidez es una cicatriz. Puede referirse a una capacidad entre otras o a todas las facultades prácticas e intelectuales. Cada estupidez parcial de un hombre señala un punto en el que el juego de los músculos en la vigilia ha sido impedido más que favorecido. Con el impedimento comenzó, en el origen, la vana repetición de los intentos inorgánicos y torpes. Las preguntas sin fin del niño son ya el signo de un dolor secreto, de una primera pregunta para la que no halló respuesta y que no sabe plantear de forma adecuada.2 La repetición se asemeja, en parte, a la obstinación alegre, como cuando el perro salta sin fin ante la puerta que aún no sabe abrir y al final termina por desistir si el picaporte está demasiado alto, y en parte obedece a la coacción sin esperanza, como cuando el león se pasea interminablemente en la jaula de un lado para otro o el neurótico repite la reacción defensiva que ya se mostró inútil una vez. Cuando las repeticiones se agotan en el niño, o si el impedimento ha sido excesivamente brutal, la atención puede volverse hacia otra parte; el niño se ha hecho más rico en experiencias, según se dice, pero es fácil que en el punto en el que el deseo fue golpeado quede una cicatriz imperceptible, una pequeña callosidad en la que la superficie es insensible. Estas cicatrices dan lugar a deformaciones. Pueden crear «caracteres», duros y capaces; pueden hacer a uno estúpido: en el sentido de la deficiencia patológica, de la ceguera y de la impotencia, cuando se limitan a estancarse; en el sentido de la maldad, de la obstinación y del fanatismo, cuando desarrollan el cáncer hacia el interior. La buena voluntad se vuelve mala a causa de la violencia sufrida. Y no sólo la pregunta prohibida, sino también la imitación, el llanto o el juego temerario prohibidos pueden producir estas cicatrices. Como las especies de la serie animal, también los niveles intelectuales dentro del género humano, e incluso los puntos ciegos en un mismo individuo, señalan las estaciones en las que la esperanza se detuvo y son testimonio, en su petrificación, de que todo lo que vive está bajo una condena.

“Apuntes y Esbozos”, Dialéctica de la Ilustración. 1969

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NOTAS

1. J. W. Goethe; Faust, Primera Parte, 4068 (trad. cast. de J. M. Valverde, Fausto, Planeta, Barcelona, 1990, 118).

2Cf. Karl Landauer, «Intelligenz und Dummheit», en Das Psychoanalytische Volksbuch, Berna, 1939, 172.

 

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