Poder, hegemonía y dominio cultural del Occidente Colectivo
Documento de análisis del FAI
Podemos definir el Poder como la capacidad de imponer condiciones favorables para quien lo ejerce. El Poder deriva de una correlación de fuerzas. Para Marx esta correlación de fuerzas viene determinada por las relaciones de producción. Para Foucault es la síntesis de todas las relaciones, sin que ambas consideraciones sean contradictorias ya que las relaciones sociales en todas las escalas vienen determinadas por los procesos sociales de creación, acumulación, distribución y realización del valor.
El ejercicio del Poder requiere del sometimiento de las contrapartes y esto puede lograse de muchas formas, siendo la violencia una de ellas. Pueden distinguirse dos tipos de poder, el disciplinario y el biopoder; el primero se ejerce mediante el sometimiento, el control y la dependencia y el segundo actuando sobre la identidad y la conciencia.
El ejercicio de la violencia no puede sostenerse indefinidamente, no por ningún tipo de limitación moral, sino porque rápidamente entra en contradicción con la estabilidad social necesaria para sostener la creación de riqueza, no solo para el beneficio de quien ostenta el Poder, sino para evitar fortalecer a los propios rivales en su ejercicio.
El ejercicio de un poder estable necesita de la aceptación de los sometidos, por una parte, y de los rivales por otra.
Esto puede conseguirse por medio de la amenaza del uso de la fuerza y las represalias ejemplarizantes, pero también permitiendo situaciones de beneficio y poderes locales subsidiarios entre los sometidos. De hecho, lo requiere. El concepto de biopoder de Foucault deriva también de esto.
Sin duda, el ejercicio del poder requiere de una acumulación de fuerza suficiente frente a los sometidos y los rivales, pero sobre todo, requiere de una Representación que lo muestre expresa e inequívocamente a los demás actores.
La propia Representación del Poder acaba siendo una parte fundamental del mismo, pues constituye el sostén fundamental, tanto de la disuasión de cualquier cuestionamiento, como de la propia aceptación del sometimiento.
La Hegemonía es la capacidad de ejercer Poder económico, militar y normativo sin utilizar la fuerza,. La supremacía necesaria la determina la capacidad económica y militar, pero sobre todo la capacidad para imponer valores, ideología y cultura. Se trata de crear un orden afín a los intereses propios, es decir, un conjunto de reglas e instituciones que los protejan y promuevan.
El poder hegemónico requiere de una aceptación incuestionable y eso no puede lograrse sin un domino cultural profundo, sin la imposición de una cosmovisión universalmente aceptada que no deje alternativas.
Estos conceptos pueden aplicarse tanto a las relaciones sociales dentro del territorio de un Estado como a las relaciones entre los Estados, pero en ambas situaciones, la dinámica del Poder responde a intereses de Clase Social.
En efecto, los intereses de clase rebasan las fronteras de los Estados, pasando por encima de las rivalidades que eventualmente puedan producirse entre éstos y establecen una red de dominio-sumisión armada por el interés de sostener el poder local de clase. Pero el expolio consecuencia de la sumisión genera necesariamente contradicciones en este proceso.
En el mundo globalizado actual, el Estado de EUA ejerce, desde el desmoronamiento de la URSS, un poder hegemónico sobre el resto del mundo a través de su poder militar, monetario, financiero y tecnológico-industrial. Los Estados de Europa, desde su ocupación militar por EUA con el fin de la SGM, aceptan su sometimiento político, económico y militar. Su institucionalidad paraestatal, la Unión Europea y la OTAN, refuerzan esta sumisión con cesiones considerables de soberanía. Las oligarquías de los países que dejaron la esfera soviética, con algunas excepciones, han aceptado su relación de sumisión con más entusiasmo si cabe y se han incorporado a estas instituciones.
El complejo formado por EUA, la UE y la OTAN ejerce la hegemonía mundial en lo que se ha venido a llamar el “Occidente Colectivo”, del que también forman parte Canadá, Japón, Australia, Corea de Sur y Nueva Zelanda, aunque estos últimos no estén situados precisamente en el occidente del planeta.
La hegemonía del Occidente Colectivo viene siendo cuestionada desde hace al menos una década por la irrupción del poder industrial y comercial de China apoyada por el poder económico, militar y político de Rusia y por el grupo de países que constituyen los BRICS, las potencias económicas y sociales emergentes del Sur Global, que proponen un sistema de relaciones internacionales reciprocas, de respeto y en beneficio mutuo y libres de injerencias.
Muchos países del mundo con diferentes tipos de regímenes políticos y sociales en Asia, Africa y Latinoamérica han ido progresivamente limitando su dependencia comercial, financiera y monetaria e incrementando su autonomía política en las relaciones internacionales, acercándose a los BRICS. Cabe mencionar, además, la creación de institucionalidades al margen de la hegemonía occidental, como son la Organización de Cooperación de Shanghai y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva en Eurasia, la iniciativa comercial china de “la Franja y la Ruta”, el grupo 77 + China, soportados por numerosos tratados bilaterales en todo el mundo, y ALBA, CELAC y Mercosur en Latinoamérica. Es de destacar, tras una década de desestabilización de la región por la inserción de grupos terroristas por occidente, el proceso de disolución en marcha del protectorado francés en el Sahel, centrado hoy en Burkina Faso, Níger y Mali, con un claro apoyo de Rusia, y con una gran influencia en los países de la región y sus poblaciones.
Estos procesos, que claramente cuestionan y amenazan la Hegemonía Occidental, vienen incrementando el ejercicio de la violencia con intervenciones en todo el mundo que han supuesto el derrocamiento de gobiernos, la guerra económica, con embargos y sanciones arbitrarias, y la destrucción brutal de países completos.
No es que la consolidación del poder hegemónico de EUA haya estado libre de violencia precisamente. A la SGM la siguió la Guerra de Corea, la de Vietnam e Indochina y golpes de estado salvajes en África, Asia y América Latina durante décadas. Más de 380 guerras e intervenciones hasta la caída de la URSS. Pero en este momento, en el que se constituyó una potencia hegemónica unipolar, no supuso el fin de la violencia. A la destrucción de Yugoslavia siguieron la de Irak, Afganistán, Libia y Siria, sin olvidar la incrustación del ente colonial criminal en Palestina, que viene ejerciendo un genocidio sistemático e ininterrumpido desde el final de la SGM.
Un aspecto clave para el sostenimiento del poder hegemónico y su aceptación por las poblaciones, no solo de los estados sometidos, es el establecimiento de una cosmovisión que lo naturalice y haga incuestionable. El Dominio Cultural de EUA ha venido apoyándose durante los últimos 80 años en el control de los medios de la información, agencias de noticias, prensa, radio y televisión, pero sobre todo del cine, la música y el deporte, para moldear la capacidad de percepción y juicio de las poblaciones.
En los últimos tiempos, el oligopolio que ejercen los medios digitales de información y relación social (Google, Apple, Microsoft, Amazon, FB, X, Instagram,.. ) controlados por oligarcas vinculados a los poderes económicos y agencias del Estado de EUA (NSA, CIA, …), han incrementado notablemente la capacidad, no solo de influencia sino de conformación de la percepción de la realidad. Hoy la capacidad de inducir sesgos cognitivos en grandes masas de la población y moldear así su “sentido común”, controlar lo que la gente puede aceptar o rechazar de forma irreflexiva, ha dejado de ser ciencia ficción.
La “Guerra Cognitiva” conceptualiza para la doctrina de la OTAN estos procesos. Es una guerra en marcha y continua, dirigida más hacia las propias poblaciones que hacia las del enemigo, aunque su capacidad para desestabilizar países, derrocar gobiernos insumisos y lograr la complicidad de las poblaciones propias en las mayores atrocidades ha quedado más que demostrada.
El proceso de la “Guerra Cognitiva” transforma a cada uno en su propio censor y hace innecesaria la ocultación de información. También promueve el linchamiento social de los disidentes. Hemos visto claros ejemplos de su potencia durante la pandemia, durante la guerra proxy de la OTAN contra Rusia en Ucrania y durante el ataque genocida sionista en Gaza, donde la exhibición continua de las atrocidades sionistas no impide el apoyo pleno al ente criminal de los gobiernos de EUA, RU, Francia y Alemania y el silencio cómplice de los demás, con la pasividad mayoritaria de sus poblaciones.
La Guerra Cognitiva no requiere de un gran ejército de informadores mercenarios cínicos para operar. El propio proceso se alimenta a sí mismo, pues la autocensura opera en los propios informadores y difusores de información y opinión y al mismo tiempo está impulsada por un proceso de selección implícito, pues los informadores saben que solo progresarán en su carrera profesional con determinadas posiciones y enfoques y no es necesario establecer recompensas o castigos en la mayor parte de los casos. Estos procesos funcionan también en la carrera política, dentro de partidos, sindicatos e instituciones y en muchas carreras profesionales, reforzando en los hechos el consenso sesgado que establece el “sentido común” implantado. Numerosos estudios neuro-lingüísticos han establecido los mecanismos para arrancar esos procesos a través de los algoritmos de inteligencia artificial que soportan las grandes plataformas de la Redes Sociales. Después, se alimentan solos.
A esto contribuyen dos procesos sociales simultáneos. Por una parte, las poblaciones de los países del Occidente Colectivo, los países desarrollados, perciben que su bienestar relativo, basado en mejores salarios y servicios sociales, comparado el de los países en desarrollo, es debido al mérito organizativo de sus sociedades y al mérito propio y no al expolio de los segundos. Por otra parte, grandes masas de población de los países del Sur Global, tratan de emular a cualquier precio el bienestar de las poblaciones de los países desarrollados.
También contribuye la atomización de la sociedad, tras la destrucción de las organizaciones sociales de clase, partidos y sindicatos. Ideologías sintéticas han venido a emponzoñar las luchas sociales, despojándolas de su contenido de clase y llevándolas al terreno individual e identitario. Las religiones, ecologistas, trans-feministas, nacionalistas, … han reemplazado cualquier movimiento transformador de la sociedad y destruido por tanto a las organizaciones de clase en la izquierda que han quedado reducidas a la marginalidad.
Individualismo, hedonismo, consumismo y el sueño de vivir sin trabajar, son el caldo en el que se cuece la enajenación colectiva en la que viven estas sociedades.
De nada sirve explicar que las sociedades de los países desarrollados presentan un carácter dual, que por una parte están las elites y las clases medias con empleos fijos y poder adquisitivo y por otra, las clases precarizadas que sobreviven con subsidios de diferentes tipos. En la imagen que presentan los medios, solo la primera existe, quedando la segunda en un lugar residual, territorio de la caridad y el asistencialismo clientelar y la lumperización de individuos fracasados que aceptan su condición.
No se puede esperar de las organizaciones de la izquierda institucional en el Occidente Colectivo, no ya un mínimo resquicio revolucionario, o alguna resistencia frente a su brutalidad en la guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania o del genocidio constante e impune en Palestina o las provocaciones a China o el acoso a la R.P. de Corea, Irán, Cuba, Venezuela o Nicaragua, sino otra cosa que la aceptación acrítica de la ficción de la democracia partitaria y con ella, de la sumisión al poder hegemónico desde la participación en el botín del expolio del resto del mundo, disfrutando de vez en cuando de una cuantas migajas del poder local para seguir repartiendo las limosnas que mantengan la situación local bajo control y proporcionen los votos necesarios.
La esperanza para la disolución del poder hegemónico unipolar de EUA y los grupos oligárquicos que constituyen su verdadero poder no está en los países del Occidente colectivo. Varios son los procesos en marcha: la consolidación y ampliación de los BRICS, el reemplazo del dólar y los instrumentos financieros asociados en el comercio internacional, los procesos de expulsión de los mecanismos de expolio en varios países de África, Asia y Latino América, el declive social y económico de las poblaciones de EUA, RU y UE consecuencia de la deslocalización industrial, la crisis financiera, el parón industrial consecuencia de la pandemia impostada y sobre todo, de las secuelas de los embargos y sanciones a Rusia, la interrupción del flujo de energía barata en particular.
Europa ha dejado de ser un actor relevante en la economía mundial frente al peso de China, India y Brasil. La industria alemana se ha vuelto inviable con los costes de la energía que ella misma ha propiciado. Los vestigios de los imperios coloniales francés y británico en Asia y África están en clara recesión.
La relevancia de Europa en el sistema hegemónico se reduce a su papel simbólico para el resto del mundo, pues su sometimiento constituye toda una representación del poder hegemónico de EUA, y a su uso como campo de batalla, una vez más, en una eventual confrontación militar con Rusia que destruiría físicamente a los dos, dejando, de nuevo a EUA y RU al margen o, como mucho, en la retaguardia.
En el corto plazo, no podemos esperar grandes procesos de transformación de las sociedades en el mundo, pero sí la disolución paulatina del poder hegemónico actual y la recuperación de la soberanía por los distintos países, quizás reactivando en alguno de ellos los procesos sociales que hoy están paralizados por la red de alianzas y sometimiento entre las oligarquías locales y globales.
19 de agosto de 2024
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