Fuente: Umoya num. 84 – 3er trimestre 2016
Un nuevo informe del Banco Mundial (BM) nos informa de que “el número de africanos que viven en la extrema pobreza ha aumentado considerablemente desde 1990”, pasando de 280 millones de personas en 1990 que vivían con menos de 1,25 dólares al día, a 330 millones en 2012. Salaheddine Lemaizi, periodista marroquí, miembro de ATTAC y CADTM
Este artículo fue publicado en la página web del Comité para la Abolición de las Deudas Ilegítimas, CADTM, el 24 de marzo de 2016. Traducido y editado por el equipo de redacción de Umoya.
Para los abanderados de la ideología neoliberal, esta evolución es debida a dos factores: demografía y estadística. “Persisten grandes obstáculos, teniendo en cuenta el rápido crecimiento demográfico en esta región del mundo”, se puede leer en el documento. Los autores del informe “Poverty in a rising Africa” (Pobreza en una África en crecimiento), imputan esta progresión igualmente a la debilidad de la información estadística en los países del África subsahariana. Pero el BM olvida señalar un “detalle”: el aumento del número de personas que viven en extrema pobreza y la persistencia de fuertes desigualdades en el continente son las consecuencias directas de las políticas de reducción de la pobreza recomendadas por esta misma institución desde los años 90.
Desde el lanzamiento oficial del ajuste, estas opciones neoliberales siguen teniendo consecuencias dramáticas sobre la vida de las poblaciones africanas.
¡Gracias, Banco Mundial!
Es cierto que el porcentaje de africanos pobres ha caído del 56% en 1990 al 43% en 2012, las tasas de alfabetización entre los adultos han ganado cuatro puntos y la desigualdad de género se ha reducido. La esperanza de vida ha aumentado en seis años y la prevalencia de la malnutrición crónica entre menores de cinco años ha bajado seis puntos. ¿Acaso no hay que alegrarse de la mejora de las condiciones de vida de esta población? Pensar que la lucha contra la pobreza en África gana terreno es una ilusión. El ritmo de la erradicación de la pobreza en el continente y sus tres subregiones es todavía muy lento. El fracaso de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) se explica, en buena parte, por la no consecución de los objetivos fijados en el África subsahariana. Un informe del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), de la Comisión económica para África y de la Unión Africana, lo confirma: “en comparación con otras regiones en desarrollo, los progresos en la lucha contra la pobreza en África han sido lentos. En África subsahariana, los niveles de pobreza han bajado un 8%, muy lejos del objetivo del 28,25% fijado para 2015”.
¿Pagar la deuda o erradicar la pobreza?
El llamado apogeo de la economía africana no ha supuesto ningún cambio en la vida de las poblaciones africanas. “El crecimiento no ha sido suficiente para apoyar los esfuerzos de reducción de la pobreza. Al ser dependientes de los productos primarios, muchos países, principalmente en África subsahariana, son vulnerables a los perturbaciones susceptibles de interrumpir el progreso en materia de desarrollo”, señala este informe. Sin embargo, durante una década, el crecimiento económico ha sido destacable (una media del 5% durante la década del 2000). El aumento de la demanda mundial de materias primas ha inflado el rendimiento económico, pero no se ha traducido en una mejora significativa de las condiciones de vida. La parte que revierte en el capital, en detrimento de los trabajadores, no ha hecho más que aumentar. Por otra parte, el informe citado señala: “Se asiste a un aumento del número de personas muy acaudaladas”. Los millonarios Dangote, Rupert, Wiese, Mohamed VI o Sawiris se han beneficiado de este crecimiento africano para subir en el ránking de la lista Forbes. Mientras tanto, siete de los diez países más desiguales del mundo están en África, principalmente en el África austral. El BM hace dos observaciones a modo de confesión de su fracaso: “En los países frágiles es donde la reducción de la pobreza es más lenta”. Y después ¡“los habitantes de los países ricos en recursos naturales están peor, en términos de indicadores de bienestar humano”! Recuerdo que desde la llamada solución del “ajuste estructural”, el BM trabaja, según su lema, “por un mundo sin pobreza”. ¿Por qué, entonces, el BM que viene implantando políticas de reducción de la pobreza sobre el continente desde hace dos décadas ha fracasado tan estrepitosamente? Una de las respuestas posibles a esta pregunta es que son estas políticas económicas la causa de esta situación. Son opciones (más bien mandatos) relacionadas directamente con un modo de financiación del “desarrollo” que hace del endeudamiento su piedra angular. Sobre este aspecto, la publicación “Las cifras de la deuda en 2015” editado por la red CADTM, expone información omitida por el Banco Mundial. Para los países del África subsahariana, la suma total de la deuda externa se ha multiplicado por 165 entre 1970 y 2012, pasando de 2.000 millones de dólares a 330.000 millones de dólares en 2012. En este periodo, los 30 países han reembolsado 217 veces la cantidad inicial debida en 1970. Como recuerda la carta política del CADTM, “en la mayoría de los países del sur, el reembolso de la deuda pública representa cada año una suma superior a los gastos en educación, salud, desarrollo rural y creación de empleo”. Pero la pobreza no se mide solamente por la cantidad de ingresos o de calorías consumidas, se mide también por el acceso a los servicios públicos básicos, agua y saneamientos, electricidad, sanidad, educación, transporte, servicios hoy infrapresupuestados y en su mayoría privatizados. Dando prioridad al reembolso de la deuda en lugar de al “crecimiento”, el BM y los dirigentes de los países africanos han dado la espalda al objetivo de la erradicación de la pobreza en el continente. Los pueblos resisten y militan por otras alternativas basadas en la anulación de la deuda, la redistribución de la riqueza y la igualdad social.