Fuente: Portal Libertario OACA/ 20 Aug 2020 10:28 AM PDT
Estamos en un mundo de documentos efímeros y no sé si, para algunos, un libro publicado el año pasado puede ser considerado ya obsoleto. No parece que sea este el caso. Lo que dice es clásico, y lo clásico es atemporal y universal, ilustra a cualquiera en cualquier momento y en cualquier lugar. Si hacemos una recensión ahora es por la sencilla razón de que acaba de llegar a nuestras manos y nos parece interesante.
El Centro de Estudios Bejarano viene editando todos los años, desde hace algo más de un lustro, un libro, no muy voluminoso (unas ochenta páginas), con la biografía de un personaje destacado de la ciudad de Béjar (Salamanca) o su comarca. En 2019 le tocó el turno a Pedro Dorado Montero, fecha del centenario de su muerte. La autora, Laura Pascual Matellán, nos da a conocer la vida, obra y pensamiento del jurista en las páginas que llevan por título: Unos ojos extrañados con los que mirar el mundo: el relato socio-jurídico de Pedro Dorado Montero.
Para muchos quizás sea la primera vez que oigan su nombre, pero fue uno de los pensadores heterodoxos de gran relieve, que escribió mucho, asistió con frecuencia a congresos y fue muy citado en la Europa de su época,
aunque en la actualidad sea muy desconocido, salvo entre los especialistas del derecho penal, materia de la que llegó a ser catedrático en la Universidad de Salamanca.
No me enteré hasta mucho después de la labor que había tenido en uno de los libros que leí en mi juventud, que me gustó e impactó, El único y su propiedad, de Max Stirner. Entonces ignoraba que ese libro había sido traducida al castellano por él. La prosa y su ritmo me atraían tanto como lo que decía, de una fuerza impulsiva y desgarradora, que después he podido apreciar, con mucha similitud, en las obras de Nietzsche.
Nació en Navacarros en 1861 en el seno de una familia humilde. Cuando tenía cuatro años sufrió un grave accidente en el que perdió la mano derecha y le dejó secuelas en una pierna. Sus padres, viendo que difícilmente su hijo podría ganarse el sustento en las labores agrícolas o en la industria textil de Béjar, las dos habituales salidas laborales de la zona, hicieron todo lo posible para que estudiara. Aprendió las primeras letras en el pueblo y cursó la segunda enseñanza en Béjar. Todos los días recorría con su cojera los 8 kilómetros que separan el pueblo de la ciudad para asistir a las clases. El problema económico para costear los estudios se resolvió con la beca de las castañas. El tesón, el empeño, la constancia y la inteligencia le hicieron superar todas las adversidades y llegó a ser catedrático en la universidad. Lo importante no es que llegara a lo más alto del estatus académico, por lo que hablamos aquí de él es por su pensamiento, su compromiso y por las aportaciones que hizo no solo en el campo jurídico, sino también en el pedagógico y en la cuestión social.
En el ámbito jurídico, por su trascendencia, me recuerda a otro pensador que cambió el concepto de delito, pena y castigo en el siglo xviii; se trata del italiano Cesare Beccaria, y su obra De los delitos y las penas, publicada en 1764.
Uno de los conflictos que tuvo en Salamanca surgió por asistir al entierro civil del que fuera su profesor, quien le dio a conocer el pensamiento krausista, Mariano Arés. En la ciudad había que hacer las cosas como Dios manda, la Iglesia tenía un enorme poder y no podía permitir el ejemplo de que una oveja descarriada se enterrara fuera de su ámbito y otros le siguieran. Unos años después tuvo otro enfrentamiento con las autoridades eclesiásticas a raíz de que un grupo de alumnos le denunciara ante el obispado por las explicaciones «heréticas y contrarias a la doctrina cristiana». Un aspecto que sorprende de Dorado Montero es cómo en un ambiente tan tradicional, hermético y oscuro pudo alcanzar un pensamiento tan avanzado, libre y crítico. Dice la autora que sin las circunstancias antes mencionadas (el accidente con sus secuelas y la beca para poder estudiar), a la que añade su contacto con la ideas krausistas, su vida hubiera sido muy distinta a como la conocemos. Nosotros nos atreveríamos a agregar otra, fundamental y necesaria para desarrollar sus ideas: la gran sensibilidad y empatía que tenía con la gente más humilde. Nunca olvidó de dónde venía, y siempre se comprometió con los más desfavorecidos.
La segunda parte del libro está dedicada a su pensamiento. De forma muy didáctica y asequible, Pascual Matellán nos adentra en un mundo que nos puede parecer árido y complejo, como el de los conceptos jurídicos en derecho penal, y lo va explicando de forma tan sencilla y fácil que lo podemos comprender incluso los profanos en el materia.
Proponía el cambio social como motor para erradicar la delincuencia. Consideraba que en aquellas sociedades más justas es donde menos se delinque, fruto de la equidad económica y la educación. Para hacerle frente al patrono, defendía la sindicación de los trabajadores. Individualmente, el propietario tenía más fuerza, más poder, por su riqueza, que el obrero aislado que no aceptara las condiciones que le imponía: uno tenía la vida resuelta, al otro no le quedaba más remedio que aceptar para poder sobrevivir; no era un acuerdo libre. Y cuestionaba la propiedad privada, cuyo origen atribuye a la fuerza militar; los vencedores se repartían el terreno conquistado. Escribió mucho en la prensa obrera sobre la cuestión social y su pensamiento y compromiso oscilaban entre el republicanismo radical, el socialismo avanzado y el anarquismo.
En el campo de la pedagogía, un concepto que ahora difunde la Unesco en un programa que tiene de Políticas y Estrategias de Aprendizaje a lo largo de toda la Vida, como esencial en la educación, ya lo anunciaba Dorado Montero en sus textos. Siendo aún profesor auxiliar de Derecho en la Universidad de Salamanca, publicó el artículo «Fundamentos racionales de la libertad de enseñanza» en 1890 en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, editado en los números 312, 313 y 314, que comienza así: «Toda nuestra vida es una enseñanza no interrumpida y un aprendizaje continuado». Señala la autora del libro que «Dorado entendió la enseñanza como una obra colectiva, social y humana». Pretendía una formación crítica y creativa frente al estudio de memoria de los manuales académicos.
Uno de los asuntos, entre otros muchos que le preocuparon, fue el de las personas con trastornos mentales, que eran condenadas por alguna acción cometida cuando no sabían lo que hacían. En un artículo que publicó en 1906, «Errores judiciales: locos condenados por los tribunales», insiste en obtener un adecuado diagnóstico de los médicos para evitar condenar a personas con trastornos mentales, a los que debería atender el personal médico psiquiátrico. Era este un problema, como se puede comprobar por los datos que aporta, muy común en otros países europeos.
Una anecdótica contradicción hemos apreciado en él. Llama la atención que fuera un hombre que en el campo pedagógico abogara por la «supresión del examen como método de evaluación» (pág. 27) y que la disminución en el número de matriculados en su asignatura pudiera estar «relacionada con la dureza de los exámenes» (pág. 29). No tiene mayor trascendencia; su amigo Unamuno parecía orgulloso de ello y se definía a sí mismo como un hombre lleno de contradicciones.
No es fácil resumir en las páginas que nos ofrece el libro una vida tan llena de avatares y tan rica en pensamientos. La información que da es básica y esencial; es una primera aproximación a la esencia. Quien desee ampliar conocimientos, puede acceder a la bibliografía que cita la autora al final del libro y también a Internet. En Dialnet https://dialnet.unirioja.es/
Lamentablemente, quizás no sea el momento, por la situación en la que vivimos, pero sería conveniente, cuando se supere la pandemia, que los distintos ateneos y organizaciones libertarias organizaran charlas con la autora para debatir sobre los postulados doradianos, dignos de rescatar del olvido, y profundizar en sus avanzadas teorías del derecho penal; si se hubieran tenido en cuenta, viviríamos en un mundo mejor.
Hay que agradecer a todos los que ayudan a difundir la sabiduría y el conocimiento, lo que otros ya averiguaron, para poder seguir avanzando en la senda de la existencia y contribuir con nuestro granito de arena para poder vivir en una sociedad más libre y justa.
Tántalo de Okelon