Fuente: Gustavo Duch EL Periódico de Catalunya 27 de diciembre 2019
En algunos momentos del año y en bastantes lugares de nuestra geografía nos encontramos con la prohibición de consumir agua corriente puesto que contiene cantidades de arsénico por encima de los valores regulados. Da un poco de miedo pero no deja de ser una situación controlada que aparece después de movimientos geológicos o por extracción de agua o minerales que ponen en contacto los acuíferos con depósitos naturales de este célebre semimetal. Nerón o Napoleón supieron muy bien de los efectos a dosis altas del arsénico como veneno. Unos pocos miligramos de arsénico en su bebida acabaron con sus vidas.
Por otro lado, y como recogió la propia Organización Mundial de la Salud, quedan confirmados los efectos de otra sustancia muy glamurosa, el herbicida glifosato originalmente de Monsanto y actualmente comercializado por muchas empresas. El glifosato es responsable de alteraciones hormonales, daños genético y otras afectaciones que dan lugar a cáncer, abortos o malformaciones. Son miles los estudios que lo confirman y demasiados los casos reales que lo corroboran.
Pero, ¿se ha estudiado qué ocurre si preparamos un cóctel de arsénico más este glifosato muy usado en nuestra agricultura industrial? Lo digo porque no sería algo casual, al contrario, el arsénico de nuestro subsuelo puede muy fácilmente entrar en combinación con el glifosato puesto que como analizó el Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua, adscrito al CSIC, “un 41% de las aguas subterráneas de Catalunya contienen altos niveles de glifosato”
La respuesta ya la tenemos y recientemente la ha divulgado mi admirado periodista Darío Aranda en el diario ‘Página 12’ de Argentina. Un equipo de investigadores liderado por Rafael Lajmanovich, profesor titular de la Cátedra de Ecotoxicología de la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas de la Universidad Nacional del Litoral e investigador del Conicet, analizó durante más de seis meses el efecto de esta combinación de tóxicos en anfibios, que vienen a ser -explica el investigador- como los ‘canarios de la mina’ por su similar desarrollo embrionario al del ser humano. El resultado obtenido es una triada muy grave: confirmaron disrupción endrocrina (aumento en la concentración de hormonas tiroideas), mayor proliferación celular (aumentan su tasa normal de división celular) y radiotoxicidad (daño en el material genético). Es decir, todo aquello que nos conduce a tener muchas más probabilidades de contraer enfermedades como el cáncer y malformaciones.
Es obvio que si nos llevamos a la boca dos venenos sufriremos el doble de consecuencias pero lo que explica este estudio publicado en la revista científica ‘Heliyon’, de la prestigiosa editorial internacional Elseviere, de Reino Unido, es que no solo los dobla sino que entre ellos se genera un efecto sinérgico que potencia su toxicidad. Por eso, las mismas administraciones que regulan con acierto la exposición al arsénico deberían de tener suficiente valentía para prohibir ya el uso del glifosato y evitar así este cóctel mortal.