Orígenes y avatares del primero de mayo en EEUU y Argentina

Fuente: https://www.sinpermiso.info/textos/origenes-y-avatares-del-primero-de-mayo-en-estados-unidos-y-argentina                Federico Mare                                                                                                        05/05/2020

Es bueno que sepamos, o recordemos si ya lo sabemos, que el Primero de Mayo, en sus inicios, no era un día feriado, ni festivo, ni interclasista, ni oficial, sino, por el contrario, una jornada huelguística, conmemorativa, proletaria y rebelde. En nuestro país, el desguace ideológico de esta efeméride comenzó a fines de la década del 20, en tiempos de la segunda presidencia de Yrigoyen, y culminó en los años 40, durante el primer peronismo. El Día Internacional de lxs Trabajadores fue gradualmente oficializado, nacionalizado, normalizado, domesticado como Día del Trabajo, incluso como «Fiesta del Trabajo», es decir, como jornada donde se celebra –dentro de los límites que impone el capitalismo– la ocupación laboral en abstracto, sin distinciones sociales de ningún tipo, desde las faenas agrícolas de un peón rural hasta las especulaciones bursátiles de un broker.

Pero hagamos un poco de historia: Estados Unidos, 1886. La clase obrera reclama con firmeza el cumplimiento efectivo de la Ley Ingersoll, por la cual se debe limitar la jornada laboral a ocho horas. Ante la negativa patronal y la inacción gubernamental, 200 mil trabajadores de todos los gremios van al paro el 1º de mayo, desoyendo los cantos de sirena de la burocracia sindical (tengamos paciencia, mantengamos la calma, la confrontación es contraproducente, etc.). Multitudinarias manifestaciones de protesta se llevan a cabo en todas las ciudades fabriles del país. En Chicago, gran emporio industrial y epicentro del movimiento obrero norteamericano, la huelga general y la movilización callejera se prolongan durante los dos días siguientes, registrándose una intensa pelea con los carneros de la fábrica McCormik, la única en funcionamiento. La policía interviene para garantizar la «libertad de trabajo»: reprime con ferocidad. Seis huelguistas pierden la vida y decenas resultan heridos por los disparos a quemarropa.

El 4 de mayo se realiza un mitin en la Plaza Haymarket, al que asisten cerca de 20 mil personas. La policía comienza a reprimir a lxs manifestantes con el objeto de que se desconcentren. La multitud se resiste. En un confuso episodio, estalla una bomba y muere un oficial, Mathias Degan; otros resultan heridos. Es la coartada perfecta para la carnicería. Las fuerzas del orden abren fuego a mansalva, dejando un tendal de cuerpos muertos y heridos. Pero es sólo el comienzo del terror. El gobierno estadual de Illinois declara el estado de sitio y el toque de queda. Los allanamientos, las detenciones, los interrogatorios y las torturas se multiplican sin fin. En su faena represiva, la policía se ensaña con el anarquismo, puntal del movimiento huelguístico. Con calumnias de todo tipo y exhortaciones constantes a la pena capital, la prensa burguesa le allana el camino.

El 21 de junio comienza el juicio por el Haymarket affair. A base de pruebas fraguadas y falsos testimonios, ocho activistas libertarios son declarados culpables por el crimen del oficial Degan. Georg Engel (alemán, 50 años, tipógrafo), Adolf Fischer (alemán, 30 años, periodista), Albert Parsons (estadounidense, 39 años, periodista), Hessois Auguste Spies (alemán, 31 años, periodista) y Louis Linng (alemán, 22 años, carpintero) reciben la condena de la pena capital (ahorcamiento). La ejecución habría de consumarse –salvo en el caso de Linng, que prefirió suicidarse antes en su calabozo– el 11 de noviembre de 1887. Serán recordados desde entonces como los Mártires de Chicago. Los tres acusados restantes, Samuel Fielden (inglés, 39 años, obrero textil), Michael Swabb (alemán, 33 años, tipógrafo) y Oscar Neebe (estadounidense, 36 años, vendedor), son condenados a prisión, perpetua en el caso de los dos primeros, y por el plazo de quince años en el caso del último.

Desempolvemos sus alegatos: «Sólo quiero protestar contra la pena de muerte que me imponen porque no he cometido crimen alguno […] Pero si he de ser ahorcado por profesar mis ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo inconveniente. Lo digo bien alto: dispongan de mi vida» (Fischer). «El principio fundamental de la anarquía es la abolición del salario y la sustitución del actual sistema industrial y autoritario por un sistema de libre cooperación universal, el único que puede resolver el conflicto que se prepara. La sociedad actual sólo vive por medio de la represión, y nosotros hemos aconsejado una revolución social de los trabajadores contra este sistema basado en la fuerza. Si voy a ser ahorcado por mis ideas anarquistas, está bien: mátenme» (Parsons). «Honorable juez, mi defensa es su propia acusación […] Puede sentenciarme, pero al menos que se sepa que en el estado de Illinois ocho hombres fueron sentenciados por no perder la fe en el último triunfo de la libertad y la justicia» (Spies). «No, no es por un crimen que nos condenan a muerte, es por lo que aquí se ha dicho en todos los tonos: nos condenan a muerte por la anarquía, y puesto que se nos condena por nuestros principios, yo grito bien fuerte: ¡soy anarquista! Los desprecio, desprecio su orden, sus leyes, su fuerza, su autoridad. ¡Ahórquenme!» (Linng).

Desde entonces, cada Primero de Mayo –fecha en que comenzó la huelga general que desembocaría en la Revuelta de Haymarket–, lxs trabajadores de todo el mundo conmemorarían a los Mártires de Chicago, íconos de la lucha proletaria, manifestándose por las calles en defensa de sus derechos.

En Argentina, el Primero de Mayo se conmemoró por primera vez en 1890, poco antes de que la Revolución del Parque precipitara la renuncia del presidente conservador Juárez Celman. El mitin obrero tuvo lugar en el Prado Español de la Plaza Recoleta, en el corazón de la Capital Federal. Fue una elección por demás desafiante, puesto que la Recoleta constituía uno de los barrios más selectos de la burguesía porteña. El jueves 1° de mayo, a las 3 de la tarde, se congregaron 2 mil trabajadores –mayormente inmigrantes anarquistas y socialistas– para honrar la memoria de los Mártires de Chicago, denunciar la explotación capitalista y reclamar mejoras en los salarios y en las condiciones de trabajo (especialmente la jornada de ocho horas).

Particularmente célebre –tristemente célebre– fue el Primero de Mayo de 1909, cuando el gobierno de Figueroa Alcorta ordenó la represión del acto conmemorativo en Plaza Lorea, cerca del Congreso. Aquel sábado luctuoso, las fuerzas policiales del Cnel. Ramón Falcón abrieron fuego a discreción, sin misericordia alguna, contra la multitud proletaria indefensa. ¿El saldo? 14 muertos y 80 heridos… Esta matanza provocó la Semana Roja, una huelga general de la FORA anarquista y la UGT socialista que se extendería por más de siete días, y que posteriormente derivaría en el ajusticiamiento del coronel Falcón a manos de Simón Radowitzky, un joven ácrata de origen judío-ucraniano.

El Primero de Mayo siguió siendo una jornada de protesta y lucha durante toda la década del 10, y también durante la década del 20. La llegada del radical Hipólito Yrigoyen a la presidencia de la Nación, en 1916, lejos estuvo de significar el ocaso de la lucha de clases en Argentina, como demuestra la gigantesca oleada de huelgas proletarias y revueltas populares del llamado Trienio Rojo (1919-1921): la Semana Trágica de Buenos Aires, los sucesos de La Forestal en el Chaco santafesino, la Patagonia Rebelde en Santa Cruz y otros muchos episodios de menor magnitud, como la Masacre de Gualeguaychú en Entre Ríos (1921), también acontecida un 1° de mayo.

A fines de abril de 1930, Yrigoyen, reelecto hacía dos años, declaró oficialmente al Primero de Mayo “Fiesta del Trabajo en todo el Territorio de la Nación”. Pero pocos meses después, fue derrocado por el golpe militar del Gral. Uriburu, dictador que desató una brutal represión contra el movimiento obrero, sin precedentes en el país. La Década Infame fue un tiempo muy adverso para la conmemoración de los Mártires de Chicago. Los mitines eran prohibidos, vigilados, hostilizados, dispersados, desalentados con trabas burocráticas… No volvió a haber una movilización masiva de Primero de Mayo hasta 1940. La dictadura del GOU (1943-46), fervorosamente nacionalista y anticomunista, tampoco fue amiga de esa conmemoración internacional proletaria.

Durante el primer peronismo, el Primero de Mayo fue relanzado con bombos y platillos, pero ya como «Fiesta del Trabajo», en la vena del radicalismo yrigoyenista tardío y del Labor Day norteamericano. Se hizo de él, pues, una celebración de carácter oficial y policlasista, disociada de la tradición martirial y combativa de Haymarket. El Primero de Mayo peronista devino un disciplinado y ceremonioso homenaje a la laboriosidad, al productivismo industrial y a la cooperación obrero-patronal, todo eso en el marco del ideal nacionalista-organicista de la tercera vía y la comunidad organizada.

La liturgia cambió totalmente: las banderas albicelestes desalojaron a las insignias rojas y negras, el Himno Nacional Argentino reemplazó a La Internacional, el desfile de carrozas sustituyó a la marcha y el mitin de protesta, la retórica políticamente correcta del gobierno y la CGT desplazó a la oratoria revolucionaria de las organizaciones de izquierda, los asados pantagruélicos y la pacata elección de reinas del Trabajo diluyeron en un mar de frivolidad patriotera el viejo pathos trágico y rebelde de los Mártires de Chicago… A eso añádase el exuberante culto a la personalidad de Perón y Eva, líderes carismáticos de las masas justicialistas, pues el Primero de Mayo fue oficializado y ritualizado como Fiesta del Trabajo y la Lealtad.

En los Estados Unidos, la suerte que le ha cabido al Workers’ Day no ha sido, en verdad, mejor que en Argentina… Hoy día, la efeméride solo es conmemorada por sectores minoritarios, básicamente, organizaciones gremiales, políticas, sociales y culturales de la izquierda anticapitalista, tanto de filiación anarquista como marxista.

Existe allí, además, el Labor Day o Día del Trabajo, que se celebra el primer lunes de septiembre, y que es feriado nacional. El Labor Day fue deliberadamente instituido por el presidente Grover Cleveland, en 1894, para contrarrestar y neutralizar el Workers’ Day en el imaginario obrero norteamericano. No obstante, varios estados se anticiparon al gobierno federal en esta estratagema ideológica (Oregon fue el primero, en 1887).

El Labor Day tiene su génesis en una tradición festiva del sindicalismo reformista norteamericano: una masiva movilización de trabajadores organizada por la CLU (Central Labor Union) en la ciudad de Nueva York, desde el Ayuntamiento hasta la Union Square, el martes 5 septiembre de 1882, con asueto informal de la patronal y aires muy jocosos de romería. Obrerista y no del todo obediente en sus orígenes (solían ventilarse reclamos laborales y producirse incidentes con la policía), hoy ha decantado en una inocua liturgia interclasista que fomenta sin pruritos la conciliación armónica del trabajo con el capital. Incluye parades (desfiles callejeros con pancartas, carrozas, disfraces y bandas musicales), barbecues (parrilladas) y otras actividades de esparcimiento como fuegos artificiales, conciertos y picnics. Pero excluye de su repertorio, como si se tratase de un tabú religioso, cualquier referencia histórica a los Mártires de Chicago y los sucesos de Haymarket. El Labor Day guarda varias similitudes con la tradición peronista de la «Fiesta del Trabajo», tanto en sus ideologemas como en sus rituales.

En 1927, de paso por Estados Unidos, el periodista y revolucionario cubano Julio Mella escribiría con perspicacia y algo de sorna:

La nación donde se verificó el asesinato que el proletariado universal conmemora el primero de mayo, tiene un «Día del Trabajo» especial.

El primer lunes del mes de septiembre es el señalado por el Congreso americano y aceptado por los líderes de la American Federation of Labor como «Día del Trabajo». En él no hay protestas contra el régimen capitalista, como en los primeros de mayo. Nada habla del espíritu proletario del día. Para designarlo con exactitud deberíamos llamarlo El día de la sumisión del trabajador.

No hay grandes manifestaciones, porque estas son peligrosas. El proletariado reuniéndose adquiere conciencia de su fuerza como clase y esto es peligroso… Cada año va degenerando más el Labor Day.

Cuando fue preguntado Mr. Green por qué no se celebraba un gran mitin, como en años anteriores, respondió que nadie asistiría. Entonces ideó celebrar un día de campo y lanzar un discurso por radio para que cada uno lo oyera desde su casa. Poco más o menos así ha sido en todos los Estados Unidos el «Día del Trabajo». Pero en Saint Louis, Missouri, “la ciudad que no cabe en sí” por ser la patria de Lindbergh el aviador, el Labor Day se celebró “original y modernamente”, al decir de la prensa capitalista. Anunciaron que después de cinco años que no se celebraba, este año lo harían… ¡en automóvil!

El espíritu conciliador del Labor Day ganó mucho terreno durante la Gran Depresión, con el New Deal de Franklin D. Roosevelt. Y alcanzó su cenit al estallar la Segunda Guerra Mundial, también con Roosevelt de presidente. Igual que Perón después, Roosevelt hizo del pacto productivo trabajo-capital y la armonía de clases uno de sus pilares de gobierno; pilar que se vio reforzado con la fiebre chovinista que desencadenó el ingreso de EE.UU. a la coalición contra el Eje. Sus discursos del Labor Day así lo testimonian con elocuencia. El de 1941, pronunciado por radio poco antes de Pearl Harbor, es un buen botón de muestra. En él supeditó la victoria aliada al “vasto esfuerzo” y la “unidad de propósito” de la industria norteamericana desde retaguardia; esfuerzo y unidad que suponían –subrayaba Roosevelt– la colaboración entre “empleadores y empleados”.

El ocultamiento y olvido del Primero de Mayo en los Estados Unidos llamó la atención de Eduardo Galeano. El escritor uruguayo le dedicó una breve pero certera prosa en El libro de los abrazos (1989): “La desmemoria/VI”. Vale la pena citarla en su totalidad.

Chicago está llena de fábricas. Hay fábricas hasta en pleno centro de la ciudad, en torno al edificio más alto del mundo. Chicago está llena de fábricas, Chicago está llena de obreros.

Al llegar al barrio de Haymarket, pido a mis amigos que me muestren el lugar donde fueron ahorcados, en 1886, aquellos obreros que el mundo entero saluda cada primero de mayo.

—Ha de ser por aquí–, me dicen. Pero nadie sabe.

Ninguna estatua se ha erigido en memoria de los mártires de Chicago en la ciudad de Chicago. Ni estatua, ni monolito, ni placa de bronce, ni nada.

El primero de mayo es el único día verdaderamente universal de la humanidad entera, el único día donde coinciden todas las historias y todas las geografías, todas las lenguas y las religiones y las culturas del mundo; pero en los Estados Unidos, el primero de mayo es un día cualquiera.

Ese día, la gente trabaja normalmente, y nadie, o casi nadie, recuerda que los derechos de la clase obrera no han brotado de la oreja de una cabra, ni de la mano de Dios o del amo.

Tras la inútil exploración de Haymarket, mis amigos me llevan a conocer la mejor librería de la ciudad. Y allí, por pura casualidad, descubro un viejo cartel que está como esperándome, metido entre muchos otros carteles de cine y música rock.

El cartel reproduce un proverbio del África: Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador.

En 2004, muchos años después de que Galeano visitara Chicago, la municipalidad instaló un monumento de bronce en la Plaza Haymarket, el cual representa la célebre escena donde Spies arengó a las masas chicagüenses desde el techo de un vagón de ferrocarril, improvisado como tribuna. La escultura fue diseñada por la artista Mary Brogger, e incluye una placa conmemorativa. Se espera que integre el Labor Park, un complejo monumental más amplio que por ahora es solo un proyecto cajoneado, postergado.

En las afueras de Chicago, dentro del cementerio Forest Park, donde todavía descansan los restos de los cinco ácratas sentenciados a la horca en 1887 (Engel, Fischer, Parsons, Spies y Linng), se encuentra el Haymarket Martyrs’ Monument, la bellísima escultura de granito y bronce que el artista germano-estadounidense Albert Weinert erigió en 1893: una mujer ofrendando un ramo de olivo a un obrero caído. En la base, una inscripción reza: “Llegará el día en que nuestro silencio será más poderoso que las voces que hoy están estrangulando”.

Una digresión: en 1889, dos años después del martirio, un selecto club de la burguesía local le encargó al escultor danés Johannes Gelert la erección de una estatua en homenaje al policía de Chicago, para ser colocada nada menos que en el corazón de Haymarket Square. Tanta provocación y afrenta no podían quedar impunes, y el 4 de mayo de 1927, con motivo del 41° aniversario de la Revuelta de Haymarket, un conductor de tranvía embistió con furia el monumento, alegando luego haber estado “asqueado de ver ese policía con su brazo en alto”. La escultura fue restaurada al año siguiente, pero trasladada a otro sitio menos polémico y ofensivo. En 1968 fue vandalizada con pintura negra, y al año siguiente una bomba la hizo añicos. Fue reconstruida en 1970, pero pocos meses después volvió a ser destruida. Una nueva réplica fue instalada, aunque con posterioridad se la reubicó preventivamente dentro del cuartel general de la Policía de Chicago, donde todavía permanece en exhibición.

La neutralización política del Primero de Mayo en Estados Unidos ya se había visto completada hacia 1958, cuando Eisenhower improvisó, en plena Guerra Fría y caza de brujas macartista, la efeméride patriotera del Law Day. El Día de la Ley se celebra el 1° de mayo, ex professo y con malicia. El ideólogo de esta tradición inventada –al decir de Hobsbawm– fue el abogado Charles S. Rhyne, asesor legal de la Casa Blanca y paladín de la cruzada anticomunista de Posguerra. Al justificar la creación maquiavélica del Law Day, Eisenhower diría: “en un sentido muy real, el mundo ya no puede elegir entre la fuerza y la ley. Si la civilización ha de sobrevivir, debe elegir el estado de derecho”, es decir, la democracia capitalista, antítesis del «totalitarismo» soviético… En medio de la furibunda paranoia del segundo Red Scare, conmemorar a los Mártires de Chicago se volvió un acto antipatriota y subversivo. El Primero de Mayo proletario fue demonizado sin sutilezas, criminalizado con saña. El Law Day todavía hoy conserva la mácula burguesa y macartista de su nacimiento.

Es hora de que restituyamos al Primero de Mayo su sentido martirial primigenio, su semántica proletaria y rebelde enraizada en la tradición de Haymarket. Porque, como bien explicara el periodista y escritor libertario Rodolfo González Pacheco, “mientras la vida del que produce sea esclava, la huelga, cualquier huelga, será siempre más fecunda que el trabajo”.

Seamos aguafiestas militantes de la «Fiesta del Trabajo», saboteadores contumaces de la concordia de clases, transgresores irreverentes del mandato de la productividad capitalista. Seamos vindicadores memoriosos de nuestros Mártires de Chicago.

Federico Mare

Historiador y ensayista argentino

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