Obeida ha muerto. Tenía 18 años.

 

Obeida ha muerto. Tenía 18 años.

Campo de refugiados palestinos de Bureij, en el centro de la Franja de Gaza, el 15 de junio de 2025. Un palestino se examina para ver si está herido mientras se eleva humo después de un ataque israelí. La agencia de defensa civil de Gaza ha comunicado que 16 personas fueron asesinadas durante las operaciones militares israelíes en el territorio palestino el 5 de junio, la mayoría de ellas mientras esperaba ayuda.

Se llamaba Obeida. Tenía 18 años. Era el mayor de los hijos de la hermana de Sabah, mi esposa, que tenía seis hijos, tres hijos y tres hijas.

Obeida ha muerto. Fue asesinado en estos Hunger Game (Juegos del Hambre) que Israel nos hace jugar en la realidad 1.

En Gaza, el juego consiste en pedir a las y los jóvenes que busquen ayuda humanitaria, con el riesgo de ser asesinados si van demasiado lejos a la derecha o a la izquierda, en un espacio cuyos límites solo el ocupante conoce.

Obeida se vio obligado a participar en este juego. Porque ni él ni su familia habían comido pan en tres días. La familia de Obeida es originaria de Chajaya, un barrio del este de la ciudad de Gaza. Como la mayoría de sus habitantes, se habían desplazado varias veces, para terminar bajo una tienda de campaña en el patio de una escuela de la ciudad de Gaza. Obeida iba casi todos los días a probar suerte en el centro de distribución montado por una empresa estadounidense en el corredor de Netzarim, la franja de tierra de seis o siete kilómetros de ancho que corta la Franja de Gaza en dos, al sur de la ciudad de Gaza. Esperaba, en cada ocasión, encontrar una bolsa de harina o un paquete de comida para su familia.

Pedía perdón a su madre por haberlo intentado
Ese día, su hermana mayor Bara, que se había casado uno o dos meses antes, había venido a visitar a su familia, bajo su tienda de campaña. Obeida le dijo: “Hoy se dice que hay garbanzos en los paquetes. Intentaré agarrar uno para hacerte qdama”. Este es el nombre que se le da a los garbanzos a la parrilla, al horno o al fuego. Quería hacerle un regalo a su hermana a quien le gustaban mucho. Era el único regalo que podía hacerle en su primera visita después de su boda. Tradicionalmente, esta visita es una ocasión de celebración, invitamos a la gente, preparamos grandes comidas, ofrecemos a la joven novia sus platos favoritos. Por supuesto, hoy en día es imposible en Gaza. Las fiestas se reducen a casi nada. Bara se había casado rápidamente, en el aula de una escuela que servía de refugio a cientos de desplazados.

Pero Obeida quería sus qdama, por lo que simbolizaban. Y una bolsa de harina, para tener pan para el regreso de la novia. En la noche del 10 de junio, se fue al centro de distribución de la empresa israelí-americana. No volvió. Fue una de las decenas de personas que fueron asesinadas en esa zona. Un proyectil de tanque explotó justo a su lado, una astilla le golpeó en la cabeza. Todavía estaba consciente cuando lo llevaron al hospital. Durante todo el viaje, dijo un socorrista, quería que le pidiéramos a su madre que le perdonara. Sabía que iba a morir, y le pidió perdón a su madre por probar suerte. Desafortunadamente, los hospitales carecen de todo en Gaza. No pudieron salvarlo, al igual que a muchos otros jóvenes.

Su único crimen era querer alimentar a su familia. Obeida tenía la vida por delante. Tenía ambiciones. Debería haber acabado el bachillerato este año, si el sistema escolar no hubiera sido destruido. Le habría gustado cursar estudios superiores, según la tradición de Gaza, donde la educación es un valor importante. Un tanquista israelí decidió lo contrario.

¿Por qué no me das pan?
Charif, uno de mis vecinos, murió dos días después, por la misma razÓN. Su historia es típica del hundimiento del barrio en la miseria, un barrio habitado por la clase media y media alta de Gaza. Charif tenía 35 años, estaba casado y era padre de tres hijos, dos niños y una niña, de entre tres y doce años. Vivía en un edificio familiar, una casa de cinco pisos, contigua a mi torre, donde vivían, como es común en Gaza, varios hogares de la misma familia. El edificio había sido bombardeado al comienzo de la guerra, debido a los numerosos paneles solares en el techo, que alimentaban el edificio y los minimercados de los alrededores. Eran objetivos prioritarios para los israelíes, que buscaban destruir todas las fuentes de electricidad.

Los dos últimos pisos del edificio habían sido destruidos, y los primos de Charif que vivían allí tuvieron que instalarse bajo tiendas de campaña al pie del edificio. Sharif y su familia se habían quedado en la casa, su apartamento seguía siendo más o menos habitable. Había asumido sus responsabilidades como padre de familia muy pronto, después de la desaparición de su padre hace unos diez años. Tenía una empresa de reparación de aire acondicionado y refrigeradores. Pero desde hace dos años, en ausencia de electricidad, ya no funciona ningún aire acondicionado ni nevera, así que  no hay trabajo. Charif había gastado todos sus ahorros. Una noche, su hijo de tres años le dijo a su madre que tenía hambre. Quería pan. Y se enfadaba con su madre: «¿Por qué no me das pan?”.

Al escuchar esta frase, Charif decidió ir con un primo a un lugar que sabía que era una trampa, el centro de distribución de ayuda humanitaria, la zona de los Hunger Games donde los israelíes ven a la gente apresurarse a buscar comida y la matan a sangre fría. Charif y su primo aplicaron un método común en Gaza: se fueron por la noche y se tumbaron en la arena para dormir, no lejos del centro, para ser de los primeros en ser atendidos al abrir las puertas. Mientras dormían, fueron atacados por un tanque. Charif, golpeado en la cabeza, murió en el acto. Su primo, gravemente herido, está en el hospital. Deja atrás a su mujer y a sus tres hijos. Su único crimen fue querer dar de comer a sus hijos.

El mundo entero es espectador
Estamos viviendo un genocidio, esa palabra que muchas personas se niegan a usar porque consideran que está reservada para un solo pueblo. Puedo decirles que estamos viviendo un gazacidio, un palestinocidio, un genocidio especial Palestina, especial Gazatí, con métodos de asesinato y carnicería como nunca hemos visto: bombardeos las 24 horas del día, día y noche. Un arsenal militar inédito que mata a la gente en sus casas, bajo sus tiendas de campaña, en escuelas, hospitales, en la calle. Desplazamientos forzosos de un barrio a otro, de norte a sur, de oeste a este, de este a oeste, de oeste a sur. Matar de hambre a la gente, aniquilar el sistema de salud, dejar morir lentamente, sin cuidados, a las y los pacientes con enfermedades graves y a las personas heridas.

Como en la serie Hunger Games, el mundo entero es espectador. Salvo que esta vez no es ficción. Estamos muriendo, física, psicológica y moralmente. Las y los niños sufren de desnutrición, en las calles, bajo tiendas de campaña o lonas. Bebemos agua sucia, no tenemos ropa, ni productos de higiene. No tenemos ya nada que comer, ni dinero. Quienes todavía tienen dinero en su cuenta bancaria en Ramallah deben pasar por las oficinas de cambio para obtener dinero en efectivo. Los especuladores de la guerra que ahora cobran una comisión del 50 %. Los israelíes han destruido escuelas y universidades para convertirnos en una población pobre, humillada e ignorante, bárbaros, animales que corren detrás de un paquete de comida.

Pero somos seres humanos. Obeida y Charif había elegido arriesgar sus vidas, porque sus hijos gritaban hambre, como cientos de otras personas, representando a todos los estratos de la sociedad de Gaza. Entre ellos hay hombres y mujeres, empresarios, médicos, arquitectos, ingenieros. Seres humanos como los demás, que tienen lo que es el peor sentimiento para un padre o una madre de familia el día que escuchan a sus hijos decir “tengo hambre” y no pueden darle nada de comer. Nadie puede entender este dolor si no lo ha experimentado. Cuando tu hijo no ha comido durante tres días y solo te pide un trozo de pan que no puedes darle, deseas, como decimos aquí, ser tragado por la tierra, no existir más. Así que la gente va a esas zonas, donde saben que van a ser asesinados por los proyectiles de los tanques, por los drones cuadricópteros, por los disparos de los francotiradores. Lo saben y van. Porque, de todos modos, están muertos. Asesinados por el ejército israelí o muertos por no ser capaces de alimentar a sus hijos; muertos como padres o madres de familia.

No consigo expresar la impotencia
La población de Gaza está viviendo la muerte. Olemos la muerte. Escuchamos la muerte. Tocamos la muerte. Respiramos la muerte. La muerte está en todas partes. Todavía intentamos sobrevivir, bueno, simplemente mantenernos con vida porque queremos dar vida a nuestros hijos. Al mismo tiempo, buscamos la muerte porque sabemos que en estas zonas donde se distribuye ayuda humanitaria, nos van a atacar, bombardear, matar. Lo intentamos de todos modos. La vida se convierte en una mezcla de muerte y vida. De vida porque respiramos, pero de muerte porque todo lo es a nuestro alrededor. Estamos viviendo una israeliminación por todos los medios: militares, mediáticos, psicológicos.

A menudo escucho a los periodistas decir: “No tenemos palabras para describir lo que está sucediendo”. Pero es su trabajo decir las cosas con palabras. Y estas palabras existen. No hay que tener miedo de usarlas. Hay que darle un nombre a este genocidio. Los israelíes están destruyendo un pueblo, sus hogares, hospitales, universidades, escuelas, agricultura, historia arqueológica, infraestructuras. Y a sus seres humanos. Es un gazacidio, un palestinocidio. Su intención es clara: deportarnos y/o exterminarnos. Debilitarnos hasta el punto de aceptar el exilio. Pero todavía estamos aquí.

Es cierto que a veces pueden faltar las palabras. No puedo expresar el sufrimiento de ver a un niño hambriento, un familiar, un vecino hambriento y al que no podemos ayudar. No puedo expresar la impotencia, la sensación de parálisis que me invade ante la imposibilidad de hacer algo frente a este castigo colectivo, la no vida en la muerte. La gente arriesga su vida de todos modos. Está muerta. Hemos visto imágenes de heridos llevados al hospital sin dejar de abrazar una bolsa de harina manchada de sangre, porque esta bolsa son tres o cuatro días de vida para sus hijos. El pan se convierte en el principal alimento. Al menos te da la impresión de estar saciado.

Las masacres de la harina continúan. Los centros de distribución de ayuda permanecen abiertos. Y los israelíes siguen disparando a quienes se acercan a ellos, cuando les apetece. Así matan entre diez y veinte personas cada día. Treinta y ocho muertos desde esta mañana, 16 de junio, frente a un centro de Rafah. Doce el 15 de junio. Más de 300 muertos y 2.600 heridos frente a estos centros, según el Ministerio de Sanidad.

Entonces, en estas circunstancias, la guerra lanzada por Israel contra Irán no forma parte de las preocupaciones de los habitantes de Gaza. Como la mayoría de ellos, no me enteré hasta el 14 de junio, después de dos días de corte total de las telecomunicaciones. Pero lo único de lo que la gente habla las 24 horas del día son los centros de distribución: «¿Están abiertos o cerrados hoy? ¿Se dejará pasar la ayuda humanitaria?” Ya ni siquiera preguntan si va a haber una tregua, si la guerra va a terminar.

Todo lo que os estoy diciendo no podéis entenderlo realmente. Nunca habéis sentido esta imposibilidad de dar vida a un niño. Realmente no puedes entender estas imágenes de decenas de miles de personas que se apresuran a jugar en estos Hunger Games, donde es el más fuerte el que gana en la avalancha, y donde pueden perder el juego, es decir, su vida.

Es el peor método de asesinato y humillación. El peor método de exterminio.

17/06/2025

ORIENTXXI

Traducción: Faustino Eguberri

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    Nota del editor. Los Hunger Games/ Juegos del hambre es una serie de libros de ciencia ficción escritos por la autora Suzanne Collins y adaptados al cine. Describe las aventuras de Katniss Everdeen, que debe participar en los Juegos del Hambre, una lucha a muerte en televisión en la que los adolescentes se ven obligados a matarse entre sí para entretener a los líderes de un régimen totalitario.

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