Nosotres funamos el recital de la Polla Records

Fuente: https://periodicogatonegro.wordpress.com/2020/05/04/nosotres-funamos-el-recital-de-la-polla-records/                             mayo 4, 2020

Santiago de Chile 16/02/20020 – Estadio Bicentenario.

La mansa cagada

Al caminar por el estadio bicentenario con las luces encendidas, con los reflectores de muchos watts pegando de lleno en cada rincón, nadie se salva de ser visto por los ojos de los demás. El piso es un basural uniforme de latas de cerveza, colillas y plásticos rectangulares, que apenas dos horas antes supieron ser un piso flotante para proteger el césped de las instalaciones. Cada dos por tres se ve alguna botella de vino totalmente vacía. Dando vueltas, ya cansadx de las imágenes que se suceden sobre las tablas; desde hace dos horas desfila un sinfín de personajes carismáticos llamando la atención, dándose de golpes con sus colegas, insultando a lxs de abajo, abrazándose con otrxs, tomándose selfies y buitreando algún elemento para llevarse como suvenir a la casa.

Nos dedicamos a pasear, a mirar hacia el suelo en busca de alguna cuestión de valor que se pueda reciclar. Solo aparecen bolsas de tela y algún que otro pin. Caminando hacia la salida más cercana, con mucha expectativa de ver lo que estaba ocurriendo afuera, un morrudo de chaleco de cuero sin abrochar y rulos al viento tira con fuerza una manguera de bomberos que trajo desde la zona lateral, ya había abierto el paso de agua y al activarla, moja todo el costado del escenario y las torres de parlantes. Se ríe, festeja y sacude la manguera como si estuviera meando, empapando así a lxs pocxs que están cerca. Alguien le cierra el paso de agua y el carnaval termina. La manguera queda tirada ahí misma, a la sombra de un wueon que se sube a una de las torres buscando no se sabe muy bien qué.

Salir es pasar por un pasillo ancho meado por todos lados. Cada rincón fue un baño sumamente concurrido. La marca del orín se escurre hacia la salida, como si también quisiera salir a mirar lo que fuera ocurre. Al dejar el túnel, una llamarada inmensa golpea nuestros ojos, es sobre la calle principal que funcionó como acceso al evento. Un sinfín de vallas, que sirvieron como contención horas antes, ahora se apilan sobre las llamas que buscan el cielo para largar el humo denso y negro con el que culminan. Las vallas siguen llegando, todxs quieren aportar una, por más que no ardan, hacen a la hoguera una cosa espectacular. A su alrededor muchas personas van y vienen, mirando con el ojo largo por entre las chispas y el humo, los pasos que van dando lxs pacxs que están parapetadxs tras sus carros a dos o tres cuadras de distancia. Aunque muchxs lxs invitan a pelear, entre insultos constantes y alguna que otra piedra que vuela, no se acercan. Antes de que ellxs lleguen, llegaran las lacrimógenas.

Vienen chispeando por los aires, no se sabe dónde están hasta que están demasiado cerca. Caen, rebotan y siguen girando al ras del cemento hasta que encuentran un puntapié que las mande de regreso. En su recorrido, bailando sobre si mismas irán desperdigando ese humo venenoso y detestable, un sofocón que después de un tiempo, generan más que dolor, impotencia ante arma tan nefasta y cobarde. Con ese movimiento por parte de las fuerzas del orden comienza el juego.

La gente entre el humo se ira replegando pero en su camino seguirá formando barricadas. Desmontando rejas de las veredas, señalizaciones, por supuesto más vallas y todo lo que sirva para generar un espacio de contención. Ni hablar del fuego que no escasea. Todo puede arder, eso es una enseñanza primaria en este tiempo y lugar. Así durante varias cuadras, toda la avenida será copada en la retirada, ni autos estacionados se salvaran de ser destrozados. Los aullidos de muchxs serán un sonido de hermandad en la noche.

Se comentaba que el barrio La Florida donde se encuentra el estadio Bicentenario, era un barrio semi cuico, o cuico del todo si las medias tintas no nos engañan. Que lxs vecinxs se vienen quejando hace tiempo de los eventos que se realizan en el lugar y las consecuencias posteriores. Sin dudas hubo quejas previas al show. Y sin dudas hubo muchas más el día después. Pero aquí, donde el que manda es el rey capital, nada de lo dicho previamente hubiera podido impedir el desarrollo del concierto.

La gente continúa en la avenida, lxs pacxs avanzan lo justo y necesario para mantenerse fuera del conflicto cuerpo a cuerpo. Comienza a circular la idea de que nos van acorralando, que al llegar al cruce con la próxima avenida otro grupo de uniformadxs estará esperando y realizara una encerrona. Esto agita a la gente, muchxs comienzan a desprenderse por las calles laterales, sobre barrios residenciales de chalets a dos aguas, portones monstruos y piletas al frente. Parecen casas fantasmas en su inmovilidad pero se intuye y se ve, que la gente está agazapada, espiando, con las luces bajas del otro lado de la ventana, protegidos por las cortinas black out.

No fue necesario desesperarse ni esperar a ver si la estrategia de lxs pacxs era cierta. Se ve que seguían temiendo el choque cuerpo a cuerpo entonces mandaron al frente a su as preferido. Un guanaco acelera por la avenida colmada de fuego, lleva su sirena aguda encendida y gotea la punta de su cañón. Estos tachos cuadrados son el elemento más atacado históricamente en las revueltas. Se los ve abollados por doquier y manchado con pintura, no es para menos, son la vanguardia de los que tras todo un arsenal se esconden. Corre por uno de los laterales de la calle y al llegar al tumulto de gente dobla violentamente, apuntando directo al grupo, moja a muchxs pero también le llueven botellas que estallan ruidosas en sus parabrisas con rejas.

La masa de crestas, jeans y capuchas se divide, las calles aledañas de la avenida se llenan de pasos que aceleran hasta la próxima perpendicular, ahí los grupos se vuelven a ramificar y se vuelven a ver las barricadas, ahora más pequeñas pero constantes en su fuego. Acercamos unos cartones de embalaje de algún electrodoméstico comprado esa misma tarde a la hoguera más cercana, los largamos y vemos como el tránsito es administrado por la gente, intentando que no se desesperen, que bajen la velocidad e incluso en lo posible que larguen alguna moneda. Los semáforos humanos son una salida laboral en la precarización crónica del sistema.

Al seguir caminando el número de personas va disminuyendo. Todos los grandes grupos se han desperdigados. Es mejor seguir el ejemplo. Toca atravesar en dirección contraria a la que veníamos. O sea volver por la zona de conflicto. No hay otra, el bus que nos lleva al barrio pasa por ahí y es el único del que tenemos conocimiento. Mejor que dar un rodeo y someterse a averiguaciones es encarar la situación sin miedos. Nada pasa. Avanzamos con tranquilidad. Se huele el humo sofocado en las inmediaciones, algunos autos que van y vienen, una sirena perdida y no mucho más. Al llegar a la avenida pareciera que nada ocurrió.

Ya es tarde y se nota en el ritmo del tráfico. Ancladxs en una garita vemos pasar un bus tras otro y a nadie que pareciera venir desde el mismo lugar que nosotrxs. La espera culmina, el bus estaciona, subimos sin pagar dando las gracias y nos vamos al fondo. En el medio del carro, sosteniéndose de las manivelas, pendulan unxs punks que sin duda disfrutaron del fallido show de La Polla Records en Santiago de Chile.

Otro posible comienzo

Ahora que ya saben el final, estaría bien comenzar por el principio. Uno de los principios. El más lejano. Conocí a La Polla Records por el mismo medio que conocí muchas cosas en mi vida; revistas de música de una época que no me pertenecía. No los pude escuchar sino muchos años después, en una etapa de democratización de la cultura por medio del estallido de la conexión a internet, plataformas y servidores de descarga, un insipiente youtube y los gloriosos años de piratería a full. Hasta ese momento solo había leído sobre ellos; sabía que eran españoles, que eran un icono del movimiento punk, que expresaban descontento y critica, que en Argentina era adorados y considerados de culto, que sobre ellos no podía existir quien dijera que nos le gustaba y hasta ahí no más. Eso fue así por muchos años, hasta que llegaron las primeras canciones.

Yo trabajaba en un centro de monitoreo de alarmas en una ciudad del interior de la provincia de Buenos Aires, cumplía un turno nocturno de 00 hs a 06 hs de la mañana. Era un trabajo por demás monótono, aburrido y enajenante pero con una disponibilidad de tiempo de ocio muy grande. Pasaba noches enteras sin hacer otra cosa que esperar que alguna alarma chillara (mayormente por error) en algún rincón de la ciudad, que el sistema me notificara y yo tuviera que hacer lo correspondiente: llamar al domicilio, preguntar por una palabra clave y ya. Problema resuelto. Un nivel de seguridad alucinante. Un negocio redondo para mentes cuadradas y asustadas.

En ese tiempo llegó a la sala una computadora extra. En realidad su presencia estaba destinada a ser respaldo de las que ya estaban en funcionamiento, pero como eso se demoró demasiado, todxs lxs trabajadorxs comenzamos a encenderla a escondidas y utilizarlas para nuestra distracción en tiempo de trabajo. Todxs hacíamos cosas distintas; unxs chateaba y consultaban el horóscopo, otrxs jugaban al póker de forma online, lxs más vivarachos entraban a chats hots haciéndose pasar por mujeres y yo, escuchaba y descargaba música. Un sinfín de música que de antemano sabía que existía pero que nunca en mi vida había podido escuchar.

Una noche cualquiera, mientras hablábamos sobre nuestras experiencias amateurs en la cocaína, con una amiga que se autodefinía como punk y fanática total de La Polla, decidí dar una búsqueda rápida y poner a descargar un par de canciones. No fue muy difícil engancharme. No fue la música, lenta y opaca, si se quiere, para lo que ya escuchaba en esos días, sino las letras que la acompañaban, entonadas por esa voz carrasposa y contagiosa. Más allá de la denuncia y el desprecio al sistema que el género estimula, había una cuestión picaresca en las canciones cantadas por Evaristo. Una forma de encarar las temáticas desde el lado menos predecible, una reconstrucción de la sociedad europea (totalmente traspolable a la latina) cargada de ironías y salvajismo. Una utilización de las nociones históricas con el fin de destruirlas y enunciar algo diferente. Y un desprecio por todo, incluso por lo mismo que ellos estaban haciendo.

Si bien no fue lo primero que escuche que formara parte del llamado Rock Radical Vasco y su huella social (esos fueron los Kortatu) se convirtieron a mi criterio en un punto de referencia para la lectura política desde la impronta del punk. Obviamente a esas alturas la banda ya no existía más y los primeros acercamientos de Gatillazo estaban cerca. Sinceramente no sufrí la melancolía de saberme imposibilitado de ver a la banda en vivo ni nada parecido. Tenía muchos discos por escuchar y la nueva banda del Evas y amigos iría a tocar a tierras argentas muchas veces y varias de esas podría estar ahí.

Años después tenemos otro inicio. El momento en que por las redes sociales comenzó a circular la noticia de que La Polla Records estaba de regreso, con la formación de su última época (la de la despedida), que habían grabado un nuevo disco, que tenían una serie de conciertos por territorio español y que como no, esa gira se podría extender a territorio sudaca. Entre el primer inicio, el de mi acercamiento a la banda y este segundo inicio, corrió mucho tiempo y yo estaba en otra. No es que no los escuchara más, de hecho siempre estaban sus discos cercas, pero venia de estar sumergido en otras movidas musicales, por lo cual la noticia fue mirada con recelo y desconfianza.

Algo no olía bien. Ese algo no estaba tan difícil de vislumbrar. El regreso era una clara jugada oportunista. Avivar el curro y darle para adelante y que de lo que dé. Claro que esto nunca fue desmentido por la banda. Evaristo, el único al que vi que se le hicieran reportajes de aquí en adelante, dejó bien claro que esta era una revancha, olvidar viejas tonteras, jugar unos partidos en la primera liga, ganar algo de pasta y chau. Y en esa línea se sucedieron los hechos. El disco, fue una recopilación de canciones de los primeros tres álbumes (acusados, y con razón, de estar muy mal grabados) más una sola canción nueva con mucho sabor a poco. La gira europea fue un éxito, localidades agotadas, efervescencia de lxs que sobrevivieron a la vieja época punk más toda la chavaleada adicta al “puto amo”, en mega shows con orden y disciplina. Y los conciertos en territorio sudamericano fueron recibidos con un entusiasmo descomunal. De todas las baldosas florecieron fanáticxs que no pensaban perderse esta oportunidad única, incluso en Argentina en pleno cuarto año de mandato macrista, con la crisis pegando fuerte por todos los rincones, las primeras preventas volaron meses antes de la fecha. Todxs estaban contentxs. ¿Todxs? ¡No!

En territorio Chileno, la gran masa punk estaba indignada. La banda predilecta no había anunciado shows en su casa y por eso muchxs sacaron entradas y pasajes para los shows vecinos, siendo Argentina el más visitado. Pero si bien esta falta de consideración de la banda o de productores interesados en facilitar la llegada del viejo podía ser muy irritante, la realidad chilena estaba desbordada por otras furias. Un desconcierto social, que se venía cocinando desde hacía 30 años, prendió y estallo en Octubre del 2019. Las prioridades eran otras. Hasta que en medio de una revuelta total, digna de toda las profecías revolucionarias de las que se vanagloria el punk, una modesta productora llamada Sabotaje Rock se ponía al hombro el compromiso y desafío de que La Polla Records diera su merecido último gran show en el culo del mundo. Y bien que así seria.

Se perdió el miedo

Chile arde. Una hoguera inmensa y continua que se alimenta de acciones cargadas de bronca, de multitudes concentradas en Plaza Dignidad y sus inmediaciones, de otros tantos tumultos por las diversas comunas y de regiones movilizadas hasta la médula. En el fuego se reflejan rostros cubiertos, una masa humana heterogénea y organizada en focos. Todxs realizan acciones que se van retroalimentando con la acción del otrx, un circulo de apañe que entre el descontrol de los días y noches de protesta hace que sucedan cosas increíbles como la destrucción completa de cuadras y cuadras de veredas para conseguir piedras con las cuales enfrentar a las fuerzas represivas, que señoras entradas en edad (en esa edad que suele asociarse con el pensamiento más reaccionario y retrogrado) se acerquen a la zona de conflicto repartiendo antiparras, guantes y hasta comida; que luego del acto cobarde de en una sola noche tapar con pintura roja toda lafachada del GAM (Centro cultural Gabriela Mistral) que funciona como un espacio de intervención artístico vivo, se auto-convocaran un sinfín de colectivos y artistas particulares para recuperar el espacio; que en lo que fueron las antiguas instalaciones de un Banco de Chile, incendiado en los primeros días de la revuelta, lxs vecinxs decidieran formar un espacio cultural autónomo; que en la zona de la cordillera se rompieran las represas que limitaban el verdadero cauce de los ríos provocando la aparición del agua vital en territorios que venían siendo castigados por sequías atroces.

Pero lo más apasionante es una cuestión no tangible, no palpable en el caos pero si muy sensible a ese radar fino que puede ser la escucha y la mirada bien predispuesta. Se nota que algo se fue quebrando con el correr del tiempo, que el hartazgo llegó a un límite donde todo el terror que condiciona a la vida dentro de este sistema viciado no tuvo más importancia, donde la frontera de lo que se considera correcto y de lo que se espera del “buen ciudadano” se resquebrajó, abriendo paso a un nuevo escenario posible donde la empatía, la solidaridad y la crítica, fundada en el descreimiento ante toda autoridad, fue copando los espíritus de un gran mayoría.

Y ese descreimiento, ese recelo ante toda figura que se imponga no solo hace mella en las estructuras políticas tradicionales, trasciende ese plano y logra germinar en espacios que tiempo atrás serían disparatados de imaginar. El punk y la muerte del ídolo. El punk y el aborrecimiento de una visita guiada por los pequeños demonios del capital. El punk y su gente, que esperaba mucho más que la posibilidad de un show (casi) gratis, que ansiaba que “el puto amo” se pronunciara por la situación que estaban atravesando, que pusiera en sus palabras tan amadas una pizca de odio hacia el genocidio que el Estado chileno viene perpetuando para con su pueblo.

Sobran las entrevistas (las de años antes del show, las de los días previos al show y las que vinieron y seguro vendrán después) donde Evaristo deja en claro su postura no demagoga, su inclinación por no hablar de las realidades que no transita, su empeño en hacernos saber que él es uno más en el montón, que su opinión no vale más que la de cualquier otro gilipollas. Pero, ¿Por qué eso debería ser tenido en cuenta por la gran multitud que lo esperaba con ansias? Por muchxs que de seguro dejaron el cuero al son de lo que gritaban sus canciones, por otrxs más que se formaron en ese pensamiento libertario que nos habla de que las desigualdades e injusticias del mundo no conocen fronteras y que el internacionalismo es una de las claves para desandar esta maquinaria criminal.

Es un viernes más en la calle que ha sido renombrada Mauricio Fredes, en honor al caído de la primera línea el día 27 de Diciembre de 2019. Cruzando la Alameda se concentra un gran puñado de jóvenes que entre avances y retrocesos van haciéndole frente al grupo de carabinerxs que intercalan disparos de lacrimógenas con avances del zorrillo (el pequeño carro blindado que tira gas) y del guanaco. Cada tanto disparan otras cosas. Esos balines tan comentados, que por la forma de disparo han segado a más de doscientas personas en lo que va del conflicto. Y también cada tanto corren en dirección a la gente, el famoso piquete. De momento es puro amague, aun no llega la hora en la que esa acción se vuelva muy peligrosa. Lxs uniformadxs salen de cacería ni bien se oculta el sol, amparadxs por la oscuridad que permite el Parque Forestal, que está en la próxima cuadra lindero al río Mapocho, van emboscando a lxs que no logran huir rápidamente o a lxs que deciden quedarse para enfrentarlos cara a cara. Sin embargo, surge efecto, la masa corre acelerada, un poco ciega por los gases, resbalando y cayendo por el agua arrojada, hasta donde el territorio se vuelve más escampado y es posible respirar y volver a tomar fuerzas. Porque la gente vuelve. Carga piedras, entona cánticos y avanza una vez más. Así durante toda la tarde.

El grupo de insurrectxs de la primera línea se va renovando. Todo el tiempo está siendo secundado por otras líneas vitales del movimiento. Lxs que apagaban lacrimógenas, lxs que rocían bicarbonato, agüita de laurel y otros remedios caseros para la ceguera y asfixia, lxs grupos de paramédicxs, lxs que apuntan con sus láser buscando dificultar la visión de lxs esbirrxs y claro lxs picapiedras, que en una labor obrera de primer nivel van generando escombros que son las municiones con las que el pueblo cuenta y que con bolsas al hombro se adentran a la línea de conflicto. En ese escenario estamos. Ya el sol va perdiendo su fuerza, ocultado por los edificios que nos rodean. Apenas queda en el cielo unas vetas rojas y naranjas que segundo a segundo se van disolviendo. Se sabe que está avanzada es una de las ultimas del día. Que lxs cuerpxs ya están agotadxs y lastimadxs. Por eso mismo hace falta fuerza y valor. Un soplo de energía que revitalicehasta el espíritu. Y qué podría ser mejor para eso que una canción.

Viene llegando desde atrás. El cabro va en cuero, sostiene sobre sus brazos un parlante de tamaño considerable, de esos que funcionan sin necesidad de estar enchufados, lo eleva sobre su cabeza a modo de bandera y la canción comienza a sonar. Es “Carne pa’ la picadora”. Casi todxs, para no sonar absolutista, la cantan a viva voz.

¿Otro final? ¡Imposible!

El Transantiago viaja repleto. Al llegar a su último paradero, punkis de todos los colores se descuelgan de sus escaleras. Muchxs bajan con los últimos suspiros en el cuerpo, haciendo equilibrio sobre sus propios pasos. Otrxs, más compuestos, se pasean reluciendo sus peinados recién hechos, aun se ven las manos manchadas por la tintura reciente. Borcegos, cadenas, chalecos, cuadrille. Las filas para las botillerías son eternas. Muchxs hablan de recitales pasados. Que Sin Dios, que Los Muertos de Cristo, que Fiskales hasta las anécdotas de Doom quedan retumbando en el aire. Varixs más comentan lo podrido que está todo. Hay muchxs en silencio, expectantes, absorbiéndolo todo. Ningunx deja de mirar de reojo a los dos pacos que están apostados al comienzo de las vallas unas cuadras antes de la entrada. Son jóvenes. Se les nota en el cutis, en la postura y hasta en sus uniformes pulcros y ceñidos al cuerpo.

Todxs pasan sin inconveniente, caminan cuadras atestadas por gente en las veredas, bebiendo, conversando, fumando, reencontrándose con otrxs pares y de más formas de pasar la previa. Más cerca del único punto de acceso al estadio la muchedumbre se aglomera. Se ven puestos de comida, parches, remeras y demás merchandsing pirata. Y un solo puesto de fanzines de pensamiento crítico. La puerta se divide en varios accesos. Unos cuatro. Por cada uno de ellos, una persona de la organización se encarga de anunciar a viva voz que el paso está abierto para todo aquel que quiere entrar, sea con entradas físicas u online. Frente a ellos, de forma tímida, comienza a juntarse un grupo atraído por los gritos de un cabro que entona con ritmo y buen volumen “Avalancha, avalancha”. Al calor de esas palabras se forma un buen grupo que de un momento a otro avanza sobre uno de los accesos y pasa sin ningún tipo de problema más que la caída de alguna de las vallas. Suponíamos que posterior a ese primer control, llegaría el típico chequeo y bla bla. Pero nada es así. Los ánimos se aceleran. Entrar sin entrada se presenta una posibilidad de por de más factible. Y así ocurre. Se escucha que están largando lo primeros acordes. No sabemos a quién corresponden pero la inercia nos lleva a apiñarnos en la entrada. Sin grandes esfuerzo pasamos. Detrás nuestro el organizador de esa entrada se descose gritando “Tranquilos, tranquilos, todos van a poder ver a Flema“. Así descubrimos cual es la primera banda soporte.

Entrar, sin dudas se vuelve algo excitante. Sabíamos que iba a ocurrir pero no pensábamos que con tan facilidad. En muy poco tiempo entendimos que era una decisión consensuada por la organización. En el mismo tinte que la ausencia de fuerzas de seguridad para el ingreso y las inmediaciones (salvando los dos paquitos pubers de hace un rato). Al entrar al campo se ve el agite. “Nunca seré policía” suena desde las tablas hasta las voces de la gran mayoría en el campo.

Por las pantallas se ve un primer plano de Fernando Rossi (bajista y “líder” desde la reunión luego del fallecimiento de Ricky Espinosa). Como en otros recitales, se le nota la falsedad. Horas más tarde Fernando proporcionaría uno de los espectáculos más lamentables de la jornada. En pleno copamiento del escenario por parte del público y en la desesperación por calmar los ánimos, saldría haciendo el típico gesto de “por favor”: manos unidas por las palmas, como si de una plegaria se tratara. No una, sino dos veces. Siendo la segunda durante un pequeño intervalo en el que se habilitó un micrófono, peleándose con otras personas por el uso del mismo, en un claro estado de dureza e inestabilidad total.

Después de Flema y su repertorio eternamente adolescente, llegarían Los peores de Chile. La banda estaba confirmada desde el comienzo, a diferencia de Flema que se sumó sobre el pucho ya que Sulfato de Mierda, quienes iban a oficiar de soporte desde el momento en que se empezó a hablar del recital, se disolvió en medio de una controversia no menos polémica y ajena al concierto en sí. Resultó que uno de sus integrantes, Joker, estaba funado. O sea, acusado y escrachado por su ex compañera por violencia de género. A eso hay que sumarle el detalle de que Joker estaba estrechamente vinculado con la productora que organizó el tan mentado show.

Meses previos al evento por la red circularon un sinfín de acusaciones y llamados a boicotear el recital. Una de las que más grabada quedo en nuestras mentes fue una declaración de su ex compañera; donde contaba que en una de las últimas agresiones sufridas por su violentador había padecido la quebradura de dos de sus dedos, y que en nombre de ellos llamaba a la gente a pedir su pase libre el día del recital. Sin duda también estábamos ahí por esos dedos.

No termina de ser de día cuando por los parlantes comienza a emitirse un sonido clerical. Una especie de ruido ambiente de alguna iglesia inunda el espacio. Los aullidos del público crecen. Pasan los segundos y por las pantallas se ven arder unas cruces. La banda sale al escenario y todo comienza. Lo históricamente esperado sucede. La Polla Records avanza afilada y afinada surfeando canción tras canción. El campo es una fiesta de borrachines que a duras penas reconocen las canciones, frenéticxs violentxs de alguna escuela ya venida en años, agraciadxs escuchas con los movimientos regulados y nosotrxs, lxs que al borde de las ansias esperamos el momento en que todo esto empiece a ser lo que debe ser. ¿Y qué es eso?

Un verdadero descontrol que desarticule la fiesta programada y proclame que acá nada sigue igual. Bien por fuera de nuestras expectativas el momento bisagra ocurre de una manera natural. Uno se sube al escenario mientras suena “Igual para todos”. Ante la presencia de la seguridad que amenaza con bajar al susodicho del escenario, Evaristo por medio de gestos les advierte que lo dejen ser. La canción pasa y el autoinvitado vocifera desde el micrófono principal una serie de gritos inentendibles. Ese minúsculo gesto de paciencia es la chispa. Después de este, llega uno más, y otro, y otro. Y así un sinfín más que quiere colgarse del cuello del cantante y en la medida de lo posible vociferar a gritos pelados alguna consigna. “Libertad a los presos” dice uno, y comienza a nombrarlos uno por uno.  “No más AFP” grita otra. Y no faltan los “Piñera conchatumare hijo de la perra”. Y en esa atmósfera de gritos, muchedumbre, toqueteos e ir y venir de gente, el show comienza a terminar. No valen de nada los gritos del frotman que declara “No me gusta que me toquen el culo” ni ningún gesto de disconformidad por parte del resto de la banda. Mucho menos, los abucheos por parte de la gran mayoría que pide “Que se bajen los wueones”. Ni las lágrimas de lxs varixs que veo sentados contra las vallas cuando esto ya no tiene marcha atrás. De ahí en más la procesión durara horas largas y tendidas. Se subirán a insultar, a punguear, a gritar a micrófonos apagados, a boxear con pares, con impares y con cualquiera que se presente. A proclamar contra el fascismo y por el fascismo. A pedir calma y a alentar el descontrol. Uno solo, en los breves minutos que durara el micrófono encendido dejara en claro el tópico de la discordia: “Yo sé que el Evaristo no habló  nada de la contingencia política de Chile, el huevon vino a ganarse las lucas. Está viejo el conchasumare”.

Y ahí estaremos nosotrxs, con ojos gastados y asombrados. Porque todo esto que fue planeado no deja de sorprendernos. Porque el teje y maneje del comportamiento humano aun nos desvela. Por qué las acciones individuales trenzan un entramado fino pero poderoso. Porque hay una generación, incluso parte de otra generación, que entendió que esta vida no tiene mayor prioridad que la de luchar. Que la de encontrar las grietas por las cuales incomodar esta realidad que se nos presenta como absoluta. Incluso cuando ese absolutismo se manifiesta en forma de banda histórica y de culto. Porque hay una muchedumbre a la que no le importa una gira internacional, a la que no le interesa la remera con la etiqueta oficial, a la que no la desvela el que dirán para con el movimiento, sino más bien arde por encontrar las formas con las cual desmantelar este sistema que se mofa en todo y todxs, que pretende estimular el placebo con alguna visita internacional que nos haga tenidxs en cuenta y consideradxs. Y nosotrxs no los necesitamos. No son ellos quienes nos darán el aliento que nos mantendrá vivo el día de mañana. Ya no. Porque ellos quedaron anclados al pasado, y ahí deberían quedar, mientras nosotrxs avanzamos inexorables hasta la próxima línea, para entre escombros y humo, volver a brotar contra el poder que nos oprime.

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